Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 29 marzo 2009
V DOMINGO DE CUARESMA (AÑO B)
I Lectura: Jer 31, 31-34; Salmo 50; II Lectura: Heb 5, 7-9; Evangelio: Jn 12, 20-33
“Entre los que habían ido a Jerusalén para dar culto a Dios en la fiesta había algunos griegos. Éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe se lo fue a decir a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús. Jesús les respondió: «Ha llegado la hora en que va a ser glorificado el hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá; y el que odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna. El que quiera ponerse a mi servicio, que me siga, y donde esté yo allí estará también mi servidor. A quien me sirva, mi Padre lo honrará. Ahora estoy profundamente angustiado. ¿Y qué voy a decir? ¿Pediré al Padre que me libre de esta hora? No, pues para esto precisamente he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre». Entonces dijo una voz del cielo: «Lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo». La gente que estaba allí y lo oyó, dijeron que había sido un trueno. Otros decían que le había hablado un ángel. Jesús replicó: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora es cuando va a ser juzgado este mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos los atraeré hacia mí». Decía esto indicando de qué muerte iba a morir”. (Gv 12,20-33)
El fragmento del Evangelio que acabamos de leer, es uno de los más impactantes, porque va radicalmente en contra de algunos lugares comunes, tanto que afirma como mejor lo que, en cambio, según la mentalidad de los hombres, es peor.
Es bueno precisar también el contexto de este episodio evangélico.
Hace poco que Jesús ha entrado triunfalmente en Jerusalén y está a punto de empezar el Santo Triduo: la institución de la Eucaristía, su Pasión, Muerte y Resurrección. El Señor se encuentra ya viviendo la última semana de su vida y durante estos últimos días se dedica a completar su enseñanza, para no dejar ninguna duda a sus discípulos.
Se presenta la ocasión de encontrar a personas que no pertenecen al pueblo judío, pero que se han convertido a la religión judía: son algunos griegos de los que habla Juan. Estos se dirigen justamente a Felipe y Andrés. De hecho sus nombres son de origen griego y, por tanto, presumiblemente, los dos conocían también la lengua. Se puede deducir que estos griegos inteligentemente hicieron una breve indagación y cuando descubrieron que entre los discípulos de Jesús había alguno que hablaba su misma lengua, se pusieron inmediatamente en contacto con ellos, pidiendo verlo. “Éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús». (Jn 12,21). El deseo de “ver a Jesús” no se limita a mirar con admiración como lo haríamos cuando estamos frente a una obra de arte, una pintura, una escultura o incluso una obra de arte hecha por Dios, por ejemplo un panorama maravilloso; significa "ver" en el sentido de hablar y conocer. Recordemos que los griegos aman la filosofía, son dialécticos, quieren profundizar las cosas. Los dos apóstoles, pues, les acompañaron delante de Jesús, el cual, sin embargo, ni siquiera los considera en absoluto, no por falta de respeto, sino porque toma la señal para ampliar sus enseñanzas tanto como sea posible, incluso en el tiempo. Él, de hecho, sabe perfectamente que serán las últimas y quiere extenderlas a todos sus discípulos, incluidos los de los siglos futuros. Solo Dios puede hacer una cosa tal, para Él el tiempo o la distancia no es un obstáculo.
Y ahora tendremos que gustar verdaderamente, sentir la profundidad, la consistencia, la dulzura de estas últimas palabras de Jesús. Estas son sus últimas enseñanzas; si alguno de entre vosotros no lo había comprendido, ahora puede seguir el discurso de Jesús con mayor atención: «Ha llegado la hora en que va a ser glorificado el hijo del hombre”. (Jn 12, 23). Esta es la afirmación que nos gustaría oír también nosotros, aplicada a nuestra situación. Otras veces en el Evangelio esta expresión se ha usado en sentido negativo “Esta no es la hora” pero, en este caso, Jesús dice que ha llegado la hora. De hecho, los designios de Dios están a punto de realizarse, que prevén que Jesús sea hecho prisionero, llevado ante los jueces, escupido, humillado, castigado con el tremendo azote romano, peor que el griego, y finalmente condenado injustamente y conducido al Gólgota para morir ante sus enemigos, satisfechos porque creían que se habían librado de él, pero todo esto entraba en los planes de Dios.
Quiero haceros notar un aspecto que concierne a los amigos y enemigos de Dios. En teoría los amigos son los que deberían respetar sus disposiciones al pie de la letra y con fidelidad absoluta, pero muchas veces no son capaces por el cansancio, debilidad y fragilidad.
Y aquí está lo incoherente que me hace sonreír. Me complació ver que los mayores enemigos de la Eucaristía hoy se han convertido en aquellos que, sin embargo, hablan de ella con entusiasmo en las catequesis y homilías; la defienden, organizan procesiones, vigilias y congresos eucarísticos. Hacen todo esto con gran interés, a pesar de que son los enemigos, porque tienen que enmascarar su hostilidad. Para Cristo ocurre lo mismo: los enemigos de Dios que entonces eran los fariseos, los saduceos, los herodianos, los sacerdotes y los sumos sacerdotes, por odio, venganza y deseo de librarse de él, siguen los designios de Dios a la perfección. Dios ya lo había anunciado en el Antiguo Testamento, basta leer al profeta Isaías que describió todo lo que el siervo de Yahvé tendría que sufrir. Pues bien, cumplieron al pie de la letra lo que había sido profetizado siete siglos antes. No habíamos pensado nunca en esto. Y sin embargo, es así: los enemigos de Dios cumplieron sus órdenes movidos por maldad y así cumplieron exactamente lo que Dios había establecido.
«Ha llegado la hora en que va a ser glorificado el hijo del hombre.” (Jn 12, 23). Entonces hubiésemos esperado alfombras, trompetas de plata, desfile de gente, aplausos y aclamaciones, pero, una vez más, Dios nos sorprende, nos confunde: ¿cuál es la gloria de la que habla? Cerramos los ojos y vemos a Jesús cubierto de sangre, de heridas, escupido, hecho objeto de ironía, tratado como rey de burla: ¿qué clase de gloria es esta? En cambio, Jesús, dice y afirma que ha llegado la hora de ser glorificado. “Para esto he venido al mundo, dice Cristo: eh ahí, que yo vengo, padre para hacer tu voluntad” (Hb 10, 5-9). Pablo nos recuerda el deseo de Jesús: cumplir hasta el final la voluntad del Padre. Y la voluntad del Padre es que se encarne, padezca, muera y resucite. Mirad, esta es la gloria de la que habla el Señor, habla de su gloria, no se refiere a la de los otros o a la de los apóstoles. Es para dar un tono solemne a lo que está diciendo, emplea aquellas formas gramaticales retóricas usadas por los rabinos para evidenciar la solemnidad del momento y que aquella enseñanza era la verdad más importante. “Os aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto”. (Jn 12, 24). Y eh ahí esta brevísima parábola. Sabemos que un grano produce una espiga y, a su vez, esta espiga producirá muchos otros granos y muchas otras espigas. Pero el proceso de producción empieza con la muerte y todo esto va contra la lógica humana. ¿Qué vida empieza con una muerte? Ninguna. Pero según Dios, la vida para sí y para los demás tiene que empezar con la muerte. El que acepta esto se vuelve un verdadero seguidor de Cristo, en cambio el que lo rechaza, aunque fuese la máxima autoridad del Estado o de la Iglesia, se opone a Dios. “En cambio si el grano muere, produce mucho fruto”, Jesús se aplica esto exclusivamente a sí mismo. Pero lo que dice después es para todos los pueblos, extiende el discurso a todos sus discípulos independientemente de su civilización, cultura o etnia. “El que ama su vida la perderá; y el que odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna”. (Jn 12, 25). Es una afirmación que nos deja otra vez boquiabiertos. Usa palabras que según la lógica no se pueden poner en relación: amar y odiar. ¿Qué significa: el que ama su vida? Quien en su vida alcance incluso la mayor meta de éxito u ocupe la posición más alta de poder, sin Dios está perdido porque toma una decisión equivocada. “El que odia su vida la conservará”; cuidado, para los judíos, por el estilo semítico, las contraposiciones tienen que ser evidentes para ser comprendidas, en este caso el sentido de odiar su vida no es despreciarla, sino considerar algo mucho más importante.
Hoy los hombres están apegados a su vida y por tanto pierden la vida de Dios. Los que, en cambio, dan importancia a la vida de Dios, adquieren también su propia vida y, llegados a este punto, os tengo que recordad: “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. Y nosotros somos los “últimos”, los condenados por el mundo y por la Iglesia. En este caso como Iglesia quiero decir sencillamente algunos hombres de la Iglesia. Es hora de dejar de afirmar: “la Iglesia dice esto”, porque la Iglesia dice lo que está escrito en el Evangelio, el resto son chácharas humanas. Es hora de detenerlo, llegamos al disparate de negar lo que Dios ha hecho: los milagros eucarísticos, la ordenación del obispo, las apariciones de la Virgen. “La Iglesia dice que allí está el demonio”, pero ¿estamos bromeando? “El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre lo honrará" (Jm 12, 26).
Para estar con Cristo, sin embargo, hay que llevar la cruz, para ser honrados por el Padre tenemos que respetar todos los mandamientos y esto nos pone ya en una situación de oposición con el mundo. Debemos respetar los diez mandamientos. Los hombres de la Iglesia han tratado de eliminar alguno. Como tontos estaban tratando de quitar dos: honrar las fiestas y no cometer actos impuros. ¡Qué estúpidos! ¡Los mandamientos son de Dios! ¿Quién puede permitirse eliminarlos? Y sin embargo lo han intentado. Por supuesto, son exigentes, pero debemos respetarlos absolutamente, incluso podemos encontrar obstáculos, dificultades y luchas.
Volviendo al fragmento del Evangelio, faltan pocos días para el momento en que Jesús se siente con los apóstoles en el cenáculo. Él es Dios y por lo tanto ya empezará a vivir la atmósfera del Jueves Santo, cuando instituya la Eucaristía, pero justamente porque Él es Dios, verá también todos los pecados cometidos por los hombres contra la Eucaristía a lo largo de todos los siglos y, creedme, debe haber sido una visión tremenda.
Puedo añadir una interpretación mía: Jesús en el huerto de Getsemaní sudó sangre y agoniza, porque se sintió rechazado, traicionado, engañado, sobre todo en la Eucaristía. Vio todos los pecados que los hombres realizarían: las comuniones sacrílegas, las profanaciones de la Eucaristía, todas las tentativas del demonio, después conseguidas, de alejar a las personas de la Eucaristía. ¿Todo esto podía dejar indiferente a Cristo? Eh ahí el porqué de su gran sufrimiento. “Ahora estoy profundamente angustiado. ¿Y qué voy a decir? ¿Pediré al Padre que me libre de esta hora? No, pues para esto precisamente he llegado a esta hora. Padre glorifica tu nombre” (Jn 12, 27-28). Los hombres serán rescatados y purificados por la Pasión y Muerte de Cristo y Jesús, Dios Hijo, de este modo hará el acto de culto más alto a Dios Padre. Una vez más está la cruz, el sufrimiento y la pasión y después: “Entonces dijo una voz del cielo: «Lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo». (Jm 12, 28). Lo ha glorificado al realizar los milagros, los cuales hacen comprender que solo Dios es el autor, aunque los hombres continúan negándolo. De hecho, también el milagro eucarístico más grande de toda la historia de la Iglesia, el del 11 de junio del 2000, ha sido rechazado por los hombres. ¿Os dais cuenta a qué punto hemos llegado? Esto es diabólico.
Dios Padre glorificó a Dios Hijo haciendo milagros y revelando la voluntad del Padre durante Su vida terrena: esta es verdaderamente la obra más gloriosa que Él pudo hacer. Y añade “otra vez lo glorificaré” y aquí se refiere claramente a la Resurrección, después de la cual Jesús volverá a ocupar el lugar que le corresponde en el Paraíso junto al Padre. Y ante esta grande y extraordinaria manifestación de Dios, ¿cómo reaccionan los hombres a pesar de haberlo oído?: “La gente que estaba allí y lo oyó, dijeron que había sido un trueno. Otros decían que le había hablado un ángel”. (Jn 12,29). ¡Fue un trueno o un ángel!, ¡si al menos hubiera habido uno que hubiese dicho que había escuchado la voz de Dios! Y siglos después, ante las grandes obras de Dios, aquellos que debieron tomar inmediatamente su defensa, ¿qué hicieron? Cuando hubo el milagro de Bolsena, erróneamente llamado de Orvieto, el Papa, los cardenales, los obispos, todos corrieron inmediatamente al lugar, para darse cuenta de la obra de Dios.
En este lugar se han producido 185 milagros eucarísticos e incluso el gran milagro eucarístico del 11 de junio, ocurrido durante la Santa Misa. Y nadie ha venido a ver. Después de ocho siglos, nadie se ha movido. No quisiera estar en el lugar de ellos cuando llegue el momento de ir ante Dios, será horrible pero será justo. Detengámonos en esto.
Habéis oído indirectamente la voz de Dios Padre, de Jesús, del Espíritu Santo, de Nuestra Señora y de San José a través de Marisa, su instrumento. Recordad que debéis dar testimonio y se os preguntará qué habéis hecho con todos estos dones. Tratemos de ser equilibrados, preparados y fuertes, éste es el verdadero cristiano y es el modelo que todos debéis alcanzar. La Iglesia debe ser así; quien no quiera llegar a este modelo, quédese tranquilo afuera porque Dios quiere gente convencida.
Alabado sea Jesucristo.