¡Sea alabado Jesucristo!
Mis queridos hermanos y hermanas, hoy empieza el nuevo año social 2009-2010. Empieza el año de las intervenciones divinas con una renuncia que me toca antes a mí que a vosotros. Esta lluvia tan abundante e incesante, que provoca también una humedad muy acentuada, me ha obligado por desgracia a renunciar a celebrar la S. Misa por vosotros y con vosotros. Pero, de todos modos, sabed que mientras vosotros participaréis en la S. Misa celebrada por quien me sustituye, yo la celebraré en esta habitación, que Marisa ha llamado "las cuatro paredes" que la tienen prisionera, por vosotros, por cada uno de vosotros, por nuestra comunidad.
Por desgracia me he visto obligado -como ya os he dicho- a renunciar a celebrar la S. Misa, pero no renuncio a hablaros.
Físicamente (y parece un absurdo, al inicio del nuevo año) el Obispo y la Vidente no están en medio de vosotros. Pero ciertamente, en bilocación, mientras celebre la S. Misa, Marisa junto a la Virgen, a San José y a la abuela Yolanda, además de a mi lado, como ha sido siempre repetido y anunciado, estará también en medio de vosotros. Y vosotros sabéis que la presencia del alma es mucho más fuerte, más valorada que la otra presencia que a menudo es de fachada ¡y no sirve para nada!
De todos modos siento la alegría de daros a cada uno de vosotros la bienvenida a este lugar taumatúrgico, lugar bendecido por Dios, lugar convertido en santo y taumatúrgico por Dios, sitio en el que ha tenido lugar una sucesión impresionante de grandes acontecimientos.
Quiero citaros algunos, no porque dudo de que los hayáis olvidado, sino sencillamente por la alegría de recordarlos.
Es justo empezar recordándoos las excepcionales y numerosas teofanías trinitarias que han ocurrido en la basílica, en la capillita y en esta habitación, que ha visto durante tantos años la presencia dolorosa de Marisa. A través de esas experiencias suyas, hemos podido hacer un primer, pequeño y tímido paso hacia la comprensión del Misterio Trinitario. Ella misma describía lo que ocurría delante de sus ojos: el Padre, del que salían uno a continuación del otro, iguales e idénticos, primero el Hijo y luego el Espíritu Santo. Y he ahí ¡Dios Uno y Trino presente en medio de nosotros!
Las apariciones de la Virgen, definidas las más importantes de toda la historia de la Iglesia: ¡muchas, numerosas y excepcionales!
La ordenación episcopal: hecho único en la historia de la Iglesia después de la ordenación episcopal de los Apóstoles y de Pablo -quiero subrayar- siempre realizadas por Jesús.
El don de la Puerta Santa, de cuyos beneficios gozamos todavía hoy.
Las cartas de Dios que nos han acompañado y nos acompañarán todavía; con este propósito os dirijo una urgente y calurosa invitación a releerlas porque veréis que releyéndolas sentiréis un gusto y una comprensión mejor y más profunda.
Los numerosos milagros eucarísticos (185), que comprenden también muchas efusiones de sangre de hostias, hasta aquella del 11 de junio del 2000, durante la S. Misa celebrada por el Obispo ordenado por Dios.
Y, además de esto, todas las gracias de orden espiritual y de orden físico que, por intercesión de la Madre de la Eucaristía, ¡hemos obtenido para nosotros y para los otros!
Bajo este toldo, hoy tan bombardeado por una lluvia incesante, quiero recordar los dos grandes acontecimientos: el inicio oficial de mi servicio episcopal (el 14 de septiembre de 1999) y la firma del Decreto, que Dios mismo me ordenó notificar, con el que se dio el reconocimiento de las apariciones de la Madre de la Eucaristía, las teofanías trinitarias y las mismas cartas de Dios
Ciertamente, en un rincón de vuestra mente, pero sobre todo de vuestro corazón hay una pregunta: "¿Cuándo acabarán las pruebas a las que Dios nos somete continuamente?". Quiero recordaros, queridos míos, que el Misterio Eucarístico implica la presencia y, a continuación, la realización de la pasión, de la muerte y de la resurrección. La pasión y la muerte ya han ocurrido, tanto es así que si miráis aquel cuadro frente a vosotros encontraréis escrito en letras nítidas y claras "Inicio de la realización de las promesas de Dios". En este año, que terminará el 8 de diciembre del 2010, tendrían que empezar las intervenciones prometidas. Intervenciones que nosotros podemos llamar como Resurrección.
Las pruebas sirven para que la fe, la esperanza y la caridad sean más fuertes. Es verdad que Dios nos ha probado, pero también nos ha dicho: "No os defraudaré. Y todo lo que he prometido lo realizaré".
Os podría citar muchos ejemplos, pero me limito y me detengo en el clásico de Abraham que se convirtió en padre de multitud de pueblos en edad avanzada. Mientras pensaba que todos sus bienes ya no pasarían a un heredero directo, por sucesión genética y genealógica, sino a un siervo suyo, fue premiado por Dios y exaltado con una intervención particular: Dios hizo que su mujer Sara, anciana y estéril, fuera fértil y después de nueve meses engendrase a Isaac.
Y al mirar al Crucifijo que tenemos enfrente, no podemos dejar de recordar también lo que está escrito en el Evangelio de Juan: "Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así será levantado el Hijo del Hombre. Tanto amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo Único, para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna". Jesús, después de haber vivido una dura y sanguinaria pasión, no se limitó a subir a la Cruz, sino que hizo don de Sí mismo. Él, segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios e Hijo de Dios, como dice Pablo en el fragmento de la carta a los Filipenses, "Se despojó de Sí mismo, asumiendo la condición de siervo": renunció, de manera externa, a todos los atributos divinos parta aparecer cada vez más semejante a los hombres. En esta condición nosotros Lo sentimos hermano, Lo sentimos amigo, Lo sentimos sobre todo Salvador y Redentor. Es justamente por esta total y completa obediencia Suya a los designios del Padre, que Dios lo ha exaltado y Le ha dado un nombre sobre todo nombre. Por tanto nosotros tenemos que tratar de imitar a Cristo: como Él, obedecer a los designios del Padre, aceptar los designios del Padre y vivir en un empeño constante y continuo, por el cual de una modesta vida espiritual podamos llegar a una vida espiritual cada vez más alta y más cercana a Dios.
Jesús es nuestro amigo. No lo olvidéis nunca. En los momentos de la prueba, en los momentos en los que la duda aparece, en los que la incertidumbre hace prisionero el corazón y el sufrimiento tritura el alma con una herida devastadora, es en aquellos momentos en los que tenemos que levantar la mirada y clamar al Cielo, repitiendo el versículo que leeréis en el momento del salmo responsorial: "Señor, Tu eres nuestra salvación".
Y con esto, queridos míos, termino estas palabras que salen del corazón; un corazón, creedme, probado en abundancia, pero que en este momento se levanta hacia Dios y levantándose hacia Dios encuentra la asistencia, el amparo, la ayuda, el consuelo y la intercesión de María, Madre de la Eucaristía, de San José Custodio de la Eucaristía, de la abuela Yolanda y de nuestra hermana Marisa, víctimas y adoradoras silenciosas, amantes de la Eucaristía.
Queridos míos, una última oración, si puedo: yo recordaré a Dios a cada uno de vosotros, pero vosotros en esta Misa recordad a Dios a vuestro Obispo, para que tenga cuanto antes la eficacia de sus fuerzas para servir a Dios, serviros a vosotros, servir sobre todo a la Iglesia, por la cual hemos pagado fuertes tributos para cooperar a su renacimiento.
Y con esto, queridos míos, ¡sea alabado Jesucristo!