Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 25 marzo 2006
Anunciación del Señor
I Lectura Is 7,10-14; 8,10; Salmo 39; II Lectura Hb 10,4-10; Evangelio Lc 1,26-38
Trataré de hacer con vosotros una yuxtaposición y veréis que hay muchísimas analogías entre el misterio de la Encarnación en el seno de María, que empieza con la Anunciación del ángel y después se concluye con el nacimiento de Jesús en Belén, y el renacimiento de la Iglesia. Ahora os sentiréis quizás un poco descarriados, pero después que os lo explique, también vosotros comprenderéis de una manera más clara lo que yo he meditado antes que vosotros. Si no me equivoco, el renacimiento de la Iglesia fue también la intención de la segunda peregrinación que hicimos al lugar taumatúrgico en Fuente San Lorenzo.
Ahora imaginad ante vosotros dos páginas en blanco: al inicio de la primera página poned la gestación de Jesús en el seno de María y al inicio de la segunda el renacimiento de la Iglesia. Veamos cuáles son las múltiples analogías. María sabía, desde el primer instante de su concepción, por tanto antes de que el ángel se lo anunciase, que ella se convertiría en la Madre de Dios y también nosotros sabíamos que la Iglesia renacería, como tantas veces se nos ha anunciado. De hecho, Marisa y yo sabíamos que el Señor nos había llamado para cumplir esta misión que nos fue anunciada hace muchos años. Como la Virgen no sabía cuando el Verbo de Dios se encarnaría en su seno purísimo, así ni Marisa y ni yo conocíamos cuando empezaría el renacimiento de la Iglesia en los designios de Dios (En agosto de 1972 la Virgen les dijo que Dios los había llamado para una importante misión: “Es una misión que concierne a toda la Iglesia y concierne a todo el mundo… sois libres de aceptar o rechazar, pero recordad: sufriréis muchísimo” N. d R.).
El ángel mandado por Dios a María inicialmente, cuando proclama el anuncio, está de pie y en el preciso instante en el que María pronuncia el “fiat”, el Verbo de Dios se encarna en su seno y este primer santuario, este primer tabernáculo se ofrece a la adoración del ángel que se arrodilla. Igualmente, por lo que se refiere a nosotros, podemos indicar el inicio exacto del renacimiento de la Iglesia con el primer milagro eucarístico (el 14 de septiembre de 1995 ocurrió el primer milagro eucarístico N.d.R.) y con todos los sucesivos. De hecho, yo siempre os he explicado que todas las obras de Dios, aunque se realicen en un ambiente pequeño, restringido, con personas sencillas y humildes, tienen una eficacia que llega a tierras y poblaciones lejanas a pesar de no tener una resonancia externa divulgada por los medios de comunicación.
El momento en el que el Hijo de Dios se encarna, el mundo empieza a iluminarse por la presencia de Cristo y esta presencia, iniciada en el seno de María, aleja y vence las tinieblas. Esta luz es irradiada por un faro que es María y difunde rayos de luz que provienen exactamente de su seno donde está presente el Hijo de Dios. En los primeros meses del embarazo de María, nadie lo nota, ni siquiera su amado esposo, pero la acción de Dios ya se está difundiendo.
Lo mismo ocurre para el renacimiento de la Iglesia, todo sucedió con humildad, en silencio pero es una realidad tan eficaz y poderosa que está comenzando a producir cambios en todo el mundo. Cuando empezaron los milagros eucarísticos las masas, las multitudes no acogieron la eficacia de la acción de Dios, es más, los que en la Iglesia debían reconocerlos como auténticos los rechazaron y combatieron porque lamentablemente esos están en las tinieblas.
Algunos meses después del embarazo de María es acogida. Como siempre he dicho, a mi no me gusta hablar de la “duda de San José”, porque nunca ha tenido dudas de la castidad de su amada esposa sino más bien de la “incomprensión de San José”. De hecho, sus ojos notan una realidad que no se puede esconder y sabe que no es responsable pero no ha pensado nunca que María hubiese sido adúltera y estaba perplejo. No puede darse explicaciones, se refugia en la oración y Dios finalmente, movido a compasión, manda al ángel que le explique cómo están verdaderamente las cosas. También para nosotros el renacimiento de la Iglesia ya empieza a tener manifestaciones externas que se plasman en el triunfo de la Eucaristía y en el triunfo de la Madre de la Eucaristía, incluso en ambientes renuentes al anuncio del renacimiento de la Iglesia. Empiezan a haber conversiones de sacerdotes, obispos y cardenales y ésta es la manifestación de que la obra de Dios avanza. Como María mostraba su seno, que ahora albergaba al Hijo de Dios, igualmente el renacimiento de la Iglesia está mostrando signos positivos para los que podemos decir que efectivamente la situación evoluciona también a través de la conversión de quienes serán los pastores de la Iglesia verdadera y auténtica.
Entre todos aquellos millares de personas que se convirtieron, hoy habéis oído que hay un grupo de veinticinco que deberá tener responsabilidades particulares y entre estos ya hay cardenales, obispos y sacerdotes que tendrán que ser ordenados obispos; esto significa que el renacimiento empieza a mostrar signos como la maternidad de María empezaba a ser visible.
Hoy aún no se ha completado el renacimiento de la Iglesia, de hecho el Señor todavía pide a nuestra hermana inmolación, sacrificio y sufrimiento, justamente para que estos signos puedan multiplicarse y madurar. Como el embarazo terminó con el nacimiento de Jesús en Belén igualmente el renacimiento de la Iglesia terminará con la elección del futuro Papa; esto quiere decir que la Iglesia ha renacido desde lo alto y descendiendo hasta la base, esta vida divina entrará en las almas, traerá a Dios a las consciencias, devolverá la Eucaristía a todos y el amor será verdaderamente la virtud más difundida y predicada.
Ya sabéis cómo se produjo el nacimiento de Cristo: salió del más puro vientre de María sin romper para nada el sensible signo de su virginidad física. La Iglesia conocerá igualmente esta efusión de luz y de gracia por lo que verdaderamente habrá, como dijo Cristo, un solo rebaño y un solo pastor.
Esto es lo que he meditado desde que escuché la carta de Dios traída por la Virgen, hasta que he empezado a celebrar la S. Misa. Estos pensamientos, como caballos, corrían por mi mente y por mi corazón, así que he tenido que tratar de ordenarlos un poquito para formar parejas, creo que bastante bonitas, que están galopando.
Espero que hayáis comprendido el sentido de cuanto os he dicho; tomadlo como otro regalo de Dios que me ha dado a mí y del cual yo os hago partícipes también a vosotros. Ahora podéis comprender el motivo por el cual inicialmente la fiesta de la Madre de la Eucaristía se había fijado precisamente el 25 de marzo, día de la Anunciación, porque detrás estaban todas estas realidades sobre las que no habíamos reflexionado pero que empezaban a estar vivas y palpitantes y que en el momento oportuno comprenderíamos.
Tal como todos esperan la Navidad preparándose con alegría así todos los que son buenos y honestos esperan esta poderosa manifestación, esta efusión grandiosa del Espíritu Santo sobre la Iglesia, por la que pueda ser renovada “in capite et in membris” en lo alto y en la base. Ciertamente llegará, la Virgen lo ha confirmado de nuevo hoy, sin embargo, todavía nos queda el último tramo de camino, que es el más agotador, el más doloroso y el más sufrido. Solo si estamos unidos, si nos apoyamos el uno al otro, si formamos un solo corazón que se eleva a Dios para suplicarle continuamente aceleraremos el renacimiento de la Iglesia. Las oraciones no solo deben continuar, sino intensificarse con esta intención.
Hoy os confío de manera particular esta intención: rezar por el renacimiento de la Iglesia como ya he confiado a vuestras oraciones mi futuro. Hoy renuevo esta confianza para que verdaderamente pueda ser instrumento en las manos de Dios para realizar lo que Dios desde la eternidad ha querido y ha decidido y que nosotros sabemos.
Esta realidad desconocida ya es conocida, es una realidad querida por la que no tenemos que dejar de rezar, de sufrir pero, sobre todo, no tenemos que dejar de amar la Eucaristía para que todo se desarrolle según los designios de Dios.
Que el hombre ya no se atreva a oponerse a los designios de Dios, sino que toda rodilla de los que verdaderamente quieren a Dios, a Cristo, a la Eucaristía, se doble y Le adore en silencio.
Como el ángel se arrodilló ante María que tenía en su seno a Jesús, también nuestras rodillas se arrodillan ante la Eucaristía. De hecho, el mismo Cristo que estaba en el seno de María estará presente dentro de poco en la Eucaristía y lo está siempre en el sagrario, pero está también en el corazón de los que quieren vivir en gracia de Dios, iluminados por la luz del Espíritu Santo.
Sea alabado Jesucristo