Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 19 noviembre 2006
I Lectura Dn 12,1-3; Sal 15; II Lectura He 10,11-14.18; Evangelio Mc 13,24-32
En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran príncipe, que hace guardia sobre los hijos de tu pueblo. Será aquél un período de angustia como no lo hubo desde que existen las naciones hasta aquel día. Entonces serán salvados, de entre el pueblo, todos aquellos que se hallen inscritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán; unos para la vida eterna, otros para la vergüenza y la ignominia perpetua. Los sabios brillarán entonces como el resplandor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas por toda la eternidad. . (Dn 12,1-3)
«En aquél tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “En aquellos días, después de esta angustia, el sol se oscurecerá, la luna no alumbrará, las estrellas caerán del cielo y las columnas de los cielos se tambalearán. Entonces se verá venir el hijo del hombre entre nubes con gran poder y majestad. Mandará a sus ángeles a reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, desde uno a otro extremo del cielo y de la tierra. Aprended del ejemplo de la higuera. Cuando sus ramas se ponen tiernas y echan hojas, conocéis que el verano se acerca. Así también vosotros, cuando veáis todo esto, sabed que él ya está cerca, a las puertas. Os aseguro que no pasará esta generación antes de que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Respecto de aquel día y aquella hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el hijo, sino sólo el Padre”. (Mc 13,24-32)
Las lecturas de hoy, XXXIII domingo del año, son de difícil comprensión, hay tonos claroscuros por lo que algo se nos escapa: uno cree que ha comprendido una realidad y después descubre que debajo hay otra. Los mismos exegetas, sobre todo ante el evangelio de hoy, han dado interpretaciones diferentes y conflictivas.
Si queremos simplificar las cosas, la primera lectura trata del libro del profeta Daniel y el fragmento del Evangelio de Marcos son aparentemente confusos, porque en ellos está presente un estilo apocalíptico y profético, que no nos es familiar. En estos fragmentos hay anunciados fenómenos, hechos y realidades futuras, por tanto alejados de nosotros y no forman parte de la experiencia presente o pasada. El futuro no lo ha vivido nadie, lo conoce solamente Dios, por este motivo cuando en las escrituras hay representados eventos futuros no podemos comprenderlos del todo. Con un esfuerzo de comprensión, siempre ayudados por el Espíritu Santo, podemos decir que en las lecturas de hoy están presentes dos eventos futuros que no hacen referencia solo al pueblo de Israel, sino a todos los pueblos. Estos dos acontecimientos son la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo.
Os recuerdo que Jesús, al hablar, se dirigía a los judíos, los cuales tiene una historia, el Antiguo Testamento y sus tradiciones. El pensamiento dominante del pueblo judío era que mientras Jerusalén estuviera intacta y conservada, también el mundo lo estaría; si Jerusalén fuera destruida y su historia terminara, el mundo entero también terminaría. Por tanto para los judíos estos dos acontecimientos son interdependientes, históricamente ocurren casi al mismo tiempo. Ahora está más claro, porque se habla indistintamente del fin de Jerusalén y del fin del mundo. Que es el género apocalíptico, surge claramente de la lectura misma, porque pienso que las habéis leído personalmente, además de haberla oído hoy, y es legítima la pregunta: ¿Pero qué quiere decir?
Detengámonos en el primer acontecimiento: la destrucción de Jerusalén.
Los historiadores, entre los cuales están Plinio y Svetonio, que cuentan la historia del Imperio Romano, describieron terremotos y carestías que habían ocurrido algunos años antes de la destrucción de Jerusalén, de la que ellos no sabían nada, porque el emperador Tito todavía no había decidido conquistarla y destruirla. Estos acontecimientos naturales a los ojos de los paganos tenían un origen sobrenatural, por eso aparecían como mágicos y fatales. Cuando Jesús, con una descripción apocalíptica, dice que el sol se oscurecerá, la luna ya no brillará, las estrellas se caerán, las columnas del cielo se tambalearán, describe fenómenos naturales. Añado otra reflexión: muchas veces la Virgen le ha dicho a Marisa y a mí que lo que la gente suele ver como un simple fenómeno natural, para nosotros dos en cambio es una manifestación sobrenatural. Mientras ciertos acontecimientos o situaciones son interpretados de manera estrictamente humana, nosotros los observamos en clave puramente espiritual. Pongo un ejemplo. Cuando la Trinidad se ha manifestado bajo la forma de tres palomas luminosas, encerradas en una gigantesca Eucaristía, todos los demás probablemente vieron simples palomas, pero no han comprendido la realidad sobrenatural en la que estaban colocadas, ni la luminosidad, la majestad, la agilidad, ni la grandeza de estas palomas, porque el Señor en Su grandeza decide a quien dar a comprender ciertas realidades y a quién no.
En el fragmento del Evangelio se anuncia exactamente la destrucción de Jerusalén: “En verdad os digo, que no pasará esta generación antes de que suceda todo esto” (Mc 13,30). Y además de la destrucción de Jerusalén, que para los judíos representaba el fin del mundo, está exactamente el preanuncio del fin del mundo. Nos encontramos por tanto, por un lado, ante una realidad terrena e históricamente superada, por el otro lado, con una realidad futura que nos concierne a todos. En lo que respecta a la destrucción de Jerusalén tenemos que ampliar nuestra reflexión, tratando de comprender todos los acontecimientos a través de los cuales se manifiesta la acción y la presencia de Dios.
La venida de Cristo representa una intervención particular de Dios; en la historia las ha habido y las habrá. La misma realidad futura que nos concierne se tiene que vincular a una intervención del Señor. En una reciente carta de Dios, la Virgen ha dicho que vendrá su Hijo y nosotros no lo veremos. ¿Os acordáis de esto? ¿Qué quiere decir? Quiere decir que habrá intervención de Dios, por la que los justos se encontrarán finalmente en una situación favorable y serán premiados, mientras que los deshonestos y los malvados sufrirán las consecuencias de su maldad y de su injusticia. ¿Por qué el Señor está continuamente aplazando el momento de sus intervenciones? Porque espera – y la esperanza de Dios es certeza absoluta – que diversas personas del campo de los deshonestos o de los malvados pasen, a través de la conversión, hacia el de los buenos. Cuántas veces lo ha dicho el mismo Dios Padre: “Yo no puedo asistir al fracaso de mi Hijo". Porque de seis mil quinientos millones de personas que actualmente viven en la Tierra, ¿cuántas son las personas que, muriendo, podrían ser llevadas al Paraíso? Para el Señor es un sufrimiento ver o saber, porque para Dios no existe diferencia entre pasado, presente y futuro, que muchos de sus hijos no gozarán de él por toda la eternidad. Así que espera antes de intervenir y aún hoy el atributo de la misericordia de Dios es primordial, para que la justicia se pueda manifestar más tarde. Por tanto estamos en esta espera de los acontecimientos, que no sé cuáles serán, nadie los conoce, y que podrán conocerlos solamente las personas a la que Dios ya se los ha revelado o revelará en el tiempo. Nosotros podemos estar tranquilos, porque cualquier cosa que ocurra y de cualquier modo que se manifieste la intervención de Dios en la historia, nosotros gozaremos de su protección, de su ayuda; cada uno de nosotros no sufrirá ningún daño, porque hemos escogido el camino que la Madre de la Eucaristía nos ha indicado y que Jesús, a través de la gracia y la redención, nos ayuda a recorrer. Os lo repito, cualquier cosa que ocurra, permaneced tranquilos; tenemos que estar serenos y seguros, porque el justo goza de la ayuda y de la protección de Dios. Dios puede permitir que en la fase ordinaria algunos justos recorran el camino de Su Hijo, del pretorio al calvario, con una etapa precedente en Getsemaní, pero solamente algunos. El resto de Sus hijos viven su vocación de manera tranquila y serena. Podréis tener apuros por parte de los que se oponen a Dios, que no lo conocen, no en sentido teológico, sino porque no lo aman y no tienen una relación o unión con Él. Y los que no aman a Dios, tampoco aman a sus hijos.
Por lo que respecta al fin del mundo, una realidad en la que debemos creer, ocurrirá cuando Dios querrá. Cuidado, también con la expresión “Respecto de aquel día y aquella hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el hijo, sino sólo el Padre” (Mc 13,32), algunos heréticos la han utilizado para afirmar que Cristo no es verdadero Dios, porque de otro modo lo sabría, pero estos heréticos se olvidan que en Cristo están las dos naturalezas: humana y divina. Por tanto existe un conocimiento humano y uno divino, existe una voluntad humana y una divina, por lo que Cristo, como hombre, puede que no sepa cómo y en qué momento tendrá lugar el fin del mundo, porque es un evento proyectado en un tiempo tan distante, que la razón humana no puede comprenderlo, pero, como Dios, ciertamente lo sabe.
Dios está en tres personas iguales y distintas: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, que tienen la misma divinidad, por tanto afirmar que solo Dios conoce cuándo ocurrirá el fin del mundo, quiere decir que toda la Trinidad lo sabe del mismo modo. Y nosotros, que estamos muy adelantados respecto a este acontecimiento, ¿Cómo lo podemos vivir? Tratando de seguir la enseñanza de Cristo, como lo dice expresamente en Daniel: Los sabios brillarán entonces como el resplandor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas por toda la eternidad” (Dn 12,3). Los sabios son los que sabiamente han aceptado seguir a Cristo, no es la sabiduría humana, sino la sabiduría divina, es un don que Dios hace a los que le llaman Padre y se comportan como hijos. “Los que enseñaron a muchos la justicia, brillarán como las estrellas por toda la eternidad” o bien el que ayude a un hermano a salvarse tendrá asegurado el Paraíso.
Ved, por tanto, que algunas expresiones de una aparente sencillez son en realidad de una profundidad teológica que puede ser correctamente interpretada solo por quien conoce la auténtica doctrina y la verdad exacta.
Entonces se verá venir el hijo del hombre entre nubes con gran poder y majestad. Mandará a sus ángeles a reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, desde uno a otro extremo del cielo y de la tierra (Mc 13, 26,27). Es muy hermosa también esta imagen, como Jesús mismo la describe, en la que su venida será repentina e impetuosa y Cristo se sentará a la derecha del Padre después que habrá vencido a todos sus enemigos. Esa es la esperanza, esa es la certeza: los enemigos de Dios, uno después del otro, serán derrotados, la victoria será de Dios y no puede ser de otra manera. En los eventos históricos a veces parece lo contrario, pero quien tiene una fuerte fe en Dios, como ha dicho de nuevo también hoy la Virgen, gozará del Paraíso: “También vosotros tenéis que creer en Dios, tener fe en Él cuando hay sufrimientos, preocupaciones. Permaneced unidos a Dios, tened fe y una gran confianza en Dios. Cuando llegue el momento, todos subiréis al Paraíso. Soñad con el Paraíso, vivid como si estuvieseis en el Paraíso” (De la carta de Dios del 19 noviembre 2006).
Probablemente, en la espera habrá también momentos dolorosos y de sufrimiento, pero la victoria final es la de Dios. Y recordad que cada alma que sube al Paraíso es una vitoria Suya y el domingo próximo podremos decir que Dios rememorará su victoria 18 millones de veces. Él nos ha revelado también que si somos fieles, para nosotros también habrá este salto al Paraíso, por lo que gozaremos de Dios y esto será posible desde el primer instante, inmediatamente después de nuestra muerte física.
Así pues, ved, hoy la escritura enciende en nosotros la esperanza y la fe, nos empuja al amor, porque solamente siguiendo este camino, ayudados de estas virtudes teologales, conseguiremos verdaderamente llegar al Paraíso y gozar para siempre.
Probablemente, antes de haber conocido a la Madre de la Eucaristía, antes de haber sido testigos de estos milagros eucarísticos, antes de haber conocido la verdadera doctrina que surge de la escritura, nos preguntábamos: “¿Quién nos salvará?”. Es la misma pregunta que hicieron los apóstoles: “¿Quién se salvará?” la respuesta se nos ha dado muchas veces: todos los que hayan amado.
Por lo tanto, ánimo, valor, perseverancia, humildad, y el año próximo será el año de la humildad, porque solo de este modo viviremos los acontecimientos de Dios, que también nos afectan a nosotros. El último acontecimiento en la historia humana será la resurrección de la carne, cuando tendrá lugar el reencuentro entre alma y cuerpo; entonces disfrutaremos de la visión beatífica de Dios, en la alegría infinita e incomprensible del Paraíso, en el amor potenciado al máximo de sus realidades y posibilidades. ¿Qué hay mejor que todo esto? Nada. Solo Dios es el que puede escuchar nuestro deseo inmenso de felicidad. Recordad que en el hombre está la sed de felicidad, pero la realidad terrestre no sacia esta sed. Esta sed de infinito puede ser colmada solamente por Dios, de la unión con Dios. Esto es lo que os deseo a cada uno de vosotros, desearos esto recíprocamente y deseádselo a todos vuestros parientes y amigos, desead esto a todo hombre, que gracias a la redención y a la voluntad de Dios, es nuestro hermano y cada mujer es nuestra hermana.