Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 19 abril 2009

I lectura: Hch 4,32-35; Salmo 117; II lectura: 1 Jn 5,1-6; Evangelio: Jn 20,19-31

Contrastados los cuatro Evangelios, sobre el relato de la Resurrección de Cristo, se diversifican entre ellos porque los momentos en que Jesús se apareció y las personas a las que se manifestó, son diferentes y numerosas y las muchas versiones reflejan lo que los testimonios individuales contaron realmente. Nunca se ha puesto de relieve que Jesús se hubiera aparecido primero a los laicos, como María Magdalena, a la que pidió que fuera a contárselo a los demás y después a los dos discípulos de Emaús, a los que confió la misma tarea. Solamente por la tarde del domingo se apareció a los apóstoles (Jn 20, 19).

Jesús siempre actúa pretendiendo algo y hoy trataremos de comprender porqué se comportó así. ¿Quizá Jesús quería castigar a los apóstoles? No. Los discípulos de Emaús, por añadidura, se estaban alejando y decían: "Esperábamos que fuera el libertador de Israel, algunas mujeres han contado que lo han visto, pero nosotros no hemos creído" (Lc. 24, 21-24).

Después de 2000 años la única respuesta posible, verdadera y justa, se encuentra en las cartas que Dios nos ha dado. Os he dicho siempre que la palabra de Dios tiene una profundidad de comprensión que no se agota nunca y siempre surgen nuevos elementos y reflexiones cada vez que se la medita. Para la palabra privada, que tiene siempre a Dios como autor, vale la misma consideración. Yo mismo, que conozco mejor que vosotros las cartas de Dios porque las escucho y las vuelvo a revisar varias veces para corregirlas, os confío que, antes de darlas para la impresión, vuelvo a descubrir continuamente realidades que antes no había comprendido. Por otra parte, muchas veces, la Madre de la Eucaristía os ha pedido que estéis cerca de mí, incluso cuando vaya a la "cueva de lobos". Tanto Jesús, que se manifestó en primer lugar a los laicos, como la Virgen, que les pidió que colaborasen en los designios de Dios, querían hacernos comprender que los laicos, a diferencia de lo que han sostenido los obispos, los sacerdotes y por desgracias los mismos papas, tienen un papel importante en la Iglesia, como el de los eclesiásticos, aunque diferente. No hay otra explicación.

La Iglesia por definición es la comunidad de los bautizados, sin distinción entre los que han recibido la confirmación, sacerdotes, obispos o los que han emitido sus votos. En su interior hay papeles diferentes e igualmente importantes. Los descendientes por ordenación, de los apóstoles y sus colaboradores se han puesto, sin embargo, en una situación de contraste y no han reconocido los carismas de los laicos. Los laicos han reconocido, sin embargo, la autoridad de los sacerdotes, pero los sacerdotes no han reconocido las misiones que Dios ha confiado a los laicos y a los profetas que ha escogido para que anunciasen Su voluntad. Eso significa que nosotros, hasta hoy, no sólo no hemos respetado, sino que también hemos impedido que se realizase la Palabra de Dios. ¿Comprendéis ahora que cuando el Obispo está mal, sufre y reacciona con fuerza ante alguna de vuestras faltas, personales o comunitarias, es porqué impedís lo que Dios quiere de vosotros? No todos los laicos desempeñan o tendrán que desempeñar la misma misión, pero incluso el simple papel de intercesión o de oración es ya grandísimo.

Esto me lleva a una imagen del Antiguo Testamento que narra la vuelta de los hebreos en Egipto, después de cuatrocientos años de exilio, a su cuna de origen ahora ocupada por otros pueblos y que han tuvieron que luchar para reconquistar su territorio. Moisés, durante los combates, rezaba con los brazos en alto, típico modo de rezar de los hebreos. Cuando estaba cansado y bajaba los brazos, los hebreos perdían, mientras resistía con los brazos en alto los hebreos vencían. Para conseguir la victoria, los hebreos apoyaron los brazos de Moisés sobre unos soportes. Dios no tenía necesidad de eso, pero era necesario para que se comprendiese que a las oraciones de Moisés tenían que unirse, para obtener la victoria, las oraciones de todo el pueblo.

Hoy, para renovar la Iglesia, todos vosotros laicos tenéis que sentiros responsables de este cambio. La corrección fraterna vuelve a entrar en el estilo que nos ha sido enseñado y la Madre de la Eucaristía ha dicho que se tiene que practicar hacia todos, incluso refiriéndose al Papa, si se equivoca. Esto es lo que dice Dios, ¿y los hombres?

Habéis constatado vosotros mismos, cuando habéis ido a ver a los sacerdotes, en vuestra misión, la oposición que habéis encontrado: os han tratado sin respeto. ¿Tienen razón los sacerdotes que os han tratado mal o Dios que os ha confiado esta misión? Este era uno de los numerosos secretos que Marisa conocía ya desde hace muchos años y que yo ignoraba. Dios me habría mandado sacerdotes si hubiesen sido humildes y sencillos.

Pongamos otro ejemplo. En las presentaciones de los diecisiete libros que recogen las cartas de Dios, he escogido no comparecer como autor, indicando el término "Comité cultural". Los eclesiásticos pensando que se trataba de laicos no le han dado ninguna importancia a estos escritos.

El que ha sido empujado por la curiosidad, o porque es bueno, o porque ha sido invitado a hacerlo, ha leído los libros y ha encontrado una de las minas a las que acudir la mayor parte de las veces, para las catequesis, para las predicaciones y para hacer el Vía Crucis.

Volvamos a las lecturas del día: el profeta Baruc tenía que desempeñar una misión y estaba indeciso y atemorizado. Lo animó su asno que le habló. Dios se manifiesta como quiere, podría venir aquí o enviar también a un recién nacido a hablar y a ordenar Su voluntad. Si manda a los laicos, ¿por qué faltarles al respeto? En los Hechos de los Apóstoles está escrito: "Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús y todos gozaban de gran simpatía" (Hch 4, 33). Este "todos" no se refiere a los apóstoles, sino a la multitud de los que eran creyentes, por tanto, a los laicos. Una vez más me pregunto por qué motivo estas verdades presentes en la palabra de Dios no se han expuesto. Seguramente han sido comprendidas, pero el deseo de sobresalir y la sed de poder han hecho que sólo la casta sacerdotal concentrase en sí todos los poderes.

Al principio de la historia de la Iglesia, en los primeros siglos, los obispos eran elegidos y nombrados por las diversas comunidades de lacios; eran ordenamos primero sacerdotes y luego obispos. Se han convertido en santos y grandes doctores de la Iglesia. Nos podemos preguntar si es necesario el tercer Concilio Vaticano. Los sacerdotes están presionando para que lo hagan porque sostienen que el primer Concilio ha puesto en el trono al Papa, el segundo ha enaltecido a los obispos y el tercero podría atribuirles mayor importancia. Así, concededme una broma, haremos el cuarto para los laicos. Es suficiente leer la palabra de Dios y respetarla, no es necesario instituir el tercer o el cuarto Concilio Vaticano.

Ahora analicemos la carta de S. Juan. Su estilo es definido como el del águila y tiene necesidad de ser comprendido, pero en el siguiente fragmento surgen los conceptos fundamentales del cristianismo.

Los hombres que creen y aceptan a Cristo son hijos de Dios, y los hijos de Dios tienen que amarlo y tienen que amarse entre ellos. Para convertirse en santos y permanecer fieles a esta vocación de hijos, se tienen que respetar los mandamientos. Respetar los mandamientos, dice S. Juan, no es gravoso porque Dios ayuda. Era necesario comprender solamente esto. Todo el que cree que Jesús es Cristo, que ha sido engendrado por Dios y se acerca a Él, se convierte en Su hijo con la fe. También durante el rito del bautismo se pregunta: "¿quieres?" Y "¿crees?" al bautizado y en su lugar responden los adultos. De hecho, se llega a Dios por medio de la fe y por tanto: todo el que cree que Jesús es Cristo, ha sido engendrado por Dios. El que ama a Dios ama también a quien ha sido engendrado por Él (1 Jn 5, 1), es decir, los hijos de Dios. Alguno podría pensar que el Evangelio en este fragmento se refiere a Jesús, Hijo de Dios, engendrado desde la eternidad, pero en este pasaje "ama también a quien ha sido engendrado por Él" se refiere, sin embargo, a los hombres. He ahí, la unión entre amor a Dios y amor al prójimo, al propio hermano. Reconocemos a los hijos de Dios por el hecho de que observan los mandamientos. Los que no lo hacen no son hijos de Dios. La Madre de la Eucaristía nos ha hecho saber que la victoria de la Eucaristía anunciada el famoso 10 de enero del 2002, es importante porque ha vuelto vanos los planes de los eclesiásticos inscritos en la masonería que además se estaban prodigando para abolir dos mandamientos. ¡Estos no son hijos de Dios! Algunos, en el interno de la autoridad eclesiástica, se estaban alejando de la verdad, habían preparado ya los textos para cambiar las fórmulas de la Consagración, de manera que Cristo ya no fuese considerado presente; estaban a punto de cambiar la fórmula de las ordenaciones episcopales, determinando así la interrupción de la sucesión apostólica. Además habían manifestado la intención de abolir ¡dos sacramentos! Este serpentear de la herejía protestante se había infiltrado en los seminarios, en las congregaciones religiosas que no creían en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Muchos eclesiásticos son peores que Lutero porque este último creía en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, sin embargo, éstos que creían más o menos, lo combatían de todos los modos posibles.

Todo el que ha sido engendrado por Dios vence al mundo. El mundo se vence con la fe, es decir con la ayuda de Dios; con el término "mundo" Juan quiere indicar todos los que se oponen a Dios.

Cuantas veces os he preguntado: en el fondo, ¿quiénes somos nosotros? Y sin embargo hemos vencido al mundo. El triunfo de la Eucaristía es la victoria más grande en la historia de la Iglesia y ha sido atribuida a un Obispo, a una Vidente y a un grupo de personas. Cuando en 1572 los cristianos obtuvieron la victoria militar en Lepanto, san Pío V había hecho rezar a toda la Iglesia y el Te Deum resonó bajo las bóvedas de todas las iglesias. Cuando Dios me dé poder, haré celebrar el 10 de enero y por primera vez en todas las iglesias cantarán el Te Deum haciéndolo preceder por una novena de oración, porque esta victoria ha cambiado la Iglesia.

Mirad, sin embargo, que ha sucedido: la victoria de la Eucaristía los ha pisoteado y se han visto obligados a poner buena cara al mal tiempo, convirtiéndose en apóstoles: predican y escriben sobre la Eucaristía. Dios, para introducir en al Iglesia algunas de las devociones que querían abolir, se ha servido de una hermana poco instruida que ha muerto joven. El concepto de la misericordia de Dios ha sido puesto de manifiesto por sor Faustina Kowalska, muerta a los 33 años. Para la devoción a los primeros sábados de mes se ha servido de tres pastorcillos: una ha entrado en el convento y dos se han ido al Paraíso. La devoción a la Virgen se ha difundido en toda América latina gracias a un indio, un campesino. No ha habido trabajos o misiones en la Iglesias que Dios haya confiado a reyes, reinas, princesas, duques, cardenales o papas. Los papas tienen que hacer su deber, pero no han recibido de Dios una misión específica. Dios llama a quien quiere y, en la historia de la Iglesia, ha llamado a menudo a los laicos que han reaccionado muchas veces mejor que los sacerdotes. Santa Catalina de Siena llamaba perros a los sacerdotes y a los cardenales. Convenció a los papas que residían desde hacía más de 70 años en Aviñón para que volvieran a Roma. También ella murió a los 33 años.

Despertad pequeño rebaño, despertad y luchad; no tiene que luchar sólo el Obispo y la Vidente que están demasiado cansados; la Vidente, hoy no ha sido capaz ni siquiera de presenciar la aparición y está verdaderamente muy mal. Marisa lucha día y noche para llegar a la fecha establecida por Dios, desconocida todavía por nosotros, pero deseo que sea muy pronto, sobre todo por ella. Ha obrado mucho más ella sola que ejércitos de sacerdotes reunidos. Me ha sido contado también por sacerdotes, eclesiásticos y obispos que han arremetido contra Dios con ocasión del último tremendo terremoto que nos ha golpeado. No añado nada más. Dios ha mandado a la Virgen, a Marisa, a la abuela Yolanda y a otros santos del Paraíso para estar al lado de los que han sufrido el terremoto y para componer los cadáveres. Os revelo un particular: mientras Marisa estaba componiendo el cadáver de un niño, se le ha quedado en la mano un brazo. Pero allí ha habido la ayuda de Dios y se ha seguido adelante. Terminada la fase de la recogida de los difuntos, al asistir a los más pequeños, se han verificado escenas desgarrantes: un niño de 5-6 años lloraba porque ya no tenía a sus padres, una niña más pequeña se dirigía a Marisa llamándola mamá. Probablemente el shock inmediato al terremoto le había causado una falta de memoria. El día del terremoto, cuando murió aquella gente, ninguno pensó que el Paraíso se ha enriquecido de muchos niños, jóvenes y adultos. La naturaleza actúa, a veces, de manera tremenda e incomprensible, pero si los hombres hubiesen construido sin pensar en los gastos, el número de muertos habría sido decididamente inferior. No podemos tomarla con Dios cuando el egoísmo y la ganancia reinan como soberanos. Se habla de decomisos, de cemento sin el hierro en el interior, se habla de arena no adecuada: no podemos tomarla con Dios. ¿Por qué acusamos siempre a Dios? Hay naciones que viven en zonas de terremotos y no padecen semejantes desastres.

¿Quién vence al mundo sino el que cree que Jesús es el hijo de Dios? Tenemos verdaderamente necesidad de creer, tenemos necesidad de reafirmar nuestra fe y de crecer espiritualmente. Con esto no quiero decir que no nos sea permitido el lamentarnos con Dios, podemos hacerlo, pero sin comunicarlo a los otros, dirigiéndonos a Él directamente, desahogándonos con Él si hay algo dentro de nosotros, porque él es un Padre. En los últimos tiempos ha escuchado tantos lamentos elevados con fuerza por parte del Obispo y de la Vidente, pero respondía: "Tenéis razón, hijos míos, pero tengo que salvar todavía a algún hermano vuestro". Marisa respondía: "Nosotros no somos responsables ni culpables". Y Él: "Yo os he elegido y vosotros habéis respondida sí"

Es verdad, un sí doloroso, conocíamos sólo una parte cuando nos fue pedido, si lo hubiésemos conocido enteramente, ninguno de nosotros dos habría aceptado. Pero henos aquí: cansados, abatidos, desmoralizados, exhaustos, pero podemos decir:

"Hemos vencido al mundo"