Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 14 septiembre 2007
Obispo comenta la oración por la Iglesia
Hoy entramos en una fase importante de la historia de la Iglesia. Tanto en la oración que habéis leído antes de la celebración de la S. Misa como en la carta de Dios, pero sobre todo durante los meses de verano, primero la Santísima Trinidad y después la Virgen han moldeado para nosotros una expresión nueva porque ya no habla del renacimiento de la Iglesia sino de su triunfo. El renacimiento es una fase de angustia, de sufrimiento, de inmolación, de sangre y de lágrimas; el triunfo, sin embargo, es una expansión rimbombante de alegría, de felicidad y de gozo. La angustia, cuanto más larga es más indica que lo que tiene que nacer y manifestarse es importante y grande. Nunca en la Iglesia se ha verificado una angustia tan larga, dolorosa y atormentada como la nuestra; uso la expresión "nuestra" porque en la medida querida por Dios también vosotros habéis contribuido y participado. Deseo que la Iglesia se encuentre en la última fase de esta angustia, después de la cual estallará el triunfo. El triunfo ha sido realizado por el mismo Dios, el cual ha escogido el modo, las vocaciones y los instrumentos para hacerlo y todo esto hoy está concentrado en la fiesta litúrgica de la Exaltación de la Cruz. No es por casualidad que el mismo Jesús ha recordado los motivos por los cuales nosotros, además de festejar la Exaltación de la Cruz, celebramos con el primer milagro eucarístico, los ciento setenta y cuatro milagros eucarísticos que han seguido después. Recordamos y festejamos el aniversario del servicio episcopal del Obispo ordenado por Dios, el cual en la Iglesia ha producido beneficios. A vosotros se os han manifestado algunos, entre los cuales están las cincuenta y una ordenaciones episcopales y las setenta y siete ordenaciones sacerdotales, sólo por decir algunos. Hoy celebramos también el séptimo aniversario de la firma del decreto. Yo, Obispo desde hace poco, no habría osado nunca poner mi firma en un decreto del cual, aunque ciertamente la historia de la Iglesia hablará de ello, pero he sido ordenado por Dios para cumplir este acto. Ha sido declarado públicamente que las apariciones de la Madre de la Eucaristía, los milagros eucarísticos y las teofanías trinitarias tienen un origen sobrenatural. La Iglesia llegará, ciertamente, a su triunfo porque Dios ha realizado estas acciones y las ha hecho aquí, las ha iniciado aquí, en un lugar pequeño y modesto, en la presencia de un núcleo exiguo de personas, pequeñas, sencillas y modestas. Lo que cuenta es siempre la acción de Dios y que él sea la causa de todo. El mismo Jesús ha recordado que los grandes hombres de la Iglesia han tratado de sofocar estas acciones divinas y, desde el punto de vista humano, lo han conseguido porque si miramos alrededor nuestro tenemos que declararnos vencidos y derrotados pero no es así, porque lo que han intentado matar en Italia, y en Roma en particular, ha estallado con enorme vehemencia en todo el resto del mundo. Cuantas veces, en las apariciones privadas a Marisa y a mí y también en vuestra presencia, la Virgen ha repetido: "Vosotros no podéis comprender, ni siquiera imaginar cuánto y cómo se ha realizado en todo el mundo el triunfo de la Eucaristía, cómo es de conocida la Madre de la Eucaristía, cómo es de conocido el Obispo ordenado por Dios y la vidente, instrumento escogido por Dios" y ha añadido: "Vosotros mismos sois conocidos en cada rincón de la tierra". Esto ha ocurrido porque Dios ha actuado, por tanto preparémonos, siempre en la humildad y en la sencillez, para vivir este grandioso tercer triunfo. El primero ha sido el triunfo de la Eucaristía, después el de la Madre de la Eucaristía, ahora esperamos el triunfo de la Iglesia. El triunfo de la Iglesia coincide con nuestro triunfo porque nadie, más que nosotros, tiene derecho de decir o pensar que ha contribuido fuertemente para el triunfo de la Iglesia, nadie ha amado a la Iglesia más que nosotros, ha sufrido y ha rezado por ella, queridos míos, nadie mejor que nosotros puede certificar: "Nosotros hemos trabajado para la Iglesia". Este es un momento particular e importante en el que todas las fuerzas adversarias, las diabólicas y las humanas, aunque vosotros no tengáis una aclaración explícita y no lo sintáis, se están uniendo en coalición. Las fuerzas del mal están incitando un pacto perverso e infernal para asestar un duro golpe, y de esta forma piensan que destruirán la Iglesia. Ilusos, ilusos e ilusos. Es Dios el que sostiene la Iglesia, esa puede ser devastada y herida, puede además haber derramado sangre pero no sucumbirá jamás. Por esto el 5 de agosto, mientras nos estábamos preparando para la aparición de la Madre de la Eucaristía, he pronunciado esta oración, la he hecho verdaderamente de corazón; la he concebido, creedme, sin haberla preparado ni pensado antes. He dejado hablar al corazón, he quitado la atadura del alma y de la boca y han salido estas palabras más o menos en el mismo orden con el que las habéis oído. Creía que había hecho una pequeña cosa, que era una cosa entre Dios y yo, al cual me dirigía para encomendarle Su Iglesia y no pensaba, y en esto, creedme, hay todavía por parte nuestra un acto de obediencia a Dios, que la Madre de la Eucaristía, en nombre de Dios ordenara transcribirla y hacerla conocer y difundirla. Me doy cuenta de que en algunas expresiones, quizás, es demasiado fuerte, pero se trata de la realidad. He sido, como de costumbre, enormemente sincero, he dicho lo que pensaba y me he sentido libre al expresarme porque nunca hubiera pensado que sería de dominio público. He ahí la oración, quizás un poco larga que, como ha dicho la Virgen a Marisa, se ha de recitar al inicio de la Santa Misa, justamente para entrar en sintonía con Cristo. Esta oración seguramente ha recibido una luz particular de Dios, que radica en el hecho de que nos dirigimos a Él para reforzar la relación entre los hombres y el propio Dios.
La expresión "Dios Papá" es una conquista en la teología de hoy, significa ver la paternidad de Dios como una relación tejida de libertad, de sensibilidad, de diálogo y de coloquio. "Dios Hermano" es el Hijo de Dios que se pone a nuestro lado y nos llama hermanos y Dios Espíritu Santo, el Amigo, el confidente al cual dirigirnos, con el cual hablar, del cual recibir consejos, ayuda y sugerencias y Dios Uno y Trino al cual he tratado de confiar y encomendar Su iglesia. La Iglesia no es del Papa, ni de los cardenales, ni de los obispos, ni de los sacerdotes o de las hermanas, la Iglesia es de Dios y cada miembro de la jerarquía eclesiástica, desde el más alto al más modesto, tiene que vivir realmente su misión como servicio. Es inútil que aquél que se presente como siervo de los siervos de Dios, después, en lugar de servir, domine. Es inútil que aquél que es siervo se atreva, pretenda y se imponga como dueño, ay de aquellos porque desde el primer lugar serán arrojados, no al último lugar, sino más bien, fuera del banquete y fuera de la mesa.
Esta iglesia está plagada de tempestades peligrosas: los peligros de la Iglesia provienen tanto del interior como del exterior. Tenemos todavía una Iglesia devastada y herida, que parece que esté a punto de sucumbir y sus enemigos, que se han asentado en su interior, tienen la sensación de poder cantar, dentro de poco tiempo, la plena victoria, pero cuando crean que ya pueden alzar el himno de la victoria, una trompeta del cielo hará sonar una música tan fuerte que superará cualquier otro sonido terreno, ya que sólo se oirá la música celestial. La Iglesia no se derrumba, numerosas han sido las tentativas pero no sólo no ha ocurrido sino que se han celebrado también los funerales de los que la querían eliminar y destruir. La Iglesia está viva por el poder, el amor y la gracia de Dios. Por desgracia, humanamente hablando, la realidad es dolorosa. Los peligros están en el interior, como la carcoma se come la madera desde el interior y deja la estructura externar intacta; y esta carcoma desde hace tiempo ha empezado a erosionar los fundamentos de la Iglesia y en algunos lugares incluso han causado algunos agujeros con la esperanza de que entrara mucha agua. El barco para seguir adelante necesita velas intactas, que frenen el viento impetuoso que le pueda hacer avanzar, pero las velas están rotas y no son cosidas por los que he definido como pilotos. Los pilotos, para los que tienen un poco de conocimiento y familiaridad con la jerarquía militar, representan a los que pertenecen a la categoría de suboficiales, en este caso, los sacerdotes. Aunque entre ellos muchos duermen y piensan solo en sus intereses, justo como los que ocupan un escalón más alto, los obispos, es decir los oficiales, los cuales deberían tomar en sus manos el timón de la Iglesia y dirigirla en la dirección correcta, pero sus manos están sucias, por lo que no pueden orientarla según la brújula de Dios. Sacerdotes y obispos serán arrojados fuera, puestos del lado de los renegados. Tenemos que rezar por esto y confiar la iglesia además de a Dios Papá, Dios Hermano y Dios Amigo, a la que es Madre de la Cabeza y fundador de la Iglesia, la que es Madre del Cuerpo Místico, es decir, de todos los bautizados que forman una unidad vinculante y profunda. El Cuerpo Místico necesita sentirse protegido, defendido, sentir el calor del amor materno de María. ¿Puede faltar, quizás, San José? Oh no. Por esto él que ha defendido al pequeño Jesús, tiene también la tarea de defender el Cuerpo Místico de Cristo, habiendo amado a Jesús como a un Hijo y esperamos que continúe con la misma solicitud y previsión, protegiendo y defendiendo a la Iglesia. Sólo Dios puede volver a coser las velas arrancadas, sólo Dios puede llenar los agujeros presentes en la bodega del barco, sólo Dios puede enviar al Espíritu Santo para que mande Su soplo poderoso para poner a la Iglesia en la ruta correcta y cuando esta nave sea protegida verdaderamente y abierta al amor materno de María y al calor, al poder de la Eucaristía, entonces no temerá por ningún enemigo y finalmente empezará el gran momento, el gran triunfo, consecuencia de su renacimiento. Entonces los enemigos vencidos sólo podrán reír maliciosamente en la tierra o, peor para ellos, en el infierno. Ante esta visión profética y maravillosa tendríamos que inclinar la frente, doblar las rodillas y elevar nuestro canto a Dios porque sólo Él puede y tiene que hacer triunfar a la Iglesia para Su gloria y por el bien espiritual de todas las almas. Sea alabado Jesucristo.