Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 20 marzo 2008
Jueves Santo
Primera lectura: Is 50,4-7; Salmo responsorial: Sal 21; Segunda lectura: Fil 2,6-11; Evangelio: Mt Lc 22,14 -23,56.
Desde que empezó la Semana Santa y en particular desde ayer, en mi mente está fija una imagen, creo que será familiar también para vosotros: la tierra y delante de ella, en una parte está el sol y en la otra la luna. No os extrañéis, no os quiero dar una lección de astronomía, pero parto de esta constatación: nosotros formamos parte del mundo, vivimos en el planeta tierra y no nos damos cuenta de que, si por una de esas casualidades el sol se retirase o desapareciese, el destino del planeta tierra sería la muerte, pero antes habría oscuridad incluso, antes de eso, el frío y por tanto el hielo. El planeta se recubriría completamente de hielo que impediría el nacimiento de vegetales, el proliferar de los animales y nuestra misma vida se perdería.
Mirad, la tierra somos nosotros y, como ha dicho tantas veces la Virgen, el sol es la Eucaristía y la luna es la misma Virgen. Me explico mejor: al igual que el sol es necesario e indispensable para permitir la vida sobre la tierra, la Eucaristía es indispensable para permitir que el hombre se encuentre con Dios, que se convierta en su hijo, que pase de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia. Si la Eucaristía se retirase, nosotros caeríamos inmediatamente en el mal y en el pecado. Nadie se ha planteado nunca este problema y sin embargo creo que es importante que hoy contemplemos y volvamos nuestra mirada de manera particular a la Eucaristía.
Hoy se celebra el día de la institución de la Eucaristía y nosotros recordamos perfectamente como ha sido representado la última cena de Leonardo da Vinci, pero también sabemos, gracias a la revelación privada, que en este fresco hay un error, ya que no está representada la Virgen, que sin embargo estaba presente y que nosotros hemos puesto en nuestra última cena. Los apóstoles están alrededor de Jesús, entre ellos está Judas que lo ha traicionado a pesar de que le ha visto realizar muchos milagros, resucitar muertos, caminar y recuperar el uso de las piernas a los cojos, a los mudos la palabra, a los ciegos la vista, a pesar de que haya asistido a la multiplicación de los panes. Luego está el grupo de los diez que resultarán temerosos apenas verán asomar a los guardias en el huerto de Getsemaní, cuando Cristo afirmará delante de ellos Su divinidad diciendo simplemente: “Soy yo”. En aquél momento ellos se derrumbaron, casi cayeron a tierra por una fuerza invisible y lo abandonaron poco después de haberse dado cuenta de que era al mismo Dios al que abandonaban y traicionaban, porque el miedo los hizo huir, a todos menos uno, Juan.
Vosotros sabéis que la Misa es la actualización del sacrificio de Cristo anticipado en la institución de la Eucaristía, por tanto es la misma realidad, idéntica a la de hace dos mil años; cambian los personajes secundarios, pero Cristo es siempre el mismo. Pensemos hoy en Cristo que celebra la Santa Misa y está rodeado de Sus sacerdotes y obispos, es decir los que componen toda la jerarquía eclesiástica desde el de mayor grado al más modesto. Han pasado dos mil años y los Judas que están al lado de Cristo hoy son muchos, demasiados. Si contamos los sacerdotes miedosos, también estos son muchos, ha hablado hoy mismo Jesús y el miedo los empuja a la calumnia y a la difamación porque tienen que justificar su debilidad y fragilidad y por lo tanto golpean a los inocentes, a los profetas, es decir a los que son llamados por Dios y que representan a Juan, el único que no ha abandonado a Cristo. Hay también almas muy fieles, gracias a Dios, pero por desgracia son todavía pocas. Los sacerdotes actualmente en servicio son poco más de cuatrocientos mil y a su lado hay ciento cincuenta mil sacerdotes que han pedido la reducción al estado laical; son muchos, demasiados, esto lo oísteis el domingo pasado por el mismo Jesús que nos hizo una confidencia y nos dijo: “A veces pienso que he muerto en vano, que Mi muerte ha sido inútil”. Pero ¿por qué ocurre todo esto? Entonces yo digo, levantemos la mirada a lo alto y pensemos que, a pesar de los pecados, las traiciones, las debilidades y las miserias, la Iglesia todavía existe y está en pie y el mundo sigue avanzando; cierto, está corrupto, pero considerad que si no estuviese la Eucaristía, la Iglesia estaría destruida, ya no existiría porque la garantía de la existencia y persistencia de la Iglesia y de su presencia en el tiempo es dada exactamente por la Eucaristía. Ahora comprendéis que la Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía.
Se pone al descubierto el amor infinito de Dios que la sostiene, a pesar de que tenga ante Si un espectáculo nada atractivo ni agradable. Sin la Eucaristía el individuo no se realiza; vuestra vida, vuestra historia me dice exactamente esto, es decir que el hombre no puede llegar a la madurez de su humanidad y espiritualidad si prescinde de la Eucaristía. Los que tienen la Eucaristía, los que viven la Eucaristía, llegan a la santidad y al heroísmo. Si no hubiese tenido mi S. Misa, y ésta es para mí una dulce confesión, si no hubiese tenido mi Eucaristía, y digo mía como cada uno de vosotros puede decir mía porque la Eucaristía es un don que Jesús ha hecho a cada hombre, si no tuviese cotidianamente este encuentro con Jesús Eucaristía yo no estaría aquí hablándoos en este momento, mejor dicho, haría muchos años que habría huido tanto de la misión como del lugar taumatúrgico. La Eucaristía es garantía y realización del hombre y del individuo, pero es también garantía y realización de la familia.
Hoy se habla mucho de la familia, se dicen tantas cosas una en contraste con la otra, pero si los hombres llegasen a comprender, a aceptar que por decir familia, relación conyugal, relación entre padres e hijos es necesario el amor, comprenderían también que para darlo tenemos primero que recibirlo. La Eucaristía es la fuente que garantiza la unidad de la familia; pensad en como las familias verdaderamente unidas, aquellas en las que se respira respeto y amor, son aquellas que se abren al amor eucarístico. Haced una comparación entre cómo eran las iglesias y las parroquias antes del triunfo de la Eucaristía y cómo son hoy.
Los eclesiásticos han tratado de distraer la atención de los fieles de la Eucaristía, porque no la aman y la traicionan en la celebración de la Santa Misa y entonces han inventado una solución, “participemos en la Palabra de Dios y no hagamos la Santa Misa, no hagamos más adoración eucarística y pongamos la Eucaristía en situaciones y en lugares cada vez más apartados”, por tanto desde el centro a la periferia, han puesto carteles con flechas para indicar donde se encuentran los sagrarios. Pero ¿nos damos cuenta hasta qué punto hemos llegado? A pesar de estas traiciones y estas faltas de amor Jesús está allí, en silencio, que derrama gracias y bendiciones. Este concepto no es nuevo para vosotros y Jesús el domingo pasado lo volvió a afirmar una vez más: “Yo no tengo necesidad de bendecir porque Mi presencia es bendición”. Para bendecir yo tengo que recitar la fórmula, pero Dios no tiene necesidad de recitar fórmulas, se hace presente y aquella es ya bendición, es gracia y nosotros no pensamos en el hecho de que, cuando nos paramos ante la Eucaristía, recibimos la bendición de Dios, son garantías que nos da el Señor. Por otra parte cuando recibimos la Eucaristía, entra en nosotros una fuente inmensa de vigor, de riqueza y de vitalidad, claro que hay que estar conscientes y conocedores, no por rutina o distraídos. No hablo de los sacrílegos porque el hombre ya firma su propia condena como dice San Pablo, hablo de aquellos que dilapidan la gracia, que no tienen empuje, no tienen fuerzas, no tienen una visión de la vida rica de entusiasmo y van a Comulgar por hábito. Muchas Santas Misas son celebradas distraídamente, por hábito, pensando en otra cosa, tratando de darse prisa y, si es posible, de saltarse los gestos fundamentales, pero sin embargo, a nosotros Dios nos ha enseñado a hacerlo con calma, dominio, poco a poco, sin prolongarlo llegando al exceso, pero aquel tanto que baste al hombre para que pueda llegar a un coloquio más personal, más íntimo y más consciente con Dios mismo. Las parroquias sin Eucaristía no renacen. Mirad el Cura de Ars, incluso siendo poco dotado y poco culto, transformó su parroquia y se convirtió en un faro justamente porque hizo de rodillas largas horas de adoración eucarística.
El triunfo de la Eucaristía no podía ocurrir solamente por nuestro empeño. Mirad cuantos estamos ahora recogiendo el lamento de Jesús, muchos podían venir y no han venido y esto me disgusta; habrá personas que están plenamente justificadas, pero no todas lo están. No me toca a mí juzgar, pero repito sencillamente lo que me ha dicho mi Cabeza, que es también vuestra Cabeza. Si queremos que la Iglesia cambie, entonces la Eucaristía tiene que ser llevada al centro y al corazón de la Iglesia. Manos sucias, dice la oración, sujetan el timón; que puedan ser purificadas, que puedan volver a ser blancas como el día de la ordenación. Hoy Jesús ha hecho una confidencia y ha dicho algo que ni siquiera yo había sabido nunca o al menos no de una manera tan clara: los apóstoles podían ser más de doce. Él mismo ha despedido a varios y me parece que también nosotros nos encontramos en la misma situación. Podía haber centenares de personas como apóstoles, pero Él no hace diferencia entre doce, mil doscientos o doce mil. Para cambiar el individuo, las familias, la Iglesia, es necesario el compromiso personal. Vosotros no podéis ni siquiera imaginar lo mucho que le gustaría a Dios esta transformación en la Iglesia y pide, suplica, ruega oraciones, sacrificios, ayunos y sufrimientos. La Eucaristía da la fuerza a personas cansadas, probadas, frágiles de salud, para vivir incluso tremendos sufrimientos.
Ahora os hago una confidencia: es un privilegio ser Obispo de la Eucaristía, yo tengo la Eucaristía también en casa, no sólo en la capilla y cuando me voy a la cama, justo cuando estoy a punto de entrar bajo las sábanas y el cobertor, todas las noches hago la comunión y es hermosísimo hablar una vez más con Jesús. Él es la última persona de la jornada con la que dialogo, al que manifiesto mi amor, al que pido consuelo y sostén y últimamente, cuando me dormía dando gracias a Dios, las noches, al menos para mí, menos para Marisa, transcurrieron bastante tranquilas y serenas. Es hermosísimo, parece que se reviva la experiencia de Juan cuando ha reclinado su cabeza en el pecho de Jesús, poder conciliar el sueño y estar tranquilo cuando vuelven de manera persistente recuerdos de la jornada de experiencias dolorosas, de momentos de tensión y de amargura. Todo se calma porque está Jesús que todas las noches me repite: “Ven a Mí tú que estás cansado y fatigado y Yo te daré descanso y paz” y al día siguiente, aunque cansados por las noches en blanco, hay fuerza y energía. A veces sonrío porque sé que a los más jóvenes de entre vosotros, los ex jóvenes, les basta una noche en blanco para estar hechos polvo al día siguiente y yo sin embargo tengo que decir que tengo aquella fuerza para reemprender la jornada con todas sus problemáticas, dificultades y sufrimientos, porque verdaderamente siento que Jesús Eucaristía me sostiene, físicamente, moralmente y espiritualmente; sin Él no podría vivir y creo que puedo afirmar que si no hubiese sido por Él a esta hora no estaría tampoco yo. Vosotros no tenéis el privilegio de poderos dormir con Jesús Eucaristía, pero recordad lo que Él ha explicado, podéis y debéis hacer la comunión espiritual y Jesús vendrá, el mismo Jesús que viene a mí de manera eucarística vendrá a vosotros de modo real, por tanto comenzad también vosotros a habituaros a terminar la jornada de esta manera y aquellos que entre vosotros están casados vivid juntos esta experiencia, vivid juntos este último momento de la jornada porque el amor conyugal se consolidará cada vez más, estará siempre fresco, generoso y desinteresado; hacedlo, probadlo y después ya me diréis si tengo razón.
También esto os confío a vuestra responsabilidad, a vuestro recuerdo, para que podáis a vuestra vez recomendarlo a otros y sería precioso que, en este mundo lleno de tinieblas, se encendiesen estas llamitas en la noche y lo iluminasen finalmente todo, anticipando el triunfo del sol y la luminosidad de la luna, es decir la presencia de Jesucristo Eucaristía y de María Madre de la Eucaristía. Ahora, mientras hago el lavado de los pies, me gustaría que acompañaseis este gesto con una intención particular: reparar los pecados y los sacrilegios cometidos por los sacerdotes. Yo realizo este gesto con esta intención, vosotros acompañadme con la misma intención y daremos a Jesús Eucaristía un poco de afecto y un poco de consolación, puesto que también en nuestros oídos resuenen aquellas palabras de Cristo llenas de angustia “Tengo sed”. Démosle entonces de beber un poco de amor y un poco de atención.