Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 15 noviembre 2009
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Dn 12,1-3; Sal 15; Hb 10,11-14.18; Mc 13,24-32
Es una gran alegría empezar la nueva semana bajo el distintivo de la Eucaristía, del amor, de la participación y de la profundización de la Palabra de Dios.
Los motivos que todavía nos impiden reunirnos para profundizarla en los encuentros bíblicos, ya los conocéis; así pues los jóvenes me han aconsejado explicar las lecturas dominicales con la intensidad y la profundidad de los encuentros bíblicos.
Y hoy es el caso más indicado. Si leyendo las lecturas no habéis comprendido demasiado, no os tenéis que avergonzar, de hecho, tampoco los exegetas, sobre estos textos, han hecho una interpretación común. Yo no quiero exponerlas todas, porque os aburriría, pero os explicaré la más apropiada a la Sagrada Escritura.
Empecemos enseguida a hacer una precisión. Nosotros tenemos dos verdades de fe: "Unidad y Trinidad de Dios" y "Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre". Detengámonos delante de Jesús, con humildad inclinemos la cabeza y digamos: "Señor, háblanos de Ti". Él puede hablarnos, ya sea a través de la inspiración, o a través de los estudios anteriores. En Cristo, única persona, hay dos naturalezas: la naturaleza humana y la naturaleza divina. Los primeros teólogos, los Padres de la Iglesia, afirmaban: "Doble naturaleza que se une en una única persona".
Por lo que se refiere al ejemplo del conocimiento, Jesús posee tanto el conocimiento humano, que adquiere gradualmente en el tiempo, como el divino omnisciente. Estad atentos a esta afirmación, porque algunos herejes leyendo el último versículo del Evangelio, "En cuanto a aquel día y a aquella hora, nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, excepto el Padre" (Mc 13, 32), han llegado a la conclusión de que Jesús no es omnisciente, ¡significa que no es Dios! ¿Comprendéis dónde han llegado? Sin embargo, si vosotros tenéis presente el conocimiento humano de la persona de Cristo, veis que, en este caso, se tiene en consideración la gradualidad del aprendizaje.
Cuando Jesús enseñaba no se refería solamente a aquellas personas, pocas o numerosas, presentes delante de Él, que le escuchaban, sino a todas las de todos los tiempos que habrían conocido el S. Evangelio. Espero que hayáis comprendido este punto y si alguno os hubiera de llevar a engaño, estáis lo suficientemente preparados para responder.
Jesús es, por tanto, una realidad teantrica; esta palabra deriva del griego y está compuesta de Teos: Dios y de Andros: hombre; es decir verdadero Dios y verdadero hombre. Cuando vosotros decís: "Dios mío, Jesús, Te reconozco como mi Dios y Te reconozco como mi hermano" es una afirmación correcta, porque la fraternidad entre nosotros y Cristo se basa exactamente en la participación que tenemos en común en la Humanidad. Pero, ¡cuidado! Cada acción realizada por Jesucristo tiene un valor infinito, porque no está constituida exclusivamente por la naturaleza humana, sino que abarca la totalidad de la persona, por tanto también de la naturaleza divina. Por lo que es exacto decir "Dios sufre", justamente porque el sufrimiento forma parte de la naturaleza humana, pero Jesús es también verdadero Dios, así pues el sufrimiento se eleva a valor infinito.
Ahora comprendéis claramente el motivo teológico por el cual muchas veces hemos afirmado que habrían sido suficientes pocas gotas de sangre derramadas durante la circuncisión del Niño Jesús para salvar al Mundo; de hecho, incluso siendo una acción humana, la realidad teantrica de Cristo la eleva a un valor infinito. Este es un punto claro que tenéis que tener presente.
Empecemos con el S. Evangelio. Aquí se hace referencia al doble fin: al fin de Jerusalén y al fin del Mundo. Para los Hebreos con la destrucción de Jerusalén, se acabaría la existencia humana, por tanto identificaban el fin de Jerusalén con el fin del Mundo.
En las Sagradas Escrituras, cuando se habla del día del Señor: "En aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas" (Mc 13, 24-25), indica siempre las intervenciones de Dios. El fin de Jerusalén es una intervención de Dios, que anticipa la experiencia, el conocimiento, la admisión del fin del mundo. Y tenéis que tener presente también que Dios (y Jesús es Dios) conoce el futuro; por lo que cuando habla de "tribulación" se refiere al asedio alrededor de Jerusalén, que le llevará a la destrucción por parte de los Romanos.
También las palabras sucesivas: "El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas" (Mc 13, 24), revelan la destrucción de Jerusalén. De hecho los testimonios de los historiadores del tiempo, afirman que en los años inmediatamente precedentes al fin de Jerusalén hubieron perturbaciones, terremotos y maremotos. Mientras que nosotros, los hombres, no sabemos lo que sucederá dentro de una semana o un mes, Jesús, siendo Dios, conoce el futuro y anunció lo que precedería a la destrucción de Jerusalén.
"Entonces verán al Hijo del Hombre venir entre nubes con todo su poder y gloria" (Mc 13, 26). Éste es un pasaje rápido, aquí Jesús pasa del fin de Jerusalén al fin del mundo, que es difícil de comprender. Tampoco nosotros hemos comprendido todo lo que el Señor nos ha dicho, necesitamos tiempo, de ulteriores profundizaciones y explicaciones.
No toméis esta imagen desde un punto de vista literal, más bien leed esta frase desde un punto de vista potencial. Aquí el Señor quiere decir: "Lo que yo os he dicho se está realizando, por desgracia para vosotros, a causa de vuestro rechazo a Dios". Recordaréis cuando Jesús, subiendo al Calvario, se decía a Sí Mismo: "Jerusalén, Jerusalén, he querido reunir a tus hijos, como una gallina a sus polluelos, bajo las alas, y no has querido" (Lc 13, 33). Mirad, también ésta es una imagen que nos muestra el gran sufrimiento de Jesús, que, aún habiendo amado hasta el infinito, ha sido rechazado por los hombres. Y entonces, si bien esta ocasión se ha perdido por culpa de los hombres, Jesús no se desanima y, a través de los otros sufrimientos, trata de arrancar a los hombre de la desgracia más grande, ¡la de perder a Dios!
Después de todos estos siglos, gracias a la luz del Espíritu Santo, hemos podido comprender lo que está escrito en este pasaje del Evangelio.
Creo que es el último versículo del Evangelio de ayer: "Cuando el Hijo del Hombre vuelva, ¿encontrará fe?" este pasaje no hace referencia solamente al fin del mundo, sino a cada intervención de Dios. Los milagros eucarísticos, las Teofanías Trinitarias y la ordenación episcopal, son las grandes intervenciones de Dios ocurridas aquí, en el lugar taumatúrgico, y por lo tanto el significado del versículo es: "Cuando Dios realizará algo grande, ¿el mundo lo aceptará? ¿Y mostrará fe en lo que se refiera a estas intervenciones?" (Lc. 18, 8)
¡Mirad lo importante que es conocer la Palabra de Dios!
Después retoma de nuevo el tema sobre el fin del mundo. "Entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la Tierra al extremo del cielo" (Mc 13, 27). Esta afirmación significa que la salvación está a la puerta de todos. No dice: "aquellos que han sido bautizados, que han conocido el Evangelio, los que han recibido los sacramentos", sino "los elegidos" en general. "Elegido" es aquel que es llamado, elegido. Cada hombre es llamado, cada hombre es escogido por Dios independientemente de su cultura, de la religión que practica, del papel que ocupa en la sociedad. Lo que cuenta es que a esta "elección" por parte de Dios, el hombre responda libremente. De todos modos -no lo digo yo, sino que lo han repetido muchas veces en las cartas de Dios- hay dos personas que no han tenido posibilidad de elección. ¿Quiénes son? El Obispo y Marisa: "No le he preguntado si quería ser Obispo, le he dicho: Tú eres Obispo". Y de hecho ¡así ha sido y así continúa siendo!
"Cuando veáis que ocurren estas cosas ", vuelve el tema sobre la destrucción de Jerusalén, " sabed que Él está cerca", es decir Su día esta cerca. "No pasará esta generación antes que todo esto suceda", no se refiere al fin del mundo, sino a la destrucción de Jerusalén. Nos encontramos alrededor del 36, 37 d.C.; el fin de Jerusalén ocurrió en los años setenta. Haced un cálculo: hay una generación por medio. Por tanto "no pasará esta generación antes que todo esto suceda". "El cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mc 13, 30), es decir, las enseñanzas de Jesús son enseñanzas que van bien para todas las épocas, para todas las naciones, para cada hombre en particular.
Y de este modo creo que el Evangelio ahora resulta más comprensible, más aceptable.
La carta a los Hebreos empieza con la comparación entre el sacerdocio hebráico y el único y eterno sacerdocio, el de Cristo y de los que participan en Su sacerdocio.
Los sacerdotes del pueblo hebráico presentaban a Dios, continuamente, las ofrendas a través de la inmolación de los animales, pero eran ofrendas limitadas, que no llegaban a la purificación, a la redención; eran sencillamente simbólicas para recordar a los Hebreos que tenían que purificarse, tanto como fuese posible, a través del arrepentimiento de los pecados y la observancia del decálogo, que era fundamental para ellos. Estos sacrificios servían para dar un estímulo al hombre para mantenerse, en la medida de lo posible, en contacto con Dios.
Cristo se encuentra en una situación completamente diferente, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados. Ahora está claro: ha sufrido, ha derramado sangre, ha "exagerado", en cierto sentido en el sufrimiento, y ha hecho que este sufrimiento fuese asumido por la naturaleza divina. ¿Cuál es el efecto final? ¡La perfección total!
Cuando un sacerdote ordenado válidamente, en cualquier lugar, celebra la S. Misa, no realiza un sacrificio diferente del de ayer, ni diferente del que realizará mañana; sino que es el mismo sacrificio infinito de Cristo, porque Él es Dios.
Nosotros decimos "actualiza", por tanto hace presente cualquier cosa que ya ha sucedido. Nosotros los hombres, siendo limitados y pequeños, no podemos actualizar ni siquiera un día de nuestra vida. Pero Dios puede hacerlo, porque para el Señor no hay límite, ni de espacio ni de tiempo. Así Jesucristo es el mismo Jesús que dentro de poco, durante la S. Misa, vivirá la pasión, la muerte y la resurrección. Cada uno de nosotros, participando en la S. Misa, puede vivir la Pasión de Cristo empezando en el huerto de los olivos, en el Sanedrín, en el atrio de Pilato, hasta el Calvario, tal como lo ha vivido la Virgen, que estaba presente bajo la cruz con Juan. No hay ninguna diferencia, de hecho, incluso cambiando las apariencias, la sustancia y la realidad son iguales.
He ahí que Cristo, habiendo realizado la misión que el Padre le había confiado, está por derecho divino, a su diestra. Y, por los sacrificios realizados a través de Su humanidad, es un vencedor que progresivamente llegará a derrotar a todos sus enemigos, el último enemigo que derrotará será la muerte. Esta frase no está dicha aquí, pero Pablo la afirma en otro pasaje: "Esperando desde entonces que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. En efecto, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados." (Hb 10, 13) ¿Qué significa? Cristo -si nosotros lo secundamos- no se limita a quitarnos los pecados, sino que nos lleva a una condición tan alta que el mismo Pablo, repitiendo la exhortación de Cristo, define así: "¡Seréis perfectos como vuestro Padre que está en los Cielos!".
Pensad, ¡aquellos que son santificados se vuelven perfectos! ¡Perfectos, repito! No se tiene que dar una explicación banal y común. Pero diciendo "perfección" estáis haciendo hoy un nuevo descubrimiento. Se alcanza un grado de santidad y de elevación espiritual que el hombre por sí solo no habría podido nunca alcanzar. Si se llega a este grado de perfección es gracias a la intervención de Dios.
Pongamos un ejemplo: imaginad una escalera que va del pecado a la perfección. En esta escalera hay primero la santificación, que se alcanza a través de la remisión de los pecados: el hombre aquí se detendría, y ya sería una gran cosa, manteniendo el estado de gracia actual. Pero ¿qué hace Cristo? Por iniciativa propia y con Su poder eleva la santidad del hombre, elevándola a un nivel más alto respecto a aquél que habría podido alcanzar.
Como nos recuerda San Agustín, para la santificación hace falta el consenso humano: "Dios que te ha creado sin tu consentimiento, no te salvará sin tu consentimiento". Una vez que llega el consentimiento y alcanzada la santificación, el hombre es uno con Cristo. Cristo nos hace un don posterior, nos lleva todavía más alto. He ahí la perfección: ¡llegamos más alto de lo que la naturaleza humana está en condiciones de alcanzar!
Después está el profeta Daniel, que con una mirada iluminada por Dios, nos permite recorrer los tiempos, los siglos y llegar hasta el fin del mundo.
Tampoco en este caso hace falta interpretar la Palabra de Dios según el significado estrictamente gramatical y sintáctico, porque sino nos confundiríamos.
Cuando en la escritura leéis esta expresión: "Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno".(Dn 12, 2), no significa que unos se despierten y otros no. Aquél "muchos" indica la multitud: toda la multitud de hombres se despertará. Se despertará porque habrá la resurrección final: habrá otra intervención de Dios, milagrosa y grandiosa. Es justo que sea así, según la visión de Dios, porque ya que el hombre está compuesto de alma y cuerpo, en la situación final el cuerpo tiene que seguir la condición del alma. El alma se encontrará perfecta o santificada, en aquel punto todo lo que tenía que ser quitado como imperfección ha sido eliminado. Pero el hombre no es digno de ir delante de Dios, ¡no tiene derecho de ir al Paraíso! Habría sido suficiente y ya grandioso que el hombre fuese feliz en el Paraíso de la Espera, en el que se ven a la Virgen y a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, pero no el misterio de Dios.
Para llegar a gozar de la visión beatífica es necesaria otra intervención por parte de Dios, para hacer que la condición humana sea capaz de contemplar a la divinidad. En efecto, la diferencia entre la condición humana y la condición divina es infinita, por tanto el hombre no está, en absoluto, en condiciones de poder colmar esta ilimitada distancia; entonces es Dios el que nos da la posibilidad y nos coloca en condiciones de poderLo ver.
Helo ahí, podemos decir, el último gran don, el último gran regalo que Dios, de Su iniciativa libre y soberana, concede a los hombres para que verdaderamente podamos tener, aún sin ser dignos, la alegría infinita y eterna que nunca tendrá ocaso. Pero una alegría que tiene un valor "potencial", "de crecimiento". Es decir: cuanto más conozcamos a Dios en la visión beatífica, más Le amaremos. Cuanto más le amemos, más aumentará en nosotros la semejanza con Él que se expresa en la presencia de la gracia; estaremos, por tanto, ¡en continuo crecimiento de belleza espiritual!
Yo os he dicho lo que el Señor me ha inspirado, en momentos particularmente sufridos como la jornada que he vivido ayer y os lo doy. ¡Haced el mejor uso posible! Con el deseo de que todo lo que os he explicado, no quede sólo en un motivo de alegría desde un punto de visto literario, teológico o abstracto, sino que se viva concretamente para la salvación del mundo, para el renacimiento de la Iglesia y para la gloria de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
¡Sea alabado Jesucristo!