Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 17 abril 2009
Viernes de la Octava de Pascua
I lectura: Hc 4,1-12; Salmo 117; Evangelio Jn 21,1-14
“Jesús se manifestó de nuevo a los discípulos en el mar de Tiberíades. Fue de este modo: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás «el Mellizo», Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Le contestaron: «Nosotros también vamos contigo». Salieron y subieron a la barca. Aquella noche no pescaron nada.
Al amanecer, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tenéis algo que comer?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red al lado derecho de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla por la cantidad de peces. Entonces el discípulo preferido de Jesús dijo a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, al oír que era el Señor, se vistió, pues estaba desnudo, y se echó al mar. Los demás discípulos llegaron con la barca, ya que no estaban lejos de tierra, a unos cien metros, arrastrando la red con los peces.
Al saltar a tierra, vieron unas brasas y un pescado sobre ellas, y pan. Jesús les dijo: «Traed los peces que acabáis de pescar». Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: «¿Tú quién eres?», pues sabían que era el Señor. Entonces Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio; y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que se apareció a los discípulos después de haber resucitado de entre los muertos. (Jn 21,1-14).
Me gustaría compartir con vosotros algunas reflexiones. Nos hemos acostumbrado a vivir con poco fervor los encuentros bíblicos, las lecturas del Evangelio y las apariciones. Basta pensar en cuantas personas de la comunidad ya no participan en nuestros encuentros pero un día, como dicen en Roma, se comerán los codos.
Recordad luego los milagros eucarísticos. En el evangelio de hoy se mencionan ciento cincuenta y tres peces, los milagros eucarísticos son ciento ochenta y cuatro y al final, como sucede, por costumbre, ya no hacemos caso: ya no hay el fervor, la emoción y la conmoción. Ahora se nota mucho la falta, nos falta la experiencia de recibir a Jesús Eucaristía, traída por la Virgen, que dejaba un sabor, un perfume particular en las manos y en la boca de quien hacía la comunión; el perfume persistía durante un tiempo.
En el fragmento del Evangelio de hoy, los apóstoles van a pescar; esto se cuenta a menudo en otros episódicos evangélicos; Pedro, el más impetuoso de todos, toma la iniciativa primero. Recordad que hace poco tiempo los mismos apóstoles han sido ordenados obispos y uno de ellos, Pedro, dentro de unos días, será confirmado como cabeza del colegio apostólico es decir Papa.
A pesar de esto, tienen las manos con callos y tocan las redes y los pescados. Comparad la simplicidad de los apóstoles con la excesiva elegancia y ostentación de los personajes de la Iglesia. Es un escándalo pero todavía más escandaloso es que estas realidades no sean denunciadas. Cuando, por desgracia, ocurre una catástrofe, los grandes personajes no se mueven porque no hay alfombras, fanfarrias y flores. Esto no es cristianismo. Jesús dijo: “Si yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros los tenéis que lavar los pies los unos a los otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros lo hagáis como yo os lo he hecho a vosotros” (Jn 13, 14). Sin embargo los hombres de la Iglesia ostentan el poder, el sobresalir sobre los demás, el someter a los demás. ¡Qué lejos estamos del auténtico espíritu de la Iglesia! Cada vez que leo estas páginas siento un fuerte temor porque me doy cuenta lo difícil que será este trabajo que el Señor me ha confiado; será difícil convencer a los poderosos hombres de la Iglesia a la sobriedad. Para el culto, es suficiente tener la ropa justa y elegante sin exagerar con telas muy caras. Me vienen a la mente algunas ceremonias en las que el eclesiástico que presidía la celebración se sentaba en un trono con tejidos y ropa lujosa, pero nadie denunció el escándalo: “Desciende del trono e inclínate ante el Rey de Reyes, delante de Dios presente en la Eucaristía”.
Hay mucho que hacer, demasiado, pero las personas dispuesta a colaborar ¿dónde están? Incluso a vosotros os gustan los primeros lugares, os gusta aparecer y sentiros diferentes y mejores que los demás. Esto no es Evangelio, queridos míos. “Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que os han ordenado, decid: “Somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 10). Esta frase no se dice porque se le tiene miedo.
Estas apariciones sin duda dejarán una huella en la historia de la Iglesia, porque han devuelto la Eucaristía al centro de la Iglesia, pero también hay otro aspecto importante, la insistencia repetida y continua de la palabra amor; en todos los mensajes y en todas las cartas de Dios hay la invitación a amar, amar, amar, amar. Y el amor, ¿dónde está el amor? ¡En las palabras!
¡Cuánto tenemos que golpearnos todavía el pecho para cambiar! Creíais que habíais llegado, estar adelantados a los demás. ¡Oh no! Por todo lo que habéis recibido tendríais que estar mucho más adelantados. Repito esta comunidad se llama: “Movimiento Compromiso y Testimonio”, pero ¿dónde está el compromiso? Cuántas veces Dios Padre, Jesús y la Virgen han hablado de la importancia del encuentro bíblico. Vais de compras cuando llueve, cuando hace calor o frío; vais con los amigos para estar juntos en alegría con el autobús o con el taxi, pero no se participa en el encuentro bíblico. Cuántas veces se ha dicho en las cartas de Dios: “El Obispo de cada línea hace un poema, ningún sacerdote…” Y ¿cuál es la respuesta por parte vuestra? Ahora yo podría terminar la Santa Misa diciéndoos: “Hasta el domingo próximo”, pero no lo hago porque os culpabilizaría a vosotros aquí presentes y os daría una penitencia que no merecéis.
Cuando veo las silla vacías me siento mal, pero no por mí, creedme, sufro por el gran desperdicio de gracia. La oración personal es gracia, la oración comunitaria es gracia, la aparición de la Virgen es gracia y también la S. Misa y la Palabra de Dios lo son.
Todas estas reflexiones me han venido a la mente mientras leía el fragmento del Evangelio de hoy, porque no sabía ni siquiera cuál era. Durante la lectura, estos pensamiento se iban precisando y colocando uno después del otro y os los he dicho también a vosotros.
La santidad no se compone de cuellos torcidos, manos juntas, expresiones estúpidas, no, no es esto la santidad. La santidad es autenticidad, asemejarse a Cristo, hacer la voluntad de Dios, servir a los hermanos y no hacerse maestro de nadie, porque uno solo es vuestro maestro.
Debéis estar pensando que a dónde quiero llegar: a ninguna parte, no tengo fines ocultos, no tengo objetivos secretos, solo quiero hablaros claro, porque, recordad, ya lo dije y lo repito, no haré ni siquiera un minuto de Purgatorio porque no haya cumplido con mi deber con vosotros. Por lo que se refiere a mis problemas, defectos y pecados personales es una cuestión entre Dios y yo, pero no puedo callar ante las cosas que no funcionan. Yo nunca lo haré y si todos lo hicieran así, no habríamos llegado a donde estamos hoy.
No hablo a sus espaldas, hablo a la cara de la gente, vosotros también podéis hacerlo. Muchas veces la Virgen ha dicho: “No habléis a sus espaldas”. En el testamento espiritual de Marisa, leído el pasado 5 de abril, había exactamente esta recomendación: “No habléis a sus espaldas”. Quiere decir que todavía se continúa haciéndolo.
Quitaros la aureola, si os la habéis puesto en la cabeza. Nadie tiene derecho de ponerse la aureola, solo Dios puede decir: “Tú eres santo, tú eres santa”, nosotros no. Yo no lo puedo decir ni siquiera de vosotros y vosotros no lo podéis decir de los demás. Podéis repetir solamente lo que Dios dice.
Bueno, ya os he regañado bastante y ahora volvamos a la Santa Misa.
Sea alabado Jesucristo.