Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 21 octubre 2007
I lectura: Es 17,8-13; Salmo: 120; II lectura: 2Tm 3,14-4,2; Evangelio: Lc 18,1-8
Las maravillosas parábolas contadas por Jesús son perfectas desde un punto de vista didáctico y con la finalidad de una meta. Para comprender una parábola hay que examinarla globalmente, considerar el concepto general y no de manera sectorial; la parábola es una narración y se refiere a acontecimientos tomados de la realidad, mientras que los cuentos de hadas narran hechos que se refieren a la fantasía. La parábola del juez deshonesto, presente en el Evangelio de hoy, quiere darnos a entender que hay que rezar incesantemente, sin cansarse nunca.
"Les dijo una parábola sobre la necesidad de rezar siempre, sin cansarse nunca: Sobre la necesidad de orar siempre sin desfallecer jamás, les dijo esta parábola: "Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Una viuda, también de aquella ciudad, iba a decirle: Hazme justicia contra mi enemigo. Durante algún tiempo no quiso; pero luego pensó: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, le voy a hacer justicia para que esta viuda me deje en paz y no me moleste más". Y el Señor dijo: "Considerad lo que dice el juez injusto. ¿Y no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Les va a hacer esperar? Yo os digo que les hará justicia prontamente. Pero el hijo del hombre, cuando venga, ¿encontrará fe en la tierra?". (Lc. 18,1-8).
En el fragmento que acabamos de leer hay una perfecta sintonía entre la revelación privada y la pública: creo que en cada Carta de Dios está presente, al menos una vez, la invitación a la oración. Las enseñanzas que nos ha transmitido la Virgen son idénticas a las de Cristo, por lo tanto, no podemos, ni debemos quedárnoslas para nosotros, antes bien las debemos divulgar a todos los hombres. Hoy, sin embargo, por una serie de consideraciones, yo creo que esta parábola se puede aplicar a nuestra situación y en particular a la mía propia.
El juez deshonesto representa a los jueces, deshonestos también estos, que me han condenado. Después de dos mil años existen todavía jueces malvados que no temen a Dios y no tienen ningún interés por las personas, sin embargo, el juez de la narración, en cierto sentido, es mejor que los jueces actuales, porque, al final, hace justicia a la viuda, aunque sea por un motivo humano, es decir, para que no le importune más. A los jueces de hoy no les importa administrar justicia; tendrían que vivir su papel del mejor modo posible, más justo, ya que forman parta del Nuevo Testamento y como ministros de Dios, tienen el don de participar del sacerdocio de Cristo. A los jueces actuales no les interesa hacer justicia, se sienten casi omnipotentes, pensando que son independientes de Dios, y esto es una blasfemia que no la pronuncio yo, sino ellos mismos, porque van en la dirección opuesta a la indicada por el Señor.
En esta situación tenemos que demostrar nuevamente nuestra confianza, esperanza y fe en Dios. El Señor a nosotros nos ha hecho muchas promesas, nos las ha repetido muchas veces y después de diversos años todavía no se han realizado. ¿Cómo se tiene que interpretar la siguiente expresión?: ¿Y no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Les va a hacer esperar? Yo os digo que les hará justicia prontamente (Lc.18,7-8). En particular, ¿cómo tiene que ser interpretado el adverbio de tiempo "prontamente"? muchas veces, la Madre de la Eucaristía, Jesús y Dios Papá nos lo han explicado y también hoy, antes de que la Virgen hablase, Dios Papá se ha manifestado y nos ha aclarado benignamente de nuevo, con paciencia y respeto, el sentido de las expresiones: "dentro de poco" y "pronto y prontamente". Desde un punto de visto racional sabemos que el "pronto" según Dios, no es como el "pronto" humano, pero lo tenemos que comprender en el plano de la fe y del abandono, tenemos que hacer un esfuerzo en un plano de total adhesión a los designios divinos, aunque si a menudo las apariencias van en contra nuestra y sobre todo en contra de las promesas hechas por Dios. De hecho, hoy, los enemigos de Dios triunfan mientras que los amigos pagan, todos los pastores más poderosos se han de contar entre los mercenarios y los pastores honestos tienen que someterse al abuso de poder de los mercenarios.
Incluso la realidad que nos circunda hace referencia a esta triste situación, nosotros, ayudados por la gracia de Dios, confortados por Su Palabra e iluminados por el Espíritu Santo tenemos que afirmar: "Dios mío, yo me remito a Ti", aunque nos cuesta, nos lacera y nos hace estar mal. Para vosotros es mucho más fácil, ninguno de vosotros puede decir que se encuentra en la situación de heroicidad, ni puede pretender una respuesta inmediata de Dios. Sabéis que mi manera de hablar es franca y sincera. El Obispo y la Vidente tienen mayor derecho respecto a vosotros de ver realizadas las promesas de Dios. Vuestra tarea consiste, en olvidar vuestras pequeñas exigencias y vuestras pretensiones y en rezar, recomendando a Dios incesantemente, como en la parábola del Evangelio, a los que tiene mucho más derecho que vosotros. Podéis y tenéis que hacer esto, es lo que Dios y la Virgen os piden y es cuanto os suplico que hagáis día tras día.
Hablemos ahora del maravilloso fragmento sacado de la Segunda Lectura de S. Pablo a Timoteo. Vosotros sabéis cuanto amor, predilección y ternura ha tenido Pablo hacia sus discípulos, hacia aquellos que él ha llevado a Cristo, sobre los cuales ha impuesto las manos para ordenarles Obispos. Timoteo es uno de estos. Lo que Pablo afirma en el fragmento en cuestión tiene que ser absolutamente respetado y aceptado por todos los que, como Timoteo, tienen la plenitud del sacerdocio, es decir de todos los obispos.
"Tú, en cambio, permanece fiel en lo que has aprendido y de lo que estás convencido. Conoces bien a tus maestros. Desde la infancia conoces las Sagradas Escrituras, las cuales pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por la fe en Jesucristo. Pues toda la Escritura divinamente inspirada es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, dispuesto a hacer siempre el bien.
Yo te conjuro ante Dios y ante Jesucristo, que ha de venir como rey a juzgar a los vivos y a los muertos: predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, corrige, exhorta con toda paciencia y con preparación doctrinal" (2 Tim. 3,14-4,2).
La expresión de Pablo: "el hombre de Dios" arroja luz justamente a la calificación del obispo. El obispo es aquél que con la enseñanza, la palabra, el ejemplo y el testimonio tiene que conducir a los fieles que le han sido confiados, hacia Dios. Con más fuerza que el sacerdote, el obispo tiene que sentirse propiedad de Dios, en cuanto le pertenece mucho más a Él; eh ahí el significado de la expresión "Hombre de Dios" que indica la pertenencia, la propiedad.
Pablo exhorta a conocer de manera profunda la palabra de Dios, aquella Palabra que Él ha enseñado y que Timoteo, a su vez, tiene que anunciar a los cristianos, a los fieles, a los hombres a los que se dirige directamente como enviado de Pablo e indirectamente como enviado por parte de Dios. La predicación no siempre es fácil, por esto Pablo usa palabras fuertes y animosas: "Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, corrige, exhorta con toda paciencia y con preparación doctrinal" (2Tm 4,2). Este versículo se refiere también a vosotros laicos, ya que lo que Pablo exhorta a Timoteo a hacer respecto de la comunidad, vosotros tenéis que hacerlo con respecto a los miembros de la comunidad, de vuestra familia y de las personas a las que estáis ligados por el afecto, amistad y parentesco.
La expresión "a tiempo y a destiempo", significa que hay que dirigirse a las personas tanto con buenos modales, de manera simpática, pacífica y alegre, como de manera fuerte para corregir y reprochar, pero todo tiene que ser hecho con amor. Aquél que ante un error de un miembro de su familia se abstiene de intervenir no sólo se equivoca, sino que demuestra que no tiene amor hacia él. Si el padre, la madre, el marido, la mujer o incluso el hijo se abstiene de intervenir, ¿quién puede ayudar?
Meditad sobre esta responsabilidad y de esta manera conseguiréis descubrir dentro de vosotros también los pecados de omisión.
El pecado de omisión consiste en no intervenir ante una falta. Una prueba de amor se tiene que dar también con una reprimenda, aunque se encuentre en una situación incómoda o difícil; el bien se tiene que llevar siempre a cabo. Tenemos el deber de encaminar al hermano hacia el camino del bien. Con esta óptica, los reproches que recientemente nos han dirigido de lo alto son más comprensibles. Vosotros, como ha dicho la Madre de la Eucaristía, pretendéis que Dios se apresure a cumplir Sus intervenciones. Yo utilizo, sin embargo, una expresión romana que es más clara: pretendéis que Dios "sea rápido", pero vosotros hasta ahora ¿qué habéis dado a Dios? Habéis rezado, la mayor parte de vosotros reza mucho, pero no basta. La oración puede ser incluso un momento deseado, un encuentro hermoso para estar en dulce compañía del Señor, pero más allá de la oración está la palabra y la acción.
Yo no he sido siempre dulce con vosotros, he hecho observaciones, os he hecho reproches fraternos o paternos, que, a veces, no han sido aceptados o acogidos con agrado, pero si no lo hubiese hecho habría demostrado que no os quiero.
He dicho muchas veces que no quiero pasar ni siquiera un día en el Purgatorio por culpa vuestra, por haber cometido pecados de omisión y no haberos dicho lo que era mi deber; anhelo ir al Paraíso lo antes posible y deseo fuertemente que también vosotros, antes o después de mi, podáis gozar de la gloria del Paraíso. He puesto, por tanto, en práctica la enseñanza de Pablo: en toda ocasión oportuna o no; cuando alguna vez, he sido, según vosotros, inoportuno, me consuela la certeza de que no lo he sido nunca para Dios, antes bien he sido animado por Él y por la Virgen a continuar comportándome con este estilo.
La Madre de la Eucaristía me ha revelado: "Hijo mío no has llegado nunca a la severidad de Mi Hijo", lo que significa que tengo todavía grandes espacios para ejercer mi afecto hacia vosotros, de manera que pueda dejaros la señal. Deberíais dar gracias por estas señales, deberíais estar orgullosos porque se encuentran en los brazos de Dios y bajo el manto materno de la Virgen. Todo y siempre para alabanza y gloria de Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo, Dios Uno y Trino, ante el cual inclinamos la cabeza en adoración y la cabeza en señal de sumisión.
Sea alabado Jesucristo.