Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 27 mayo 2007

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES
I lectura: Hc 2,1-11; Salmo 103; II lectura: Rm 8,8-17; Evangelio: Jn 14,15-16.23-26

Cada uno de nosotros, en su historia personal, breve para quien es joven, más larga par quien es anciano, tiene días que son exclusivamente suyos. Pues bien, mauro, éste es tu día. Es un día que nadie te puede quitar porque es un momento importante y, diría, insustituible en la vida del cristiano. La belleza de tu día surge en dos circunstancias muy hermosas que lo hacen más brillante, más hermoso y más deseable. La Virgen ha elaborado la alineación, el esquema de lo que yo habría dicho. Hay tres puntos, hoy, sobre los cuales es importante detenerse y que son importantes para cada uno de nosotros. El primero se refiere al hecho de que pertenecemos a la Iglesia universal y hoy es el día de Pentecostés. El segundo se refiere al hecho de que pertenecemos a esta comunidad y, como comunidad, tenemos la importante tarea de conservar en el memoria y de anunciar y transmitir a los demás el recuerdo, el grandioso suceso del milagro eucarístico que está representado allí. Dentro de la comunidad está la familia material, natural a la que perteneces, Mauro. Finalmente, el tercer punto, que para nosotros es importante es el otorgamiento de la Confirmación. Las tres circunstancias están unidas entre sí. Es el Espíritu Santo el artífice de los tres momentos que vivimos y celebramos hoy. Pentecostés es el nacimiento de la Iglesia por obra del Espíritu Santo y este nacimiento, tal como lo cuenta el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que se acaba de leer, nos da inmediatamente la clave de lectura. La Iglesia tiene diversos adjetivos: una, santa, católica, apostólica y romana, desafortunadamente, el adjetivo más importante en mi opinión se ve ensombrecido y olvidado: la Iglesia es "misionera". La Iglesia, de hecho, ha nacido para anunciar. Si leéis los últimos versículos del Evangelio de Mateo encontraréis este imperativo categórico que describe la tarea misionera de la Iglesia que Cristo ha querido confiarle: “Id y predicad a todas las personas, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y, atención, esto es importante: “Enseñadles lo que Yo os he enseñado”. La Iglesia, en su larga historia, veinte siglos, por desgracia ha olvidado, o mejor dicho, los hombres de la Iglesia han olvidado este calificativo de misionera. La Iglesia se tiene que presentar como una realidad humana y divina que anuncia exclusivamente la Palabra de Dios y, entonces, de este modo, cada cultura, cada categoría de personas, aunque diferentes las unas de las otras, pueden abrirse y acoger la Palabra de Dios. La Palabra de dios no tiene connotaciones culturales específicas de una nación o de una cultura, porque esto significaría restringir la Palabra de Dios, mortificarla o taparla. La Palabra de Dios debe brillar con luz propia que se vuelve particular y adecuada para todas las personas, como cada cuadro tiene el marco que solo sirve para enmarcar y resaltar la representación. Por lo tanto debemos dar a la Palabra de Dios esta universalidad de ciudadanía y repito, nosotros los sacerdotes, obispos, en nuestra tarea de anunciar, no podemos contaminar la Palabra de Dios con credos culturales o políticos. Si hacemos esto surgen todos aquellos conflictos que, quienes están familiarizados con la historia de la Iglesia lo saben bien. Por desgracia la Iglesia ha encontrado conflictos, luchas, pero si hubiese permanecido fiel a su tarea de ser misionera, todo esto había pasado. Entonces preguntémonos cuál es nuestra tarea de hoy, con ocasión de un acontecimiento que conserva toda su actualidad. El Espíritu Santo no ha descendido solamente entonces sobre los apóstoles y María reunidos en el cenáculo, sino que desciende continuamente cada día para atraer hacia sí, modificar, cambiar las personas y hacerlas hijas de Dios, como dice Pablo en el pasaje que hemos acabado de leer. Entonces, ¿cuál es la gran tarea que yo os confío hoy a vosotros? Rezad para que la Iglesia recupere la tarea de ser una anunciadora genuina de la Palabra de Dios. Este es una de las maneras a través de las cuales se anuncia y se realiza el gran renacimiento de la Iglesia misma. Y vayamos al otro acontecimiento. Muchos de vosotros aquel bendito día del 11 de junio del 2000 estabais presentes: podré vivir incluso cien años pero, ciertamente, no olvidaré nunca la más pequeña emoción o el más pequeño recuerdo de lo que ocurrió en mis manos aquel día. Esta Sangre que indica la presencia real en la Eucaristía de Cristo, esta Sangre que es fuente de salvación y como sobre la hostia se ha alargado y expandido hasta casi llenar toda la superficie de la hostia, esta Sangre que se extiende sobre el mundo y lo purifica, significa exactamente la universalidad de la redención. No es importante solamente el momento emotivo o el recuerdo del acontecimiento, sino que es importante lo que el acontecimiento ha querido decir, es decir que Dios interviene en la historia del hombre sin pedir a nadie la autorización ni el permiso. Si Dios quisiera rebajarse a pedir a los hombres “¿puedo hacer este milagro, puedo intervenir, puedo hacer salir mi Sangre de la hostia?”, significaría ser un subalterno, pero nosotros reivindicamos, aclamamos y proclamamos que Cristo es fundador y Cabeza de la Iglesia, son los hombres los que se tienen que adherir a Cristo, no es cierto lo contrario, como por desgracia, todavía hoy algunos ilustres miembros de la jerarquía pretenden que sea. Dicen: “Tenemos que verificar, nos toca a nosotros decir si es un milagro eucarístico”, a vosotros no os toca nada, vosotros solo tenéis que inclinar la cabeza, bajar la cabeza, doblar las rodillas porque, ante un acontecimiento del género, no hay necesidad de ninguna demostración. El gran milagro del 11 de junio ha ocurrido durante la Misa, durante el curso de la celebración: ¡es Eucaristía! Y luego, las acciones que surgen de estos momentos de sacrificio eucarístico son solo las acciones de Dios y este acontecimiento ha cambiado el rostro de la Iglesia. Es como el nacimiento de Cristo y Su resurrección, ambos ocurrieron en silencio, confidencialidad, discreción y han tenido un gran poder de expansión, de formación y de transformación de la realidad de entonces. Si hoy celebramos, en la Iglesia, el afirmado triunfo eucarístico, lo debemos a la acción de Dios, que se ha manifestado incluso y sobre todo a través de este acontecimiento. No es importante la persona en cuyas manos ha ocurrido, es importante afirmar que es obra exclusiva de Dios y, ya que es obra exclusiva de dios, es Él el que escoge el ministro testimonio cualificado de esta gran acontecimiento, milagroso y capaz de transformar el curso de los acontecimientos. Y vayamos ahora al tercer momento, a la tercera circunstancia: tu confirmación. Es tu día. Este momento sacramental en su complejidad, para la persona que lo vive y también para las personas que asisten a la confirmación, tiene que ser leído de este modo: la confirmación ennoblece, reafirma, califica, fortalece la relación del individuo, del individuo con Dios Padre al que llamamos Papá, con Dios Hijo y con Dios Espíritu Santo. Es en el momento del bautismo que empieza esta relación trinitaria, a veces inconsciente, y es fuerte la influencia que viene de Dios porque el niño, el recién nacido no es capaz todavía de entender y querer, pero ahora la edad, tu inteligencia, te abre más al misterio de Dios, a comprender, a aceptarlo y sobre todo a vivirlo. El cristianismo no es una mera enumeración de preceptos, el cristianismo no es la exposición de una doctrina, el cristianismo, y tú de esto tienes que ser consciente, es la relación que se establece entre la criatura y Dios, una relación que se califica, se perfecciona y se ennoblece, en el sentido que el hombre se abre cada vez más a esta acción transformadora de Dios mismo. Dentro de algunos minutos, acabada la ceremonia, veremos al Mauro de siempre, tú recibirás las felicitaciones, los regalos, también estos forman parte del momento, pero a los ojos de Dios tu alma será muy diferente, porque Dios imprime en tu alma, a través del sacramento de la confirmación, un signo indeleble, distintivo que es el carácter y es esto lo que indica, por parte de Dios, la posesión de tu alma e indica por parte tuya la ofrenda que haces de ti mismo, de tu persona a Dios. Es un encuentro del hombre con Dios y Dios dice al hombre: “Hoy eres más mío que antes, me perteneces más, eres más propiedad mía”. Pero el hombre, por desgracia, tiene una tremenda responsabilidad, el hombre es capaz de debilitar esta relación e incluso de anularlo y eh ahí que Cristo que, en el Evangelio nos enseña cuál es el modo calificativo para conservar esta relación: “Si me amáis observaréis mis mandamientos”, si me amáis, la base de la relación y el amor, no es el miedo, no es el terror, no es el temor, sino que es el amor y cuando hay amor entonces todo se abre, todo se ennoblece, todo se vuelve más hermoso, más noble, más puro y más limpio. Mauro, lo que te deseo es que puedas cada día de tu vida, cuando por la mañana te levantas de la cama y cuando por la noche vuelves a la cama, que te sientas siempre hijo de Dios y el hijo es el que ama, es el que piensa en los padres, es el que obedece a los padres, es el que hace referencia a los padres, todo lo que haces con tus padres, según la naturaleza, hazlo sobre todo con Dios y entonces tu alma crecerá, se desarrollará y nosotros veremos solamente el cuerpo de Mauro que crece y se refuerza, pero Dios verá tu alma que se vuelve cada vez más consciente, responsable y adulta. ¿En quién puedes confiar? En Dios Papá y en la Madre del Cielo, mira son ellos los que te acogen en sus brazos que te abren su corazón y te dicen: “Ámanos para siempre y nosotros haremos como está escrito aquí en el Evangelio, te haremos siempre compañía, estaremos presentes en tu alma” y tú, sin que a veces te des cuenta, podrás gritar dirigiéndote a Dios, llamándolo Abba, Padre, papá como quieras, pero con un amor filial que hará que todo el mal que hay en el mundo no te pueda ni siquiera tocar, que toda la maldad del mundo nunca pueda contaminar tu alma, que todo el egoísmo que existe en el mundo nunca puede echar raíces por un solo momento dentro de ti. Ama a Dios y ahora orad intensamente al Espíritu Santo para que descienda sobre esta criatura con una efusión poderosa, fuerte y grande.