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Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 29 octubre 2006

Fiesta de la Madre de la Eucaristía

Hoy siento que soy el hermano mayor de cada uno de vosotros, no ciertamente por la edad sino por la plenitud del sacerdocio que Dios me ha dado y por la misión que me ha confiado. Y como hermano mayor tengo el deber y el derecho de hablaros de aquella que todos nosotros invocamos como Madre y que hoy celebramos como Madre de la Eucaristía.

Por lo general cuando una familia se reúne con ocasión de las fiestas que conciernen a la madre, le toca al hijo mayor hacer el brindis, decir unas palabras para la ocasión y manifestar los mejores deseos a la festejada, en nombre de todos los hijos. Pues bien, yo asumo voluntariamente este encargo. En el silencio de la aparición le he deseado los mejores deseos en nombre vuestro y de toda la Iglesia, porque ella es la Mamá de todos y me he comprometido con ella a hablaros de ello del mejor modo.

Así pues os hago una exhortación, os hago una invitación: si queréis seguir con atención las palabras, tratad de abrir los ojos y las orejas del alma, porque son las más adecuadas para comprender y gustar lo que os digo.

Ante todo, os invito a fijar vuestra mirada en la Madre de la Eucaristía, para tratar de darnos cuenta de su grandeza ante la cual Dios mismo, que la ha creado, se queda atónito y maravillado.

Recordaréis que en la narración de la creación, cuando Dios crea las varias realidades en sucesión, al término de cada una concluye con la expresión: “Vio Dios que era bueno”, pero ante la creación de María, de manera particular de su alma, el gozo de Dios fue todavía mayor respecto al que tuvo al crear todas las realidades naturales. Por tanto, podemos decir que “Vio Dios que era excelente”, ante la grandeza y la belleza de esta criatura que Él tuvo en Su corazón y que amó desde la eternidad: no existe nada superior al excelente.

Es verdad, vale para cada uno de nosotros lo que he dicho ahora; cada uno de nosotros antes de existir era conocido y amado por Dios, y podemos decir además que nuestros pensamientos, nuestra vida, nuestro futuro, que todavía ignoramos, para Dios era claro y conocido. Pero detengámonos y volvamos a la Madre de la Eucaristía; os invito, como debería hacer un crítico de arte ante una obra maestra, a observar con atención. Cuando estamos ante un cuadro a menudo no nos damos cuenta de su maravilla artística y tenemos necesidad de alguien que nos describa los detalles que evidencian la grandeza. Hoy haré lo mismo y os digo: “Mirad esta criatura excepcional y empezad a pensar en la riqueza que Dios le ha dado”.

Dios la colmó de gracia, tanta que, aunque hubiera querido, no podría haberle dado más, porque le ha dado toda la gracia y la riqueza espiritual que era posible conceder a una criatura. Su alma es inmaculada porque ha sido preservada del pecado; ella es la única criatura que no ha manchado ni siquiera con una imperfección la integridad, la pureza, la blancura de su alma llena de gracia. La Virgen está libre de toda culpa y preparada por Dios en la infinitud de poder vivir las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad de una manera inferior sólo a Dios mismo.

Este amor de María la llevaba, la empujaba a dar, a amar, a comprender, a servir a los demás. También el Evangelio destaca este servicio de María que continuó a lo largo de su existencia y sobre todo desde el momento en que, criatura única hasta ahora, fue llevada por Dios al cielo con el alma y también con el cuerpo: ¡estas son verdades de fe!

Después Dios le permitió también que realizara su deseo, de estar unida íntimamente a su Hijo en el sufrimiento y en el amor. Ya he tenido ocasión de deciros que María no fue una simple testigo o espectadora de los sufrimientos de su Hijo, ella estuvo a su lado siempre, desde el inicio de la pasión, y para el Hijo ver a su madre cercana a él en bilocación fue una consolación, un empuje y una fuerza.

Por otra parte, la Virgen quiso también compartir de manera mística sus sufrimientos, por lo cual cada golpe de flagelo que se abatía sobre el cuerpo del Señor, se abatía igualmente sobre el cuerpo inmaculado de la Madre; las espinas de la corona que traspasaron el cráneo de Jesús traspasaron también el cráneo de María; los clavos que pasaron a través de las manos y los pies de Jesús perforaron también las manos y los pies de María; en fin, el golpe de lanza que traspasó y desgarró el costado de su Hijo, traspasó y desgarró también el costado de la Madre. Por si esto no fuera suficiente, quiso seguir también al Hijo en la experiencia expiatoria de la muerte. Sí, nosotros lo sabemos porque nos lo ha dicho ella misma: María quiso vivir la experiencia de la muerte aunque durante brevísimos instantes y de esta muerte siguió luego la glorificación, la transformación, la asunción de María; sin embargo, justamente porque es madre, está más en la Tierra que en el Paraíso.

La Virgen ha llevado a cabo y continúa llevando a cabo su papel materno desde el momento exacto en el que, bajo la cruz, recibió de su Hijo la misión de ser la Madre de todos. La Iglesia, no obstante las debilidades de sus hombres, continúa yendo adelante y seguirá adelante, se renovará, renacerá, será purificada, no solo porque Cristo la sostiene, sino también porque María ha estado y estará siempre presente. La Iglesia, de hecho fue instituida por su Hijo y ella, como madre, está siempre cerca y comparte todo lo que hace el Hijo.

Los dos grandes y sublimes dones que Jesús nos ha hecho han sido: darnos a él mismo y darnos a su Madre. ¿Qué más podía hacer? Este don es precioso para nosotros, porque del mismo modo que ella estuvo siempre cerca de su Hijo durante los largos y silenciosos años de Nazaret, tampoco lo abandonó nunca, ni siquiera durante un segundo, durante la vida pública, a veces incluso en bilocación. Por lo tanto, en bilocación o en la realidad de su presencia física, la Virgen no dejó nunca solo a su Hijo y del mismo modo tampoco deja nunca solos a sus hijos.

También hoy lo ha repetido, subrayando además que acompañará a los que han venido de lejos durante el viaje de retorno. Pero María no agota allí su compañía, la prolonga ciertamente en vuestras casas, durante vuestro trabajo, cuando os vais de un sitio a otro; ella, ya que Dios se lo permite, está siempre presente cerca de cada hijo, de manera particular cerca de quien sufre más. Esto porque la Madre de la Eucaristía ve, en el rostro del que sufre, las facciones de su Hijo Jesús que sufre, que continúa sufriendo e inmolándose en la Misa por cada uno de nosotros. María está cerca de cada hijo, participa en los sufrimientos de quien vive en el dolor y lo abraza. Si os habéis dado cuenta, es una mujer que no le gusta ni exhibición ni triunfalismo, sin embargo ha sido acusada de ser una charlatana, pero ¿qué hijo puede decir a su madre eres una chismosa? Las madres hablan para ayudar a sus hijos, para corregirlos, para darles ánimos. Si esto lo reconocemos a una madre terrena, ¿por qué se lo tenemos que negar a la Madre Celeste? ¿Pero quién nos creemos ser al juzgar, denigrando a la Madre del Cielo diciendo que no puede hablar durante tanto tiempo? Más bien demos gracias a Dios que le permite y le fuerza a hablar. ¿Qué seriamos sin las ayudas, las enseñanzas de la Virgen? ¿Cómo sería hoy cada uno de nosotros, empezando por mi? Nuestra transformación, nuestra adhesión a Cristo más convencida y más fuerte ¿quién la ha realizado, quien la animado? ¿No ha sido acaso la Virgen? ¿Quién lleva a su Hijo más almas? ¿Es el Papa, son los obispos, son los sacerdotes? No, es María la que lleva más almas. ¿Contra quién se enfurece más la ferocidad diabólica?, ¿de quién habla el diablo de la manera más negativa y perversa? De María. Todos los que están de parte del demonio hablan mal de la Virgen, la ofenden y la limitan porque les molesta; la Virgen es la verdad y la verdad se impone siempre sobre la mentira. La verdad trae siempre la victoria sobre la mentira, la falsedad y el egoísmo. El demonio y sus aliados cualesquiera que sean esos, hablan mal de María porque ven en ella al enemigo más terrible al que temer, derrotar y quitar de en medio. Pero Dios está con María, Dios ha depositado Su poder en las manos de María. María es omnipotente por gracia, no por derecho, porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de los cuales ella es hija, Madre y Esposa, la han puesto en una dimensión tan alta, una dignidad tan excelsa que ante ella, criatura humana y terrena, incluso los espíritus celestes, los ángeles, se inclinan reverentes, reconociéndole superioridad y realeza sobre ellos.

Mirad quién es María, es una Madre que prefiere a los que sufren. Habéis oído hoy, y no era la primera vez que lo decía: en el mundo hay una gran llaga, los niños mueren de hambre en los países del Tercer y del Cuarto mundo. Hay niños privados de comida y medicinas por los que hay que hacer algo. Llegará un Papa que se despojará de sus riquezas para darlas a los pobres, pero mientras tanto nosotros empecemos a hacer algo.

Yo no he permitido nunca que durante la S. Misa se recogiera dinero, las ofrendas se dan libremente antes de la S. Misa, nunca durante, porque debemos concentrarnos en el misterio eucarístico al cual estamos asistiendo. Sin embargo, hoy hacemos una excepción empujados por el amor, aquel amor que abre el Paraíso incluso a los protestantes, incluso a los musulmanes, incluso a los miembros de otras religiones. Hoy durante la S. Misa haremos un acto de amor, no podré pasar yo materialmente a recogerlo, pero las personas que son delegadas de la recogida lo harán ahora, durante la oración de los fieles con discreción. Cada uno de vosotros que dé lo que pueda y lo mandaremos a los niños de Nigeria, que están literalmente muriendo de hambre. Debido a la sequía que duró más de tres años, se quemaron los cultivos y se destruyeron las granjas de animales, por lo que ya no tienen comida de la tierra ni de animales. ¿Y quién sufre más? Los niños.

Veis, tenemos la alegría de ver circular por aquí libremente, chillando a tantos pequeños, desde quien tiene pocas semanas a quien tiene once años, pero si fueran nuestros niños los que estuvieran en esta condición dramática ¿qué haríamos? Sí, recemos a Dios por ellos, pero también tenemos que dar. Pensad que con veinte euros se puede asegurar durante un mes la alimentación de un niño en Nigeria, ¡con veinte euros! ¿Qué son veinte euros para nosotros? Casi nada, nos comemos una pizza y una coca cola, en cambio allí alimentan a un niño durante un mes y esto lo quiero gritar con toda la fuerza. Por eso estas ofrendas que tenían que ser como de costumbre para las necesidades de nuestra comunidad, serán sin embargo mandadas a Nigeria porque allí hay mucha más necesidad.

Pensad que en este momento es la Madre de la Eucaristía que a través de mi humilde persona os pide que deis a estos niños que están sufriendo. Sé muy bien que hay muchos otros en otros lugares, pero no nos escondamos detrás de estas justificaciones, como diciendo que si damos a uno no podemos dar a los demás; démosles y el Señor será feliz de esto. Ahora hagamos las oraciones de los fieles y no tiene que haber distracciones: recemos y amemos, nos elevamos hacia Dios y nos acercamos a los hermanos que sufren.