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Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 18 marzo 2007

IV DOMINGO DE CUARESMA (AÑO C)
I lectura (Gs 5,9-12); Salmo Responsorial (Sal 33); II lectura (2Cor 5,17-21); Evangelio (Lc 15,1-3.11-32)

1 Los publicanos y los pecadores se acercaban para oírlo. 2 Y los fariseos y los maestros de la ley lo criticaban: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos». 3 Entonces les propuso esta parábola: 11 Y continuó: «Un hombre tenía dos hijos. 12 Y el menor dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde. Y el padre les repartió la herencia. 13 A los pocos días el hijo menor reunió todo lo suyo, se fue a un país lejano y allí gastó toda su fortuna llevando una mala vida. 14 Cuando se lo había gastado todo, sobrevino una gran hambre en aquella comarca y comenzó a padecer necesidad. 15 Se fue a servir a casa de un hombre del país, que le mandó a sus tierras a guardar cerdos. 16 Tenía ganas de llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba. 17 Entonces, reflexionando, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí me muero de hambre! 18 Volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo: tenme como a uno de tus jornaleros. 20 Se puso en camino y fue a casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y, conmovido, fue corriendo, se echó al cuello de su hijo y lo cubrió de besos. 21 El hijo comenzó a decir: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo. 22 Pero el padre dijo a sus criados: Sacad inmediatamente el traje mejor y ponédselo; poned un anillo en su mano y sandalias en sus pies. 23 Traed el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete, 24 porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron todos a festejarlo. 25 El hijo mayor estaba en el campo y, al volver y acercarse a la casa, oyó la música y los bailes. 26 Llamó a uno de los criados y le preguntó qué significaba aquello. 27 Y éste le contestó: Que ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado porque lo ha recobrado sano. 28 Él se enfadó y no quiso entrar. Su padre salió y se puso a convencerlo. 29 Él contestó a su padre: Hace ya tantos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me has dado ni un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos. 30 ¡Ahora llega ese hijo tuyo, que se ha gastado toda su fortuna con malas mujeres, y tú le matas el ternero cebado! 31 El padre le respondió: ¡Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo! 32 En cambio, tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado. Convenía celebrar una fiesta y alegrarse».

Sabéis, porque os he hablado de ello diversas veces, que San Lucas es el Evangelista que trata mayormente el tema de la misericordia de Dios y la parábola de hoy sacada del Evangelio es un claro testimonio. Es una hermosa parábola que conmueve y, cada vez que es leída, infunde en nosotros la seguridad y la alegría del perdón de Dios.

Creo que es superfluo reflexionar sobre el amor de Dios y sobre la conversión del hijo menor, porque estos temas han sido tratados muchas veces. Hoy en cambio reflexionemos sobre una figura que ha estado siempre en la sombra y no ha tenido nunca la debida relevancia: el hijo primogénito. Él no es un personaje de segundo plano, sino que brilla con una luz, con una grandeza particular: solo quien ha vivido sus mismas experiencias puede llegar a comprenderlo.

Tratemos ahora de deducir, no con la fantasía sino con la lógica y con la razón, lo que está escrito entre líneas de esta parábola que Jesús no ha querido poner de relieve porque en aquel momento era más importante dar a conocer y entender a los hombres el amor misericordioso de Dios hacia los pecadores.

El primogénito es una persona fiel, dócil, humilde; es una persona trabajadora y comprometida que respeta a su padre, su forma de vida y sus decisiones. Es el que recibe también las confidencias y los lamentos de su padre. Ante la conducta tan desordenada del hijo más pequeño, su padre seguramente se arrepentirá, sufrirá, llorará por esta conducta indebida e inmoral, encontrando solo en el hijo primogénito un hombro en el que apoyarse y un corazón que lo pueda consolar y alegrar.

Cuando el hijo menor pretende tener lo que le toca de su parte de herencia, el padre le muestra su consentimiento amoroso, mientras que el mayor no recibe nada, al contrario, se le pide que trabaje y supervise a los empleados.

Revisemos lo que el hijo menor ha hecho viviendo esta vida desordenada, con derroche de dinero; por otra parte, al inicio su conversión es un poco interesada, de hecho tiene hambre, nadie le da nada, ni siquiera las algarrobas que se dan a los cerdos, por lo que se dice a sí mismo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí me muero de hambre! “ (LC 15,17). Así que el impulso inicial para su conversión no es muy noble, sino que es la necesidad de comer; quizás estoy destruyendo esta parábola, pero esta es la verdad y yo la interpreto de esta manera.

Analicémosla ahora por la parte opuesta: mientras el hijo menor estaba lejos y disipaba sus bienes, el padre y el hijo mayor se verían, habrán comido juntos. Seguro que el padre hablaría del hijo alejado al primogénito y éste estaría cansado de hablar siempre del mismo tema, porque veía y sufría por el sufrimiento de su padre pero callaba, porque amaba a su papá con un amor grande, inmenso y por tanto comprendía que para él era un desahogo. Probablemente también habrá visto a su padre ir a la torre más alta de la casa y mirar a lo lejos si por casualidad el hijo menor estaba a punto de regresar a su hogar y luego, sacudiendo la cabeza, seguramente habrá pensado en el sufrimiento devastador de su padre.

Seguidamente, mientras él estaba en el trabajo y cuidando de los intereses de su padre, aquel hermano perdido había vuelto y había pedido perdón. Notad también otro detalle: nadie había avisado al primogénito que su hermano menor había vuelto y que el padre por esta razón lo estaba celebrando.

Así cuando el hijo mayor volviendo a casa, sintió la música y los cantos: “Llamó a uno de los criados y le preguntó qué significaba aquello. Y éste le contestó: Que ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado porque lo ha recobrado sano. Él se enfadó y no quiso entrar”. (Lc 15, 26-28). De hecho, se sintió ofendido y disgustado, y cuando su padre salió a invitarlo, expuso sus recriminaciones. Desde un punto de vista humano, la respuesta paterna es difícil de aceptar: “Todo lo que es mío es tuyo” (Lc 15, 31), y él podría responder exigiendo lo que le pertenecía. Es grande este hijo primogénito en el cual yo me veo, y junto a mí todos los que verdaderamente se esfuerzan por amar a Dios. Parece casi que Dios sea más indulgente con los pecadores y mucho más exigentes con sus hijos buenos.

La lógica humana ante todo esto se tambalea, es necesario entrar en la lógica divina para comprender todo esto. Os he descrito esta parábola desde otro punto de vista, quizás es la primera vez que habéis oído esto, pero es justo subrayar que entre el hijo mayor y el menor, el que ha sufrido más es el mayor; el que ha tenido menos hasta entonces es el mayor, el que ha estado más cercano al padre y ha compartido sus sufrimiento es el mayor. El hijo menor en cambio, ha tomado lo que ha querido, ha vivido en un mundo disoluto e inmoral; después ha vuelto y ha encontrado a su padre dispuesto a acogerlo junto al hermano mayor.

La parábola no habla de ello, pero creo que este último ha ido hacia su hermano menor y lo ha abrazado, besado y también regañado.

Me gustaría que fuese evidente este concepto: en el hijo primogénito está siempre presente el amor, la rectitud, la honestidad y el apego a su padre; un cariño y un amor que envuelve incluso a quien ha traicionado la confianza y el amor del padre y por lo tanto ha causado sufrimiento en este último.

Por esto el primogénito es una persona que tiene que ser para nosotros un ejemplo luminoso a seguir, tenemos que compartir estas enseñanzas y hacerlas nuestras. Finalmente la parábola restituye al primogénito una parte importante, su figura no está subordinada a la del padre y sobre todo a la del hermano menor; más bien es una presencia que ilumina y aclara la relación que tiene que haber entre padre e hijo y hacia aquellos que se alejan de Dio y luego vuelven.

He meditado sobre esta parábola de manera intensa durante varias horas; os he dado mis reflexiones, haced que forme parte de vuestras vidas, usadlas para vuestro estilo de vida y de vuestra existencia; por otra parte alguno de vosotros quizás en el pasado puede haber seguido el camino del hijo mejor, pero hoy ciertamente todos vosotros estáis del lado del hijo mayor.

Ved qué es lo absurdo: cuanto más cerca de Dios está un hijo más exige Dios, mucho más que el que le dio la espalda y lo traicionó. Esta es la lógica de Dios, tomadlo o dejadlo, no hay alternativas. Entonces reconozcamos con honestidad y humildad lo que somos; la conclusión es pedir a Dios la gracia, la ayuda y el apoyo para que podamos continuar desempeñando el papel y el trabajo de hijo mayor con amor, con perseverancia, con humildad porque también el primogénito ha colaborado al retorno del hermano a la casa del padre.

Sea alabado Jesucristo.