Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 26 febrero 2006
I Lectura: Os. 2,16.17.21-22; Salmo 102; II Lectura: 2Cor 3,1-6; Evangelio: Mc 2,18-22
Hoy comentaremos la primera lectura, sacada del libro del profeta Oseas, ya que hemos hablado en los años anteriores del pasaje del Evangelio de Marcos y del de la segunda lectura de S. Pablo a los Corintios.
Así dice el Señor: "He aquí, la atraeré hacia mí, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. Allí cantará como en los días de su juventud, como cuando salió de la tierra de Egipto. Esposa mía en la justicia y en la ley, en la benevolencia y en el amor, te desposaré conmigo en fidelidad y conocerás al Señor.”
El profeta Oseas usa imágenes y conceptos que se refieren al amor entre los esposos, pero en este caso describe el gran amor de Dios hacia su pueblo. Yo creo que en este fragmento del Antiguo Testamento también se anticipa el gran amor que Dios tiene por la Iglesia, comunidad de hombres que, como decimos en una de las invocaciones de nuestras letanías, acepta la palabra de Dios, reconoce la eficacia de los sacramentos y es guiada por la jerarquía eclesiástica. Es una descripción sencilla y luminosa, pero, por desgracia, a lo largo de la historia, tal comunidad, a veces a causa de los fieles, a veces de los pastores, a veces a causa de ambos, se ha alejado de la Palabra de Dios y ha vivido de manera antitética y opuesta a las enseñanzas de Cristo contenidas en el Evangelio. No por esto Dios ha cesado de amar a su Iglesia: la ha ayudado y sostenido y también cuando los hombres, a menudo los de altos cargos, lo han rechazado y lo han marginado, el Señor ha continuado estando siempre presente en su Iglesia.
Las palabras del profeta Oseas indican uno de los momentos en los que Dios expresa hacia la Iglesia su amor. Es un momento difícil y crítico. Si habéis leído con atención, de hecho, es Dios el que quiere restaurar y hacer brillar con una luz intensa la Iglesia. “La atraeré hacia mí”. Esta expresión es típica de relaciones afectuosas, relaciones de amor. Es el imán el que atrae al hierro y es el hierro el que se deja atraer por el imán. En este caso, con todo el respeto, el que ejerce el trabajo de atraer hacia sí es Dios, que conoce a los hombres perfectamente, uno a uno. Como dice el Salmo 139, incluso antes de nacer, ya somos conocidos y estamos presentes en la mente de Dios, por tanto si Dios nos ama antes de nuestro nacimiento, antes de nuestra existencia, cuánto más podemos decir que este amor se vuelve real, concreto y efectivo en el período de nuestra vida. A Dios no le importa si estamos sucios de fango, cubiertos de heridas o enfermos, lo que Dios quiere es que no opongamos resistencia a su abrazo, a su fuerza de atracción: “Lo atraeré hacia mí”.
Pero para cambiar hay que pasar a través de la reflexión, la meditación, hay que tomar conciencia, y es esto lo que Dios le hace decir a Oseas: “Le llevaré al desierto”, es decir, Dios quiere que la Iglesia se deshaga de todas las incrustaciones de poder, de riqueza, porque no son estas las fuerzas sobre las que ella debe basarse y actuar. Desafortunadamente los hombres de la Iglesia, durante siglos y todavía hoy, han perseguido y continúan persiguiendo estos objetivos. La Iglesia tiene incrustaciones de las que debe liberarse para ser ligera y para manifestar aquella identidad que Dios ha querido y creado.
“La llevaré al desierto y hablaré a su corazón”. La expresión hablar al corazón, es decir hablar a su amor, significa que Dios intenta despertar en estas personas el amor, porque una vez que el amor de Dios empieza a florecer, hace crecer, potencia, robustece la comprensión y también la inteligencia, que se manifiesta y llega hasta el fondo. La Iglesia restaurada volverá a brillar como en los primeros tiempos de su historia, cuando los dones de Dios estaban presentes, numerosos y compartidos por muchas personas, no solo de los apóstoles, sino también de los fieles. Había una efusión abundante de la acción del Espíritu Santo. Esto dice hoy el Señor, a través de Oseas, a la Iglesia: “Volverás a ser como yo te he instituido, como yo te he fundado”. Es una alegría que expresa certeza, llena de verdad, aquella alegría que nosotros últimamente hemos encontrado a menudo leyendo a San Pablo. ¡Cuántas veces ha hablado de la alegría, cuántas veces ha invitado a las almas confiadas a él a vivir el mensaje cristiano de la alegría!
“Esposa mía en la justicia y en la ley”. Por desgracia esto no siempre se ha realizado en la Iglesia. Creo que ha llegado el momento de eliminar los lugares comunes, repetidos, pero falsos. Uno de estos hace referencia al primado de Pedro. Nosotros creemos y nos inclinamos ante Pedro y ante sus sucesores, pero no todos sus sucesores han sido como el primer Papa. Está fuera de lugar afirmar que todos los Papas han sido elegidos por el Espíritu Santo y la misma historia desmiente esta afirmación. ¿Cómo es posible que un Papa elegido tres veces, que ha vendido el pontificado para volver a apropiárselo, haya sido elegido por el Espíritu Santo? Es absurdo. El Espíritu Santo asiste al Papa en el ejercicio correcto de su pontificado, es decir Dios garantiza al sucesor de Pedro que no errará en la enseñanza hacia los demás, pero en el comportamiento personal cada Papa debe, como fiel común, responder a la gracia y comportarse bien, de otro modo se verificaría una escisión entre lo que se dice y lo que se hace. Esto también se predice en la oración de introducción, en la llamada colecta: “Concede, Señor, que el curso de los acontecimiento en el mundo se desarrolle según tu voluntad en la justicia y en la paz”, es decir que es justo afirmar que Dios es el más grande protagonista de la historia, que Dios ha delineado el curso de la historia en la justicia y en la rectitud, pero los hombres, usando su libre albedrío, pueden darle la vuelta, impedir los designios de Dios. Dios se detiene ante la libertad humana, lo sabéis, y esto, por desgracia, es doloroso. Si por un lado eleva al hombre a ser respetado por Dios, entonces es un juicio positivo, por otro lado coloca al hombre en la condición de oponerse a los planes de Dios.
El Señor permite tales oposiciones mientras no se vuelva extremadamente nociva para su Iglesia. Entonces interviene para restablecer el derecho y la verdad: “Concede, Señor, que Tu Iglesia se dedique con serena confianza a su servicio”. El servicio de la Iglesia es la evangelización, ir hacia los más pequeños y los pobres, tratando de ser una auténtica predicación del Evangelio. Esta es la tarea de la Iglesia y si tales oraciones son autorizadas por las autoridades eclesiásticas, se admite, al menos inconscientemente, que las cosas no van bien, de lo contrario no habría necesidad de esta oración y se harían oraciones diversas, de acción de gracias, de reconocimiento, de gratitud, no oraciones de imploración para poder ejercer bien, en la justicia y en la rectitud, el propio deber.
Estaba pensando llegar a una conclusión práctica, concreta. Yo he vivido siempre el aniversario de mi ordenación sacerdotal como una fiesta del Sacerdocio. También hoy habéis sido invitados por la Virgen a rezar por la Iglesia, pero me gustaría que estas oraciones tuvieran una finalidad y fueran dirigidas de manera más precisa. Os pido empezar con insistencia, sin interrupción, a rezar por nuestra Iglesia de Roma, por la diócesis de la que formamos parte. Es la primera Iglesia, es la cuna del Cristianismo, es una Iglesia santificada por la sangre de muchos mártires, corroborada por la presencia de muchos santos, pero, por desgracia, enfangada también por la presencia de tantos pecadores de cualquier nivel: fieles y pastores. Oremos por la Iglesia de Roma de manera precisa, de modo continuado y que cada uno añada una oración por su propia parroquia y por sus sacerdotes. ¿Os acordáis cuando la Virgen nos invitó a adoptar un sacerdote? Yo os invito a adoptar a todos los sacerdotes de Roma y en particular los sacerdotes de vuestra parroquia, para que realmente sean todos pastores según el corazón de Dios. Eh ahí en qué consiste el renacimiento. También hoy ha pedido que recemos por la conversión de los hombres de la Iglesia. Debemos responder concretamente a estos repetidos llamamientos con una oración cotidiana, incesante, palpitante, de manera que cada uno de nosotros sea delante de Dios una lámpara que arde incesantemente y manda su luz con un rayo más largo que es la diócesis y con un rayo más corto, que es la propia parroquia. Amamos la Iglesia Universal, pero tenemos que amar más fuerte a la Iglesia particular, de la que todos formamos parte. Nuestra diócesis tiene un alto potencial positivo, tiene buenos sacerdotes, pero tienen miedo de decir lo que piensan, tienen miedo de hacer lo que les gustaría, tienen miedo de que alguien les pueda destituir y privar de los cargos. Pediremos al Espíritu Santo que a estos buenos sacerdotes, honestos y castos sacerdotes, se agregue la fuerza que viene de Dios: una fuerza que no admite miedo, un valor que se impone a todos, un testimonio elevado hasta el grado más alto del sufrimiento. Esto es lo que debemos pedir por los sacerdotes y Dios está dispuesto a concederlo, porque más que yo, más que vosotros, Él está interesado a conservar, a tener, aumentar y mejorar a sus sacerdotes, porque son los sacerdotes que prolongan en el tiempo la acción de Cristo.
Lo diría a la luz del aniversario de mi ordenación sacerdotal, que lamentablemente, como todos los años, es una fiesta que es anticipada por tanto sufrimiento y tantas lágrimas. Dios quiere esto, tratemos de tener la fuerza y la serenidad para darlo, porque, a veces, nos sentimos como Isaías: postrados, fatigados, agotados y deseosos solamente de un poco de descanso, de un poco de tranquilidad. Diciéndoos esto, os he abierto mi corazón. Conservad en vuestro corazón las recomendaciones de orar, orar y orar por nuestra diócesis y por la parroquia de cada una de vosotros.