Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 26 Noviembre 2006
Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo
I Lectura Dn 7,13-14, Salmo 92, II Lectura Ap 1,5-8, Evangelio Jn 18,33-37
Toda realidad humana y celestial tiene su referente, su razón de ser en Cristo, como nos explica S. Pablo en la carta a los Efesios. Y ésta es la razón por la que tiene derecho al título de Rey. “Sin corona”, no se ha de entender como una manifestación de humildad, sino como una manifestación de poder, porque Cristo es Rey por derecho divino, por derecho adquirido, como toda la creación es de su propiedad y no tiene necesidad de recurrir a los atavíos, símbolos, imágenes reales, para afirmar el derecho a ser reconocido y aceptado como rey.
Siguiendo con atención las lecturas de hoy, se podrían poner en una sucesión lógica algunos pasajes de la una y de la otra, obteniendo una lectura que destaca este derecho y manifestación real de Cristo.
“Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús respondió: «¿Dices esto por ti mismo o te lo han dicho otros de mí?». Pilato respondió: «¿Soy yo acaso judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Jesús respondió: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis súbditos lucharían para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí». Pilato le dijo: «¿Luego tú eres rey?». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Yo para eso nací y para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Gv 18,33-37).
Cuando Pilato le pregunta: “¿Tú eres rey?”, Jesús le responde: “Mi reino no es de este mundo”. Para una interpretación superficial podría parecer que Jesús excluya su realeza de todo lo que concierne a la realidad terrena, porque es vivida por los reyes de las diversas naciones, pero no es este el significado. Decir que Jesús no es rey de este mundo significa que Jesús no es rey como los demás. Para tener la certeza de que esta es la verdad basta hacer referencia al fragmento del Apocalipsis.
“Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos y el rey de los reyes de la tierra. A aquel que nos ama y nos ha lavado de nuestros pecados con su propia sangre, y nos ha hecho un reino de sacerdotes para su Dios y Padre; a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Miradlo, viene entre nubes; lo verán todos, aun los que lo traspasaron, y se lamentarán sobre él todas las naciones de la tierra. Sí. Amén. Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que viene, el todopoderoso.” (Ap1,5-8)
Aquí Juan afirma que Jesús es el príncipe de todos los reyes y por lo tanto tiene soberanía no sobre un determinado grupo de personas o sobre una determinada nación, sino sobre todos los jefes de las naciones. Como consecuencia, si tiene realeza y autoridad sobre los jefes, tiene también autoridad y realeza sobre los súbditos de todas las naciones. Cristo Rey debería darnos una sensación de seguridad, porque hemos escogido seguir a Cristo, el poderoso, el omnipotente, Dios, por tanto deberíamos sentirnos más defendidos y más protegidos en nuestros derechos y en nuestra vida terrena.
Tal como Jesús alabó a María, que escogió la mejor parte, también puede alabarnos a cada uno de nosotros porque ha escogido al rey más poderoso, al rey de reyes. Él es el único que puede afirmar esta realeza suya sobre todos los hombres de la Tierra, sobre jefes religiosos y civiles, de tal manera que, como habéis oído muchas veces, cada uno, cada individuo, cada nación, cada comunidad, cada grupo, cada raza, se inclinan ante Cristo, reconociéndolo como Dios. Esta afirmación no puede encontrar sobre la Tierra su actualización porque el conocimiento de los factores históricos y culturales no siempre ha permitido que el hombre pudiese encontrarse con Cristo reconociendo su autoridad y realeza. Todo esto, por el contrario, tiene lugar, ciertamente, en el Paraíso, donde cada hombre, independientemente de la religión a la que haya pertenecido, de la nación en la que ha vivido, de la cultura que ha tenido, ante Cristo se pondrá en una situación de conocimiento adquirido y de manifestación de vasallaje. El conocimiento de Dios estalla en cada alma después del encuentro con Él, en el momento del Juicio Final. Este conocimiento perfecto, inmensamente superior al conocimiento terreno, está reservado a los que están momentáneamente en el Purgatorio y a los que están en el Paraíso. Las almas del Purgatorio empiezan a tener un conocimiento de Dios que se vuelve cada vez más profundo a medida que disminuye el tiempo de su permanencia en el Purgatorio hasta convertirse en máximo cuando llegan al Paraíso. Esto es lo que les ha ocurrido a los millones de personas que han subido al Padre en dos momentos, el 24 de octubre y hoy. Todos los que están en el Paraíso conocen la teología, la moral, la escritura mucho más que todos los especialistas y los exegetas de la Iglesia que la han comentado en el pasado, en el presente y en el futuro. Esto significa que cuando también nosotros estemos en el Paraíso conoceremos a Dios con una profundidad nunca alcanzada en la Tierra y que nunca nadie ha podido exponer ni explicar. Cuando hablamos de Dios o de Cristo, decimos lo que está en la revelación del Antiguo y Nuevo Testamento, lo que Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo nos han manifestado, pero la profundización de la realidad y la relación entre criatura y Creador se vuelven perfectas solo en el Paraíso. Por tanto, el vasallaje por parte nuestra y la soberanía por parte de Cristo se captan y comprenden exactamente en el Paraíso. Por eso me gustaría que viviésemos la meta del Paraíso del mejor modo: ganamos desde el punto de vista de la hermosura, de la salud, de la felicidad, bajo cualquier aspecto.
¿Por qué tener miedo de ir al Paraíso y pensar en la muerte con temblor? La muerte ha sido derrotada por Cristo Rey, la muerte no se ha de considerar en absoluto como la victoria de otra persona sobre nosotros, sino que es la ocasión propicia y mejor para encontrar a Dios. Ahora esto lo podéis vivir como anticipación y un mañana en el Paraíso, como realidad completa y absoluta. Cristo Rey, hoy, nos ha enseñado que si Lo amamos él hará de nosotros príncipes fuertes y poderosos. Podemos encontrar que esta es la única realidad verdadera, haciendo también constataciones: personas pequeñas, débiles, privadas de importancias, según los hombres, ahora reciben de Dios un respeto enorme y le son confiadas misiones mucho más difíciles y complicadas que cualquier misión desarrollada por una persona viviente. Dios llama siempre a los pequeños, a los humildes. En este sentido puedo revelaros que dentro de dos días el Señor enviará hacia Turquía una persona de la Tierra y otra persona del Cielo. Son sacerdotes, un obispo, personas que han pagado con la vida su fidelidad, pero, para la mayor parte son personas sencillas a las que, cuando vivían en la Tierra nadie habría confiado nunca un trabajo, una responsabilidad. Dios, sin embargo, les ha confiado trabajos y responsabilidades precisas durante los días de la permanencia del Papa en Turquía, no tanto para él, pero sí para los demás. Si en aquellos días no sucederá nada no será gracias a la operación de la policía, a los cuerpos especializados, al espionaje y contraespionaje, sino, sencillamente, a la acción de Dios. Os he revelado estas cosas para que podáis comprender que Cristo es el Rey de reyes, que Cristo es Dios, que Cristo está en la historia y tenemos que darle gracias porque siempre está presente y su presencia define la historia.
La historia humana bajo diversos puntos de vista es escuálida, pero si no hubiese estado Cristo habría ocurrido desgracia tras desgracia, maldad tras maldad. Éste es Cristo y en Él se centran todas las realidades del mundo espiritual y del mundo terreno. Antes parecían solo palabras, pero ésta es la realidad. Jesús mismo ha recordado que aquel famoso 26 de noviembre de 1995, si no hubiese intervenido, se hubieran producido reacciones tremendas, negativas sobre los presentes y, además, un terremoto habría destruido buena parte de Roma. No ocurrió nada de todo esto y nadie se dio cuenta de nada, sino los instrumentos dispuestos para el estudio de los fenómenos sísmicos, que revelaron estos fenómenos con menor potencia porque Dios intervino. Aquél día estaban presentes en el lugar taumatúrgico endemoniados, magos y brujas, pero Dios se sirvió de un elemento de la naturaleza, la lluvia, para echarlos fuera. Parecía que tuviésemos que empaparnos de agua, pero nos dimos cuenta, a un cierto punto, que estábamos secos. Cristo Rey intervino y derrotó a sus enemigos, podía hacerlo de manera sorprendente, pero éste no es su estilo. Les derrota, los quita de en medio y basta, no tiene necesidad de tener los aplausos de los hombres, el sonido de las fanfarrias y los bombos. A Dios solo le interesa liberar a sus hijos de los peligros, más o menos graves, tanto espirituales como materiales. Si alguien cayera bajo cualquier desgracia terrena o física, sabed que en aquellos momentos Dios no nos abandona y en los últimos instantes acompaña a las personas que faltan justamente para que puedan salvarse. Mirad quién es Dios. Os he dado simplemente pinceladas, vosotros gozadlas, sumergíos en vuestra reflexión, guardadlas y comunicadlas, porque la elección que hemos hecho es la única que nos garantiza llegar a Dios y a todos nuestros hermanos que están delante de Él.