Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 21 noviembre 2007
Presentación de la Santísima Virgen María; I lectura: Zc 2,14-17; Salmo: 1Sam; Evangelio: Mt 12,46-50
No puedo callar en esta circunstancia y deseo, antes que nada, subrayar que no tenéis que confundiros entre la presentación de Jesús y la presentación de María, son dos momentos diferentes.
La presentación de Jesús y purificación de María, es la que la Iglesia celebra el 2 de febrero, por la fiesta de la Candelera. Hoy nos detendremos para reflexionar sobre la presentación de la Santísima Virgen María.
En los tiempos de Jesús la ley judía establecía que para los hijos varones, sobre todo para los primogénitos, los padres presentaran en el templo un sacrificio a Dios para darle gracias por el don recibido. En cuanto a las mujeres, no existía un rito específico.
Ha sido la devoción popular la que ha deseado una mayor semejanza entre madre e Hijo, por tanto, como ocurrió para el Hijo, de la Presentación en el Templo, buscaron y también encontraron una manera de celebrar la presentación en el Templo de la Santísima Virgen. La presentación de María se celebra recordando su primera entrada en el templo, cuando tenía seis o siete años, que según la mentalidad corriente es más o menos la edad de la razón. Nosotros sabemos, porque se nos ha revelado a través de las cartas de Dios, que la Virgen ha tenido uso de razón desde el primer instante de su concepción, por tanto no entra en esta categoría. Cuando se constituyó esta celebración, de la vida de la Virgen, se sabía muy poco, solamente lo que se manifestaba en la lectura del Evangelio. Hemos sabido todo lo que hace referencia a la vida de María a continuación, porque ella ha hablado de ello en varios momentos y a diferentes personas. En el día de la presentación de la Santísima Virgen María al Templo, que podemos situar en el tiempo de los primeros años de la vida de la Virgen María, ocurrió algo semejante a lo que se verificó cuando Jesús, en brazos de su madre, entró en el templo para ser presentado.
Nadie vio nada, ni siquiera sus santos padres, Ana y Joaquín, se darían cuenta de lo que ocurría pero, ciertamente, esta entrada fue precedida y celebrada por los cantos celestiales y por la presencia de una multitud de ángeles. Se realizó lo que Dante en el canto número treinta del Paraíso describe con estas palabras: "Virgen Madre, hija de Tu Hijo" y esto Dios lo puede hacer justamente porque es Omnipotente. Jesús es Dios, Jesús es Creador, es Eterno, por tanto, en el tiempo como Hombre es Hijo de María pero en la eternidad es Aquél que ha creado a su Madre, el que ha dado la existencia a su Madre, sobre todo, ha plasmado en su cuerpo un alma llena de gracia. Este solemne ingreso ha sido alegrado también por el diálogo, por la conversación entre aquella que engendraría con el tiempo al Hijo de Dios y Aquél que se convertiría en Su Hijo. Fue un momento de alegría, de felicidad, de gozo. Volviendo a casa, ciertamente María conservó y meditó dentro de sí, lo que había ocurrido en aquella circunstancia. Recordad las palabras de S. Lucas: "Conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón" (Lc 2, 19). Pero la alegría es una experiencia que en la vida y en la tierra a menudo se rompe contra rocas muy fuertes; la Madre de la Eucaristía nos ha revelado que poco después de su entrada solemne en el templo, sus padres murieron. ¿Para qué hacer morir a los padres y dejar sola a una niña? En este caso somos nosotros los que decimos que los porqués de Dios no se comprenden. Muertos los padres, María se encontró sola. Además de estar sola era todavía pequeña. En este punto hay una consideración adicional triste que nos ha sido indicada por la Virgen: habría sido normal que una niña huérfana de ambos padres fuese acogida en una familia ligada a ella por vínculos de sangre y parentesco. Sin embargo, ningún pariente la quiso. Uno se pregunta cómo es posible que un pariente rechace el acoger a una niña maravillosa, porqué no ha habido y nunca habrá una niña que pueda igualar la belleza, la inteligencia, la riqueza espiritual, la interiorización de la pequeña María, ni la multitud de dones que Dios le ha concedido. Es absurdo que una niña dotada de dones naturales, preternaturales y sobrenaturales, como recitamos en nuestras letanías, pueda ser rechazada. En este caso nos encontramos ante el misterio de la maldad humana en la que con demasiada frecuencia nos topamos también nosotros. Dios no necesita a nadie, Dios ha velado por esta criatura. Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo que ha llenado el alma de María de dones maravillosos y excepcionales, se ha preocupado directamente de ella a través de continuas visiones, diálogos, inspiraciones y, coloquios interiores. Humanamente ha sido confiada a la profetisa Ana y a Simeón, dos personajes de los que habla el Evangelio. De Ana sólo conocemos lo que dice la lectura del Evangelio de Lucas, es decir que se trataba de una anciana de ochenta y cuatro años, viuda desde hacía muchos años, la cual servía al Señor en el templo. "Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén". (Lc. 2, 36-39).
La Madre de la Eucaristía nos ha contado que fue su maestra, la que le enseñó a bordad, a coser y a tejer. Se estableció entre María y la profetisa Ana una íntima y particular relación, que explica el motivo por el cual, cuando, varios años después, María acompañará al niño Jesús al templo, allí estará presente Ana. La anciana se encarga de la Virgen en los años de su infancia. Es ella la que la ha cuidado, educado, la ha formado humanamente y es por eso que me gusta pensar que también la Madre de la Eucaristía haya frecuentado el Seminario. También esto estaba en los designios de Dios. Justamente para que se completara la formación de la Virgen, en todos los sentidos, Dios la ha acogido en Su casa y la formó para convertirla en la Madre del Mesías. Pensad en lo que puede haber sentido la Virgen cuando los Fariseos, los Saduceos, los sacerdotes leían los pasajes del Antiguo Testamento, pasajes de contenido mesiánico. Imaginad cómo el corazón de esta pequeña niña, de esta jovencita se abría a la alegría y palpitase de manera particular al escuchar lo que se refería a Aquél que se convertiría en su Hijo, porque allí en la casa de Dios ella pensaba intensamente en su Hijo. Durante estos años, que podemos llamar los años de la formación, se realizó también otro gran momento: el encuentro con José. Se encontraron en el templo, en aquel mismo lugar se agradaron, se amaron y se casaron.
Ved qué importante y hermoso es tener luz interior, la indicación que viene de lo alto, de manera que se pueden gustar verdaderamente las páginas del Evangelio. Vivámoslas en profundidad, no nos detengamos en la superficie, no tratemos de hacer discursos abstractos, ni afrontemos razonamientos inútiles. Para comprender el Evangelio hace falta Dios que ilumina la persona que lee y el sacerdote que, a su vez, iluminado del Señor habla, hace comprender, hace amar la palabra del Señor y, como ha dicho muchas veces la Virgen, "de cada línea hace un poema". La celebración de hoy nos enseña la importancia del silencio, la importancia de la oración, de la interiorización, de la meditación, del trabajo, ya que en María han coexistido de manera armoniosa las dos figuras que representan una el trabajo, Marta, la otra la contemplación, María. Se funden juntas y forman una única identidad. Nosotros estamos llamados a trabajar y a contemplar a Dios como hacía María.