Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 25 abril 2007
Fiesta de San Marcos Evangelista
Primera lectura: 1Pe 5,5-14; Salmo 88; Evangelio: Mc 16,15-20
El compromiso que hoy pronunciáis, se puede asociar a la imagen de los automóviles de Fórmula 1 que, en la línea de salida, se disponen en diferentes posiciones. Por ahora no me interesa hablar de la meta. Quizás no os sea aún clara la diferencia entre promesa y compromiso. La promesa hace referencia mayormente a la realidad horizontal: un hombre y una mujer o un muchacho y una muchacha se prometen recíprocamente casarse y llegar al matrimonio. Con el compromiso, en cambio, la realidad horizontal se levanta y se convierte en longitudinal, porque la relación primaria es justamente con Dios. Los prometidos se comprometen con el Señor a vivir la preparación al matrimonio con el más alto compromiso posible, pero sobre todo se preparan a vivir la vida matrimonial del mejor modo, empezando a adoptar el estilo típico de los esposos y esposas que están en unión y en compañía de Cristo, es decir, en gracia, con amor y con todos los otros sacramentos. El compromiso es muy importante y tiene que despertar, en quienes lo pronuncian, un entusiasmo fuerte, incluso si, a veces, las circunstancias de la vida pueden suavizarlo o debilitarlo. Tenéis que vivir el compromiso con alegría justamente por vosotros mismos y por los cónyuges hacia el cual os comprometéis recíprocamente a una fidelidad, a una sensibilidad y a una honestidad profunda. La salida, por tanto, puede ser diferente, pero la llegada es igual para todos y, a la meta, que es el día del Matrimonio, además del Señor, de la Madre de la Eucaristía y de vuestros santos protectores os esperarán también las otras parejas ya casadas de esta Comunidad. Os darán la bienvenida a la comunidad de parejas casadas en la que se deben reforzar las relaciones y se debe aceptar y practicar una comunión de experiencias. Aquellos que ya han vivido o que ya están viviendo una vida de casados pueden aprovechar su experiencia y compartirla con otros para que, de ser así, puedan resolverse las incertidumbres, los puntos dudosos o los problemas.
Ya ha ocurrido y podría ocurrir aún que algunas enseñanzas, por un motivo o por otro, no se hayan comprendido completamente, así ante determinados problemas, alguna incertidumbre se resolverá justamente con la ayuda de los amigos ya casados.
El compromiso es importante, porque os tiene que poner en sintonía y a la escucha con el Señor. Os habéis dado cuenta que el Señor pide dependiendo de las personas. A vosotros seguramente os pedirá mucho más respecto a otras parejas que también se casan en la Iglesia, pero llegan con una preparación aproximada y superficial. Siento no haber podido instruir pareja por pareja, como he hecho con quiénes os han precedido, pero tenéis a favor vuestro más tiempo. De hecho, aunque no haya podido coincidir con vosotros, habéis tenido más tiempo para preparos para el matrimonio: habéis escuchado más homilías y participado en un mayor número de encuentros bíblicos, habéis asistido a más apariciones y oído numerosas cartas de Dios; todo esto es un equipaje que, no solo suple, sino que es incluso superior a todo lo que habría podido deciros como pareja individual.
Por lo tanto, tenéis que llegar al matrimonio con sentido de responsabilidad y de maduración. La vida, si miráis lo que ocurre en el mundo, a menudo es frívola, superficial y vacía. Dios puede llenar este vacío, puede colmar esta superficialidad. El vacío en la persona significa inconsistencia en el matrimonio. Sabéis lo que Dios os dará el día del Matrimonio: es un compromiso por parte Suya, también el Señor se compromete: “Si tú me eres fiel, si tú observas el gran mandamiento del Amor, si vosotros esposos respetáis el decálogo y los preceptos, Yo, Dios, me comprometo a daros todas las ayudas y las gracias necesarias para desarrollar bien el triple compromiso de cristianos, de esposos y, deseo, también de padres”. Cristianos, esposos y padres son tres compromisos fatigosos y que implican renuncias y luchas. En la vida podréis encontrar también el sufrimiento, pero contaréis con la ayuda de Dios, que os empujará y os llevará a lo alto.
En un mundo en el que todo habla del relativismo uno se casa, luego se separa, luego se vuelve a casar con otro y después de nuevo con otro. En un mundo que predica todo esto como afirmación de libertad, vosotros por el contrario, os ponéis como testigos de la verdad absoluta y verdadera.
Nosotros concebimos el amor como algo que dura en el tiempo, mejora y potencia la relación entre dos seres: entre Dios y el hombre, entre un hombre y una mujer en el matrimonio, entre los amigos o entre los parientes.
El amor es la realidad de Dios, es la naturaleza de Dios: Él es eterno, no se retira y no se aleja, sino que está siempre presente mientras el hombre no lo aleje. Las parejas entran en crisis y se separan porque no está presente el verdadero amor. Me refiero a las parejas que se casan en la Iglesia. Por desgracia muchos se acercan al altar en pecado mortal, no se confiesan y así no adquieren de nuevo la gracia; si no tienen la gracia, Dios no concede sus dones. Existe la gracia del matrimonio si hay la base de la gracia santificante, la presencia de la gracia del amor. Al contrario, si falta la gracia santificante no puede haber la del matrimonio. De eso nacen las incomprensiones, los contrastes y las dificultades que podríais tener también vosotros. Pero la diferencia es que vosotros os comprometéis a superarlas. Algunos, a menudo, hacen un escudo de todo esto para recuperar la libertad, como si esto significara que si el amor está presente o no, después de todo, es lo mismo. El amor es garantía de Dios, de Su presencia. Por lo tanto, si queréis ser buenos esposos y buenos padres primero tenéis que ser buenos cristianos. Es necesario que os preocupéis de la recíproca vida espiritual, no solo de la física o natural. Tenéis que daros un testimonio mutuo, tenéis que practicar la corrección, como se os ha enseñado. Estad unidos en una oración que no se puede limitar a una rápida señal de la cruz, sino que se tiene que expresar, y esto os lo ha pedido la Virgen, al menos con una Padrenuestro, Ave y Gloria al inicio y fin de la jornada. De todos modos esto no basta. Recibid las mejores energías participando en la Santa Misa, en la adoración eucarística y recitando el S. Rosario: todo esto es un esfuerzo y un compromiso que no tenéis que despreciar. Podría suceder, porque las exigencias de la vida lo imponen o el trabajo lo exige, que alguna vez no podáis participar en la S. Misa, pero os daréis cuenta de que sin Eucaristía la vida tiene un sabor diferente, sin Eucaristía la fuerza disminuye, hay más confusión, más incertidumbre.
Ser padres, según la enseñanza del Evangelio, hoy es muy difícil. Estáis todos en el mundo y si miráis como son los otros niños y los jovencitos o incluso los jóvenes, encontraréis dificultades sustanciales. Por eso, como ocurre cuando se viaja a algunos países como el África, donde se necesitan vacunas especiales, tenéis que vacunar a vuestros hijos y la vacunación es la formación. Recordad, la mejor formación es la preventiva, es decir anticipar a los hijos lo que ellos mismos experimentarán, porque en el momento en el que vivirán determinadas experiencias sabrán regularse y comportarse mejor en el mundo. La Comunidad está rezando por vosotros y continuará rezando.
Al Obispo le gusta mantener todas sus invitaciones de boda juntas no solo como una simple colección, sino como un compromiso de mi parte. De hecho, para las parejas, para las personas casadas, la oración cambia radicalmente, ya no se reza por el individuo, sino por toda la familia, por la pequeña comunidad nacida con la bendición de Dios. De parte mía la oración será constante y cotidiana y a medida que os acercaréis poco a poco al Sí de Amor existe también otra garantía para vosotros y está aquí a mi izquierda (indica a Marisa). Yo sé cuánto está sufriendo en este último período y, a veces, creedme, estoy escandalizado, impresionado por la vehemencia de este sufrimiento, pero os puedo asegurar que en los coloquios entre Marisa y el Señor, en los que he participado, estaba siempre presente la petición a Dios: “Yo tengo hijos que se casan, me gustaría, estar un poco mejor y acompañarlos al altar, si esto es posible; sino llévame antes”. Es seguro, porque ha sido dicho así, que el 29 de junio estará todavía entre nosotros. De todos modos, estoy rezando para arrancar a Dios la gracia, para que aquel día pueda bajar y participar en esta gran fiesta junto a toda la Comunidad, sino sería muy duro. Al Señor le hemos arrancado gracias y tendríamos que arrancarle también esta. Deseo que esté presente también por los otros matrimonios, pero sin grandes dolores como ahora. No se pronunciaron sobre esto ayer. Dios hará saber lo que ha decidido, pero vosotros podéis contar con ella tanto en vida, como en la casa del Padre, además de con la Virgen y San José. Podréis contar también con Abuela Yolanda: todos la habéis conocido, sabéis quién es y podréis experimentar también su protección, como la han experimentado sus nietos.
Es importante que todo lo que hoy se os ha dicho lo conservéis en vuestro corazón, así dentro de 10 ó 25 años y, si Dios lo permite, incluso dentro de 50 años, recordaréis estas enseñanzas y las transmitiréis a vuestros hijos, a vuestros nietos. Cuando celebréis, una después de otra, las bodas de plata y después de oro y, quien sabe, alguno incluso de diamante, porque la vida se está alargando, hablaréis del Obispo vestido de blanco, de la vidente más importante del mundo; esperamos escuchar todo esto desde el Paraíso, porque es allí donde va durante la jornada más veces, nuestro pensamiento, nuestro deseo. Así finalmente, también nosotros podremos decir que hemos llegado a aquella felicidad que durante la vida terrena Marisa y yo no hemos encontrado nunca hasta ahora.
Lo que es importante para vosotros, desde hoy, es decidir ser verdaderamente auténticos testimonios de la Palabra de Dios, del Amor de Dios y de la Verdad de Dios.