Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 29 de junio 2008

I lectura: Hc 12, 1-11; Salmo 33; II lectura: I Tim 3,1-6; Hc 20,18-20;23-24;28;33; Evangelio: Mt 16, 13-19

Hoy, en este lugar, que por el poder de Dios se extiende hasta convertirse en inconmensurable e inmenso, se han encontrado las tres iglesias: la Iglesia triunfante, la Iglesia militantes y la Iglesia purgante. Cuando Jesús, en la Carta de Dios, dijo que todo el Paraíso se había volcado aquí, se refería a la Iglesia triunfante. La Iglesia militante somos nosotros, el primer núcleo, las primeras células de la nueva Iglesia, que nacerá renovada por la sangre de Cristo, de su poder redentor y de su amor sufrido en la cruz. La Iglesia purgante son nuestros hermanos que todavía están privados del don de la visión beatífica y que esperan su purificación. Deseamos que el tiempo de purificación sea breve y este deseo será sufragado durante la celebración de la Santa Misa. En particular, me refiero a los que están ligados a nosotros por vínculos de sangre, de parentela, de amistad o que han formado parte de nuestra comunidad, que ya ha echado raíces en cada uno de los cinco continentes.

Nosotros somos la Iglesia militante, los modelos indicativos de la nueva Iglesia. Habiendo seguido últimamente mis catequesis y las lecturas de hoy, habréis notado que hay un recorrido que delinea cada vez mejor, y no puede ser de otra manera, la figura del Obispo. Hoy celebramos una de las obras más grandes de Dios: no festejamos la persona, sino la obra del Señor porque todo lo que está realizado por Dios es un don inmenso, a veces incluso incomprensible, que Él hace para la humanidad entera. Esta ordenación episcopal, por desgracia, todavía hoy, no es aceptada, especialmente por los dirigentes de la Iglesia; no es don hecho solamente a la persona individual, porque no tendría significado, sino que es para toda la Iglesia. Es como si Dios dijese: “Yo soy el Cabeza de la Iglesia, intervengo cómo y cuándo quiero y dirijo el curso de la Historia de la Iglesia hacia las metas y los objetivos que Yo mismo estoy estableciendo y fijando”. Uno de tantos objetivos, y la celebración de hoy nos da pleno derecho, es la figura del Obispo. En uno de los últimos encuentros bíblicos, para haceros comprender lo que un obispo no debería ser, os leí, cosa que yo raramente hago, una reflexión del Cardenal Martini referente a los defectos presentes en el clero.

Las lecturas de hoy tratan de cuáles son las condiciones, las cualidades de los que aspiran al episcopado. La segunda lectura está compuesta de la Primera carta de San Pablo a Timoteo y de los Hechos de los Apóstoles, pero es siempre San Pablo el que habla.

Esto es cierto: el que aspira al episcopado aspira a una noble tarea. Es necesario que el obispo sea intachable, casado una sola vez, sobrio, prudente, de porte educado, hospitalario, capaz de enseñar; no debe emborracharse, ni ser amigo de peleas; debe ser ecuánime, pacífico y desinteresado; que sepa gobernar bien su propia casa y hacer que sus hijos sean obedientes y respetuosos; porque si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? Que no sea recién convertido, para que no le seduzca el orgullo y venga a caer en la condenación del diablo. Es también necesario que tenga buena fama ante los de fuera, para que no incurra en el descrédito y en los lazos del diablo. (…)

Vosotros sabéis cómo me he comportado con vosotros desde el primer día que llegué a Asia y durante todo este tiempo: he servido al Señor con toda humildad, entre lágrimas y entre las pruebas que me han causado las insidias de los judíos. Sabéis que no he evitado nunca lo que pudiera ser útil, a fin de predicaros y de instruiros en público y en privado. Sé solamente que el Espíritu Santo en cada ciudad me confirma que me esperan cadenas y tribulaciones. Sin embargo no considero mi vida merecedora de nada, con tal de que lleve a término mi carrera y el servicio que me fue confiado por el Señor Jesús, de dar testimonio al mensaje de la gracia de Dios.

Velad por vosotros mismos y por todo el rebaño, en medio al cual el Espíritu Santo os ha puesto como obispos para pastorear la Iglesia de Dios, que él ha conquistado con su sangre.

No he codiciado ni plata, ni oro ni los vestidos de nadie”

La frase inicial probablemente os puede angustiar: “Es cierto: el que aspira al episcopado aspira a una noble tarea”. ¿Qué quiere decir este versículo? Poned atención: Pablo es hijo de su tiempo y en aquel período convertirse en obispo era vivido más como un peso que como un honor. De hecho se buscaban mayormente otros dones y carismas sobrenaturales, como por ejemplo el don de la profecía, que era considerado superior al episcopado mismo, justamente por la responsabilidad que este oficio exigía en el ejercicio de sus funciones. Por lo tanto está bien desear el episcopado si se reúnen las condiciones de las que él hace una larga lista: “Es necesario que el obispo sea intachable, casado una sola vez, sobrio, prudente, de porte educado, hospitalario, capaz de enseñar; no debe emborracharse, ni ser amigo de peleas; debe ser ecuánime, pacífico y desinteresado”. Por lo tanto si el candidato no tiene estas cualidades, no tiene que ser ordenado obispo. Existe una institución eclesiástica que propone los nombramientos episcopales, pero por desgracia no tiene presentes las indicaciones de S. Pablo contenidas en este fragmento de la escritura, porque si fueran tenidas en cuenta hoy no tendríamos tantos nombramientos episcopales que dejan mucho que desear. Es absurdo: nosotros que defendemos y nos referimos continuamente a la Palabra de Dios somos criticados y condenados.

El obispo no tiene que ser propenso a la riqueza en absoluto, ni a la búsqueda de poder sino que tiene que vivir su papel como un servicio, esto enseña Pablo y sin embargo hoy es verdaderamente lo contrario. Así que en la nueva Iglesia el retrato robot del obispo tiene que ser justamente el siguiente: pobre, desapegado de los bienes materiales y que viva su papel como un servicio; recordad siempre lo que dijo la Virgen: “estamos preparando buenos obispos”. Es inútil entre los diversos títulos el de “siervo de los siervos de Dios” si no lo vive de principio a fin. Jesús enseñó justamente esto en la última cena durante el lavado de los pies: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros tenéis que lavaros los pies los unos a los otros. Yo os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que yo he hecho” (Jn 13,15), es decir, poneros al servicio de vuestros hermanos. El obispo tiene que ser pobre, siervo, disponible, dispuesto, generoso, leal, puro; la castidad es un valor que Dios Padre ha confirmado hace pocos días durante una conversación con Marisa y conmigo.

Los sacerdotes tienen que ser célibes, dejemos hablar a todos esos mochuelos que invocan el derecho a la libertad, a la modernidad. El sacerdote se tiene que parecer a Cristo, con su vida tiene que recordar que la condición final del hombre en el Paraíso será la de puro espíritu y por lo tanto no habrá necesidad de matrimonio. Todas estas cualidades que habéis escuchado hoy una vez más, están ligadas indisolublemente al amor y a la caridad. Sin la caridad no son nada. S. Pablo nos ha enseñado también tal concepto: con la caridad se ofrece a Dios lo mejor de uno mismo. “Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que una campana que toca o unos platillos que resuenan. Aunque tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tenga tanta fe que traslade las montañas, si no tengo amor, no soy nada”. (1Cor 12, 1-2). Podré ser sabio, un óptimo programador, un políglota, un teólogo, un filósofo pero si no tengo caridad, si no amo, no soy nada. En la nueva Iglesia los candidatos al nombramiento episcopal tendrán que poseer tales características, si no las tienen, no habrá nada que hacer aunque estén recomendados. Recordad las palabras pronunciadas por el Cardenal Martini, que no es el último necio de la Iglesia. Hoy los nombramientos episcopales se hacen por recomendación. Tenemos que mirar los modelos y Pablo es uno de ellos. Él se ha sacrificado por sus fieles porque se preocupaba por su salud espiritual y temblaba cuando en las comunidades se infiltraban doctrinas venenosas, contrarias a las que él había enseñado. También el gemelo de Pablo, Pedro, es un modelo a seguir. Por desgracia es citado más frecuentemente como el del lado débil antes que el fuerte. Hoy querría revalorizar la figura de Pedro que recibe de Jesús un elogio maravilloso, porque él, iluminado por Dios Padre, reconoció la figura y la misión de Cristo, “Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16, 16). Esto significa tener fe; un sacerdote, un obispo no puede no tener fe.

En la carta de Dios de hoy, Jesús ha dicho: “Vosotros habéis sabido por un mensaje de mi Madre que a un alto prelado le ha sangrado la Eucaristía mientras celebraba la S. Misa, pero él la ha quitado de en medio y ha puesto en su lugar otra hostia blanca. ¿Por qué tienen tanto miedo de mi sangre?”. Nosotros sabemos el nombre y apellido de este eclesiástico. Durante la celebración de la Santa Misa él ha tenido un impulso a la conversión, un milagro eucarístico entre sus manos, y sin embargo, en vez de estar agradecido a Dios, ha tirado la hostia a otra parte, profanando la Eucaristía. ¿Es fe ésta? Si no tenemos fe, y Pedro nos recuerda la importancia, no podemos ejercer nuestro papel porque nosotros solos no llegamos a ninguna parte; solo con la ayuda y la gracia de Dios llegamos a todas partes. Esta es la enseñanza de Cristo: “En verdad, en verdad os digo: el que cree en mi, hará las obras que yo hago y las hará aún mayores que estas, porque yo voy al Padre”. (Jn 14, 12).

Mirad aquí, delante del altar, donde está representado lo que acabo de decir. (A los pies del altar hay un adorno donde está representada la Eucaristía y tres birretes NdR). Haced una bella foto porque en esta imagen está todo. Es fácil identificar a los tres birretes: Pedro, el blanco, Pablo el de oro y modestamente, el mío, el púrpura. Está también el triunfo de la Eucaristía, que da vitalidad y linfa, cielo, tierra y mar y la gracia abundante. Esto me recuerda las palabras de San Agustín: “Donde ha abundado el pecado ha sobreabundado la gracia”. Mirad los ríos de gracia que salen fuera de esta ánfora, se trata de la redención que ha cambiado la Historia del hombre, por la cual ya no somos como antes. La espada es la Palabra de Dios que penetra en profundidad y permanece clavada dentro de nosotros. Todo esto nos tiene que empujar verdaderamente a rezar por la Iglesia.

Nos volveremos a ver en septiembre, estaréis todos y lo sabéis, porque no moriréis; mientras no haya el triunfo nadie de la comunidad morirá. Rezad por la Iglesia, es la única intención que os dejo y confío para estos dos meses. Recemos por la Iglesia, tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos, porque Dios con su fuerza, instado por nuestras pobres oraciones, haga cuanto antes lo que esperamos. La cita es el 6 de septiembre en el lugar taumatúrgico en la fuente de San Lorenzo. Volvamos a los orígenes después de tres años. Desde allí, cerca de aquella fuente, hace treinta y siete años, empezó nuestra historia y quién sabe si puede ser terminada y que haya un final que tenga una conexión con el inicio. Inicio y fin siempre en nombre de la Madre de la Eucaristía, en nombre de la Eucaristía.