Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 21 diciembre 2008
I lectura: 2Sam 7,1-5.8-12.14.16; Salmo 88; II lectura: Rm 16,25-27; Evangelio: Lc 1,26-38
Cuando David se estableció en su palacio y el Señor le dio descanso librándolo de todos sus enemigos de alrededor, dijo al profeta Natán: "Mira, yo estoy viviendo en una casa de cedro, mientras que el arca del Señor está bajo una tienda".
Y Natán dijo al rey: "Haz lo que piensas, porque el Señor está contigo". Pero aquella misma noche el Señor dijo a Natán: "Vete y di a mi siervo David: No serás tú el que me construyas una casa para que habite en ella. Yo te saqué del aprisco, de detrás de las ovejas, para que fueras el jefe de mi pueblo, Israel. He estado contigo en todas tus empresas, he exterminado delante de ti a todos tus enemigos; haré que tu nombre sea como el de los grandes de la tierra. Asignaré un territorio a mi pueblo Israel y en él lo plantaré para que habite en él y no vuelva a ser perturbado, ni los malvados continúen oprimiéndolo como antes, en el tiempo en que yo constituí a los jueces sobre mi pueblo Israel. Yo le daré paz librándolo de todos sus enemigos. Te hago saber, además, que te daré una dinastía; pues cuando llegues al término de tus días y descanses con tus padres, haré surgir un descendiente tuyo, que saldrá de tus entrañas, y lo confirmaré en el reino. Él me construirá un templo y yo consolidaré su trono para siempre. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino subsistirán por siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre"
Hoy os invito a poner particular atención al primer fragmento de la Sagrada escritura que acabamos de escuchar, para que podáis convenceros cada vez más de que también un fragmento que narra un hecho histórico y, desde un punto de vista espiritual, no favorece la reflexión y la meditación, ya que es Palabra de Dios, en cambio nos ofrece la posibilidad, si somos capaces y estamos bien guiados, de profundizar en el significado y recibir nociones útiles para nuestra existencia y consejos prácticos para una mejor vida espiritual. Me gustaría haceros notar un detalle: el arca estaba bajo una tienda hecha de tela; la referencia a nuestra tienda, la que pomposamente llamamos basílica, al menos para nosotros y para nuestros amigos del Paraíso, es simple y es motivo de alegría. Esto nos permite comprender como Dios no tiene necesidad de nada, con tal de que los hombres vayan a Él con corazón recto, con ánimo abierto, con sinceridad, humildad y amor. Al Señor no le interesa vivir en una rica catedral o en una iglesia pequeña y modesta como es nuestra basílica, que además está hecha de lona, o en una cabaña hecha de paja o de madera. Nosotros tenemos que dar a Dios el máximo, ya que Él nos hace comprender que lo que pide de manera particular es un mayor compromiso por parte nuestra en la vida espiritual. A Dios no le hacen falta hermosas iglesias, decoradas primorosamente, muy adornadas o llenas de obras artísticas, si los que participan en la liturgia o los que tienen que ocuparse del culto, es decir, los sacerdotes, tienen el corazón vacío, insípido y privado de gracia. De esta sencilla reflexión comprenderéis realmente cuál es la idea, el pensamiento y la orientación de Dios. David, hasta ahora ha sido presentado como el fundador de la estirpe de la cual nacieron Jesús y María, la madre que le dio el cuerpo, y José, el padre legal; habitualmente no se va más allá. Pero me gustaría presentar una reflexión más profunda y haceros avanzar en lo que respecta a los conceptos desarrollados hasta el momento: Jesús, hijo de David, llamado así también en el Evangelio, es de descendencia davídica y real al igual que la Virgen. Pero si nosotros somos los hijos de la Virgen, al menos espiritualmente, en virtud de esto, podemos también atribuirnos una descendencia davídica. Veréis, queridos míos, como en este fragmento hay una fuerte presencia de la idea mesiánica de Cristo desde un punto de vista puramente espiritual, no político. David es el rey que ha alcanzado la máxima expansión y poder militar del reino, es un gran profeta, es el que ha elevado a Dios diversos salmos, ha sido amado por Dios, a pesar de algunas de sus marcadas debilidades, de las que no es oportuno por el momento detenernos, y para manifestar su poder y su realeza construyó un palacio lujoso y hermoso y, en vez de limitarse a gozar de la comodidad, hizo esta reflexión que acabamos de escuchar: yo soy una criatura y vivo en un palacio y el arca de Dios, en cambio, está bajo una tienda hecha de lona y es justo que yo construya un santuario, un templo que acoja el arca de Dios y que esté presente en medio de nosotros. Se trata de un pensamiento hermosísimo del cual ha hecho partícipe también a Natán, el profeta con el que habitualmente hablaba, el cual lo animó con este propósito suyo. Al día siguiente, sin embargo, Dios le dice al profeta que fuera a ver a David y le dijera que le había gustado su iniciativa pero que no sería él el que llevaría a cabo esta obra. Me gustaría haceros reflexionar ahora sobre el profeta, ya que se ha hablado de él. Ante los carismáticos, los profetas y los videntes tenemos que comportarnos, no con aquél culto a la persona que ofende a Dios, sino sencillamente con respeto; no tenemos que considerar que toda palabra que pronuncian sea como venida de lo Alto, sino que ellos utilizan los dones recibidos a favor de los demás en los momentos que establece Dios. Os podéis dar cuenta de esto porque Natán, por ejemplo, aprueba y concuerda con el deseo de David, mientras que el día después dice al Rey que Dios piensa de manera diferente. David reinó en torno al año mil antes de Cristo, señaló luego a su hijo Salomón como heredero y sucesor suyo, a pesar de que no era el primogénito. Salomón, al subir al trono, tenía que construir un templo maravilloso equipado con obras de arte fino y artístico que representase legítimamente el orgullo de su reino. Se edificó en siete años, alrededor del año 960 antes de Cristo. Si conocéis los acontecimientos históricos del pueblo hebreo, lo compararéis con lo que el profeta Natán, en nombre del Señor, dice a David, y os quedaréis perplejos y asombrados porque Dios dice una cosa y se realiza otra. A través del profeta, el Señor dice a David: "Te daré paz librándote de todos tus enemigos; cuando llegues al término de sus días y descanses con tus padres, haré surgir un descendiente tuyo, después de ti". En este fragmento se habla en singular, pero se trata de un singular colectivo, de toda una serie de descendientes y que no indica específicamente y exclusivamente a Jesús, sino a todos los que sucederán a Salomón hasta llegar a Jesús. "Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo, tu casa y tu reino subsistirán por siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre". Si conocéis los acontecimientos históricos os quedaréis perplejos porque este maravilloso templo, edificado alrededor el año 960 A.C., en el 856 A.C., después de setenta u ochenta años será destruido. También el palacio construido por David y ampliado por Salomón será destruido y una parte de Jerusalén será demolida por los babilonios, que los llevarán al exilio y trasladarán a Babilonia a las personas más representativas del reino de David. En ese punto, uno se pregunta cómo es que Dios dice una cosa y luego hace otra. Los hombres están habituados a leer los acontecimientos históricos desde su punto de vista, pero Dios los lee de manera diferente y después nos los hace entender. En aquél entonces todavía había la idea de un Mesías político y social. También más tarde será así, incluso hasta la encarnación de Cristo; el concepto exacto sin embargo es el de un Mesías espiritual mandado para la conversión y para la redención de los hombres. El pueblo judío no comprendió el significado auténtico de Mesías, conservó el concepto desde el punto de vista político, continuó reflexionando sobre los acontecimientos históricos deseando ser librados de los diferentes pueblos que, por desgracia, ocuparon Palestina hasta la última dominación hecha por Roma. El Señor nos lo hace comprender luego, en el fragmento del Evangelio, cuando el ángel dirigiéndose a María le dice: "El Espíritu del Señor vendrá sobre ti y el poder el Altísimo te cubrirá" (Lc 1, 35) y antes dice "Concebirás un Hijo, Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre y reinará por siempre" (Lc 1, 32). En este caso el adverbio "por siempre" tiene que ser interpretado como "exclusivamente" y es la confirmación lo que os he dicho, que él reinará desde un punto de vista espiritual. Por este motivo podemos definirnos y presentarnos como auténticos descendientes de María, y por deducción también de Jesús, y sus súbditos: éste es un concepto innovador en la cultura, en la mentalidad y en el patrimonio de la Iglesia. Pero para considerarnos Sus descendientes y Sus súbditos, tenemos que reconocer que entre Él y nosotros hay una afinidad, considerémonos, pues, todos de descendencia davídica. ¿Quién mejor que nosotros? Hoy en la Carta de Dios habéis tenido la confirmación, cuando la Madre de la Eucaristía ha dicho: "Habéis sido escogidos". No nos enorgullezcamos, no nos envanezcamos, pero ésta es la realidad. Habría podido escoger a otros, como lo ha hecho, pero esos no han aceptado. Para permanecer humildes recordemos siempre la palabra de las bodas del hijo de Rey:
"Un hombre daba un gran banquete e invitó a muchos. A la hora del banquete mandó a sus criados a decir a los invitados: Venid, que ya está preparado el banquete. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado un campo y necesito ir a verlo; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco pares de bueyes y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Un tercero dijo: Me he casado y no puedo ir. El criado regresó y se lo contó a su amo. El amo, irritado, dijo a su criado: Sal de prisa a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a los pobres y a los inválidos, a los ciegos y a los cojos. El criado dijo: Señor, he hecho lo que me mandaste y todavía hay sitio. El amo le dijo: Sal por los caminos y cercados, y obliga a la gente a entrar para que se llene la casa. Pues os digo que ninguno de los invitados probará mi banquete". (Lc 14, 16-24)
Al principio, invita a los representantes del reino más influyentes y calificados pero, ya que renuncian, son llamados los inválidos, los ciegos y los cojos y nosotros somos estos; pero cuidado, para ser admitidos al banquete se han limpiado, vestido elegantemente, es decir, se han transformado. Nuestra posición inicial era de fragilidad, debilidad y pecado; hoy nos esforzamos, nos comprometemos y tratamos de vivir en el amor de Dios y con Su gracia. Por esto, aunque partiendo de una posición de debilidad y fragilidad, hemos llegado a una realidad por la que podemos decir con claridad y convicción, que Dios nos ha llamado, nos ha llamado a cada uno de nosotros, a cada uno de vosotros y el mérito está en la respuesta a la llamada. Los ricos, los poderosos, a veces los mismos eclesiásticos que habían sido llamados, no han aceptado y de esto tendrán que responder a Dios; los humildes, los débiles, los pobres y los frágiles han respondido a Dios. Por Su intervención ya no somos pobres o frágiles o débiles, ya que nos ha dado la gracia, el amor, los Sacramentos y Su Palabra y nosotros nos esforzamos en hacerlos presentes en nuestras vidas; éramos de una manera y ahora somos de otra. La garantía que tenemos para continuar siendo parte de la verdadera descendencia de David es que en nosotros fluye la Sangre de Cristo a través de la Eucaristía: Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús. Depende de nosotros mantener inalterable esta descendencia, conservarla o rechazarla; depende de nosotros enorgullecernos justamente y lícitamente, estar con Dios o escoger lo contrario y estar con su antagonista. Estar con Dios cuesta; Cristo para redimirnos ha pagado y nosotros estamos pagando incluso mucho, o mejor, hay alguno entre vosotros que está llamado a pagar más que los demás, pero todos los que forman parte de esta comunidad tienen que estar preparados y estar dispuestos a dar su aportación. El verdadero motivo por el que muchos han dejado nuestra comunidad reside en el hecho de que no querían contribuir. Yo, ciertamente, puedo prometeros el Reino Eterno y me atrevo a creer también que el cien por cien en esta Tierra; estas son las palabras de Jesús en las que tenemos que creer ciegamente. El afán de la vida que nos atormenta, las promesas hechas que luego se aplazan, nos cansan y lo estamos todos, quién más, quien menos. Pero mirando el pesebre, incluso aquel tan hermoso y expresivo que está aquí delante de mí, encontramos de todo: Belén "la Casa del Pan", la gruta que nos recuerda el tabernáculo donde está presente Jesús en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad y también aquí está presente Jesús en Cuerpo, Sangre, Alma y divinidad; allí está presente María y también aquí está presente María, la habéis escuchado muchas veces. Tratemos de seguir el ejemplo de los pastores, su sencillez y acercarnos a la cueva, hacia la Eucaristía, el tabernáculo, el altar. Ellos ofrecieron sencillos dones pero recibieron mucho más; recibieron gracias, ayudas y dones espirituales. También nosotros cada vez que tomamos la Eucaristía, recibimos algo grande, inmenso e infinito y es que sobre esto tenemos que hacer hincapié. Cuando estemos cansados, desmoralizados y desanimados, peguémonos a la Eucaristía; nadie puede decir que no está cansado, deprimido o desanimando porque mentiría o no viviría de manera auténtica esta espiritualidad y este compromiso. El cansancio humano y el poder de Dios pueden coexistir, pero recordad que cien más infinito es igual a infinito. Este pensamiento puede ayudaros, sosteneros y confortaros. Tratemos de vivir la Navidad abriendo el corazón a la esperanza y enriqueciéndolo con la fe. Ha terminado el año de la esperanza, ha empezado el año de la fe y para vivir todo lo que os he dicho, creedme, hace falta mucha fe y entonces, junto a los apóstoles, digamos a Jesús eucaristía: "Jesús aumente nuestra fe". Tenemos necesidad de ser sostenidos por Dios porque con nuestras únicas fuerzas no podremos continuar. Deseo que éste sea el último año de la prueba, quiero esperarlo y creerlo porque todo ya deja presagiar que Dios no está lejos de realizar sus designios. Sé bien que me expongo a una situación problemática pero espero que estas palabras, como todas las que han precedido y que son inspiradas por Dios, puedan encontrar también esta vez Su aprobación. Sea alabado Jesucristo.