Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 25 octubre 2009

Las bodas místicas de Marisa

(I^ Lectura: Cant 2, 8 - 14; 5 2-10; 13; Salmo 62; II^ Lectura: Rom 8, 35-39; Evangelio: Jn 12, 22 - 28)

Antes de empezar quiero que observéis los dos cuadros de aquí delante: en el cuado de la izquierda veis a Marisa, Jesús y la Madre de la Eucaristía; en el otro, el que hizo Franca, veis la Madre de la Eucaristía y Jesús.

Hoy, nosotros celebramos la fiesta de la Madre de la Eucaristía y de su hija Marisa y es bonito unir a la madre y a la hija. Pero, al mismo tiempo, no podemos olvidar la unión que hay entre el Hijo y la Madre. Y hay una profunda diferencia. Todos sabemos que los hijos, en proporciones diversas, se parecen a sus padres. Se dice: "Te pareces a tu madre, te pareces a tu papá". Esto por lo que se refiere a la relación estrictamente humana. Tomad a una madre y a su hijo: se dice que hijo tiene el ADN, la semejanza, las características y las buenas aptitudes de la madre; y ahora mirad el cuadro que hemos hecho hacer a Franca: es un hermosísimo cuadro. Franca ha sabido evidenciar lo que deseaba Marisa, es decir la semejanza física entre Jesús y la Virgen. Sabéis que por naturaleza un hijo hereda la mitad del patrimonio genético de la madre y la mitad del padre. Jesús, desde un punto de vista físico, hereda el ADN de la Madre, por tanto, más que todos, es la persona que más se asemeja a su propia madre ya que ha sido concebido por obra del Espíritu Santo, sin ninguna colaboración y presencia masculina. Pero hay otra diferencia. Cojamos el 33º canto del Paraíso de Dante, la oración de San Bernardo: ¡Virgen Madre, hija de tu Hijo! ¿Qué quiere decir Dante? Por lo que se refiere a la realidad espiritual, o sea lo que está en el alma, es la Virgen la que se asemeja a Jesús y no viceversa. Jesús es Dios, por tanto tiene las perfecciones y las virtudes presentes hasta el infinito, así pues Él es el punto de referencia. La Virgen, por muy elevada, grande y santa que es, se halla en una situación subordinada respecto a la de su Hijo.

Por lo que se refiere a la diferencia entre Marisa y la Virgen es exactamente lo contrario: es Marisa la que se parece a la Virgen en la riqueza del alma. Dios ha cultivado esta alma de un modo maravilloso y la ha enriquecido de las cualidades más altas y más hermosas que luego ella, con su constancia, ha hecho aún más grandes. Dios, como en un jardín cerrado, del cual tenía celo, ha puesto en el alma de Marisa una riqueza, una variedad espiritual verdaderamente grande y hermosa. Nosotros vemos que la Virgen se asemeja a Jesús, Marisa se asemeja a la Virgen y por lo tanto, por la propiedad transitiva, se parece también a Jesús. Esta semejanza, de la cual deriva la profunda unión entre Jesús Eucaristía, la Madre de la Eucaristía y la víctima de la Eucaristía ¿de dónde lo podemos coger?

"¡Una voz!... ¡Es mi amor! He aquí que ya llega saltando por los montes, brincando por los collados. Semejante es mi amor a una gacela, a un ágil cervatillo. Vedlo ya aquí apostado detrás de nuestra cerca.

Mira por las ventanas, espía por las celosías. Mi amor canta y me dice: "¡Levántate, amor mío; hermosa mía, ven! Porque, mira, ha pasado el invierno, ha cesado la lluvia y ya se ha ido. Han nacido las flores en la tierra, ha llegado el tiempo de la poda; ya la voz de la tórtola se siente en nuestra tierra. La higuera echa las yemas de sus higos, las viñas en flor exhalan su perfume. ¡Levántate, amor mío; hermosa mía, ven! Paloma mía, en las grietas de las peñas, en escarpados escondrijos, muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz, porque tu voz es dulce y tu rostro encantador". (Cant. 2, 8-14)

Cuando leáis las lecturas descubriréis que estos fragmentos tienen en común el hecho de que todos hablan del amor. El Cantar de los Cantares es el himno más hermoso de amor entre el esposo y la esposa caracterizado por el buscarse, desearse y conmoverse en la espera del encuentro y el disgustarse, el sufrir cuando, por desgracia, el encuentro es aplazado o hay un alejamiento momentáneo. Lo que el canto quiere evidenciar es el amor. El amor en Marisa, en la Madre de la Eucaristía y en Jesús eucaristía tienen la misma raíz, parten de Dios y tienen el mismo fin: el hombre. El amor no es nunca algo que permanece en aquel que lo siente, sino que tiene necesidad de expandirse, de ir más allá, a la persona que ama. El amor es algo que te hace pensar en los otros, aunque esto signifique que tienes que olvidarte de ti mismo. ¡Éste es el verdadero amor!

Reconocemos en estas tres personas exactamente lo que he descrito: ni Jesús, ni la Virgen, ni Marisa han pensado nunca en sí mismos. Si hubiesen pensado en si mismos, Jesús no se habría encarnado y no habría sufrido y la Madre de la Eucaristía, en el momento de la Anunciación, sabiendo lo que se sería de ella y de su Hijo, habría renunciado a pronunciar su sí; justamente por esto el Magnificat es llamado por la misma Virgen, el himno al amor.

También Marisa, si hubiese dicho no a Dios y sí a lo humano, ciertamente habría tenido una vida más fácil y con menos sufrimiento. Pero recordad: a Dios no se le puede decir que no, si pide nuestra colaboración.

Esa es la característica que tienen en común estas tres personas: el amor, ir hacia los demás y no solo eso, pensad en las otras virtudes.

¡La pureza! La pureza es hija del amor, nos pone en contacto con Dios: "Quien tiene manos inocentes y puro corazón", como dice la Escritura, se acerca más a Dios. La pureza es una virtud que se ha de defender. Marisa ha defendido su pureza de los asaltos de algunos hombres, recibiendo, además, cuchilladas a causa de las cuales ha tenido que ser llevada al hospital. No han provocado grandes daños, porque inmediatamente ha intervenido la Virgen alejando a aquellas dos personas. Por dos veces se ha encontrado en esta situación. Podría ser una nueva Santa María Goretti, pero en los designios de Dios hay escrita otra cosa. Cuando hubo la matanza de los inocentes Juan y Jesús fueron guardados, no por sus privilegios particulares, sino porque Dios tenía sobre ellos designios diversos. Si Jesús, Hijo de Dios, hubiese caído en las manos de los esbirros de Herodes no habría podido cumplir la obra de la redención. Del mismo modo, Juan Bautista no habría podido desarrollar su misión de precursor de Cristo. También Marisa ha sido salvada del martirio, pero no le ha sido ahorrado, durante todo el arco de su vida, la inmovilización continua, cotidiana, incesante, diría casi más dura y más fuerte que el martirio normal con el que, en poco tiempo, se acaba de sufrir y se vuela al Paraíso. Cuando el martirio dura decenas de años, como ha sido para Marisa, entonces el título de mártir es plenamente y completamente apropiado.

El sufrimiento. El sufrimiento que salva y redime el mundo ha tenido vinculadas a estas tres personas, que entre ellas tienen relaciones particulares: el esposo y la esposa, el Hijo y la Madre, la hija y la Madre.

Es hermoso detenerse sobre estas tres personas y ver que verdaderamente lo tienen todo en común.

La honestidad y la rectitud. Dejemos estar momentáneamente a Jesús y a la Virgen, que son el ejemplo tangible de la honestidad y de la sinceridad. Pero, ¿Quién es más grande, quién es superior a Marisa en la honestidad? Creo que es difícil encontrar personas que puedan ser señaladas como ejemplo de honestidad al igual que Marisa.

La generosidad, la obediencia al Padre. Está escrito en la Escritura que Jesús ha entrado en el mundo diciendo: "He ahí que vengo, oh Padre, a hacer tu voluntad". La Virgen dice: "Que se haga en mí según tu palabra". Y Marisa, igualmente ha pronunciado las mismas palabra que la Virgen: "Que se haga en mí lo que tu quieres". Cuando nosotros la invitábamos a pedir a Dios una interrupción en sus dolores, ella respondía, a veces de manera contundente: "Esta es mi misión y la quiero llevar adelante". Esta es la honestidad llevada adelante hasta las consecuencias extremas, ésta es la obediencia al Padre que ha hecho que su vida fuese una continua inmolación.

"¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Dice la Escritura: Por tu causa estamos expuestos a la muerte todo el día, somos como ovejas destinadas al matadero pero en todas estas cosas salimos triunfadores por aquél que nos ha amado. Yo estoy persuadido que ni la muerta ni la vida, ni ángeles ni principados, ni presente ni futuro ni potencias ni altura ni profundidad, ni cosa alguna creada podrá separarnos nunca del amor de Dios, en Cristo Jesús, nuestro Señor" . (Rm. 8,35-39)

En el fragmento a los Romanos que, también nosotros cantamos a menudo, está escrito: "¿Quién nos separará del amor de Cristo?". El mundo hoy, por desgracia va mal porque se ha alejado de Cristo. Las palabras de Pablo, Marisa las puede decir y cantar: ¿quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? ¡No, de ninguna manera! En el Antiguo Testamento está escrito: "Por tu causa estamos expuestos a la muerte todo el día, somos como ovejas destinadas al matadero". Cuando el hombre, quienquiera que sea éste, cualquier cargo que ocupe, cualquier responsabilidad que ejercite, se cierra a Dios, trata mal a todos los que se asemejan a Dios. Eh ahí porque nosotros nos encontramos todavía, incluidos vosotros, en una fase bastante dura, todavía se sufre y muchas veces los sufrimientos son causados por los parientes, amigos y conocidos.

"Somos como ovejas destinadas al matadero". En esto hay otra enseñanza que la Virgen dijo a Marisa y a mí en el lejano 1971: "Nosotros arrastraremos nuestras carnes, sin que la boca pronuncie una palabra amarga de rebelión".

Yo no he oído nunca de Marisa un acto de rebelión, de cansancio sí, claro, pero esto es humano. Cristo mismo ha rogado a su Padre: "Aleja de mi este cáliz", diciendo después: "Que se haga tu voluntad". Es humano tener miedo de los sufrimientos; el que dice que no tiene miedo de los sufrimientos es un deshonesto y un falso, porque el sufrimiento da miedo. Si le da miedo a Cristo, da miedo también a los hombres.

"Felipe se lo dijo a Andrés y luego Andrés a Felipe se lo dijeron a Jesús. Jesús respondió: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda infecundo, pero si muere produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá y el que odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna. Si uno quiere servirme que me siga y donde yo estoy, allí estará también mi siervo. Si uno me sirve, el Padre lo honrará. Ahora mi alma está turbada; y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre" vino entonces una voz del cielo: "Lo he glorificado y de nuevo le glorificaré". (Jn. 12, 22-28)

En el Evangelio hay esta hermosísima petición que hace Cristo al Padre: "Ha llegado la hora que sea glorificado el Hijo del Hombre". Nosotros hemos celebrado el triunfo y la glorificación de Jesús Eucaristía el 10 de enero del 2002; la Virgen nos dijo que la Eucaristía había obtenido su victoria en el mundo; hemos celebrado el triunfo de la Madre de la Eucaristía el 24 de octubre del 2003. Hoy es la fiesta de la Madre de la Eucaristía. En el mismo día, en la misma fecha, no en el mismos año, pero glorificamos a Marisa. O mejor dicho, no somos nosotros los que la glorificamos, sino que es Dios quien la glorifica. Hace tres años Dios Padre en persona me dio instrucciones y una de estas era la de celebrar la subida al cielo de Marisa del modo más solemne, incluso más que una boda. Ayer hice notar que ninguna boda ha sido tan hermosa por lo que respecta a los adornos, las banderas y toda la atmósfera. Eh ahí porque no tenemos que vivir esta jornada como una separación, sino como una unión, no con sufrimiento, sino con alegría. Y la alegría tiene que ser auténtica. Recordad que lo que Marisa puede hacer ahora no lo habría podido hacer cuando estaba en vida. Esto lo ha dicho muchas veces Dios y ha sido confirmado también por la Virgen: "Cuando estés en el Paraíso, serás mucho más poderosa que ahora". Por lo tanto ahora nosotros podemos confiarnos y abandonarnos a su poder. ¿Por qué digo poder? Porque también esto nos lo ha revelado Dios mismo: Marisa está entre las personas más cercanas al trono de Dios. Pensad, entre centenares de millones de almas que se encuentran en el Paraíso, Marisa está entre las que gozan de una mayor cercanía a Dios. Y vosotros sabéis, queridos míos, que la cercanía a Dios se conquista con el amor. Después de Jesús y de la Virgen, están los que más han amado; pues bien Marisa está entre estos y ciertamente ocupa uno de los primeros lugares. Y ahora encomendémonos a ella, así nos sentiremos más tranquilos, más serenos y más unidos.

Esta comunidad habría podido encontrarse, por las vicisitudes que estamos viviendo, en una situación de disgregación, de separación y sin embargo se ha unido aún más. Ahora pues prosigamos en esta reencontrada unión. Tenemos que ser más fuertes y estar más unidos, tenemos que tener verdaderamente un solo corazón, una sola alma, porque esto es lo que quiere Dios y nos ha dado todo lo que nos hace falta para que podamos realmente estar unidos: la unión es una de las manifestaciones del amor. El amor une, el egoísmo divide; el amor nos hace más semejante a Dios, el egoísmo nos hace más semejantes al demonio. El amor es la puerta para entrar en el Paraíso, es la virtud que permanece en el Paraíso. Y sobre esto, probablemente, tendremos que emprender un estudio preguntándonos si en el Paraíso aumenta el amor. Yo ya os he dado una respuesta: según yo, dado que es la única virtud que permanece, en el Paraíso el amor aumenta. Lo deduzco del hecho de que el amor nos hace más semejantes a Dios. Marisa decía a menudo, en sus experiencias sobrenaturales, dirigiéndose a la Virgen: "Te veo cada vez más hermosa"; y me he preguntado: ¿por qué motivo es cada vez más hermosa? Porque ama más, ama más a Dios y amando más a Dios, se parece más a Él. Por lo tanto el alma se vuelve más hermosa. Es imparable el crecimiento en el amor, es imparable el crecimiento en la semejanza a Dios, pero no podremos llegar nunca a la perfección de la Madre de la Eucaristía y, me permito añadir, que ni siquiera a la grandeza espiritual de Marisa, pero nos podemos acercar.

A veces, intercambiándonos las felicitaciones, os he dicho: "Os deseo y me deseo que nos encontremos todos en el Paraíso", pero hoy me corrijo y os digo: "Me deseo y os deseo que non encontremos todos en el Paraíso, pero más cerca de Dios de cuanto pudiéramos pensar e imaginar, porque es posible. Sólo hay un secreto: ¡amar, amar, amar!".

¡Sea alabado Jesucristo!