Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 19 marzo 2008

I lectura: 2Sam 7,4-5.12-14.16; Sal. 88; II lectura: Rm 4,13.16-18.22; Evangelio: Mt 1,16.18-21.24

Creo que somos los únicos que hoy festejamos a San José en el día de su fiesta litúrgica. Los demás, de hecho, han aceptado el cambio de fecha, anticipándola al pasado sábado. Como si San José pudiera distraernos en la meditación, reflexión y contemplación del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Nosotros, en cambio, somos del mismo parecer de su esposa, la Virgen, y lo hemos querido festejar hoy. De hecho, San José, el Custodio de la Eucaristía, nos introduce de manera maravillosa en la plena y completa comprensión del triduo pascual, del triduo sagrado. Junto a él podemos, de la mejor manera, esperar la resurrección de Cristo, Sacerdote, Rey y Profeta. Los óleos que serán bendecidos inmediatamente después de la homilía, eran usados para consagrar, para ungir a los sacerdotes, a los reyes y a los profetas, anticipando la figura de Cristo que es Rey, Sacerdote y Profeta. Cristo nos hace partícipes de esta triple dignidad Suya, somos reyes, sacerdotes y profetas, pero la figura que ha anticipado en sí esta triple dignidad es justamente la de José. Lo ha hecho en la humildad, en el escondimiento, en el silencio, en la incomprensión y en la poca estima que sentían los conciudadanos y los parientes hacia él. José es muy amado por Dios tanto como para ser el pre escogido, aquel que fue indicado como el esposo de la Madre de Dios. En él hay esta triple dignidad de la que el Hijo lo quiso hacer partícipe y de la que ahora hablaremos detalladamente.

José es rey como le corresponde por dignidad real siendo de descendencia davídica, pero también porque, en el interior de su casa ejerció, por voluntad de Dios, y creedme no tuvo que ser fácil, el papel de cabeza. De hecho, tenía con él y, en cierto sentido, por debajo de él, al Hijo de Dios y a la Madre de Dios, que aceptaron, respetaron y vivieron este papel suyo, llamémoslo de sujeción, en lo que respecta a la autoridad de José, otorgada por el mismo Dios.

Hablemos ahora de su dignidad sacerdotal. Al sacerdote se le atribuye la tarea de atender al culto divino y, en el interior de la primera Iglesia de todo el mundo, la casa de Nazaret, José ejerció su papel al empezar la oración, conduciéndola y probablemente también al escoger los fragmentos de la escritura que, de cuando en cuando, eran leídos y comprendidos de manera particular, porque allí estaba Aquél del cual la sagrada escritura había hablado en el antiguo testamento.

José es profeta. Yo os he dicho siempre que, en el significado y en la acepción cristiana, el profeta no es aquel que indica el futuro, que también lo puede ser, pero la verdadera identidad del profeta reside en aquél que es llamado por Dios a cumplir una determinada misión y la misión de José es conocida por todos. José con su ejemplo, junto al de su esposa, nos invita a esperar, en la meditación y en la oración, el acontecimiento de la salvación que él ha esperado y ha vivido. Esta es una confidencia que la Virgen nos ha dado: José estaba presente, en espíritu, bajo la cruz, al lado de su mujer, a los pies de Aquél que le llamó papá durante años.

Ahora vayamos más allá y tratemos de comprender cómo vivió José su papel de padre respecto al Hijo de Dios. Al vivir este papel, José demostró ser la persona más equilibrada de todos. En toda la historia, de hecho, no ha habido nunca ninguna persona que haya vivido de manera tan serena y equilibrada su papel y su cometido. Basta hacer notar que ante un niño débil e inerme, necesitado de cuidados, atenciones y vigilancia, él se arrodillaba y reconocía a su Dios. Lo mecía y lo adoraba, lo llevaba en brazos y era sostenido, lo amaba y era amado a cambio. Ésta es la grandeza de José, en todo esto podamos notar esta figura gigante, enorme que aún no ha entrado en todo su fulgor, belleza y grandeza en el panorama de la Iglesia. San José precede y supera en santidad a todos los santos y beatos del Paraíso: sólo es superado por la Virgen, es inferior solamente a aquella que Dios ha hecho llena de gracia. Esto es lo que Dios ha dicho muchas veces. Eh ahí quién es José, ésta es su grandeza. José se deja amar por el Hijo, nos habla de él y, para quién sabe escuchar, para quién sabe ponerse en contacto con él, no es difícil ni imposible sentir sus palabras que nos invitan a reconocer en el pequeño, débil y frágil cuerpecito, a Aquél que se convertiría en sacerdote y víctima, presente en la Eucaristía. Nosotros, y también en esto tenemos el derecho de primogenitura, lo invocamos y lo reconocemos como “Custodio de la Eucaristía”, un custodio que no se queda para sí el tesoro confiado, sino que está feliz y contento de participarlo y compartirlo con un número cada vez más grande y amplio de personas. El Evangelio nos habla del episodio de la pérdida de Jesús y su posterior reencuentro en el templo. En esta situación tenemos la ocasión de admirar el comportamiento de José que, sin comprender plenamente el comportamiento de Jesús, se calló. José sabe que este niño de doce años es Dios y sabe perfectamente, que si se ha comportado de este modo incomprensible desde el punto de vista humano y que ha suscitado sufrimiento y preocupación en él y en su mujer, hay una razón válida. José fue capaz de verlo. Sólo manifestó su preocupación, siendo un hombre y partícipe, por tanto, de las emociones humanas, a través de aquella pregunta que él, junto a María, dirigió al pequeño Jesús. Y luego, si consideramos los años silenciosos de Nazaret, podemos decir ciertamente que su casa era la más feliz, la familia más unida, el lugar donde lo divino y lo humano han estado juntos mucho tiempo. Esta es la casa de Nazaret y, en todo esto, aquél que tuvo una larga e importante presencia, es justamente José. Casi me parece verlo mientras habla con su Hijo, diciéndole: “Jesús, tal como has hecho con los doctores, habla y manifiéstate también a mí y a tu Madre, háblanos del Paraíso, háblanos de Dios Padre, háblanos de Tu vida, concédenos por adelantado tus enseñanzas”. Y entonces, este niño, como había atraído sobre sí la atención de los hombres solemnes y pomposos del templo, también llamó la atención respetuosa, cariñosa y atenta de su madre y de su padre sobre sí.

Ciertamente, de manera específica, José escogía las lecturas y los fragmentos de Isaías que hablaban de Jesús y los de Miqueas que anunciaban dónde nacería el Mesías y ciertamente, José escuchaba también otros fragmentos comentados por Jesús y se alimentaba de la fuente de Su palabra. Después de cada encuentro con la palabra de Dios crecía en él el conocimiento de Jesús y, junto a Su conocimiento, crecía, aumentaba y se dilataba también el amor. Jesús, José y María realizaron varios largos viajes para ir al templo, no sólo el que nos recuerda Lucas en el que se habla de la pérdida de Jesús, sino que hubo otros antes y después de este acontecimiento. Eran momentos particularmente deseados, esperados, justo porque, aprovechando estos largos viajes, que requerían varios días de camino, cuando se paraban por la noche, hablaban de Dios. Eh ahí porque nosotros no podemos y no tenemos que dejar de lado a José, más bien lo tenemos que hacer brillar, porque él brilla en el firmamento sobrenatural con una luz propia, inferior sólo al de la Virgen. La estrella guía, la estrella da certeza, la estrella da luz porque genera luz. La Iglesia tiene el deber de ser como José, una estrella que guía e ilumina. El motivo por el que Dios ha querido que fuese colocada, junto a su nombre, la expresión “Custodio de la Eucaristía”, es exactamente éste: para llegar a amar la palabra de Dios, para amar a Aquél del que habla la escritura y la escritura habla de Jesús. Por tanto el punto es siempre el mismo. El momento doloroso y sufrido de la separación terrena es un momento que, en los planes de Dios, serviría para la aplicación de la redención. Hablamos, por tanto, del sufrimiento de su mujer, del sufrimiento del Hijo, pero también del sufrimiento de José, que se separaba físicamente de las personas que amaba, para esperar a que Jesús, y él lo sabía, sufriese y muriese, para luego llevarlo al Paraíso y ser el primero en ser introducido en la gloria y en la felicidad eterna. José sabía lo que Jesús haría, José estaba al tanto de la vida y de la muerte a la que se enfrentaría. Eh ahí porqué, después de dos mil años, la Virgen nos ha hecho saber que José estaba con ella bajo la cruz. Nadie podría pensar esto nunca y ni siquiera imaginar todo esto, porque todo, humanamente hablando, hace pensar en lo contrario, pero para Dios, una vez más, y no tenemos que sorprendernos, todo es posible. Y si José está a los pies de la cruz, si José, y no sólo hoy, hace compañía y está al lado de la Madre de la Eucaristía, él, el “Custodio de la Eucaristía”, está también a los pies del sagrario. Cuando nos dirigimos en adoración y oración silenciosa a la Eucaristía después de haber adorado a Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, podemos, y Jesús es feliz de eso, saludar a su Madre y saludar a su Padre. Esto no son fantasías, éstas no son simplemente emociones y conmociones, sino que ésta es la verdad que viene de Dios y que solamente Él puede darnos a conocer, apreciar y gustar. Sea alabado Jesucristo.


Reflexión después de la ceremonia de bendición de los oleos

Quizás alguno de vosotros se ha preguntado porque hemos hecho esta ceremonia, puesto que estos óleos bendecidos son utilizados tan poco. De hecho, en nuestra comunidad, durante el año, ha habido pocos bautismos, una confirmación, y estos óleos no han servido para ninguna unción de los enfermos, ni ha habido ordenaciones sacerdotales o episcopales. ¿Pero qué sabéis vosotros? ¿Qué sabemos nosotros? Y los cincuenta y un obispos y setenta y siete sacerdotes que yo he ordenado en bilocación, como Dios Papá nos hizo saber el 28 de mayo del 2007 durante una teofanía trinitaria reservada a Marisa y a mí, según vosotros, ¿con qué óleos bendecidos han sido ordenados y consagrados? Y todas las millares de personas que han recibido la confirmación y el bautismo que yo he celebrado en bilocación, ¿con qué óleos han sido ungidos? Alguno podrá decir: “pero no han disminuido”. Pues ¿entonces?, cuando Jesús transformó el agua en vino, los invitados ¿se dieron cuenta? Jesús, del mismo modo, ¿no puede volver a colocar y a reproducir en la botella el óleo que ha sido retirado y utilizado para el desarrollo de las ceremonias sacramentales? Me doy cuenta de que es difícil afirmar estas cosas si no viene de arriba, pero Dios puede hacer posible lo que los hombres consideran imposible, puede hacer pensable y realizable lo que los hombres consideran impensable e irrealizable. Yo no sé si Dios querrá que se utilicen de nuevo estos óleos, pero ciertamente, los otros han sido utilizados fuera y muy lejos de este lugar. Roguemos al Señor para que sean utilizados, porque querría decir que otros sacerdotes y obispos están dispuestos a formar parte y unirse a las filas de los pastores que Dios está preparando y formando para el futuro de la Iglesia. Querría decir también que muchas almas han sido bautizadas y confirmadas y muchas personas moribundas han sido consoladas, reforzadas y preparadas antes del encuentro final con el juicio de Dios. Roguemos por ello. Yo, hoy, ofrezco la Santa Misa por esta intención: para que el Señor pueda darme a mí y a vosotros la alegría de saber que, según su forma de actuar, sus tiempos y sus planes, durante el Año de la Esperanza, este óleo bendecido en el lugar taumatúrgico ha llegado hasta los confines de la Tierra. Y esto siempre para alabanza de Dios, por el renacimiento de la Iglesia y por la salvación de las almas. Sea alabado Jesucristo.