Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 17 mayo 2009
I Lectura: Gen 28, 10-22; Salmo 22, 2-9; II Lectura Fil 1,15-24; Evangelio Mt 11, 25-30
De la meditación de las lecturas de la Sagrada Escritura propuestas hoy, sobresalen algunos acontecimientos entre la Palabra de Dios y la experiencia de nuestra hermana Marisa, de la que celebramos el aniversario de su total consagración a Dios.
Hoy, por primera vez después de veinte años, revelaré exactamente cuál es el significado de una visión de la que hemos gozado Marisa y yo, semejante a la descrita en la primera lectura, escogida del libro del Génesis.
"Jacob salió de Berseba con dirección a Jarán. Llegó a cierto lugar y se dispuso a pasar allí la noche, porque el sol ya se había puesto. Tomó una piedra, la puso por cabecera y se acostó. Tuvo un sueño. Veía una escalera que, apoyándose en la tierra, tocaba con su cima en el cielo, y por la que subían y bajaban los ángeles del Señor. Arriba estaba el Señor, el cual dijo: "Yo soy el Señor, el Dios de Abrahán, tu antepasado, y el Dios de Isaac. Yo te daré a ti y a tu descendencia la tierra en que descansas. Tu descendencia será como el polvo de la tierra; te extenderás a oriente y a occidente, al norte y al sur. Por ti y por tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra. Yo estoy contigo. Te guardaré dondequiera que vayas y te volveré a esta tierra, porque no te abandonaré hasta que no haya cumplido lo que te he prometido".
Jacob se despertó de su sueño y dijo: "Ciertamente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía". Tuvo miedo y dijo: "¡Qué terrible es este lugar! ¡Nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo". Se levantó muy de mañana, tomó la piedra que había puesto por cabecera, la levantó a modo de estela y derramó aceite sobre ella. Y dio a este lugar el nombre de Betel; antes se llamaba Luz.
Jacob hizo esta promesa: "Si Dios está conmigo, me protege en este viaje que estoy haciendo y me da pan para comer, vestidos para cubrirme y puedo volver sano y salvo a la casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios y esta piedra que he levantado a modo de estela será un santuario; de todo lo que me des te devolveré puntualmente la décima parte". (Gen. 28, 10-22).
Habíamos pasado un período de descanso en Croacia que, por orden de la Madre de la eucaristía, se terminó en Medjugorje. Durante el viaje de regreso, nos dirigimos a Spalato donde nos embarcaríamos para Italia, fuimos invitados por la Virgen a detener el automóvil ante el mar. Obedecimos e inmediatamente he visto una maravillosa escalera de oro, tal como está descrita en el libro del Génesis, que se apoyaba en el mar y se levantaba hacia el cielo. Yo gocé sólo de esta escena, mientras que nuestra hermana Marisa vio, como Jacob, subir y bajar, a lo largo de esta escalera ángeles que desde la Tierra llevaban multitudes inmensas de almas al Cielo.
La interpretación de esta escena nos la reveló la Madre de la Eucaristía, pero el significado tenía que permanecer secreto hasta que no sintiera el deseo vehemente de comunicarlo.
La Virgen no había revelado que esta visión representaba el fruto de todo el trabajo espiritual que Marisa y yo realizaríamos si seguíamos fielmente la voluntad de Dios. Una gran multitud de almas se salvaría gracias a nuestro esfuerzo, al sufrimiento, a la inmolación y a la oración.
No me preguntéis el motivo por el que todo esto haya sido revelado sólo hoy: Dios hace lo que quiere. Probablemente quiere hacernos comprender la importancia del gran trabajo realizado gracias también a vuestra colaboración, porque todos habéis rezado y participado en las adoraciones eucarísticas y en las S. Misas para la conversión de las almas. Confortado con la aprobación que viene de lo Alto, puedo afirmar que aquella multitud de personas efectivamente representaba, con una anticipación de 20 años, lo que se realizaría en el curso del tiempo, la conversión de tres mil millones y medio de almas, como fue anunciado el 29 de junio del 2002.
Estos son los designios de Dios y es la realidad espiritual sobre la que os invito a meditar y a reflexionar.
También en la segunda lectura encontramos referencias a nuestra historia. De hecho, en octubre de 1971, la Virgen nos anunció que nuestra hermana moriría el 8 de diciembre de ese mismo año, desmintiendo cuanto había dicho anteriormente, referente a la misión que habríamos tenido que llevar a cabo Marisa y yo para la Iglesia.
Después estuvimos sometidos a más pruebas porque a este anuncio le siguió la orden de adquirir algo de ropa para el invierno. Cualquier persona se hubiese preguntado el motivo de este gasto sabiendo que moriría en breve. Esta dura prueba se concluyó un domingo antes del 8 de diciembre, cuando la Madre de la Eucaristía nos sugirió la lectura de este pasaje de S. Pablo que, al pasar tantos años, adquiere un significado diferente respecto al de 1971. De hecho, algunas cosas se comprenden bien sólo cuando se realizan.
"Es verdad que algunos, predican a Cristo incluso por envidia y espíritu de competencia, pero otros lo hacen con recta intención. Éstos movidos por el amor, sabiendo que estoy puesto para defensa del evangelio; aquellos, en cambio, predican a Cristo por rivalidad, creyendo que así hacen más dura mi prisión. Pero, al fin y al cabo, ¿qué importa? De cualquier manera que Cristo sea anunciado, hipócrita o sinceramente, yo me alegro, y me alegraré. En el fragmento es preciso hacer una precisa referencia: el Triunfo de la Eucaristía. Los enemigos de Dios se han visto obligados a predicar con entusiasmo la Eucaristía y éste es su obra maestra. También nosotros, como S. Pablo, afirmamos que no es importante si los que no creen en la Eucaristía hayan animado a otros a creer, sino que lo que cuenta es que la Eucaristía sea anunciada, predicada, conocida y amada.
" . Con viva esperanza confío en que en nada seré defraudado, sino que con toda seguridad, como siempre, también ahora Jesucristo será glorificado en mi cuerpo, sea por la vida, sea por la muerte. Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte ganancia. Más si continuar viviendo es para mí fruto de apostolado, no sé qué elegir. Me siento apremiado por ambas partes: por una, deseo la muerte para estar con Cristo, lo que es mejor para mí; por otra, deseo continuar viviendo, lo que juzgo más necesario para vosotros". (Fil 1, 20-24). Hace treinta y ocho años, meditando las últimas palabras de este fragmento, no estábamos todavía seguros de cuál era la mejor elección; hoy, sin embargo, es mejor preferir reunirse con Cristo. S. Pablo manifiesta el mismo deseo en la segunda carta a Timoteo:
"Yo estoy a punto de ser ofrecido en sacrificio; el momento de mi partida está muy cerca: He combatido la buena batalla, he concluido mi carrera, he conservado la fe; sólo me queda recibir la corona merecida, que en el último día me dará el Señor, justo juez; y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida" (2 Tm. 4, 6-8).
La Palabra de Dios anunciada en el Evangelio es luminosa y también ésta, se relaciona perfectamente con nuestra experiencia.
"En aquel tiempo Jesús dijo: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y se las has manifestado a los sencillos. Sí, Padre, porque así lo has querido. Mi Padre me ha confiado todas las cosas; nadie conoce perfectamente al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera manifestar. Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". (Mt. 11, 25-30).
En este himno de alabanza, Jesús da gracias al Padre, porque ha revelado a los pequeños cosas grandes y maravillosas. En la Historia de la Iglesia Dios se ha servido de los pequeños, no sólo en lo que se refiere a la realidad espiritual como dones místicos o apariciones, sino también en cuanto se refiere al ámbito social. Catalina de Siena, por ejemplo, convenció a los papas que residían en Aviñón a que volvieran definitivamente a Roma. Esta acción fue, de alguna manera, sugerida y realizada con la gracia y la asistencia de Dios.
La frase: "Mi Padre me ha confiado todas las cosas; nadie conoce perfectamente al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo", significa que hay unión y comunión entre el Padre y el Hijo: lo que es del Padre también es del Hijo y del Espíritu Santo. Recientemente hemos sido acusados de ser heréticos y cismáticos, sin embargo hemos proclamado una verdad presente en la Iglesia. Han afirmado que es herético afirmar la presencia del Padre y del Espíritu Santo en la Eucaristía, además de la del Hijo. Esos han manifestado una notable ignorancia o mejor una maldad sorprendente porque la Iglesia en el Concilio Lateranense V, año 1215, estableció que donde está el Padre están también el Hijo y el Espíritu Santo, donde está el Hijo están también el Padre y el Espíritu Santo y donde está el Espíritu Santo están también el Padre y el Hijo. Por tanto son heréticos los que, por ignorancia o toma de posición, combaten la doctrina de la Iglesia, confirmada por la revelación privada.
Hoy, luchar es verdaderamente difícil y extenuante. Jesús mismo ha hablado del fragmento del Evangelio de hoy: Él invita a los que están cansados y oprimidos a ir a Él.
Los que están en cabeza de fila de la multitud de cansados y oprimidos, por el momento, son el Obispo de la Eucaristía y la Víctima de la Eucaristía. No hay nadie más cansado y oprimido que nosotros, esto también ha sido escrito y documentado. Ante esta extenuante situación la invitación del Señor es la de hacerse cargo de los pesos que Él nos da, porque si Dios pide pruebas o misiones particulares, da también la fuerza necesaria para sostenerlas.
El cansancio que sentimos y del que os dais cuenta, no deriva de la fatiga de llevar adelante la misión, sino por la maldad y la oposición que los hombres, a menudo titulares de altos cargos en el interior de la jerarquía eclesiástica, han trabajado siempre en contra de nosotros. En este sentido Jesús dice que el peso que Él da es dulce, mientras que la carga infligida por los hombres es agotadora y cansada.
No nos queda nada más que hacer que implorar a Dios hasta que se realicen sus designios antes de que el cansancio humano se adueñe completamente de nosotros. Pero también sabéis que no se realizará nada hasta que la que Dios ha llamado a la difícil misión del sufrimiento no haya llegado al Paraíso. Después llegarán cosas tan grandes, que el canto "Firme está mi corazón", es el claro índice de lo que ocurrirá con relación a nosotros.