Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 29 junio 2007
Primera lectura: Hch 12, 1-11; Salmo 33; Segunda lectura: 2 Tm 4,6-8.17.18; Evangelio: Mt 16, 13-19
Hoy tengo una cierta vergüenza porque tendré que hablar de mí mismo. Por esta vez me oiréis hablar en tercera persona del “Obispo ordenado por Dios”, porque de este modo me siento más libre. Os repetiré lo que el Señor y la Virgen han dicho públicamente en estos últimos años y en la jornada de hoy.
Empiezo a enseñaros el cuadro. Yo creo que hará falta hacer una pequeña corrección: la trilogía de las tres “P”, creo que la habéis comprendido, no tengo que añadir nada.
El Señor tiene sus designios, los realiza y nadie puede permitirse obstaculizarlos, porque va contra Su voluntad y le ofende; al final tendrá que rendirle cuentas a Él, antes del juicio privado y después en el Juicio Universal.
A medida que avanzamos, vemos que los designios de Dios emergen lo más claramente posible. Al principio no éramos capaces de entender y nos parecía que hubiese una contradicción entre lo que Dios nos comunicó primero y lo que agregó más tarde. Sin embargo, a medida que avanzamos, aumenta la familiaridad y la confianza con Dios, así todo se vuelve más luminoso, limpio y claro.
Pedro, Pablo y el Obispo ordenado por Dios tienen verdaderamente mucho en común, en primer lugar la llamada que viene directamente del Señor: ninguno de los tres se habría imaginado nunca que sería llamado directamente por Dios.
Pedro, además, estaba casado. Para precisar, era viudo, su mujer había muerto. Cuando fue llamado por Cristo, no abandonó a su mujer, como piensan muchos. Es posible que no se llegue a comprender ciertas cosas y en las interpretaciones se llegue a auténticas barbaridades. Pero ¿cómo es posible que Cristo rompa una familia? Era viudo. Sí, es verdad, se habla de la suegra, pero la suegra permanece tal aunque la esposa falte. Por tanto si estaba casado, pensaba tener una familia, era un pescador y tenía su modesta actividad.
Pablo estaba en el lado opuesto, enemigo jurado de los cristianos, trató de encontrarlos, encarcelarlos y hacerlos matar.
Tampoco yo, antes de ser llamado, pensaba para nada en ser sacerdote. Lo he dicho alguna vez, deseaba ser médico o abogado, pero el Señor me llamó y mi respuesta fue un “sí” auténtico y generoso.
Aunque la ordenación episcopal de los tres ha sido hecho directamente por Dios: la ordenación de Pedro ocurrió durante la última cena, junto a los otros apóstoles; la de Pablo, probablemente, en el silencio del desierto donde se había retirado a meditar, cuando se preparaba al trabajo al cual Dios le había llamado, el Obispo ordenado por Dios fue ordenado el 20 de junio de 1999, aunque la fiesta, por voluntad del Señor, fue trasladada al 29 de junio.
Hemos considerado la llamada y la ordenación por parte de Dios, como elementos comunes entre Pedro, Pablo y el Obispo, pero también su vida es muy similar. Los tres padecieron sufrimientos ininterrumpidos y continuos. Pedro, esto lo sabemos directamente por los Hechos de los apóstoles, fue encarcelado tres veces: la primer junto a Juan, la segunda con los apóstoles, la tercera él solo cuando después fue liberado por un ángel. Las prisiones de la época eran mucho más duras que las de hoy aunque los encarcelados, y quizás también justamente, se quejaban. Pedro tuvo que sufrir también los ataques de los judíos que le consideraban un traidor, porque se había convertido en cristiano. Esta fue la herida abierta y sangrante de Pedro, porque para contentar a algunos convertidos del Judaísmo se comportó de manera poco lineal, por lo que luego fue reprochado por Pablo. Todo esto forma parte de la naturaleza humana y de la fragilidad humana. Nosotros estamos ligados particularmente a Pedro, porque en sus cerca de treinta y dos o treinta y tres años de pontificado, (el pontificado más largo de toda la historia de la Iglesia, superado solo por Pío IX) no solo convirtió a Roma sino que también viajó mucho, aunque no hay documentos detallados. En Roma, se detuvo poco durante los años de su episcopado. Él estaba, a menudo, de viaje, como todos los apóstoles incluido Pablo. De Pablo tenemos recuerdos y documentaciones precisas de sus numerosos viajes apostólicos, de Pedro menos. Pedro es el que puso las raíces de la Iglesia en Roma y de esto tenemos que estar particularmente orgullosos y agradecidos. Así que sufrió, además fue incansable en sus viajes, tanto que se le lesionaron sus pies. En aquel tiempo no había el calzado y ni siquiera los medios de locomoción como hoy; la mayor parte del viaje se hacía a pie y por tanto a menudo también él, como los apóstoles, tenía los pies sangrando, dolidos y lesionados. Cuando se encontraba con la Virgen, era ella misma la que le curaba, vendaba y masajeaba los pies. La Madre se inclinaba sobre los apóstoles y cuando hacía esto, ciertamente recordaba que Jesús mismo había hecho ese gesto, siempre hacia ellos.
A Pablo quizás lo sentimos más cercano, hemos hablado de él con mayor frecuencia y lo hemos conocido y estamos conociendo sus cartas. Él enumeró, en el contenido de la segunda carta a los Corintios, de todo lo que ha sufrido: encarcelamientos, flagelaciones, naufragios, luchas, peligros, confusión, todo lo que sufrió. ¿Cómo termina esta enumeración de sufrimientos? “Por eso me alegro de mis flaquezas, de los insultos, de las dificultades, de las persecuciones, de todo lo que sufro por Cristo; porque cuando me siento débil, es cuando soy más fuerte ". (2 Cor 12, 9-10), eh ahí la grandeza de Pablo, aquél que sabe afirmar que es verdaderamente imitador de Cristo. “Sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo”. (1Cor, 11), pero a la vez reconoce también su debilidad y fragilidad.
Pedro sufrió, Pablo sufrió y el Obispo ordenado por Dios ¿podía ser menos? Conocéis el sufrimiento del Obispo, está escrito claramente en todas las presentaciones que recogen los mensajes y las cartas de Dios. Eh ahí porque estas tres personas tienen mucho en común: la elección, la llamada, la ordenación episcopal y la vida extremadamente sufrida. Este es el camino que Dios reserva a sus apóstoles, este es el camino que quiere que sea recorrido. ¿Pensáis que Pedro y Pablo lo han aceptado todo con la sonrisa en los labios? ¡Oh no! Nos lo ha dicho la Virgen que ninguno estuvo siempre sereno y tranquilo en su vida a menudo maltratada. Los momentos de cansancio, debilidad y fragilidad, los han sentido también los más grandes santos. El Señor sabe cómo aceptarnos y cómo respetarnos por lo que somos, así que, mirad incluso en este aspecto, los tres tienen mucho en común.
Volvamos a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 13-19). Con esta expresión Cristo nos hace entender por qué este mensaje se ha transmitido a lo largo de los siglos, la centralidad de la figura de Pedro que debe parecerse a la figura de Cristo. Si no se parece a la figura de Cristo, ¿cómo puede Pedro confirmar a sus hermanos? ¿Cómo puede dar demostración de fe y amor, si no están presentes en él? Pues bien, esto lo podéis hacer: rezad para que los próximos sucesores de Pedro, sean fuertes y amen a Jesús y a las almas, como las ha amado Pedro y sigan sus enseñanzas y viva la misma relación que Pedro tuvo con Cristo.
Sobre Pedro I Cristo fundó la Iglesia, un cierto Pedro II será el que tendrá que hacerla renacer. Esto es lo que Dios quiere, esto es lo que está trazado delante de vosotros. Vosotros sabéis antes que los demás el futuro de la Historia de la Iglesia de la cual tendréis que ser testigos en el momento oportuno. Todos podrían conocerlos si siguieran, aceptaran, fueran humildes y sencillos al escuchar las cartas de Dios. Cuando, por otro lado, uno se pone en una posición de preconcepción, de exclusión, de egoísmo, de orgullo, de presunción, entonces uno no se rebaja a leer estas cartas.
Permitidme haceros algunas recomendaciones y me gustaría que fuesen respetadas desde hoy y para siempre. Nosotros seguimos nuestro camino y a nosotros no nos interesan mensajes que provengan de fuera de este lugar taumatúrgico. Nosotros sabemos, porque esto se nos ha dicho muchas veces, que desde hace años y hasta hoy, la Virgen ya no se aparece fuera de Toma, por tanto no escuchéis otras fuentes, porque están contaminadas, no contienen agua limpia y pulcra, aunque aparentemente pueden ser semejantes a nuestras cartas de Dios. No imagináis cuantos, para aparentar, copian algunos conceptos que son propios y exclusivos de la Madre de la Eucaristía.
Hay otro trabajo que os confío, ya no vayáis más a hablar con los sacerdotes. Ha sido el mismo Dios Papá el que se lo ha dicho a Marisa y a mí, antes que Jesús os lo dijese públicamente a todos vosotros. Ahora basta. Id a las iglesias, rezad, escuchad la S. Misa y fuera, ya no tenéis que encontraros más con ningún sacerdote, y mucho menos hablar con ninguno de ellos. Si por casualidad, un sacerdote tuviese que venir y dirigirse a vosotros, podéis responder con educación: “Padre tengo otra cosa que hacer, no me interesa lo que me quiere decir, se lo digo con respeto”. Si insistiera, podéis escucharlo y hablar de Jesús, de la Virgen, de las cartas de Dios y de las obras que Dios ha realizado aquí. Hablad solo de lo que sabéis y que habéis conocido frecuentando este lugar, no de otra cosa. Os aseguro que yo hago lo mismo, rompo y tiro a la basura todo lo que es de fuera de aquí. Hacedlo también vosotros, esto es lo que Dios quiere y esto os digo a vosotros. Espero que hay sido suficientemente claro, que hayáis comprendido y que nadie pueda ignorar cuanto, no yo, sino quién es infinitamente superior a mí, es decir Dios mismo, ha ordenado hacer.
Ha añadido Jesús: “No penséis en los que, incluso si son parientes, os hacen sufrir; excluid de vuestra vida todo lo que pueda haceros sufrir y contaminar vuestra existencia”. Tendrá sus motivos se ha dicho esto, a nosotros no nos queda otra cosa que obedecer; a cada uno de vosotros os pido una obediencia y una docilidad particular.
Rezar por los cincuenta y un obispos y los setenta y siete sacerdotes que Dios en bilocación me ha hecho ordenar, quien sabe si un día, si no todos, al menos algunos de ellos podáis verlos también vosotros en este lugar. Ciertamente muchos vendrán a Roma, e indudablemente vendrán también aquí, donde estaréis vosotros para acogerlos y rezaréis con ellos y por ellos porque la Iglesia, entonces, habrá hecho diversos pasos hacia su renacimiento. Cuando este renacimiento empiece, será imparable, porque Dios tomará de la mano a su Iglesia y la conducirá a la fidelidad de la Palabra de Dios, a la aceptación de los sacramentos, al amor al prójimo y a Dios. Todo se puede hacer, todo se puede realizar.
Buenas vacaciones, descansad, divertíos, volved renovados, serenos porque tenemos que estar siempre dispuestos a responder a la llamada de Dios y cuando llegue tenemos que tener las lámparas bien aceitadas en la mano, por un lado y el bastón del otro y caminar para llegar donde Dios quiere.
Sea alabado Jesucristo.