Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 29 junio 2009
(Lecturas: Hechos 12, 1-11 - 2 Timoteo 4, 6-8, 17-18 - Mt 16, 13-19)
Las lecturas que hemos escuchado hoy son, como de costumbre, de una amplitud, de una profundidad, originalidad y actualidad sorprendentes.
Comencemos examinando los momentos descritos en particular en el fragmento de Mateo.
Vosotros no tenéis que creer que Jesús haga las cosas por sorpresa, como hacen los padres con los niños y los amigos entre ellos. En este fragmento, en el anuncio central hay verdades fundamentales, como la indicación del primer jefe terreno de la Iglesia y vosotros no podéis pensar de ninguna manera que Jesús no hubiera hablado y preparado anteriormente a Pedro para esta gran misión. Por otra parte, queridos míos, la mayor parte de los apóstoles ejercían profesiones modestas: eran pescadores, agricultores y cobradores de impuestos. En medio de ellos no había ni grandes maestros, ni los grandes guías de Israel. Pero esto ¿por qué? Porque el Señor no tiene necesidad de los grandes hombres. Él es grandísimo e infinitamente superior y por tanto suple con su Omnipotencia, Omnisciencia, Omnipresencia, a las debilidades, a las fragilidades y a la caducidad de los hombres que pone al frente de la Iglesia, cuando estas debilidades, sin embargo, no sean provocadas por el orgullo, por la soberbia, por la envidia, por los celos o por algo peor todavía.
Cuando Jesús hace la pregunta: "Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?", pone en aprietos a los Apóstoles porque la respuesta es extremadamente difícil; es una respuesta que pone la nueva revelación en una luz completamente diferente de la anterior.
El significado de Mesías ya se había perdido en el pueblo hebreo. Existía un sucedáneo, es decir, un Mesías político, un Mesías libertador, pero no existía ya el Mesías espiritual. Y he ahí que lo que he dicho antes: la fragilidad, la caducidad, el límite de Pedro, es compensado por Dios a través de una acción Suya por inspiración directa.
Y nos detenemos aquí un instante. Si Dios quisiera, ¿podría hacer hablar una estatua de la Virgen? ¡Sí! ¡Porque Dios puede hacer lo que quiera! Son los hombres los que se tienen que adecuar.
"¡Esto Dios no lo hace!" ¿Quién lo ha dicho? Hizo hablar al asno del profeta Balaam y ¿no puede hacer hablar una estatua de la Virgen? ¿No puede hacer cualquier otra cosa?
Y esto indica también otra cosa importantísima: Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, la Santísima Trinidad, Dios Uno y Trino, apoya de modo perfecto a quien llama a responsabilidades particulares.
Y para estas personas no existe solamente el elogio; existe también, a su debido tiempo, la corrección: el pobre Pedro se llevó una hermosa alabanza y poco después una corrección. Cuando Jesús dijo "Tengo que ir a Jerusalén donde seré procesado", Pedro Le respondió "Que no ocurra nunca". Jesús le dijo: "¡Vete, Satanás! ¡Vete lejos de mi!".
Por tanto, ved que el Señor continua Su obra, lo cual es grande y no hace distinciones, como las hacemos nosotros: es el Papa, ¡no se equivoca! ¡Es obispo, no se puede decir nada!
Pedro, el primer Papa, fue alabado, porque detrás de su respuesta: "Tu eres Cristo, el Hijo del Dios vivo", había la inspiración de Dios: "Dichoso tu, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Pedro dijo exactamente lo que tenía que decir. Después fue reprendido porque se opuso a los designios de Dios. Todos los que se oponen a los designios de Dios, son rechazados, censurados y condenados por Él, aunque sean las personas eclesiásticas más elevadas de toda la Iglesia. Espero que esto lo hayáis comprendido ya y esto es lo que ocurre y lo que tiene que ocurrir.
Hablemos una vez más de Pedro. Leemos en los Hechos de los Apóstoles (12, 1-11): En aquel tiempo el rey Herodes prendió a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Hizo morir a espada a Santiago, hermano de Juan. Y viendo que esto agradaba a los judíos, hizo prender también a Pedro. Eran los días de la pascua. Lo prendió, lo encarceló y mandó que lo custodiasen cuatro piquetes de cuatro soldados, con intención de hacerlo comparecer ante el pueblo después de la pascua. Mientras Pedro estaba de este modo custodiado en la cárcel, la Iglesia oraba sin cesar por él a Dios. La misma noche en que Herodes iba a hacerlo comparecer, Pedro estaba dormido entre dos soldados, atado con cadenas; los centinelas montaban la guardia en la puerta de la cárcel. De repente se presentó un ángel del Señor, y la celda quedó toda iluminada. El ángel tocó a Pedro en el costado y lo despertó diciendo: "Levántate en seguida". Y se le cayeron las cadenas de las manos. El ángel le dijo: "Cíñete y ponte tus sandalias". Así lo hizo. Y añadió: "Échate el manto y sígueme". Pedro salió y lo siguió, sin saber si era realidad lo que el ángel hacía, pues se figuraba que era una visión. Pasaron la primera y segunda guardia, y llegaron a la puerta de hierro que da a la ciudad, la cual se les abrió por sí sola. Salieron y avanzaron por una calle; y de repente el ángel lo dejó. Entonces Pedro, dándose cuenta de lo que pasaba, dijo: "Ahora sé realmente que el Señor ha enviado su ángel y me ha arrancado de la mano de Herodes y de todo lo que esperaba el pueblo judío".
Herodes hizo matar a Santiago y encarcelar a Pedro. No mató a Pedro porque el Apóstol empezaba ya a tener influencia sobre el pueblo, por eso si lo hubiese hecho matar habría podido provocar una serie de reacciones. Herodes, para protegerse, quería involucrar también en el proceso al pueblo. ¿Y qué hace Dios? Hace huir a Pedro.
Pedro, el primer jefe de la Iglesia, había sido condenado injustamente a sufrir un proceso que le habría causado el mismo fin que Santiago. Pero ésta no era la voluntad de Dios.
Procesos, condenas, encarcelaciones, soldados y cadenas ¿pueden coexistir con una visión cristiano-católica? ¿Es posible que un Papa, sea cual sea dentro de la historia, recurra a las mismas acciones que injustamente e ilegalmente han realizado contra el primer Papa? ¡No!
Entonces ¿por qué algunos hombres de la Iglesia, durante siglos, han condenado, encarcelado y matado? Estos son crímenes que claman venganza ante Dios y por los que no hay posibilidad de absolución. No se puede esconder detrás de la afirmación "Los tiempos eran diferentes". El Cristianismo nació hace dos mil años, pero ¿ha cambiado en algo? Jesús dijo "Amad a vuestros enemigos", "Haced el bien a vuestros perseguidores". Y entonces ¿Por qué si un hombre resulta molesto, se le corta la cabeza?
Hay que tener el valor de decir: "Todo esto tiene que ser condenado". Y si hipotéticamente tuviese que persistir aún hoy esta actitud de persecución en el interior de la iglesia, aunque de un modo más engañoso, para estos señores, como Dios Padre nos ha dicho hace pocos días, ¡solo hay el Infierno! Dios nos ha dicho los nombres de los que se encuentran en el vértice de la Iglesia y que combaten a los que se oponen a sus deseos, a sus designios. Para éstos habrá sólo el infierno. Ésta es sinceridad.
Cualquiera puede herir el amor: un Papa, un cardenal, un obispo, un sacerdote, una hermana o un cristiano comprometido.
Os lo repito: ¡el infierno existe! Así se ha repetido muchas veces y está lleno también de papas, porque no han amado ¡No han amado!
Ahora hablemos de Pablo, de mi querido amigo Pablo (2 Tim. 4, 6-8, 17-18): Hijo mío, yo estoy ya a punto de ser ofrecido en sacrificio; el momento de mi partida está muy cerca. He combatido la buena batalla, he concluido mi carrera, he conservado la fe; sólo me queda recibir la corona merecida, que en el último día me dará el Señor, justo juez; y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas, de tal modo que la palabra ha sido anunciada cumplidamente por mí y oída por los paganos. Y yo he sido librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me dará la salvación en su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
En la carta a Timoteo, Pablo indica el final de su vida, no falta mucho para el martirio final.
Nosotros podemos adaptar esta carta a nuestra situación. Por ejemplo: "He combatido la buena batalla y he conservado la fe". Esta expresión se nos ajusta perfectamente. Me gustaría que fuese lo mismo para toda la comunidad, para todas las personas presentes, seguramente para los jóvenes. Aunque han vivido momentos de turbación y de rebelión, aunque han tenido períodos en los que se han sentido mal, y continúan estando mal físicamente, en esta frase yo veo reflejada su vida de los últimos años: "Hemos combatido la buena batalla y hemos conservado la fe".
Y Pablo continúa con otra frase: "Sólo me queda recibir la corona merecida, que en el último día me dará el Señor, justo juez; y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida".
Nosotros nos vemos reflejados también en esto. Después de treinta y ocho años espero de Dios lo que he pedido durante la adoración eucarística. Los Apóstoles, mientras estaba en la barca en plena tempestad, le han despertado porque estaban asustados. Marisa y yo, después de estos largos años de sufrimientos y de padecimientos por la Iglesia, tenemos más derechos que los Apóstoles. Y pediremos continuamente, por intercesión de la embajadora en el cielo, lo que he pedido repetidamente en la tierra: "Basta, todo está cumplido". ¡No queda nada más, sino empezar el gran diseño de Dios que es el renacimiento de la Iglesia!