Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 25 junio 2006
XII DOMINGO DEL TEMPO ORDINARIO (AÑO B)
I Lectura: Gb 38,1.8-11, Salmo 106, II Lectura: 2Cor 5,14-17, Evangelio: Mc 4,35-41
Antes de entrar en la explicación y comentario de la Palabra de Dios, pública y oficial, es mi deber aclarar lo que ha dicho Nuestra Señora hoy a través de la revelación privada que siempre viene de Dios.
Probablemente no todos habéis comprendido el sentido de las palabras, por lo que es necesario conocer cuanto ha ocurrido previamente. “El Santo Padre (Benedicto XVI) no acepta que las apariciones sean numerosas, le parece imposible de Dios pueda permitir a la Virgen que se aparezca incluso todos los días” (De la carta de Dios, 25 junio 2006). La Madre de la Eucaristía se ha lamentado porque, por desgracia, el actual Pontífice ha manifestado perplejidad al creer en las apariciones que duran muchos años, por lo tanto numerosas. (Mons. Ratko Peric: El Santo Padre me ha dicho: En la Congregación nos hemos preguntado siempre ¿cómo puede un creyente aceptar como creíbles las apariciones que se presentan cada día y durante tantos años? – De la entrevista de Mons. Ratko Peric, Obispo de Mostar-Duvno, publicada por “Crkva na kamenu” (La Iglesia sobre la roca), boletín pastoral mensual de las diócesis de Mostar-Duvno y Trebinje-Mrkan, en el núm. 4/2006, pgs. 22-24, después de su “visita Ad Limina” entre el 23 y el 29 de febrero 2006 N.d.T)
¿Por qué Dios no puede hacer esto? ¡Dios no tiene que pedir permiso a nadie para hacer lo que él quiere! Y los hombres de la Iglesia, empezando por el que está en lo más alto, son llamados simplemente a tomar nota. De lo contrario, se ponen en situaciones peligrosas; hay que abrirse al espíritu y a la voz de Dios sin escudarse en la propia autoridad. Esto, lamentablemente, se refiere a muchas personas que, jerárquicamente, ocupan cargos por debajo del Papa. Si el hombre está en contacto con Dios, lo escucha cuando se manifiesta a través de las apariciones, los milagros eucarísticos y la ordenación episcopal.
Ahora pasemos al Evangelio de hoy. A mi parecer es uno de los fragmentos más hermosos porque evidencia de manera simpática y clara la humanidad de Cristo.
Anteriormente ya os hablé del encuentro de Jesús con la samaritana en el pozo de Siquem cuando, sediento y cansado le dice: “Dame de beber”.
El Jesús cansado, sediento, exhausto es aquel Jesús que para nosotros es fácil de imitar porque estamos cansados, también nosotros estamos exhaustos y por tanto, bajo este aspecto, podemos decir: “Señor comparto y formo parte de tu cansancio; me haces partícipe de Tu cansancio, de Tu agotamiento”. Esto nos pone en una situación de poder decir al menos: “Señor, en esto puedo parecerme a ti”.
“Aquel mismo día, ya caída la tarde les dijo: “Pasemos a la otra orilla”. Y dejando a la gente, lo llevaron con ellos en la barca tal como se encontraba. Le acompañaban también otras barcas”. (Mc. 4;35-37).
Marcos nos muestra el Cristo cansado porque ha hablado a la gente. Era tanta la gente que, para dirigirse y ser oído por todos a la vez, Jesús había ideado el recurso de alejarse un poco de la orilla en una barca, de tal modo que todos pudieran verlo y escucharlo más fácilmente. Jesús se encuentra al término de una jornada en la que se había encontrado con muchas personas; también había realizado, en presencia de los apóstoles, prodigios y milagros.
La idea de ir a la otra parte de la orilla, como subraya el evangelista Marcos, es un deseo del Señor de apartarse de la gente para recuperar en el silencio y en la paz nuevas energías y nuevas fuerzas.
Hay detalles en el Evangelio para resaltar. Al principio había otras barcas junto a la de Cristo, probablemente estaban paradas en la ribera del lago Tiberíades, algunos los siguieron para estar más cerca, pero luego respetaron su deseo de alejarse porque ya no se menciona en la narración siguiente.
El lago Tiberíades se encuentra a 200 metros bajo el nivel del mar. Alrededor hay montañas por lo que se generan fuertes masas de aire que irrumpen repentinamente en la superficie del lago y lo revuelven.
Este es el motivo por el que los apóstoles se encontraron repentinamente en medio de una tempestad.
“Mientras tanto, se levantó una gran tormenta de viento y arrojó las olas en el bote, tanto que ahora estaba lleno”. Él estaba en popa, sobre una almohada y dormía. Entonces le despertaron y le dijeron: “Maestro, no te importa que muramos?”. (Mc 4.38-39)
Habían reservado el lugar de honor en una barca para Jesús y Marcos también señala que había una almohada; por tanto Jesús se apoya cómodamente y se adormece a causa del cansancio.
Mirad, esto me gusta mucho: “(Jesús) Él estaba a popa, sobre la almohada y dormía”.
Como os he dicho varias veces Jesús es verdadero Dios y verdadero Hombre, por lo tanto como hombre estaba sujeto a todos los límites de la condición humana como el sufrimiento, el cansancio, el hambre, la sed, el padecer calor y frío. No tenéis que pensar que Jesús, como Dios, se había privado de todo esto. En este episodio del Evangelio, mientras la humanidad de Cristo descansa, su divinidad, sin embargo, está despierta. Esto no se resalta en el Evangelio, pero os lo revelo yo: Jesús era consciente de la fuerte tempestad que se había desencadenado y del consiguiente temor presente en el corazón de sus discípulos. Jesús hombre dormía, pero Jesús Dios vigilaba. Los apóstoles no podían comprender todo esto, lo podemos hacer nosotros a posteriori. Como el Divino Maestro ha hecho tantas veces, esperó a que los propios discípulos solicitaran su ayuda e intervención. Cuando el fuerte oleaje hizo que el agua subiera a bordo por el fuerte viento, tuvieron miedo porque la situación era sumamente crítica. Entonces se dirigieron a aquél que era capaz de realizar prodigios. La pregunta que le hicieron los discípulos a Jesús cuando lo despertaron es la misma que también nosotros podemos repetir en nuestros labios: “Maestro ¿no te importa que muramos?”
“Se despertó, increpó al viento y dijo al mar: “Cállate, cálmate”. El viento cesó y hubo una gran bonanza. Después les dijo: “¿Por qué sois tan miedosos? ¿Todavía no tenéis fe?”. Se quedaron sumamente atemorizados y se decían unos a otros: ¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?”. (Mc 4,40-41).
Jesús no hace ningún discurso, para que su obra sea más elocuente; solo les reprocha que tengan poca fe. De hecho, los discípulos habían visto y asistido a numerosos prodigios realizados por Cristo, por tanto tenían que saber que junto a él no iba a haber ningún peligro.
Y he aquí que el Señor manifiesta su divinidad, su autoridad, su fuerza y su poder con dos palabras: “Cállate (al viento) y cálmate (al lago)” y estas fuerzas de la naturaleza escuchan y obedecen generando una gran quietud.
Es una página en la que nosotros, como comunidad, podemos encontrarnos. Somos testimonios de milagros eucarísticos, naturales, físicos y milagros de conversiones. En este lugar ha habido diversas intervenciones divinas gracias a las cuales algunos han recuperado la salud y otros, además, han salvado la vida. Y si estos no son milagros, yo no sé que más decir. Vosotros no sabéis cuántas personas de todas las partes del mundo me escriben afirmando que se han convertido, han encontrado de nuevo la fe, se han encendido de amor hacia la Eucaristía sencillamente leyendo las cartas de Dios. Estos son grandes milagros espirituales. Hemos asistido y conocemos los milagros como comunidad.
Y hoy, como comunidad, nos encontramos en la situación más crítica, más difícil de nuestra historia, como los apóstoles que, como describe Marcos, se han encontrado en el momento más difícil y en peligro de vida.
Nosotros nos encontramos ahora en una situación en la que el peligro acecha.
De hecho, incluso habiendo dos señales positivas, como el corazón de diversos sacerdotes que, después de haberles hablado vosotros, se está abriendo poco a poco a estas obras de Dios, sabemos que el demonio está dando golpes feroces. Probablemente porque sabe que éste es el último tramo de camino al que seguirá su derrota definitiva. La derrota del demonio y de todos sus secuaces que abusan de su poder para ponerse en una situación de contraposición con Dios mismo, con sus obras y sus intervenciones.
Es un momento difícil. Sólo somos hombres, es un momento en el que nuestra humanidad se manifiesta en el miedo, en el cansancio y en el abandono. Diversos de nuestros hermanos y hermanas, de hecho, nos han dejado porque ya no podían más. Estaban cansados de esperar y esperar, probablemente el veneno de la duda y de la incertidumbre ha penetrado en su corazón y se han alejado.
Jesús mismo ya había experimentado todo esto durante su vida. Acordaos siempre de las cinco mil personas que se beneficiaron de la multiplicación de los panes y de los peces que dejaron a Cristo cuando anunció que instituiría la Eucaristía. ¡Este es siempre el punto! Ante la Eucaristía, los hombres tienen que manifestarse necesariamente como amigos o como enemigos: esto también lo habéis experimentado vosotros. No es la aparición de la Virgen lo que molesta, sino los milagros eucarísticos los que molestan, al igual que el Obispo ordenado por Dios. Estos son los motivos por los que hay lucha, maldad y ensañamiento. Sentir cansancio y desilusión es humano. Me gustaría que os acordarais que muchas veces Jesús ha preguntado a su madre: “Mamá, ¿he fallado?” y la Virgen ha respondido: “No, hijo mío, Tú eres el triunfador, el vencedor”. La expresión pronunciada por Cristo: “Yo he vencido al mundo” nació de esta conversación entre madre e hijo. Para seguir a Cristo se necesita fe, pero lo que he experimentado personalmente es abandonarse completamente a Dios. Ésta es lo más difícil. Abandonarse, además, cuando las apariencias son contrarias y cuando la misma razón humana te empuja a tomar una decisión diferente de la que Dios te indica.
Pues bien, en estos momentos hay que cerrar los ojos y abandonarse a Dios. A veces es extremadamente difícil y puedes llegar a situaciones en las que te sientes desolado, destruido y desgarrado por dentro.
Dios no emite juicios negativos ni reprocha si la humanidad llora, sufre y se queja al hacer su voluntad. Es simplemente un padre paciente que quiere llevar a sus hijos cada vez más alto, incluso cuando no pueden subir más alto.
Y entonces es Dios que nos toma en brazos y nos lleva cada vez más alto porque solo si estamos estrechamente unidos y agarrados a Él podemos levantarnos.
Si estamos también nosotros adormilados alguna vez, despertémonos.
Con la celebración del 29 de junio pondremos la palabra fin a este año social 2005-2006. Un año verdaderamente duro, pesado y difícil.
El año más difícil, más duro de todos los que le han precedido, porque el cansancio ha aumentado y se añade al de los años anteriores.
Entonces podemos repetir también nosotros, junto a los apóstoles: “Maestro, ¿no te importe que muramos?”. Y el Señor vendrá al encuentro de nuestra debilidad, como salió al encuentro de la de los apóstoles. Traerá, cuando lo crea oportuno, aquella victoria definitiva, que estoy seguro que llegará, pero que todos deseamos que esté cerca porque estamos esperando desde hace demasiado tiempo.
En esta coyuntura nos encontramos esperando y en compañía de la Madre de la Eucaristía, que hoy ha dicho: “Yo os digo, mis queridos hijos: sed como los apóstoles que dieron la vuelta al mundo; llevad a cabo la misión. Mis queridos hijos, la misión no se ha terminado, vosotros jóvenes, apostolitos, tenéis que continuar; el que pueda, recordad, el que pueda, que continúe”. (De la carta de Dios, 25 junio 2006). (La Virgen ha involucrado a todos los jóvenes y a algunos adultos en una importante misión extendida a toda la diócesis de Roma: han ido a todas las parroquias de Roma, donde se encontraron con uno o dos sacerdotes. En total, los miembros de nuestra comunidad se acercaron a unos 400 sacerdotes. La misión duró unos tres meses: Abril, Mayo y Junio. N.d.R.).
Yo, Obispo don Claudio Gatti, pensaba que la misión podía ser considerada como terminada pero, como ha ocurrido otras veces, debo decir que no. No está terminada. Aunque me acusen de haber mandado por Roma, a las diferentes iglesias y parroquias, a todos nuestros jóvenes y a algunos adultos, yo afirmo, porque esta es la verdad, que no habría pensado nunca en una misión de este género, porque pensaba que era muy difícil para vosotros tratar con los sacerdotes. La misión vino de Dios, por tanto es inútil que digan que fui yo el que organizó todo esto. Nunca habría pensado en una cosa semejante, no estaba en condiciones de hacerlo. Y hoy no he pensado tampoco que la misión tuviese que continuar. Y aquí también os digo, arremangaos, recuperad el aliento y descansad. Luego proseguid por este camino que es único e irrepetible, porque es el sugerido por el Señor y gracias al cual ha comenzado el acercamiento de muchos sacerdotes a Dios. Sin esta misión no habría habido conversión de sacerdotes. Eso es precisamente lo que molestó a los actuales ocupantes de las oficinas del segundo piso de la Vicaría, también porque los encontró desprevenidos y sorprendidos. Dios sorprende porque solo él conoce e indica el modo mejor y más seguro para acercarse a las almas de los sacerdotes o de los laicos. Entonces, adelante con fuerza y valor: mientras yo os lo digo a vosotros, me lo repito también a mí. También yo necesito fuerza, valor y ánimo; también el Obispo tiene su paso vacilante y no por duda o incertidumbre, sino sencillamente por el gran cansancio. Y entonces vosotros sed, como ha dicho la Virgen, el bastón, mis bastones en los que puedo apoyarme.
Jesús, en un momento en el que su humanidad estaba particularmente cansada, ha suplicado al Padre para que le mandase un bastón para apoyarse. Y el Padre escuchó la súplica de su Hijo. Cristo no se ha servido de su Omnipotencia, sino que ha querido suplicar a su Padre y todo esto es un ejemplo para nosotros: “Como he hecho yo, pidiendo a mi Padre, ¡hacedlo también vosotros!”
¿Habéis oído lo que ha dicho la Madre de la Eucaristía? Jesús, la Virgen y San José están con nosotros, pero todo dependen de Dios Omnipotente: “Él (Dios Padre) sabe, él lo decide todo, vosotros solo tenéis que inclinar la cabeza y decir: “Que se haga tu voluntad”. A veces, hacer la divina voluntad es muy difícil” (De la carta de Dios 25 junio 2006). Por tanto dirijámonos a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo para poder hacer su voluntad y tener la fuerza y la perseverancia de llegar hasta donde Dios quiere. Y una vez que lleguemos también nosotros, como Jesús, podremos buscar una almohada, para apoyar la cabeza y descansar justamente porque el que ha trabajado es digno del salario y del descanso.
Sea alabado Jesucristo.