Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 18 junio 2006

Corpus Domini (Año B)
I Lectura: Es 24,3-8; Salmo 115; II Lectura: Heb 9,11-15; Evangelio: Mc 14,12-16.22-26

Hoy os invito, con afecto, a que os coloquéis ante el Cenáculo para mirar bien lo que ocurre o sentir lo que se dice. Eucaristía y sacerdocio son dos realidades distintas pero interdependientes entre ellas. No puede haber Eucaristía sin sacerdocio, cuya principal función es la de hacer presente a Jesús Eucaristía. Al inicio de la historia de la Iglesia, a estas dos realidades distintas, el Señor ha querido añadir una tercera realidad: la del apostolado. Por tanto nos encontramos ante una trilogía: Eucaristía, sacerdocio, apostolado. El apóstol es el que es llamado e invitado por Cristo y los once tienen esta característica, han sido llamados e invitados a predicar a todas las gentes. Son apóstoles pero, al mismo tiempo, son ordenados obispos por el Señor. Deseo aclarar una vez más que Dios, para ordenar un obispo, no tiene necesidad ni de recitar fórmulas, ni de imponer las manos, ni de hacer ningún rito litúrgico porque es más que suficiente Su voluntad, a través de la que manifiesta el poder con el cual realiza determinadas acciones. De los cuatro evangelios, solo en el de Lucas se encuentran las palabras con las que Jesús instituyó el sacerdocio, después de haber instituido la Eucaristía. Ni Mateo, ni Marcos repiten: “Haced esto en memoria mía” y, además de Lucas, solo Pablo, en la primera carta de los Corintios, evidencia la institución del Orden. Juan no habla de ello y ni siquiera habla de la institución de la Eucaristía porque han hablado de ello los anteriores Evangelistas pero se ha centrado en la promesa de la institución de la Eucaristía. Creo que Mateo y Marcos no lo mencionaron porque era tan evidente para las personas a las que se les dirigía la predicación de los apóstoles que no había necesidad de enfatizar la institución del sacramento del Orden varias veces, en el día y en el momento de la institución de la Eucaristía.

Cristo se reservó para Sí mismo el hecho de realizar pocas y precisas ordenaciones episcopales, ordenó a los once y a Pablo, pero os habéis dado cuenta de cuantas interpretaciones hay y, diría, que también hay ignorancia, por desgracia, en los sacerdotes respecto a que haya consagrado obispo a Pablo. Después de veinte siglos, debo hablar con rubor porque miro mi indignidad, pero también con vehemencia porque también en esto trato de imitar a Pablo que, toda su vida, tuvo que luchar para que se le reconociera como obispo. No creo que tenga que luchar toda la vida para que se me reconozca como obispo, pero el próximo martes es el séptimo aniversario de esta ordenación y, hasta hoy, son siete años que estoy luchando, y vosotros conmigo, para que se reconozca esta gran y tercera intervención de Dios. Cristo ha ordenado pocos obispos porque esta era Su voluntad. Podemos deducir los que fueron ordenados obispos de los once y sabemos que, Pablo, ordenó obispo a Tito y Timoteo y que, el Obispo ordenado por Dios, en el siglo veinte, se le ha dicho: “Tú ordenarás muchos otros obispos”. Cuando los sacerdotes hablan de sucesión apostólica y del sacramento, siempre se puede objetar que, en lo que se refiere a la intervención humana, hay necesidad del sacramento pero, por lo que se refiere a la intervención de Dios, el Señor es superior a los sacramentos por lo que puede dejar de hacerlo para cumplir Su voluntad, y ésta es una teología perfecta.

Sacerdocio, Eucaristía, apostolado: en la oración inicial he dado gracias a Dios porque continúa asistiendo a su Iglesia enviando apóstoles como lo ha hecho en los siglos que han seguido a la fundación de la Iglesia, porque cuando ha habido algún peligro grave en ella, y ha ido encontrando situaciones críticas, Dios siempre ha intervenido y siempre la ha asistido directamente o a través de personas a las que ha llamado. Los apóstoles tienen necesidad de la fuerza que viene de la Eucaristía: “Pégate a la Eucaristía, pégate al sagrario y Yo te daré la fuerza para seguir adelante”, me dijo Jesús, sobre todo en el momento del sufrimiento y de la prueba. El Señor no quita las luchas y no quita el cansancio pero da la fuerza para superar todo esto. Creedme, si no hubiera tenido la ayuda de Dios, ningún organismo humano, por muy joven, robusto y fuerte que fuera, habría podido sostener las luchas, sufrimientos y maldades tan fuertes que, ciertamente, habrían aplastado a personas más jóvenes, más fuertes y más robustas que yo.

Al inicio de la homilía os he invitado a poneros en una situación de escucha: ver, gustar, asimilar e introducir en vuestro corazón. Mirad con cuanto cuidado Jesús preparó la Pascua, no porque fuese la última que él celebraba con sus apóstoles sino porque sería la Pascua más importante de Su vida, en la que Jesús Eucaristía instituiría la Eucaristía. Los apóstoles tuvieron una preparación metódica, precisa y detallada, por parte de Cristo, respecto al sacramento de la Eucaristía, no se encontraron aturdidos y desprevenidos, como a veces se describe por el pincel de algunos pintores, sino que eran conscientes de lo que Cristo estaba haciendo. Cuando el Señor llama a un apóstol a desarrollar un trabajo Suyo, antes le prepara durante largos años, tal como fue para Pablo y para otros que conocéis. Por tanto, también los primeros apóstoles, los que en un cierto sentido tienen más derecho al apelativo de apóstoles, tuvieron de Cristo una preparación tal por la que, cuando llegó el momento, lo vivieron con particular emoción y conmoción pero ninguno más que la Virgen vivió el momento de la institución de la Eucaristía y, ciertamente, en su corazón y en su mente, resonaron aquellas palabras que el pequeño Jesús, en el día de la circuncisión, dijo a Su Madre: “Tú eres Madre de la Eucaristía”, palabras que, solamente ella oyó, porque solamente a ella le fue dado el privilegio de oír hablar a su hijo e Hijo de Dios. Estas palabras resonaron en el corazón de la Virgen de manera fuerte e impetuosa y, mientras Jesús instituía el sacramento, ella ciertamente rezaba por todos los que luego repetirían el gesto sacramental de celebrar la Eucaristía. La Madre de la Eucaristía rezó por todos los sacerdotes de todos los tiempos y yo me veo entre ellos y, por tanto, me siento apoyado por su oración tan fuerte y poderosa ante Dios. Tenemos que tratar de seguir adelante con el mismo valor de los apóstoles. Cuando Jesús dio el mandato a los apóstoles ya no estaba Judas, ciertamente no podía ordenar obispo a quien le traicionaría y esto es un gran consuelo pero a los largo de los siglos, por desagracia, las traiciones en el interior de la Iglesia se han repetido y, todavía hoy, ocurren por parte de muchos eclesiásticos de altos cargos, de algunos de los cuales conocéis el nombre y apellido y sobre ellos extiendo un velo de silencio, piedad y conmiseración. Volvamos al momento de la institución de la Eucaristía. Mirad a la Virgen, aprended de ella, pedidle el amor fuerte a la Eucaristía, ella adora a su hijo presente bajo las apariencias del pan y del vino, reza por todos sus hijos y es esto lo que nosotros debemos ver, que tenéis que conservar, que yo ofrezco a vuestra reflexión y a vuestro compromiso. Unámonos en la oración por todos los sacerdotes. Algunos de vosotros están realizando la misión de la que ha hablado muchas veces la Virgen y de la que ha hablado el mismo Jesús, también hoy. Esta misión también tiene su fuerza, que se remonta a veinte siglos atrás porque la Madre de la Eucaristía ciertamente oró por esta misión que, en los designios de Dios, tiene una importancia única y particular. Tenéis que sentiros verdaderamente los apostolitos, a vosotros se os ha confiado la misión de ir y encontraros con los sacerdotes, también vosotros habéis recibido un mandato. Sois apóstoles, pero yo os llamo apostolitos, para que no podáis dejaros llevar por el más mínimo pensamiento de presunción y orgullo, sino que viváis el compromiso que estáis llevando a cabo de la manera más sencilla, más modesta y más humilde posible. Este es un compromiso importante que, ya está llegando a su conclusión. De hecho, os he dicho que, algunos días antes del 29, tiene que finalizar y cada uno de vosotros podrá repetir estas hermosísimas palabras de Cristo: “Todo está cumplido”. Habréis hecho lo que teníais que hacer, después retiraos sin pretender reconocimiento, sino simplemente, sentíos siervos inútiles, porque esto nos ha enseñado el Señor, siendo solo Él el indispensable y necesario. Con este espíritu vivid estos últimos días de la misión y rezad.

Os confío, solemnemente, de ahora en adelante, el mandato de rezar por la Iglesia de Roma y la diócesis de Roma. Nos han acusado de fomentar un cisma, una herejía en el interior de esta Iglesia particular y de esta diócesis, sin embargo no saben que estamos dando sangre, lágrimas, sufrimiento, amor y compromiso para el renacimiento de esta Iglesia. Si renace Roma, renacerá toda la Iglesia pero si Roma no renace, la iglesia no renace. Por tanto, sentid sobre vuestras espaldas la responsabilidad también de las demás iglesias porque, de este modo, demostráis que amáis a la Iglesia, Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana, instituida por Cristo pero a menudo mal servida y, peor aún, mal gobernada por los hombres. A pesar de esto, sigamos adelante escuchando las palabras de Cristo: “Yo he vencido al mundo”. Cuesta llevar a cabo la misión que el Señor nos ha confiado y no sé si habéis comprendido algo que hoy ha dicho Jesús y que se refiere a Marisa: también ella ha ido a cumplir esta misión pero ha encontrado obstáculos más bien pesados, más duros y más graves que los vuestros y creo que habréis comprendido también hasta donde han llegado estos que se han sentido repudiados, descubiertos y, en consecuencia, han reaccionado, uno en particular, con ferocidad diabólica y malicia satánica pero el triunfo es de Dios y la frase de la Madre de la Eucaristía: “Caerán como bolos”, empieza a realizarse. Jesús Eucaristía, te amamos y te seguimos porque hemos descubierto lo importante que es estar cerca de Ti. No permitas nunca que ninguno de nosotros se separe de Ti, y ayúdanos a vivir día a día en unión fuerte e indisoluble contigo, porque Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida.