Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 28 mayo 2006
I lectura: Hch 1,1-11; Salmo 46; II lectura: Ef 4,1-13; Evangelio: Mc 16,15-20
Hoy me permitiréis que me dirija casi exclusivamente a Jacobo. Es su día y también el hecho de que yo haya descendido del altar para estar más cerca de él quiere significar exactamente que la atención del pastor hoy se dirige de modo particular a uno de sus corderitos más pequeños. Me dio ternura cuando supe que desde la posición central querías moverte, como para tener protección, hacia tus padres. Pues bien, querido Jacobo, este gesto que sirve para superar tu timidez, una vez que la hayas superado, debe continuar, o busca siempre en tus padres aquel apoyo, aquella protección, aquel amor que ciertamente podrás encontrar en otras partes, pero no con la misma intensidad de tus padres.
Hoy es impropiamente tu Primera Comunión porque, como veremos más adelante en la homilía, hoy para ti es algo aún más importante. Tú, desde pequeño y en los primeros años de tu vida, cuando todavía no tenías uso de razón, recibiste a Jesús Eucaristía, como si ante todo tuviera que entrar en tu corazón el bien, para poder rechazar y estar dispuesto a rechazar todo el mal que de varias formas trata de aparecer en tu joven existencia. En los años de tu niñez viviste una experiencia única, no solo al recibir a Jesús Eucaristía, sino que, como recordaréis muchos de entre vosotros que lleváis algunos años en esta comunidad, a los nueve meses comenzaste a ser ministro extraordinario de la Eucaristía. Es significativo, es importante, y si cerráis los ojos y vais con vuestra mente al pasado, veréis a este niño de nueve meses en brazos de su padre y de su madre tomar fragmentos de las hostias que la Virgen y Jesús habían traído y darlas en comunión a los presentes. Eh ahí porque para ti hoy no es el día de la Primera comunión, sino que es un día aún más importante, porque hoy manifiestas delante de toda la comunidad la intención y la voluntad de seguir a Jesús Eucaristía. Es un compromiso que asumes, no es simplemente recibir la Eucaristía, don que ya has experimentado muchas veces, sino que es profesar a Jesús Eucaristía una elección de vida que te tiene que acompañar para el resto de tus años y eso ocurre también en un momento litúrgico particularmente importante, de hecho hoy es la Ascensión.
“Querido Teófilo: En mi primer libro traté de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que subió al cielo después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había elegido bajo la acción del Espíritu Santo. Después de su pasión se presentó a ellos, dándoles muchas pruebas evidentes de que estaba vivo: se apareció durante cuarenta días y les habló de las cosas del reino de Dios.
Una vez que estaba comiendo con ellos les mandó que no saliesen de Jerusalén, sino que aguardasen la promesa del Padre, de la que os hablé; porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días. Los que estaban con él le preguntaron: «Señor, ¿vas a restablecer ya el reino de Israel?». Les respondió: «No os toca a vosotros saber los tiempos y las circunstancias que el Padre ha fijado con su autoridad; pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros para que seáis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra». Dicho esto, lo vieron subir, hasta que una nube lo ocultó a su vista. Ellos se quedaron mirando fijamente al cielo mientras él se iba, cuando se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir al cielo volverá tal como lo habéis visto irse al cielo». (Hch 1,1-11).
En una lectura un poco superficial y apresurada del primer fragmento de la escritura que acabamos de escuchar, casi se tiene la impresión de que Jesús el día de la Ascensión haya saludado a sus apóstoles y a sus discípulos cuando exclamó: “Hasta luego, nos veremos al final”. No, no ocurrió esto, porque Jesús, ascendiendo y volviendo al Padre para sentarse a Su derecha, como Hijo de Dios, dejó algo importante y sobre todo realizó su promesa, es decir “no os dejaré huérfanos”. Esto constituye una presencia diferente de la que era experimentada por quien lo veía y oía en Palestina, es una realidad igualmente grande que indica como Cristo continúa estando presente en su Iglesia como cabeza y como fundador. Él no ha abdicado de Su papel de cabeza, sino que continúa ejerciéndolo permaneciendo presente, aunque de manera misteriosa, en medio de la Iglesia.
Jesús dejó ante todo Su palabra, la importancia de la Escritura, porque nos da la posibilidad de poner en práctica Sus enseñanzas; nos ha dejado los sacramentos, que la Iglesia tiene el deber de administrar, entre los cuales el sacramento que tú hoy recibirás: Jesús nos ha dejado la Iglesia, esta comunidad enorme que supera divisiones, conflictos, diversidad de lenguas y une a todos hasta formar un único cuerpo del que tú eres un pequeño miembro. Pero sobre todo, Jesús se dejó a Sí mismo, dejó Su presencia de manera diferente y, como he dicho, misteriosa, y es el mismo Jesús que acariciaba a los niños, que sanaba a los enfermos, que predicaba a las masas, que realizaba obras milagrosas, es el mismo Jesús que dentro de poco estará presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad en el altar bajo las apariencias del pan y del vino y después de algunos minutos entrará de nuevo en tu corazón inocente y puro con alegría y amor infinito. Entonces, mira, Jesús se dejó a Sí mismo en la Eucaristía, tú te comprometes a amar la Eucaristía y estas dos caras, que parecen diferentes, pero que forman una única medalla, se colocan una al lado de la otra para formar un todo. La Eucaristía, el amor por la Eucaristía, tiene que ser el elemento que distingue al verdadero discípulo de Cristo de los falsos discípulos y sobre todo de los que, incluso respetando, practican y siguen otras religiones. La Eucaristía no es un rito vacío, no es un símbolo, no es algo que puede ser vivido simplemente como emoción y devoción, sino que la Eucaristía implica, la Eucaristía manifiesta lo que estás experimentando, es decir relacionarte con Jesús Eucaristía. La fe tiene que ser alimentada, el amor tiene que crecer y para hacer esto, querido mío, es necesario solo Jesús Eucaristía.
Hoy tú amas a un círculo limitado de personas, empezando por tu familia, por los abuelos, los tíos, los primos, pero te darás cuenta, que, a medida que crezcas, el panorama del amor aumentará cada vez más y abarcará cada vez más personas y entonces no tienes que sentir a nadie extraño, diferente de ti en la vida que llevas, pero en cada hombre, en cada mujer tendrás que encontrar un hermano y una hermana. El amor cristiano es esto, éste es el verdadero amor, como ha reiterado hoy la Virgen: “amar a los que nos son extraños, incluso a los que nos son indiferentes, peor aún, desde el punto de vista humano, a los que nos son hostiles y nos han hecho sufrir”. Solo el amor puede cambiar los corazones, doblegar los caracteres, renovar la Iglesia y mejorar la sociedad. Es inútil que nos lamentemos por situaciones malas o desagradables que podemos encontrar en la vida, pero cada uno de nosotros debe asumir un compromiso y este es el primer día en el que este compromiso tuyo tiene que ser llevado a su más alta realización. Cada uno tiene que comprometerse a modificar, mejorar o por lo menos a esforzarse en mejorar el ambiente. La Madre de la Eucaristía, que te ha felicitado, te acompañará ciertamente toda tu vida y entonces con Jesús en tu corazón y gozando de la protección de la Virgen, podrás seguir adelante tranquilo y sereno. Tendrás que prepararte para las responsabilidades y las tareas de tu futuro que solo Dios conoce bien, a partir de hoy y dando tu máximo compromiso en tu vida de niño. Dar significa también colaborar, dar significa asegurar que la aprobación no se limite solo a las horas que pasas en la escuela, sino que también pueda incluir las horas que vives fuera de ella. Este es el momento en el que debes pedir al Señor, que entra por enésima vez en tu corazón, aquella fuerza, aquel valor y sobre todo aquella perseverancia de alcanzar cada día algo más, cada día un escalón más alto, cada día una mejora en tu carácter. Esto, querido Jacobo, es lo que te deseo de parte de todos y te acompañaré por el resto de mi vida porque, si Dios quiere, es lógico que la naturaleza quiere que primero parta yo y mucho después partas tú, pero te aseguraré el mismo amor que siempre he tenido.
En este momento me viene a la mente una imagen que se ha quedado en mi corazón, cuando tenías poco más de un año y empezabas a caminar con una cierta incertidumbre aquí, en el pasillo de casa. A veces hacíamos aquel jueguecito que es típico de todos los niños: yo me ponía de rodillas, tú tomabas carrerilla y venías hacia mí, yo te abrazaba, te estrechaba, después te liberabas y empezaba la segunda y la tercera carrera. Mira, en el momento en el que te abrazaba, rezaba al Señor que el abrazo que te daba, casi de protección, fuese Su abrazo y hoy tú sientes este abrazo. Nosotros los hombres podemos estar y podemos no estar, pero quién estará siempre a tu lado, recuérdalo, será Jesús. Entonces por esto, estarás sereno, estarás equilibrado, por esto tu sabiduría aumentará cada vez más hasta darla incluso a los otros. “Cuando era pequeño” dice nuestro amado San Pablo, “me comportaba como niño”, pero tú tienes que mirar hacia adelante y cuando seas adulto te tienes que comportar como los adultos, y ejemplo de adultos buenos, sabios y honestos tienes la suerte de tener delante de ti. Tienes ejemplos, por tanto toma como ejemplo a estas personas que forman parte de tu vida y que verdaderamente saben amar del mejor modo, para continuar tomando esta llama y llevarla adelante, porque amor es luz, amor es fuerza, amor es alegría.
Ahora pongámonos todos en situación de manifestar lo que queremos pedirle al Señor por este muchacho, porque a partir de hoy ya no es un niño, sino un muchacho y vosotros tampoco ya no debéis llamarlo niño, sino muchacho, porque es una persona responsable, capaz de asumir sus propias responsabilidades. La conclusión de las oraciones finales será la oración que recitarás y que tú has formulado; yo no la conozco, pero, conociéndote, sé que será una oración densa de significado y llena de emociones.