Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 14 diciembre 2008
I lectura: Is 61,1-2.10-11; Salmo Lc 1, II lectura: 1Ts 5,16-24; Evangelio: Lc 4,16-22
(el Obispo quiso leer el fragmento de Lucas en lugar del Evangelio de día de Jn 1,6-8.19-28)
Hay una perfecta sintonía entre la primera lectura de Isaías y el fragmento del Evangelio de Lucas, pero, incluso tratándose de las mismas palabras, hay una interpretación diferente. Empecemos con el profeta Isaías.
El espíritu del Señor Dios está en mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a curar los corazones oprimidos, a anunciar la libertad a los cautivos, la liberación a los presos; a proclamar un año de gracia del Señor. Yo salto de gozo con el Señor, mi alma se entusiasma con mi Dios, porque me ha puesto los vestidos de la salvación, me ha envuelto en el manto de la justicia, como un recién casado se ciñe la diadema o una novia se adorna con sus joyas. Pues como la tierra echa sus brotes, como un huerto hace brotar lo sembrado, así el Señor Dios hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones. (Is 61,1-2.10-11)
Para que podáis comprender bien el significado del fragmento que habéis leído y escuchado, tenéis que tener presente el contexto histórico en el cual ha sido escrito y la intención del profeta al hablar de la misión a la que Dios le había llamado. Una misión profética que se realiza y se celebra en una circunstancia feliz y favorable porque, a diferencia de cuantos sostienen lo contrario, en este caso Isaías se refiere a una condición que ve el retorno de los exiliados, es decir de los judíos, que habían sido deportados a Babilonia. Es legítimo preguntarse, ya que los exiliados han vuelto, cuál es el motivo de esta tristeza. Se habla, de hecho, de esclavos, de alegre anuncio y de oprimidos. El motivo está en el hecho de que hay que considerar también otra circunstancia histórica: el pueblo judío, cada cincuenta años celebraba el jubileo y ya que su intención, sugerida, no obstante por Dios, era el descanso de la tierra durante un año, sin someterla, por tanto, al arado, cavado, plantado y sembrado de frutos. Al mismo tiempo el pueblo judío tenía que alabar a Dios, Creador de todo. A este primitivo significado de orden económico-social se ha añadido también otro de orden moral, es decir: en el año del jubileo tenía que ser restituida la libertad de todos los israelitas esclavos que, por diversos motivos, la habían perdido y, al mismo tiempo, tenían que ser restituidas a los legítimos dueños, las tierras enajenadas o hipotecadas. Incluso tratándose de una realidad social está presente una exigencia de verdad y amor. Leyendo a Isaías, una vez descrito el cuadro histórico, podéis comprender como el profeta es consciente de haber sido llamado. Es talmente consciente que atribuye a Dios la unción por la que él tiene que realizar ante el pueblo judío la tarea y el ministerio de profeta. La unción, que estaba reservada a los sacerdotes y a los reyes, indica exactamente la llamada de un hombre a realizar una determinada misión. Cristo o Mesías significa "ungido"·
Llegó a Nazaret, donde se había criado. El sábado entró, según su costumbre, en la sinagoga y se levantó a leer. Le entregaron el libro del profeta Isaías, desenrolló el volumen y encontró el pasaje en el que está escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor. Enrolló el libro, se lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó; todos tenían sus ojos clavados en él; y él comenzó a decirles: "Hoy se cumple ante vosotros esta Escritura". Todos daban su aprobación y, admirados de las palabras tan hermosas que salían de su boca, decían: "¿No es éste el hijo de José?". (Lucas 4,16-22)
He querido que leyeseis el fragmento del Evangelio de Lucas porque el paso de Isaías tiene un significado pura y exclusivamente mesiánico. De hecho, Cristo se apropia de ello y se lo atribuye a sí mismo. Era frecuente, ante al pueblo judío, que no sólo los rabinos, sino también otras personas que despertaban una cierta atención, un cierto interés, pudiesen leer la Sagrada Escritura. Ocurría entonces lo que, de una manera parecida, se realizaba en las liturgias católicas: el Antiguo Testamento se leía en hebreo pero el pueblo hablaba en arameo, por tanto, cada versículo leído se traducía para que los presentes pudieran comprenderlo. Jesús, por tanto, inteligentemente abre el rollo del pergamino en el que estaba escrito el fragmento de Isaías y lo lee dando a éste un significado puramente mesiánico y, seguidamente después de haberlo leído, devuelve el volumen. San Lucas escribe que todos tenían los ojos fijos en Él porque estaban atraídos por su Pablara, por su majestad, por su capacidad de ejercer el papel de Maestro. No sabemos todo lo que dijo Jesús en aquella ocasión, pero, ciertamente, tiene que haber hecho un discurso claro, importante y largo y que provocó, inicialmente, la admiración de sus oyentes. Podemos decir que el Señor se presentó oficialmente en su patria, en su ciudad. Jesús verá crecer poco a poco la oposición respecto a él y dirá: "Ningún profeta es bien recibido en su patria" (Lc. 4, 24). De hecho, sabéis, que cuando los judíos comprendieron que se refería a ellos cuando los amonestaba, querían apedrearlo y llevarlo al barranco, donde se alzaba la ciudad, para arrojarlo abajo. Jesús se alejó de este asesinato, porque, siendo Dio, sabía que aún no había llegado su momento.
La Palabra de Dios es actual, se hace presente y es real incluso en los contextos históricos que lo sobrepasan y se realizan con posterioridad a los hechos y a las palabras pronunciadas por Jesús.
Para respetar la verdad y para honrar la voluntad de Dios, tengo que añadir que además de la versión que dan Isaías y Jesús al fragmento de la Palabra, se puede analizar una tercera que no desacredita ni la primera ni la segunda. Esta ulterior aplicación del fragmento en cuestión hace referencia a dos profetas que Dios ha escogido para hacer que, en su Iglesia, se realizase el triunfo de la Eucaristía y de la Madre de la Eucaristía. Estos dos triunfos ya han ocurrido, mientras que el de la Iglesia todavía no se ha realizado. Si alguno albergase todavía dudas sobre el motivo por el que Dios se ha reservado a Sí mismo mi ordenación episcopal, ahora existe una nueva explicación que se puede ofrecer a tal propósito. La ha reservado a Sí mismo porque ha querido que yo, indignamente, débilmente, pero auténticamente ejerciese en la Iglesia, junto a Marisa, el papel de profeta. La ordenación episcopal de origen divino puede ser interpretada también desde este punto de vista. No puedo vivir este fragmento íntegramente como Isaías o como Jesús, pero lo vivo como Jeremías o como Job y comprenderéis el motivo. Es verdad, el Espíritu del Señor está realmente sobre mí, porque me ha dado la fuerza, aunque angustiado, triste y preocupado, para que pudiese gestionar progresivamente las misiones que Él me ha confiado, que nos ha confiado. ¿Quién puede decir mejor y con más fuerza que el que habla: "El Señor me ha consagrado con la unción?". Hay actividad humana, compromiso humano y llamada humana en mi ordenación episcopal. Este gran don de Dios me ha sorprendido y consternado y provocó tremendas reacciones en los que habían advertido el peligro de ver disminuir su poder. Dios, ¿dónde ha querido que llegase yo? A dar el anuncio a los míseros, a los que estaban lejos, privados del verdadero alimento en una situación de debilidad. Dios ha deseado que pudiera dar de nuevo el Pan del Cielo que Cristo había dado, ofreciéndose a Sí mismo a los hombres, para proclamar la libertar de los esclavos. En este caso el esclavo es aquél que está sujeto al demonio, al pecado. Muchas personas, millares, centenares, millones, y no se trata de una afirmación mía, han sido libradas de la esclavitud del pecado, y el Señor se ha servido de estos dos instrumentos para su liberación suscitando rabia, odio y resentimiento por parte del demonio que ha intentado suprimirnos varias veces y ha suscitado la misma reacción por parte de los aliados del demonio que, todavía hoy, no han dejado de llevar a cabo atentados para eliminarnos. Por lo que concierne a "la excarcelación de los prisioneros" de los que habla Isaías, el prisionero es aquél que tiene vínculos que lo tienen ligado y Dios, en cambio, nos ha restituido la plena libertad ya que dice Jesús: "Conoced la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8, 32), la mentira, por el contrario, hace esclavos. Ahora consideremos la parte en la que yo, ciertamente, no me reconozco: "Yo me regocijo plenamente en el Señor y mi alma exulta en mi Dios". Hoy no siento este sentimiento, no, Dios mío, lo he sentido en el pasado, pero en el presente, por desgracia, no lo siento y ahora puedo dirigirme a Ti con las palabras de Jeremías: Tú Señor has sido más fuerte Tú, Señor me has seducido" (Ger. 20,7), o con las palabras de Job que maldice, en cierto sentido, contra las desgracias que lo han aplastado. En este momento, ésta es la situación del Obispo ordenado por Dios, no por causa de rebelión, de rabia o resentimiento, sino por el cansancio, amargura y desilusión y hoy nueva hiel se ha añadido a nuestro cáliz porque las noticias que habéis oído, a través de la carta de Dios, son tristes y preocupantes. Pero ¿es posible que los pastores no amen en absoluto a sus ovejas y se desinteresen a tal punto que no eleven a Dios ni siquiera una breve oración? Es triste esto, no podemos alegrarnos ante esta realidad. Si participáis de nuestro dolor y de nuestro sufrimiento, también vosotros, por tales motivos, no podéis alegraros en absoluto. No se puede uno alegrar cuando el sufrimiento te golpea, el dolor te desgarra y el cansancio te oprime y, mirando alrededor, ves todavía que una vez más los pobres, los pequeños y los débiles sufren y lo ricos, los poderosos, por el contrario, continúan viviendo como el rico Epulón (Lc. 16, 19-31). Sé que para el rico Epulón después hubo la condena y el infierno y que para estos habrá la condena y el infierno, pero ¿mientras tanto? Es esta palabra "mientras tanto" la que me turba. Dios mío, ¿por qué tienen que llorar los inocentes, gemir los débiles, suspirar los pobres? Dios podría responder: "Lo que habría podido haber sucedido por culpa de los hombres, por sus egoísmos y por sus robos, no se ha realizado, las condiciones geológicas y técnicas lo habrían permitido, pero Dios ha hecho que lo peor no se realizase y, además, una vez más, lo peor habría golpeado solamente a los pobres". Dios ha intervenido por las súplicas de la Madre de la Eucaristía, de nuestra Madre y ahora pongamos al lado de sus poderosas oraciones las nuestras, débiles y pobres.
"Os habéis dado cuenta que la purificación ha llegado y no ha terminado. ¿Quién ha ido a rezar? ¿Quién ha rezado a Dios para que terminara este momento tan difícil? Las familias pobres se han puesto de rodillas a rezar, pero los que habrían tenido que dar ejemplo, no lo han hecho: ni los sacerdotes, ni las religiosas, ni los que se llaman laicos comprometidos. Vosotros, quizás, no habéis creído totalmente en la purificación. Habrá otras lluvias, pero yo trataré de detener la mano de Dios, como he hecho en estos días, de otro modo habría habido un desastre mayor y lo habrían pagado como siempre las personas pobres" (Carta de Dios del 14 diciembre 2008).
La Virgen ha hablado del momento terrible y no se puede permanecer indiferentes escuchando cuanto ha sido dicho; ay de aquellos que, terminada esta celebración eucarística, salgan por aquella puerta y traspasándola, olviden esto, porque significaría que sois dignos de los pastores que Dios os ha puesto al lado, pero las ovejas a veces, tienen que tener la sabiduría de los pastores. Continuando el ejemplo de las ovejas, sabéis que cuando están mal, de manera espontánea buscan la hierba que pueda ayudarles a estar mejor y a sanarse. La hierba no es dada por los pastores y hoy yo veo y describo a esta hierba como gracia, sostén y poder de Dios. Los pobres gritan, los enfermos suplican, los niños y los ancianos privados de todo lloran, pero a sus manos llega sólo lo que sale del corazón de Dios, del corazón de los hombres no sale nada, porque en aquellos corazones hay dureza y egoísmo. Les gusta conservar y no dar, quieren aparecer y no ser, dominar y no servir; ay de aquellos porque serán golpeados por la justicia de Dios, nadie puede escaparse de Su juicio. Adoptemos a los que se enfrentan a las peores condiciones, recemos por ellos y ésta será la canastilla que podremos confeccionar para Jesús, el cual dice: "En verdad os digo: todo lo que habéis hecho a uno sólo de estos mis hermanos más pequeños, me lo habéis hecho a mí" (Mt 25,40). Me hubiera gustado celebrar la novena con el típico espíritu de la Navidad, por desgracia la vivimos con el típico espíritu de la Cuaresma. La prudencia me aconseja no empezar la novena porque sé que en los próximos días en Roma, de manera particular, tienen que haber fuertes precipitaciones. Lo digo con tristeza porque es la novena que me importa de una manera particular, pero no puede ser hecha, es una privación que ofrecemos al Señor, incluso por motivos internos en nuestra casa y creo comprenderéis lo que quiero decir, pero al menos como en ocasión de la fiesta de la Inmaculada, podremos hacer el triduo. Sé que es un sacrificio, pero hagámoslo por estos hermanos nuestros y el martes lo terminaremos para luego retomar en el nuevo año la jornada eucarística que puede ser incluso prolongada, para los que trabajan, después de la celebración de la santa Misa. Espero haber sido claro, que todos hayáis comprendido, espero y deseo que respondáis al llamamiento de Dios y de la Madre de la Eucaristía que yo he suscrito y de la que os he informado.
Sea alabado Jesucristo.