Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 15 marzo 2009
III Domingo de Cuaresma
Después de la creación del hombre por Dios y de la desobediencia del hombre, se cernía sobre el mundo un “no” claro y preciso que no podía ser borrado en absoluto por ninguna acción humana y que hubiera pesado como un peñasco, sino Dios mismo, el que había sido ofendido por ese no, lo canceló. La Segunda Persona de la Stma. Trinidad, entrando en el mundo dice, dirigiéndose al Padre: “Eh aquí que vengo, oh Padre, para hacer tu voluntad” y sobre el mundo aquel no es sustituido por un sí inmensamente más grande y luminoso. El no del hombre es cancelado por Dios, que se vuelve semejante al hombre, excepto en el pecado, como nos recuerda Pablo. Dios podía prescindir de la colaboración humana, sin embargo quiere que colabore con Él y envía al Mesías, el Cristo, que es por su naturaleza único mediador entre Dios y el hombre. Jesús no tiene necesidad de ninguna colaboración humana para realizar la obra de la redención, pero, en los planes de Dios, el hombre tiene que dar su aporte y el primer ser humano en darlo, junto al sí del Dios Hombre, su sí humano, es María. Y eh ahí que, al lado de la Eucaristía está la Madre de la Eucaristía, al lado del Redentor hay una corredentora, aunque aún no es una verdad de Fe, al lado del único verdadero mediador está María, mediadora de todas las gracias, aunque todavía no es un dogma. Dos figuras se alzan sobre el mundo: la figura de Jesús Eucaristía y la figura de María, Madre de la Eucaristía. En la Eucaristía está presente Jesús redentor, mediador, sumo, único, primer sacerdote y, al mismo tiempo, víctima divina. En María está presente igualmente la función de madre, en cuando ha dado un cuerpo a Dios que tenía que ser traspasado y la sangre que tenía que derramar, por su voluntad, para realizar la Redención, pero está presente también la función de mediación y de corredención. Jesús Eucaristía podía prescindir de la Madre de la Eucaristía, sin embargo ha querido no solo una criatura humana como su madre, sino que también los hombres fuesen sus representantes en el mundo para llevar la gracia, para anunciar la Palabra, para indicar el camino, es decir, quería el sacerdocio que está, de modo particular, en función de la Eucaristía. Si, por desafortunada hipótesis, todos los sacerdotes murieran al mismo tiempo, en el mundo ya no habría Eucaristía y si es verdad que el sacerdocio está en función de la Eucaristía, la Eucaristía es el primer oficio, el culto supremo que el sacerdote, en nombre de todos los hombres, puede y debe elevar a Dios. Eh ahí entonces la Eucaristía en su triple función de presencia, comunión y sacrificio: presencia de Jesús en cuerpo y sangre, fruto del sí de María; alma, creación por parte del Padre; y divinidad, porque es hijo de Dios. La presencia de Dios en cuerpo, sangre, alma y divinidad habría sido ya una cosa inmensa, pero Dios va más allá, nos sorprende y hasta se convierte en alimento espiritual del hombre. Cristo se hace prisionero, casi dependiente del hombre, Dios Omnipotente escoge ser prisionero del hombre que, a través de este alimento, eleva su dignidad a una altura que, de otro modo, nunca habría podido llegar, porque la filiación de Dios surge, se nutre y perfecciona por la Eucaristía.
Presencia es un regalo grande, comunión es un regalo inmenso, pero sacrificio es un regalo impactante. Habría sido suficiente una, dos gotas de sangre de Jesús para redimir al hombre, en cambio Jesús vino a vivir las experiencias dolorosas que nos trastornan, ya anunciadas en el Antiguo Testamento. Este es el motivo por el que os he hecho leer una parte de un fragmento de Isaías, que es definido también como el quinto evangelista porque en aquel capítulo y en los anteriores, bajo la inspiración de Dios, describió la pasión de Jesús de manera precisa y peculiar. Si ponemos este anuncio de la pasión al lado del relato de la Pasión de Cristo, que dentro de poco tiempo leeremos, con motivo de la Semana Santa, si somos capaces de poner un poco de inteligencia y amor no podemos terminar la Pasión sin estar conmocionados por lo que Cristo quiso infligirse voluntariamente a sí mismo para demostrar su amor infinito, inmenso e inconmensurable. Sería ya inmenso si la muerte y pasión del Hijo de Dios hubiese ocurrido una vez hace dos mil años y pudiésemos vivir en el recuerdo de este suceso, pero Dios va más allá, nos sorprende, sobretodo, nos conmociona, porque lo que ha realizado dos mil años antes se vuelve realidad, actualización en cada lugar de la tierra, en cada momento de la historia, cada vez que un sacerdote, válidamente ordenado, repite las palabras que Jesús pronunció en la última cena.
Nosotros, como hombres, ante todo esto, hemos reaccionado con ignorancia, desapego, indiferencia y desinterés, en parte también a causa de las graves faltas de los sacerdotes, que son la continuación histórica de la acción y de la presencia de Jesucristo. Nuestra primera tarea es catequizar, predicar, hacer conocer a Jesús y lo que ha enseñado. Después de tantos siglos ha habido este desapego en relación con la Eucaristía porque nosotros los sacerdotes hemos omitido durante siglos lo que era verdaderamente importante y hemos llevado nuestra atención y la de los hombres sobre realidades inmensamente menos importantes y menos incisivas en la realidad humana. Así, la que pronunció su sí y lo colocó al lado del sí de Dios, María, la mujer de Nazaret, la madre del Mesías, ha continuado aquella obra que empezó bajo la cruz. El sí de María pronunciado en la encarnación, pronunciado en la redención, continúa en la historia. Si el hombre ha vuelto a amar la Eucaristía no lo debemos al Papa, a los obispos, a los cardenales y a los sacerdotes, sino a ella, a través de sus intervenciones y de sus apariciones en el mundo y, de manera particular, a través de las apariciones ocurridas en este lugar bombardeado, calumniado, denigrado por los hombres que se han comportado como los enemigos de Cristo, que lo condenaron a muerte. Nosotros amamos la Eucaristía porque la Madre de la Eucaristía nos lo ha enseñado y siempre recuerdo que a aquel obispo que me preguntó: “Pero ¿a usted para que le han servido las apariciones de la Madre de la Eucaristía?”, yo le respondí que me han enseñado a amar la Eucaristía, a creer en la Eucaristía, a predicar la Eucaristía. Entonces el papel del sacerdote y, en caso específico, del Obispo Ordenado por Dios, se amplía en la Iglesia para restaurar el amor a la Eucaristía y, como dijisteis maravillosamente ayer durante la vigilia, y de esto os estoy agradecido, al lado del Obispo Dios puso una criatura sin grandes características humanas, una criatura humilde, sencilla, enferma, sufriente. De esta fusión del Obispo y de la Vidente vino el triunfo de la Eucaristía, declarado por Dios el 10 de enero de 2002. Dios ha atribuido el triunfo de la Eucaristía al Obispo y a la Vidente, pero también a vosotros, muy subordinadamente. Si supierais lo feroz que estaba el demonio contra nosotros y ayer os dije algo al respecto y solo el relato hace vacilar la mente. Dios quiso que al lado del Obispo y de la Vidente estuviesen personas humildes y sencillas. Cuando dije al Señor, en una conversación: “Dios mío, tu sabes que durante años he considerado a mis otros hermanos mejores que yo, más inteligentes, más cultos, más preparados”, Él me respondió: “Por esto te he nombrado obispo”. Tenemos que ser conscientes de nuestros límites, no enorgullecernos, sino ser conscientes de nuestra pequeñez y la Virgen lo repitió, citando las palabras de Jesús: “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los soberbios y las has revelado a los pequeños”. Recordad que los pequeños del evangelio son los más grandes en el reino de los cielos, de hecho, por ejemplo, hacia una criatura que vivía en completo secreto como la abuela Yolanda, en el Cielo hay un respeto extremo por parte de Dios. Cuando la Vidente, y esperemos que dentro de no mucho tiempo si la queremos, deje la tierra para ir al Paraíso, no imagináis ni siquiera cuál será la fiesta con la que será acogida. Dios me dijo algo sobre esta fiesta y lo sabréis también vosotros en el momento oportuno. La misma fiesta se repetirá cuando, a su vez, pero lamentablemente tendrán que pasar años, también el Obispo ya no obispo, pero con otro cargo, se una al Padre.
Creo que Marisa puede prometer que irá a preparos un lugar en el Paraíso y podemos decir que este lugar os está garantizado porque habéis amado y defendido la Eucaristía, los milagros eucarísticos y las apariciones de la Madre de la Eucaristía. Sobre estas obras de Dios los hombres, a veces incluso en las altas esferas y, a veces, incluso los que han formado parte de esta comunidad, han arrojado ironía, lodo y desprecio. No quisiera estar en su lugar cuando llegue el momento en el que se presentarán delante de Dios, porque en aquel momento, como ya ha dicho, públicamente muchas veces y, privadamente, a Marisa y a mí, sonarán sus tremendas palabras: “¡Id, malditos, al infierno! ¡Ay de vosotros! Ay de los que han calumnian a mi Obispo, al Obispo que yo he ordenado”. El “ay” de Dios es terrible, pero para vosotros sonarán palabras diferentes: “Venid, benditos de mi Padre, entrad en el gozo del Paraíso preparado para vosotros desde la eternidad”. Sí, queridos míos, Dios nos tiene presentes en su mente desde la eternidad y en Dios todo está presente, por tanto estamos presentes Marisa y yo, pero también estáis presentes vosotros por lo que sois ahora y somos todos los presentes por lo que seremos en el futuro. Por tanto cuando Jesús dijo: “preparada para vosotros desde la eternidad” quería decir que Dios desde la eternidad ha pensado en nosotros y nos ha amado, pero nos ama porque nosotros amamos la Eucaristía. ¡Este es el pasaporte! Y entonces entendéis porque en el canon de la Misa yo digo y rezo “por los sacerdotes que aman la Eucaristía”. Esto es exacto teológicamente, esta es la realidad. Para aquellos sacerdotes que no aman la Eucaristía no puedo perder el tiempo, para ellos habrá condenación, para los laicos que no aman la Eucaristía aunque pretendan amarla, no habrá salvación, pero nosotros amamos la Eucaristía.
Creo que la mayor alegría que puede tener el Obispo de la Eucaristía y la Víctima de la Eucaristía es haberos infundido con su predicación, testimonio y sufrimiento un gran amor que se expande continuamente hacia la Eucaristía. Durante la oración he dicho que en nombre de la nueva Iglesia profesaba hacia Dios obediencia y docilidad y tenía todo el derecho de hacerlo, en cuanto Él me ha ordenado obispo justamente en función de la nueva Iglesia, pero al lado de mi sí está el sí de la Vidente y tenéis que poner también vuestro sí. Sed fieles a este sí, llevadlo al mundo, no os dejéis intimidar por el no de las personas que son enemigas de Dios. Sea éste el distintivo: sí a Jesús Eucaristía, sí a los milagros eucarísticos, sí a las apariciones de la Madre de la Eucaristía, sí al Obispo de la Eucaristía, sí a la Víctima de la Eucaristía. En ese momento estaréis protegidos de cualquier tempestad y huracán que, desgraciadamente, azotará al mundo y a la Iglesia, cuando Dios intervenga para cumplir sus promesas. Queridos míos, gracias por estar aquí, pero vosotros dad gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por haberos llamado aquí. Alabado sea Jesucristo.