Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 25 febrero 2007
I Domingo de Cuaresma
I Lectura: Dt 26,4-10; Salmo 90; II Lectura: Rm 10,8-13; Evangelio Lc 4,1-13
En aquel tiempo, Jesús, lleno de Espíritu Santo, regresó del Jordán. El Espíritu Santo lo llevó al desierto, donde durante cuarenta días fue tentado por el diablo. Durante esos días no comió nada, y al final tuvo hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan». Jesús le respondió: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre». Luego el diablo lo llevó a un lugar alto, le mostró todos los reinos del mundo en un instante y le dijo: «Te daré todo este imperio y el esplendor de estos reinos, porque son míos y se los doy a quien quiero. Si te pones de rodillas y me adoras, todo será tuyo». Jesús respondió: «Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás». Entonces lo llevó a Jerusalén, lo subió al alero del templo y le dijo: «Si eres hijo de Dios, tírate de aquí abajo; porque está escrito: Ordenará a sus ángeles que cuiden de ti, que te lleven en las manos para que no tropiece tu pie con ninguna piedra». Jesús le respondió: «También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios». Y acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta el tiempo oportuno. (Lc 4,1-13)
Queridos míos, os ruego que sigáis con atención estas reflexiones que he hecho delante del Señor y que, bajo Su luz, me han sacudido y ciertamente os sacudirán también a vosotros. Probablemente hoy podréis comprender con mayor profundidad y riqueza este fragmento leído muchas veces. Tenemos que estar agradecidos a Dios por esto que nos revela y nos hace conocer la verdad a medida que nos ponemos en una disposición de humildad, docilidad y escucha. Jesús está al inicio de Su vida pública y, poco tiempo después de haber recibido, por Su voluntad, el bautismo, se retira en oración al desierto. También nosotros tenemos que cultivar la oración y la penitencia para tener la seguridad y la garantía de salir victoriosos de los asaltos del demonio. De la Palabra de Dios debe ser comprendida cada expresión, cada palabra tiene necesidad de ser profundizada.
“Jesús lleno de Espíritu Santo”; probablemente para muchos este inciso no tiene significado, pero lleno de Espíritu Santo hace la diferencia entre los que están en gracia de Dios y son atacados por las tentaciones del demonio y los que no están en gracia de Dios. Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, es nuestro ejemplo, tiene una humanidad perfecta, íntegra e inmune al pecado; en Él la razón somete de manera serena y equilibrada todos los sentidos, en Él no hay defecto ni inclinación al mal, sino un dominio sereno y equilibrado de la razón y de la inteligencia sobre todo lo que se refiere a la esfera emotiva, la esfera que está por debajo de la inteligencia y de la voluntad.
“Lleno de Espíritu Santo”: Significa que en Él, verdadero Hombre, la gracia es infinita y que no podrá nunca ser vencido por el demonio. El Padre permite que el Hijo sea tentado para enseñarnos cuáles son el modo y el comportamiento mejores por los cuales y con los cuales podemos resistir al mal. Si en nosotros está presente la gracia, la tentación y el ataque del demonio, permitido por Dios para una purificación posterior y crecimiento en la santidad, llegarán sólo a la peligrosidad que Dios quiere. Dios no permitirá nunca al demonio que sobrepase los límites que Él pone. Ésta es una verdad maravillosa, ya que nos da garantía y seguridad. Si estamos en gracia, Dios nos garantiza la victoria. Cristo es Dios y por tanto es el dueño de la historia, el creador, el dominador y ante Él el demonio tiene que reconocer su inferioridad y dependencia. Mientras seamos hijos de Dios y en nuestra alma esté presente la gracia, podremos obtener victoria porque nuestro compromiso con el Señor respalda su ayuda para lo cual es seguro y está garantizado, si queremos, tener éxito. De tal manera desaparece el miedo de no superar las varias tentaciones, porque Dios está con nosotros y nos da todo lo que necesitamos para obtener esta victoria, pero oración y mortificación son necesarias. Recordad cuántas veces la Virgen nos ha invitado a rezar; en sus mensajes la invitación a la oración es continua, fuerte y repetitiva porque sin oración no podremos tener la fuerza necesaria. La mortificación y la penitencia no debilitan el cuerpo y en compensación fortifica el alma. Tenemos que hacer absolutamente nuestro este concepto que Dios hoy nos permite comprender. Cuando reflexionamos en la Palabra de Dios, sobre todo en los Evangelios sinópticos, tenemos que compararlos integrando entre ellos hechos y noticias presentes en uno y carentes en los otros. El evangelista Mateo dice expresamente que el Señor no comió nada durante cuarenta días y cuarenta noches, porque se dirige con atención a los judíos y a la cultura judía; de hecho, en el mundo oriental, el ayuno era practicado desde el alba hasta el anochecer, por la noche se podía comer. Hoy algunas religiones, una de manera particular, que practican todavía este tipo de ayuno, pero el ayuno practicado por Cristo durante cuarenta días y cuarenta noches fue una penitencia absoluta; la humanidad de Jesús estuvo sostenida por la divinidad porque no es posible un ayuno tan prolongado. Estad tranquilos, a nosotros no se nos pide esto, una vez a la semana creo que ya es suficiente. El evangelista Lucas escribiendo: “No comió nada” pone en evidencia la privación del alimento que Cristo se impuso, porque el Señor no tenía necesidad de hacer penitencia, pero siempre se impuso el sufrimiento. Me gustaría que estuviera claro este concepto: todos los sufrimientos que Cristo sufrió, los vivió porque es Él el que lo ha querido. Incluso en el momento de la Pasión, si Cristo hubiese querido, aquella intensidad, drama y vehemencia de sufrimiento podrían, por un solo acto de su voluntad, suavizarse, adormecerse o casi desaparecer porque es Dios y puede hacer lo que Él quiera. Una sola gota de sangre, un solo sufrimiento, incluso el más pequeño, ya que es hecho por Dios tiene un valor infinito; de este hecho también vemos cuánto nos ha amado, ha ido más allá de la necesidad, ha ido más allá de lo debido, se ha aplicado a sí mismo las reglas más duras, más desconcertantes para decir: “Mira, Yo te amo, te hago mío porque no me he ahorrado nada, ni en el sufrimiento, ni en la penitencia, ni en el ayuno”. Una vez más conocemos y nos quedamos atónitos y asombrados ante el amor de Dios, para nosotros incomprensible porque lo banalizamos todo; incluso la Pasión o la muerte, leídas tantas veces en las estaciones del Vía Crucis, tal vez nos dejen indiferentes porque nos hemos habituado a verlo en cruz y esta imagen ya no suscita en nosotros ninguna emoción. Tenemos necesidad de refrescar y profundizar los conceptos, por esto cada tanto el Señor nos regala reflexiones maravillosas. El demonio está asombrado, está confundido y se pregunta si Jesús es verdaderamente el Mesías, el hijo de Dios. Siente algo pero no está seguro; es inteligente, tiene una inteligencia superior y Dios se divierte confundiéndole las ideas, entonces él pasa al ataque de un modo sutil y con engaño. Lo que dice el demonio es un continuo engaño, es el discurso con el que empieza la tentación de transformar las piedras en pan: “Di que esta piedra se convierta en pan” es un discurso que hace para aclarar para sí mismo la identidad de Cristo, pero no puede porque Jesús lo confunde después: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” y el demonio conoce la Palabra de Dios, además cita la Palabra de Dios, pero no teniendo la luz de Dios no puede profundizarla, sigue siendo extraña para él. Tiene el conocimiento, el mismo conocimiento de la Palabra de Dios de muchos sacerdotes u obispos que cuando hablan de la Palabra de Dios la explican desde un punto de vista humano pero no pueden ir más allá, sacar nada en claro ni llegar a tocar la divinidad. El diablo insiste, quiere saber: “Lo llevó a un lugar alto”, no hubo contacto físico, esto tiene que estar claro; el demonio no cogió a Jesús por el brazo y lo llevó consigo, es absurdo pensarlo, es incomprensible una cosa semejante, el que explica esto no tiene verdadera fe en Cristo, Cristo no permite al demonio que lo toque. Aplicamos esto a nuestra experiencia, a nuestra realidad. Los eclesiásticos que conocen la Palabra de Dios pero no la ponen en práctica y no saben aplicarla para sí y a los demás, han dicho que la efusión de sangre del 11 de junio del 2000, ocurrida durante la celebración de la S. Misa y después de la consagración, es una intervención del demonio, pero es absurdo pensar que la Eucaristía puede ser tocada por el demonio. No puede coexistir la intervención de Dios en la transubstanciación por la cual, lo que es pan se convierte en Cuerpo, Sangre, Alma y divinidad de Cristo, con una acción diabólica. Se han cubierto de ridículo los que han explicado en el sentido humano más modesto y los que han rechazado los milagros eucarísticos dando aquel significado del que os he hablado. Y ahora llega la mentira más alta, que por desgracia ha entrado en el pensamiento común. Cuando desde una altura el demonio enseña a Cristo la realidad que tiene delante y pronuncia las palabras: “Te daré todo este imperio y el esplendor de estos reinos, porque son míos y se los doy a quien quiero”, dice una mentira; Dios no ha puesto en las manos del demonio el poder y la potencia y no le ha dado ni reinos ni Estados. La palabra Satanás significa acusador, mentiroso, de hecho el demonio está diciendo una gran mentira, está mintiendo ante la verdad, porque Cristo es Dios y es verdad. No tiene ningún poder, el poder y la autoridad son de Dios, es absurdo pensar que el demonio pueda dar y regalar alguna cosa a los hombres, sólo Dios puede dar y regalar, el demonio puede solamente dar odio, falsedad, mentira y nada más. Aunque con los hombres utiliza la misma táctica, la mentira y el embuste y enseña cosas que no son verdad para pisotear. El bien viene de Dios y el mal viene del demonio, que esto quede claro, que haya en nosotros seguridad y certeza. “Si te pones de rodillas y me adoras, todo será tuyo». Y Jesús respondió: «Está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás», es decirsólo para Dios es el reconocimiento de la plena y total santidad, porque adorar significa reconocer la divinidad; sólo ante Dios Uno y Trino hay que tener una actitud de adoración. En fin, el demonio cita la Sagrada Escritura e invita a Jesús a tirarse abajo porque “Ordenará a sus ángeles que cuiden de ti” y también, “ que te lleven en las manos para que no tropiece tu pie con ninguna piedra». El demonio conoce la Escritura pero no la sabe aplicar, no la sabe vivir porque es constitucionalmente incapaz de vivir la verdad. Él puede decir la verdad, nos lo recuerda también Santo Tomás de Aquino, pero no vive en la verdad, no puede estar en la verdad. Puede decir la verdad y con esto engañar a los hombres, pero nosotros somos capaces de reconocer si la verdad viene de Dios o viene el demonio. La verdad que viene de Dios es una verdad luminosa, consoladora, en cambio la verdad que viene del demonio, aquellas pocas veces que la dice, es una verdad llena de mentira, dice mentira y verdad junta para confundir a los hombres y para que el que le siga pueda casi encontrar una justificación, y quien ha participado en las sesiones de exorcismo esto lo sabe muy bien. La conclusión es que hay que estar seguros, tranquilos y serenos de que estamos bajo el ala protectora de Dios. El demonio lo ha intentado todo pero ha sido obligado a alejarse, porque al final estaba más confundido que al principio, pero también porque sentía que salía de Jesús algo fuerte que lo rechazaba y lo empujaba lejos. Se alejó con rabia, con espíritu de venganza, con la ira más descarada y negativa y se aseguró de que estos sentimientos bajos se cumplieran en el momento de la Pasión. Así se desahogó sirviéndose de personas que estaban de su parte porque estaban en pecado, porque eran infieles a la ley de Dios y los hizo instrumentos de ferocidad, de una persecución atroz, de sufrimientos inenarrables con respecto a Cristo. Pero una vez más resultó ser un estúpido porque Dios, a través de estos sufrimientos, puede continuar gritando al hombre: “Yo te he salvado, Yo te amo, tú eres Mío, hasta que lo quieras estarás en Mi corazón”.
Reflexionad sobre estas palabras, pensad, meditad cuanto habéis oído y una vez más demos gracias a Dios por tenernos cerca de Su corazón y entre Sus brazos. Me permito terminar elevando a Dios una sincera oración: “Oh Dios Papá, intervén cuanto antes y salva a Tu Iglesia, a la que le entra agua por todas partes. Los timoneles, los pilotos del barco, que representan a la Iglesia, quieren llevarlo por rutas donde puedan acumular poder y riqueza, no piensan en los pobres, los pequeños, en los necesitados, en los que sufren, piensan sólo en sí mismos. Oh Dios, sabemos que vendrán momentos tristes y dolorosos, pero el renacimiento y la Resurrección pasan a través de la purificación y la prueba, así pues haz, oh Dios Papá, la prueba más breve, intervén cuanto antes, porque saber que hoy, en Tu Iglesia, están presentes tantos Judas nos duele, nos hace sufrir y nos vuelve tristes. Nosotros sabemos, oh Dios, que la victoria Te pertenece y nadie puede vencerte porque Tú eres el victorioso, Tú eres Dios, Tú eres nuestro Padre, a Gloria tuya, por la salvación de las almas y por el renacimiento de la Iglesia.
Oh Madre de la Eucaristía lleva esta súplica al trono de Dios”.
Amén.