Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 27 septiembre 2009
XXVI° domingo del tiempo ordinario (año B) (I° Lectura: Num 11, 25 - 29; Salmo 18; II° Lectura: Sant 5, 1 - 6; Evangelio: Mc 9, 38 - 43. 45. 47 - 48)
El mejor modo, para mí, de empezar esta homilía, es ver aflorar una sonrisa en vuestros rostros. Hemos pasado, y aún no se han terminado completamente, momentos verdaderamente duros y difíciles, pero la ayuda de Dios no ha faltado y vuestras oraciones han acompañado y sostenido a los que estaban más necesitados. Por este motivo os doy las gracias públicamente y os lo agradezco, porque si no nos hubiera ayudado la gracia de Dios, no habríamos podido superar estos duros momentos en los que alegría y dolor se unían por la partida de Marisa. Todavía hoy me emociono pensando en el día, cuando Dios quiera, en que tendremos claro el significado de lo que ha ocurrido.
Además, en nuestra historia, hay muchos puntos interrogantes, algunos ya resueltos, otros todavía no; una parte de estos los sabremos solamente en el Paraíso. Lo importante es afianzarnos en Dios, abandonarnos a Él como los niños entre los brazos de los padres, porque solo de este modo podremos saborear la dulzura del abrazo de Dios y de la Virgen.
Hablando de la Virgen me vienen a la mente las apariciones. Cuando habéis cantado el Magnificat, habéis pensado que no habría la aparición: esto es un error, porque en aquél momento estaban presentes al lado del Obispo, la Madre de la Eucaristía, el Custodio de la Eucaristía, la Víctima de la Eucaristía y la madre de la Víctima, la Abuela Yolanda. Nosotros no nos hemos dado cuenta, pero hemos entrado acompañados por un hermoso cortejo precedido por los ángeles que cantaban a Dios, porque estaba a punto de empezar la celebración de la Santa Misa, que es la actualización de la muerte, pasión y resurrección de Cristo, presencia misteriosa pero real, incomprensible pero verdadera.
Ahora acerquémonos con respeto a la Palabra de Dios para recibir aquellas enseñanzas que tienen que ayudarnos a madurar espiritualmente, a ser testigos de Cristo, a ser la luz de mundo y la sal de la tierra. En la Liturgia de la Palabra hemos escuchado tres lecturas extremadamente importantes y de una actualidad sorprendente.
"En aquellos días, el Señor bajó en la nube y habló a Moisés. Tomó una parte del espíritu que tenía Moisés y se la dio a los setenta ancianos. Cuando el espíritu se posó sobre ellos se pusieron a profetizar, pero no continuaron. Dos de ellos habían permanecido en el campamento: uno se llamaba Eldad y otro Medad. También sobre ellos se posó el espíritu, ya que pertenecían a los elegidos, aunque no se habían presentado en la tienda, y se pusieron a profetizar en el campamento. Un mozo fue corriendo a decir a Moisés: "Eldad y Medad están profetizando en el campamento". Josué, hijo de Nun, que desde su juventud había servido a Moisés, dijo: "Señor mío Moisés, prohíbeselo". Moisés le respondió: "¿Tienes celos de mí? ¡Ojalá que todo el pueblo del Señor profetizara y el Señor les diera su espíritu!". (I Lectura)
"En aquél tiempo, Juan dijo a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que echaba los demonios en tu nombre y no anda con nosotros, y se lo hemos prohibido". Jesús dijo: "No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede después hablar mal de mí; y el que no está en contra de nosotros está a nuestro favor". Todo el que os dé de beber un vaso de agua por ser de Cristo, os aseguro que no se quedará sin recompensa ". (Evangelio)
Si comparamos la primera lectura, sacada del libro de los Números, con el fragmento del Evangelio de Marcos notamos que, incluso en tiempos diferentes separados ambos por muchos siglos, se deliberan los mismos temas. Se puede decir que cambian los protagonistas de los hechos, pero los acontecimientos son idénticos. Por otra parte sobresalen una serie de enseñanzas que nosotros ya hemos recibido hace años gracias a la Madre de la Eucaristía.
En primer lugar Dios no está ligado a ninguna institución: cuando actúa puede proceder a través de ella, pero también puede prescindir de ella. El cometido de la institución religiosa, no es el de oponerse a Dios, ni tener celos de los que Dios ha escogido para realizar una misión. En el Antiguo Testamento las misiones hacían referencia al pueblo hebraico, en el Nuevo Testamente hacen referencia a la Iglesia y al mundo entero. Recordad que para ver como va el mundo basta mirar como va la Iglesia: si la Iglesia es fiel a Dios, es feliz y próspera, entonces el mundo está con Dios; pero si la Iglesia, o los que son propuestos a gobernarla, se alejan de él intentando acumular riqueza y preocupándose de sus propios intereses, se halla en una situación lamentable como está escrito en la carta de Santiago. El apóstol, hablando de los ricos, no hace distinciones entre los laicos y los eclesiásticos. Al que se apropie indebidamente de la ganancia de los otros se le ha de condenar y amonestar, tanto si es un eclesiástico como un laico.
Comparemos ahora los dos fragmentos, en ambos hay personas escogidas de antemano. En el Antiguo Testamente, Dios dice a Moisés que le reserve para Él setenta ancianos, porque sobre ellos haría descender parte del espíritu que Dios mismo había dado a Moisés; en el Nuevo Testamente los escogidos son los apóstoles. Pues bien, ante los intrusos, los llamados o los que están al lado de estos, actúan de manera equivocada. De aquí deriva otra enseñanza de Cristo: los que obran el bien ciertamente están de Su parte, porque el hombre o está con Dios o con el demonio. Si el hombre está con Dios, ciertamente actuará en consonancia con él y todo lo que haga será en función del culto a Dios. Moisés, aquél sobre el cual Dios hizo descender su espíritu para guiar a su pueblo durante muchos años por el desierto, hace una afirmación de una actualidad impresionante. Dice, dirigiéndose a Josué: "¿Tienes celos de mí? De nuevo sale a relucir la plaga de los celos, sobre la que tantas veces la Virgen ha tratado de ponernos en guardia, porque no hace crecer, es un defecto paralizante, hace vivir mal. En todo caso sería Moisés el que hubiera tenido que demostrar celos y no son sus colaboradores, sino él mismo quien manifiesta un deseo maravilloso que yo hoy os deseo a todos vosotros: ojalá que eso que Dios me ha dado a mí os lo pueda dar también a vosotros; es decir, deseo que también Dios os conceda ciertas experiencias, conocimientos e iluminaciones a través de los cuales se es capaz de vivir adecuadamente, guiándose a sí mismos y a los otros. Ea pues, siguiendo el ejemplo de Moisés, yo pido al Señor exactamente esto. Por otra parte, en el fragmento del Evangelio, el que realiza los exorcismos en nombre de Jesús es un desconocido que sin embargo tiene una fe en Cristo más grande que la de los apóstoles. Juan frente a aquél reacciona con celos e impetuosidad. Nosotros estamos habituados a verlo reclinar la cabeza sobre el pecho de Jesús y a verlo con la dulzura de la predicación que ha manifestado hasta el final de su vida cuando, no teniendo más aliento, se limitaba a decir: "Hijitos míos, amaos los unos a los otros". Pues bien, mirad que maduración ha ocurrido en el joven envidioso y vivaz; después de años se ha convertido en sabido e instruye a los suyos con las mismas enseñanzas que también la Madre de la Eucaristía nos ha dado a través de las cartas de Dios. De hecho nuestra Madre nos ha invitado continuamente a amar: "Amaos como yo os amo, como Jesús os ha amado muriendo por cada uno de vosotros y dándose a sí mismo por cada uno de vosotros". O se escoge al demonio o se escoge a Dios; el que escoge al demonio se encuentra en la situación descrita en la segunda lectura. Os lo repito: nadie, ni laico ni eclesiástico puede sentirse exento de estos candentes reproches. Todos los que se apropian de manera indebida y acumulan riquezas desinteresándose de los demás, tendrán que responder ante Dios.
Yo recuerdo a un eminente eclesiástico que durante la guerra, período en el que los víveres escaseaban, mientras los niños lloraban porque tenían hambre y las madres no tenían nada con que alimentarse, él tenía las bodegas llenas de todos los bienes de Dios, provisiones y alimentos y, no pudiendo consumirlo todo en poco tiempo, a menudo se pudrían; de hecho, en vez de darlo a los pobres y necesitados, lo tenía solo para sí. Cuando esta persona se ha presentado delante de Dios, Éste le ha dicho las mismas palabras del fragmento que hemos leído hace un momento: "Llorad, gemid por las desgracias que caerán sobre vosotros", pero la desgracia más grande que puede sobrevenir al hombre es la condena eterna al infierno. Uso una expresión que os podría escandalizar: ¿Queremos comprar el Paraíso? Demos a los pobres, demos a los demás reservando para nosotros lo justo, pero demos a los demás.
En este momento siento un poco de apuro pero tengo que deciros la verdad. Vosotros sabéis que la Virgen ha apreciado mucho mi gesto de dar a los necesitados el dinero que me habéis dado con ocasión de las fiestas particulares como Navidad, Pascua o en el aniversario de mi ordenación episcopal. La Virgen ha dicho que si lo hubiesen hecho también sus otros hijos habría sido muy hermoso y se habrían derramado muchas menos lágrimas.
Nosotros tenemos que ser generosos, porque Dios lo ha sido con nosotros. Recordad la palabra de los dos siervos deudores, uno de quinientos y el otro de cincuenta denarios. Aquél que le fue perdonado la deuda más sustanciosa ha pretendido, con la amenaza de meterlo en prisión, que su conciudadano le restituyese lo que le debía y el patrón ha intervenido justamente y lo ha castigado. Nosotros hemos recibido mucho de Dios y podemos dar otro tanto, no hablo solo del campo económico, porque todos nosotros podemos dar, sino del ejemplo.
La partida de Marisa nos tiene que dar un empuje para reforzar nuestro testimonio. Probablemente hemos levantado un poco los muros, nos hemos recluido en nosotros mismos, porque aquí nos encontramos bien mientras que afuera hay disgustos e incomprensiones, hay un mundo completamente diferente. Recordad, sin embargo, queridos míos, que si nosotros somos capaces de cambiar a una sola persona por Dios habremos hecho mucho. Es suficiente convertir a una persona, como tantas veces ha dicho también la Virgen, para tener el Paraíso asegurado. Me gustaría que al inicio de este año social, en nuestros empeños personales estuviese también el coraje de salir fuera de nuestro caparazón, de sacar la cabeza, de mirar alrededor para ver en qué dirección podernos orientar no como maestros inapelables, severos e inflexibles, sino como hermanos que ayudan al prójimo.
En la escritura hay una expresión significativa: "Hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar". Hasta ahora el tiempo ha sido el del silencio, ahora tratemos con sencillez, con modestia, de tirar la semilla de la Palabra de Dios, de las Cartas de Dios, porque la una y las otras provienen de Él para ayudar a nuestros hermanos a vivir con más serenidad, sin pretender hacer cosas extraordinarias, ni de encumbrarnos a la atención de los otros.
Mis queridos hermanos, este mundo da miedo, nos estremece, nos impresiona, porque está demasiado lejos de Dios y se aleja cada vez más de Él y, como ha dicho la Virgen, va hacia su propia autodestrucción, pero nosotros la tenemos que parar. Dios habría estado dispuesto a no destruir Sodoma y Gomorra si solo hubiera habido un justo entre los habitantes. Nosotros, sin presunción, pensamos que somos justos delante de Dios incluso con nuestros defectos, nuestros límites, nuestros pecados. Por descontado existe la confesión; os renuevo también yo la gran recomendación de la Virgen de no ir nunca a recibir la Eucaristía solo por vergüenza del juicio de los demás o por respeto humano, si está presente en vosotros el pecado mortal. El sacrilegio es tremendo. A la pregunta: "¿Cómo es posible que algunos obispos, sacerdotes, cardenales hayan caído tan bajo?" Solo hay una respuesta tremenda: "Son sacrílegos". El sacrílego no tiene sentido del bien y del mal, ni del pecado. Cuantos más sacrilegios hace más diabólico se vuelve. Vosotros ¿creéis que el demonio no tiene miedo de Dios, que no sabe que será vencido porque Dios es Omnipotente? Y sin embargo continúa combatiéndolo. No hay diferencia entre las preguntas: ¿Por qué el demonio continúa combatiendo a Dios y por qué los eclesiásticos no tienen el sentido del pecado? Porque hay odio y el odio es hijo directo e inmediato del sacrilegio. Todas las personas que han odiado y odian son sacrílegas y presuntuosas.
Me gustaría ahora abrir el horizonte a algo hermoso. Estamos en el año de la realización de las promesas y cuando empezarán sólo Dios lo sabe. Nosotros esperamos, queremos ser como las vírgenes prudentes con la lámpara encendida y con la reserva de aceite dispuesta para alimentar la llama y por tanto queremos ser personas que se alimentan con la oración y con la Eucaristía. Tenemos otra persona poderosa que intercede por nosotros en el Paraíso, nuestra hermana Marisa. Como a mi, también a todos vosotros cuanto más tiempo pasa más notamos su falta. Humanamente hablando es fundado, pero sabemos que está a nuestro lado y de modo casi incomprensible, lo está más ahora que antes, porque cuando se está delante de Dios se tienen capacidades que no podemos comprender. El que está delante de Dios lo ve todo y conoce la realidad, en todo lo concerniente a las personas que están ligada a aquella o a aquel que están delante de Dios y por tanto nuestra vida, nuestras necesidades, nuestras jornadas, nuestras carencias son conocidos por Marisa.
Ahora me gustaría atraer toda vuestra atención al 24 y 25 de octubre próximo. Sábado 24, a las 18 horas, habrá la vigilia y tendrá como tema vuestras experiencias y vuestros recuerdos, las enseñanzas y los ejemplos maravillosos que habéis recibido, porque somos una comunidad y lo que pertenece a uno, que es hermoso, es razonable que se comparta con todos. El 25 se celebrará la Santa Misa precedida por la procesión eucarística a la que Marisa le tenía mucho apego y a la que no ha podido participar, sólo poquísimas veces y durante breves trozos de recorrido. Yo estoy seguro de que el 25 alrededor del Obispo, esperemos que más vigorizado y con más fuerzas, estarán La Virgen, San José, la abuela Yolanda y Marisa. Esta última, después de tanto tiempo, hará por primera vez el recorrido entero de la procesión, será feliz y por esto adorará y hablará con su Esposo en favor de cada uno de nosotros. En la misma jornada, al término de la Santa Misa, os harán un regalo que ciertamente agradeceréis: una gasa empapada de la sangre salida de sus estigmas, de manera, a veces, tan copiosa que no éramos capaces de detenerla. Me gustaría, sin embargo, que al menos por el momento, la tuvierais para vosotros sin enseñársela a los demás, sino podrían surgir complicaciones: no tiréis las perlas a los cerdos. Os daremos también el testamento espiritual de Marisa con la foto que reproduce su misión de Víctima de la Eucaristía. En esta foto Marisa tiene los estigmas abiertos y la Eucaristía en la frente: es la Víctima Divina que se ha apoyado en la víctima humana. Me gustaría que aquél día cada rincón de este lugar taumatúrgico expresase el triunfo de Marisa, la más grande mujer, por encima de la cual solo hay la Virgen. Los otros que piensen lo que quieran, pero afirmo la verdad, porque no repito otra cosa que lo que Dios ha dicho. Una mujer que ha vivido en el silencio, en el escondimiento, en la persecución, en la incomprensión, que ha sufrido más que todos en vida y ahora más que todos goza en el Paraíso. Superior a ella como felicidad solo están, entre las criaturas humanas, la Virgen y San José.
Y ahora, queridos míos, os doy las gracias y no os disgustéis si al terminar la S. Misa me retiro, pero tengo que ser prudente. Ofreced a Dios también este sacrificio y luego, cuando todo vuelva a ser como antes, cantaremos, nos divertiremos, y comeremos juntos, porque la Virgen nos ha invitado siempre a divertirnos, y lo ha dicho dirigiéndose a los jóvenes en particular, de manera sana. Hoy, al encontrarme con vosotros, he sentido alegría y emoción y creo que también vosotros habéis sentido los mismos sentimientos.
Que Dios nos ayude, la Virgen nos proteja y nuestra hermana interceda por nosotros.
Sea alabado Jesucristo.