Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 18 noviembre 2007
I lectura: Ml 3,19-20; Salmo 97; II lectura: 2Ts 3,7-12; Evangelio: Lc 21,5-19.
Hoy os invito a poner vuestra atención y a seguirme de manera particular sobre lo que os diré en cuanto a lo que se refiere al pasaje del Evangelio. Pero antes de adentrarme en esta cadena maravillosa de reflexiones que tienen como objeto a Cristo, os invito por un instante a reflexionar sobre la carta tomada del profeta Malaquías.
Pues ya está para llegar aquel día, abrasador como un horno; entonces todos los soberbios y los que cometen injusticias serán como la paja; el día que viene los consumirá -dice el Señor de los ejércitos- hasta no dejar de ellos ni raíz ni ramaje. En cambio, para vosotros, los que respetáis mi nombre, brillará el sol de justicia con la salvación en sus rayos. (Ml 3,19-20)
El día del Señor del que se habla en este fragmento, indica el día en el que el Señor se manifestará para los buenos de una manera, mientras que para los soberbios y para todos los que cometen injusticias, de otro, y todo ocurrirá en el mismo momento. La palabra de Dios no dice que el momento del que se habla es inminente, sino que esto ocurrirá seguro, el que tenga orejas para oír que oiga.
Ahora vayamos al Evangelio.
En aquél tiempo, como algunos decían que el templo era muy bello por sus piedras tan hermosas y por los exvotos, dijo: "Llegará un día en que de eso que veis no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido". Y le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo sucederá eso y cuál será la señal de que estas cosas van a cumplirse?". Él contestó: "Mirad que no os engañen, porque vendrán muchos en mi nombre diciendo: "Yo soy el mesías" y "El tiempo ha llegado". No los sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os alarméis, porque es necesario que eso suceda; pero todavía no será el fin". Y continuó diciendo: "Se levantarán pueblos contra pueblos y reinos contra reinos; habrá grandes terremotos, hambre y peste en diversos lugares, sucesos espantosos y grandes señales en el cielo. Pero antes de todo esto, os echarán mano, os perseguirán, os llevarán a las sinagogas y a las cárceles y os harán comparecer ante los reyes y los gobernadores por causa mía. Esto os servirá para dar testimonio. No os preocupéis de vuestra defensa, pues yo os daré un lenguaje y una sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Hasta vuestros padres, hermanos, parientes y amigos os entregarán, e incluso harán que maten a algunos de vosotros. Todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras vidas".. (Lc 21, 5-19)
Para entenderlo bien hay que unirlo a los dos misterios principales de nuestra fe, es decir la Trinidad de Dios y el misterio de la Encarnación, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Reflexionemos sobre el segundo misterio y sobre la fórmula que pronunciamos en el momento de la elevación del cáliz durante la Misa, o sea "Jesucristo, yo creo que eres verdadero Dios y verdadero Hombre presente en la Eucaristía"; detengámonos a contemplar por un instante la Humanidad y la Divinidad de Cristo. Cristo es una persona en la que están presentes dos naturalezas diversas, la humana y la divina, por eso decimos que Él es verdadero Dios y verdadero Hombre. Cristo es omnipresente, omnisciente, omnipotente y tiene todos los atributos divinos del mismo modo y con la misma intensidad que el Padre y que el Espíritu Santo. Como hombre, Cristo tiene inteligencia, voluntad, sentimiento y aquellos afectos, aquella sensibilidad que ha demostrado poseer y que encontramos en el Evangelio cuando, por ejemplo, se ha conmovido al ver el cortejo fúnebre que llevaba a sepultar al único hijo de una madre viuda y lo ha resucitado; cuando ha llorado ante la tumba de Lázaro, incluso sabiendo que lo resucitaría, cuando se conmovía al abrazar a los niños. En nuestro Vía Crucis evidenciamos que Cristo se conmueve cuando ve la Cruz y la abraza con afecto porque sabe que aquél es el camino para hacer llegar a todos sus hermanos al Paraíso. Cristo es verdadero Dios y verdadero Hombre y sobre este misterio de nuestra fe los herejes se han vuelto en contra desde los primeros siglos de la Iglesia; algunos, los llamados docetistas (de dokèo, parecer) negaban Su humanidad afirmando que esa era sólo aparente y no real; otros sin embargo, negaron Su divinidad. Nosotros afirmamos todo lo que nos ha enseñado la Iglesia, que en Cristo están tanto la humanidad como la divinidad, por eso decimos que es verdadero Dios y verdadero Hombre. Quizás hoy oigáis por primera vez algunas cosas pero son muy hermosas y significativas. Cristo es verdadero Dios y verdadero Hombre, por tanto tiene una voluntad divina y una humana; estas dos voluntades persiguen el mismo objetivo, van en la misma dirección e incluso siendo co-presentes, la voluntad divina se manifestaba de manera divina, la humana de manera humana, por lo que Cristo siendo verdadero Hombre, era partícipe de todo lo que formaba parte de la humanidad. Él se sentía judío a todos los efectos, respetaba las tradiciones, estaba ligado a la historia judía y amaba a su pueblo. Con una broma podríamos decir que, si en aquél tiempo hubieran existido los campeonatos mundiales de futbol, Jesús habría sido hincha del equipo de su nación. Os he puesto este ejemplo que parece absurdo e irreverente, para haceros comprender el amor y la adhesión de Jesús hacia su pueblo, de hecho a la mujer cananea le dijo: "No he sido enviado más que las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mt 15, 24). Esta expresión evidencia justamente el afecto que sentía por su pueblo por el cual, cuando nosotros leemos la página del Evangelio de Lucas que cuenta este episodio, presente también en Mateo y Marcos, tenemos que poner a Cristo en aquella realidad. Hoy, por primera vez, tratemos de levantar un poco el velo del silencio y de la discreción que cubre lo que sintió y vivió Cristo mientras pronunciaba estas palabras. Tratad de imaginar esta escena: Jesús con los apóstoles sale del Templo, pasa el Torrente de Cedrón, sube por la pendiente de Getsemaní y llega a la cima de la colina desde donde se domina un hermoso panorama e inmediatamente, tanto Él como los apóstoles, se encuentran delante de este templo imponente. Es como cuando nosotros vamos al Janículo y vemos aquél maravilloso panorama o cuando desde una bonita terraza vemos San Pedro y nos entusiasmamos delante de aquel espectáculo: el abrazo de las columnas imaginado por Bernini, la cúpula ideada por Miguel Ángel, el templo más grande de toda la cristiandad, la historia que el templo de San Pedro ha conocido como última de una serie de basílicas que la han precedido. Nuestro entusiasmo de hombres es el mismo que ha sentido Cristo. Él ha gozado al ver este maravilloso panorama, al contemplar la majestad y la belleza del templo pero al mismo tiempo ha sufrido porque, siendo también Dios sabía que aquel templo sería destruido, y al sentir esta emoción la ha comunicado a los apóstoles con dolor. Yo creo que nunca se ha puesto de relevancia que Jesús, en aquél momento, estaba sufriendo enormemente. Pensad en cómo os sentiríais si supieseis que San Pedro, el símbolo de la Cristiandad, dentro de cuarenta años será destruido por los musulmanes o por los chinos; sufriríais seguro, y Cristo sufre en aquel momento, su sufrimiento es más agudo que el nuestro porque Él ama infinitamente más. Sabéis que el sufrimiento es proporcional al amor, cuanto más amamos a una persona, más sufrimos, cuando somos privados de ella. Participar en el luto de un allegado es diferente al de participar en el de una persona conocida; si hay amor el sufrimiento es mucho más fuerte, por tanto imaginad lo que pudo haber sentido Cristo en aquel momento. Por otra parte sabemos, porque de esto tampoco se habla en el Evangelio, que la Virgen estaba siempre, realmente o en bilocación, al lado de su Hijo, por lo tanto, también ella sufrió al saber que este templo sería destruido. Ella había vivido allí desde la muerte de sus padres hasta el momento en el que se casó con José, allí rezó y bajo la guía de la profetisa Ana ha aprendido también el arte de coser y de bordar; siempre, en aquél lugar tuvo muchas conversaciones con Dios Padre, con el Hijo de Dios que se convertiría en su Hijo, con el Espíritu Santo, con Dios Uno y Trino. En aquél templo había leído la Sagrada Escritura y en particular los pasajes del Antiguo Testamento en el que Isaías y los profetas hablaban de su Hijo, porque ella sabía que se convertiría en Madre de Dios desde el primer instante de su concepción. No nos detengamos en los lugares habituales, tratemos, en cambio, de profundizar y recordad que, por mucho que queramos analizarla, no agotaremos nunca la profundidad de la palabra de Dios. Eh ahí por tanto que Jesús habla con sufrimiento y disgusto del templo y a su sufrimiento se añade el de los apóstoles, auténticos judíos. Sobre el significado de este pasaje hay todavía en curso una discusión entre los exegetas; algunos dicen que se refiere al fin del mundo, otros que se habla del fin de Jerusalén, sin embargo otros creen que el fin de Jerusalén del que se habla es el símbolo, la imagen del fin del mundo. Siguiendo el supuesto que os he hecho, sin embargo, yo creo que el pasaje se refiere sólo al fin de Jerusalén, por tanto me uno a aquellos exegetas que dicen que se ha de entender como el fin del mundo judío. Con la destrucción hay la dispersión, cesan los sacrificios, termina un mundo pero hay también el nacimiento de otro que empieza pero en el dolor; y eh ahí que se hace clara la imagen de los dolores de parto. La mujer que está a punto de dar a luz sufre, pues bien el cristianismo ha salido de los sufrimientos del Redentor, de la Corredentora y de la participación al dolor del Mesías por parte de sus hijos. Cristo ha hablado de manera clara de persecuciones, prisión y ha aclarado que la causa de esta persecución es "Mi Nombre". Esto significa que la adhesión de los hombres a Su doctrina comportará para estos una tremenda persecución.
Os he explicado que el verdadero significado de aquella pare del tercer secreto de Fátima que ha sido revelado no es el que ha dado la autoridad eclesiástica sino que es otro, fue el mismo Dios Padre a decirnos a Marisa y a mí cuál es el significado auténtico. Aquellos de los que se habla y que disparan con arcos, flechas y arcabuces no representan los regímenes ateos del siglo veinte que persiguen a la Iglesia, sino que representan algo más tremendo: indican aquellos eclesiásticos que, abusando de su autoridad, persiguen a los profetas de Dios, sean estos simples laicos, fieles, sacerdotes, u obispos. Cuando luego Jesús habla de cárcel y sufrimiento, siendo Él mismo también Dios y en Él está comprendida toda la realidad, se refiere también a la persecución que sucede en el interior de la Iglesia, de los hermanos en relación con otros hermanos. Yo no hablo sólo de nuestra situación sino también de quien nos ha precedido y ha sido injustamente condenado, encarcelado y de aquellas almas llamadas por Dios que, además, han sido confiadas al brazo secular que ha emitido para ellos la sentencia de muerte. Volviendo al tercer secreto de Fátima, Jesús ha visto también nuestra situación, nuestra persecución; también en este caso ha sido Dios mismo el que ha revelado que el Obispo vestido de blanco que es herido, no se trata de una muerte física sino de la muerte moral que es enormemente más grande que la física. Jesús ha hecho conocer el futuro de la iglesia, un futuro que, por culpa de los hombres, se ha convertido en amargo mientras que podía ser hermoso y luminoso, con una plena y total afirmación del amor. Por desgracia muchos cristianos se han visto obligados a arrastrarse por el camino del Calvario para subir a la cima de esta pequeña colina y ser definitivamente clavados, condenados y muertos. En el momento en el que Dios decida, se verificará lo que había predicho Malaquías siglos antes del Cristianismo: cuando llegue el día de la intervención de Dios, él destruirá a los deshonestos, a los que han cometido injusticias, como el fuego que consume la paja. Malaquías, escribiendo esto, se refería solamente a situaciones de su tiempo, pero en la mente de Dios, sin embargo, esta palabra Suya rebasa los siglos y llega hasta nosotros; ésta, en cuanto palabra divina, es todavía válida y actual y nosotros la podemos aplicar justamente también en nuestra situación.
Después de haber recibido alguna enérgica caricia por parte de la Virgen, de los justos reproches, hoy ha dicho una cosa muy hermosa: a diferencia de los demás, incluso habiendo límites que se expresan alguna vez en momentos de discusión, amamos a Dios y somos amados por Él. Sin presunción y mientras permanezcamos unidos, perteneceremos a la categoría de los justos, cuando llegue el momento de la intervención de Dios, y no hablo del juicio universal, sino que me refiero a lo que en la historia ya se ha verificado varias veces y una de estas ha sido la destrucción de Jerusalén, entonces surgirá el sol de justicia, el sol de la Eucaristía. Yo veo una conexión profunda con la Eucaristía, el triunfo de la Eucaristía. En Dios está presente todo, cualquier momento de la historia, también la nuestra y el sol de justicia que surge no es otro que el triunfo de la Eucaristía de la que nosotros hemos sido modestamente instrumento y de la cual somos partícipes y testigos. En este momento me gustaría volver a encender la esperanza, la fe, el deseo de perfección y santidad, porque sólo de este modo podremos decir, junto a Pablo: "Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo" (Col 1, 24). La unidad del Cuerpo Místico se realiza cuando el sufrimiento de la cabeza se vuelve sufrimiento de los miembros, la de un simple miembro provoca el sufrimiento de todos los demás y el sufrimiento de un hijo se convierte en el sufrimiento de la cabeza que es Cristo. Os confío estas reflexiones, meditadlas y dad gracias a Dios porque ante vosotros hoy, el infinito, se ha abierto un poco más. Sea alabado Jesucristo.