Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 25 enero 2009
III Domingo del Tiempo Ordinario
Jon. 3,1-5.10; Sal. 24; 1Cor. 7,29-31; Mc 1,14-20
"Un Obispo vestido de blanco, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz, fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas". Ésta es una parte del tercer secreto de Fátima.
La interpretación correcta de esta imagen puede venir sólo del autor de la profecía, es decir, de Dios. Gracias a su benevolencia, nosotros somos los primeros en la Iglesia que hemos recibido la explicación exacta. Esta última ya estaba presente en mi corazón, pero esperaba la confirmación por parte de Dios que me fue dada inmediatamente.
¿Quiénes son aquellos soldados que disparan a los fieles? Por desgracia son los miembros de la jerarquía eclesiástica que, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, han perseguido a los carismáticos, a los videntes, a los profetas y a todos los que Dios ha llamado a desempeñar determinadas misiones en la Iglesia.
La imagen de las flechas y de las armas de fuego, puede parecer un contrasentido, pero indica que en toda la Historia de la Iglesia no han faltado nunca las persecuciones: "Si me han perseguido a mí, os perseguirán también a vosotros" (Jn 15,20), en los primeros siglos, las armas eran las flechas, mientras que hoy son diferentes. Por desgracia la responsabilidad es de los sacerdotes, de los obispos y también de los papas que se han opuesto a los designios de Dios. Históricamente han sido siempre los eclesiásticos la causa de los cismas, herejías, luchas y conflictos. Es absurdo que, por una idea equivocada de querer defender la Iglesia, no se hagan notar las culpas y las responsabilidades de los que, a lo largo de los siglos, la han devastado.
Hay que tener el valor de afirmar que hoy la Iglesia se encuentra en una situación peor que la del pasado: está maltratada por los enemigos externos, pero sobre todo por los internos, que son los más peligrosos. Cuando releáis el texto del tercer secreto de Fátima, meditad sobre lo que os he explicado: hay que tener el valor de decir la verdad, porque sólo la verdad nos hace verdaderamente libres.
El tema que sobresale hoy de la Palabra de Dios es la del "tiempo", a menudo objeto de nuestras oraciones. Nuestra Madre, la Madre de la Eucaristía, nos ha explicado muchas veces que el tiempo según Dios no coincide con el que entendemos los hombres de la Tierra.
Reflexionemos rigurosamente sobre algunas expresiones de las lecturas de hoy, así entenderemos la profundidad para aplicarlas luego a nuestra experiencia.
En el Evangelio de Marcos, Jesús anuncia: "El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15). Es una frase rica en conceptos espirituales. El "tiempo cumplido" indica que ha llegado el tiempo de la venida del Mesías anunciado por los profetas. En realidad, han pasado varios siglos del anuncio mesiánico hasta la actualización del mismo; se puede afirmar que toda la historia del pueblo hebraico está centrada en torno a la espera del Salvador. Jesús, añade luego: "El Reino de Dios está cerca"; lo que significa que ya es inminente la redención del hombre, querida por Dios. Desde este anuncio hasta la efectiva realización de la profecía, pasaron cerca de tres años.
"Convertíos y creed en el Evangelio": incluso la Virgen ha repetido a menudo esta expresión. La conversión es una transformación de la mentalidad humana a la divina. Con la frase: "Creed en el Evangelio", Jesús quiere decir que ya los planes de salvación de Dios hacia el hombre están a punto de convertirse en realidad. La purificación, como muchas veces nos ha explicado la Virgen, es un modo doloroso por parte de Dios para ayudar al hombre a que despierte de su indolencia o de la muerte espiritual y pueda resucitar. Lo que cuenta más para el Señor es vivir espiritualmente. Si para convertirse es necesaria alguna sacudida o incluso algo más, Dios está dispuesto a hacerlo, porque lo ve todo en la óptica de la eternidad y en el destino final del hombre, es decir, la permanencia eterna en el Paraíso. Así, cuando un alma se convierte, los beneficios de la conversión, no se limitan sólo al ser individual, sino que se extienden también a los demás. Si se convierte uno de los componentes de la familia, entonces toda la familia nota los beneficios; si se convierten más personas en la Iglesia, toda la Iglesia se beneficia de las ventajas positivas; si se convierten más personas en el mundo, todo el mundo mejora.
San Pablo, en la segunda carta escribe: "El tiempo es corto" (I Cor 7, 29). ¿Qué significa que el tiempo es corto, si ya han pasado veinte siglos? También en este caso tenéis que considerar que esta frase se sobrepone a otra expresión de Pablo: "el último tiempo". El significado correcto es que la redención se sitúa en la última parte de la Historia humana, durante la cual la humanidad se beneficia de los efectos de la redención misma. Hoy vivimos en el último segmento de la Historia y si ésta tuviese que durar veinte, cuarenta o cien siglos, teológicamente no hay diferencia.
Ahora tengamos presente otras afirmaciones: "Los que tienen mujer que vivan como si no la tuviesen, los que lloran como si no llorasen " (I Cor 7,30). En estos versículos, Pablo no predice, como ha afirmado algún herético, el inminente fin del mundo. En la segunda carta a los Tesalonicenses de hecho, refiriéndose al fin del mundo, el apóstol afirma: "Ahora os rogamos, hermanos, con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestro encuentro con él, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestro ánimo, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera. (2 Ts. 2,1-3).
Pablo no creía en la inmediatez del fin del mundo y para comprender el correcto significado de este fragmento, tenemos que tener presentes dos aspectos: uno sicológico y otro teológico.
Desde el punto de vista sicológico, Pablo cambió después de la intensa experiencia de su encuentro con Jesús en el camino a Damasco: él desea ardientemente reunirse definitivamente con el Señor, para poderlo contemplar en la gloria del Paraíso.
Con relación al aspecto teológico, Pablo no está en contra del matrimonio, ni prohibe que se ría o se llore, sino que enseña algo muy diferente. En cualquier condición que se encuengre el hombre, casado, en la alegría, en el sufrimiento, tiene que estar preparado para la llamada de Dios: primero llega la hermana muerte y luego el juicio universal, precedido de la resurrección.
Pablo nos enseña a vigilar y a tener siempre la lámpara encendida en espera de la venida del Esposo. No tenemos que comportarnos como aquellas vírgenes necias que, no teniendo bastante aceite, fueron a comprarlo y no llegaron a tiempo para entrar con el Esposo cuando llegó. Pablo recomienda el dinamismo, la vigilancia, la constancia y la atención.
Dios da a todos la posibilidad de convertirse, pero en la primera Lectura del profeta Jonás, hay una enseñanza muy importante: la conversión del individuo no tiene un valor estrictamente individual, sino que tiene un efecto sobre toda la humanidad. De hecho, a la conversión de uno se añade la conversión de otro; todo esto tiene una incidencia extremadamente importante para la sociedad. He ahí lo que quiere decir la expresión: "Vio Dios lo que hacían, cómo se convertían de su mala conducta, y se arripintió Dios del mal que había determiando hacerles, y no lo hizo". (Jonás, 3, 10)
Hoy, la Virgen, en la carta de Dios ha dicho: "El mundo va mal espiritualmente porque el pecado triunfa, el decálogo no se respeta y los hombres se odian y ofenden a Dios de muchos modos. Invito de nuevo a todos a rezar por este mundo, no me avergüenzo de repetir que va muy mal y por las personas que se quedan sin trabajo. Sólo con la oración dirigida a Dios se puede conseguir todo. Rezad y pensad en aquellas pobres personas que se quedan sin trabajo, en aquellos niños que tienen necesidad de comer, de alimentarse, de vestirse, de ir al colegio y todo esto, por desgracia, en otros lugares, no existe, a pesar de la buena voluntad de tantos voluntarios": (Carta de Dios, 25 enero 2009).
La carta de Dios podía limitarse sólo al aspecto espiritual, sin embargo remarca también otro aspecto muy importante: las realidades sociales dependen de las realidades morales. Muchas familias han perdido el trabajo y es un drama social. La revelación privada nos hace comprender que, si en el mundo hubiese más amor y caridad en lugar del pecado, hoy no nos encontraríamos en una terrible y preocupante crisis económica. Afirmar el yo y destruir al otro para elevarse a sí mismo, son pecados que perturban la sociedad.
Si los hombres están unidos a Dios se crea un paraíso terrestre, pero si se alejan de Dios, la Tierra se convierte en un infierno. Hoy, nosotros vivimos en el infierno: no hay seguridad, no hay garantías, hay un individualismo exasperado, un egoísmo llevado a extremas consecuencias: pasotismo, falsedad, envidia y calumnia; así, los primeros que sufren son los pobres y los débiles. Los otros, justamente por su egoísmo, viven como el rico Epulón, que poseía todo lo que deseaba cuando estaba en vida, pero después de muerto ya no tuvo nada.
Recordemos también la parábola del hombre rico que decide demoler los graneros para construir otros más grandes para contener el grano en abundancia. Todo aquel grano acumulado lo había sustraído a los pobres y a los débiles y el Señor le dijo: "Necio, esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?" (Lc 12, 20).
Hoy en día el mundo, podría ofrecer una vida satisfactoria, serena y segura a un mayor número de personas que en la actualidad. Muchas más personas podrían vivir bien si el egoísmo no fuese tan dominante. La Virgen afirma que la responsabilidad es de la autoridad política y religiosa y tendríamos que invocar siempre a Dios para que interviniera en nuestra ayuda.
Nuestro deber es tratar de convertirnos, pero es necesaria una conversión auténtica. Nuestra Señora nos invita al cambio radical de mentalidad para llegar a pensar como Dios. Si somos capaces de esto, estaremos más tranquilos, más serenos y más confiados, sin sufrimientos y tensiones. La humanidad sin embargo no es capaz de hacer un gran esfuerzo; es verdaderamente difícil pensar cómo lo quiere Dios.
Cuando no pensamos como el Señor, se experimentan incomprensiones, tensiones, amarguras, dificultades y sufrimientos, incluso entre personas que, como nosotros, se esfuerzan en seguirlo. Los problemas de nuestra comunidad ocurren siempre por falta de amor y de sinceridad, porque existe la afirmación del yo, que se defiende y quiere imponerse a los otros. Ayer, durante el encuentro hecho con los jóvenes, surgieron estos problemas. Vosotros jóvenes, meditad sobre lo que os dije ayer y no lo olvidéis. Algunos de vosotros tienen que decir "mea culpa".
El sábado próximo haremos un encuentro con vosotros adultos, pero no esperéis que sea yo el que se dirija a vosotros, tendréis que hablar vosotros y destacar los comportamientos que hay que corregir y, si el caso lo exigiese, habrá que decir también los nombres. Esto no son acusaciones, no queramos hacer un juicio, sino ayudar al hermano.
En el encuentro con los jóvenes no he sido tierno, sino que he dicho la verdad. Como me ha dicho muchas veces la Virgen, no he alcanzado nunca la severidad de Cristo. Si Jesús ha sido más severo e inflexible que yo ante ciertas situaciones, como se ve en el Evangelio mismo, tampoco vosotros, adultos, esperéis que os abrace y os bese.
Si veo en vosotros el esfuerzo de decir la verdad continuaré hablándoos y ayudándoos; de otro modo, me marcharé, porque no tengo tiempo que perder. Vosotros tendríais que estar habituados a mi sinceridad; a mi me interesa sólo llevaros a Dios del mejor modo, con más amor y la santidad que sea posible. Éste es el cometido que yo he recibido y, si por cumplirlo tengo que perder incluso vuestra simpatía, no me importa nada. Cuando estéis en el paraíso vendréis a darme las gracias, pero para llegar hace falta despojarse del yo, que es lento y el último en morir.
Entre los adultos hay algunos que tiene que decir "mea culpa", pero lo que cuenta es llegar delante de Dios del mejor modo, con honestidad y libertad. Si llega esto estaré disponible a daros mi tiempo que es muy escaso, no penséis que venga a escucharos inútilmente.
Recordad lo que Jonás dijo: "Dentro de 40 días Nínive será destruida". Dios no ha sido tierno y, si no lo ha sido Él, ¿por qué tendría que serlo yo? Me daréis la respuesta el sábado.