Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 29 noviembre 2007
Lectura: Dn 6, 12-28; Salmo: Dn 3, 68-74; Evangelio: Lc 21, 20-28.
La fiesta de la Inmaculada Concepción se está acercando y nosotros nos estamos preparando a vivirla y a festejarla de la mejor manera, a través de la novena. Es una gran fiesta, pero la celebración más importante es la dedicada a la Madre de Dios, de la cual nacen todas las demás. La festividad de la Inmaculada Concepción nos recuerda el gran don que Dios hizo a María, y, en la mentalidad popular, la Inmaculada Concepción ocupa, de todos modos, un lugar de gran relieve, hasta el punto que parece, con mucho, la fiesta más importante. Nosotros nos adecuamos de buena gana a esta mentalidad porque todo lo que contribuya a hacer conocer y amar a la Virgen va mejor que bien. Dejemos las jerarquías de la importancia de las celebraciones a los liturgistas, porque para nosotros lo que importa es llegar directos a la meta: María, Madre de la Eucaristía.
Ya habéis aprendido, a través de las cartas de Dios, que con motivo de las fiestas dedicadas a la Virgen, Santa María Auxiliadora, María Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de Fátima o Nuestra Señora de Lourdes, la Madre de la Eucaristía repite continuamente: "Hoy me festejáis a mí, María Auxiliadora, pero yo soy siempre la Madre de le Eucaristía. Hoy celebráis la Inmaculada Concepción, pero yo soy siempre la Madre de la Eucaristía" y así para todas las demás fiestas. Os digo estas cosas no porque quiera hacer un discurso Cicero pro domo sua, es decir, por orgullo, por un interés personal o comunitario, sino porque ésta es la voluntad de Dios. Desde un punto de vista litúrgico yo he hablado de la importancia de la fiesta de la Madre de Dios, porque la de la Madre de la Eucaristía todavía no es una celebración aceptada en el interior de la Iglesia, sobre todo por su cúspide. Vosotros sabéis perfectamente que el título más agradable a Dios, el que resume todos los títulos dados a la Virgen, es justamente Madre de la Eucaristía. El título Inmaculada Concepción está en función del título Madre de la Eucaristía. Dios da una importancia particular a este título porque la Inmaculada Concepción abre la historia y la Madre de la Eucaristía la cierra. No hablamos sólo de la historia de la Iglesia, sino de la historia de todo el mundo, por tanto de todos los hombres, porque la humanidad entera ha sido redimida por Cristo y confiada a María, que es madre y corredentora de todo el mundo. Esta es una fiesta importante, que tendría que darnos la ocasión para estar más unidos y ayudarnos a estrechar más las relaciones. Tengo que decir que las situaciones que hemos vivido recientemente nos han dado un gran impulso a la unión y a la fusión, y esto es muy importante.
Esta tarde me gustaría hacer más fuerte el vínculo y la unión y me gustaría ayudaros a poner en comunicación con los demás vuestras intenciones. Desde el punto de vista humano, con ocasión del cumpleaños de una persona, estamos habituados a traer regalos. En cambio, cuando hay una fiesta de la Virgen, razonamos de una manera completamente diferente porque no le llevamos regalos a la Virgen, sino que queremos que sea ella la que nos los haga a nosotros. Todo esto no ocurre por egoísmo, sino porque estamos seguros de que los regalos que ella nos puede hacer son seguramente mejores de los que nosotros le podemos hacer a ella. Por tanto estamos aquí con las manos alargadas para recoger lo que pedimos, los que queremos. Cada uno de nosotros tiene sus intenciones y a mí me gustaría que durante esta novena, pero sobre todo durante la novena de Navidad, estas intenciones pudiesen convertirse en las de todos. Ya os he explicada que si yo rezase sólo por una intención no tendría el mismo efecto que se obtiene rezando todos junto por la misma intención. Por tanto tendremos que unirnos los unos a los otros rezando por las mismas intenciones. Creo que ésta es, utilizando el lenguaje humano, una astucia, porque tenemos que tener presente lo que dijo Jesús: "Donde están dos o más reunidos en mi nombre, Yo estoy allí". Es Jesús el que se une a nuestra oración, y es inmensamente e infinitamente el más alto mediador que podamos tener entre la divinidad y la humanidad, entre Dios y el hombre. Por tanto, si somos al menos dos al rezar, las oraciones hechas son más agradables a Dios, porque está presente Cristo.
Yo tengo muchas intenciones por las que podría pediros que rezarais, pero os digo solamente dos, en caso contrario os tendría que retener hasta la fiesta de la Inmaculada, por el número de intenciones que quisiera someter a la Divina Misericordia. La primera intención es la de pedir al Señor que se aceleren Sus intervenciones, no por vanagloria, no por un estúpido sentido de querer sobresalir, sino por un justo deseo de recibir finalmente de Dios lo que Él mismo nos ha prometido. El Señor no nos ha dicho ni cuándo ni de qué manera ocurrirá esto, pero nos ha comunicado lo que sucederá y hay una serie de promesas maravillosas que se dilatan en esta realidad, que por el momento es bastante pesada y dolorosa. Por tanto, rezar por esta intención significa rezar por algo que Dios mismo nos ha prometido. Usando una expresión humana, estamos a su juego, porque esto lo ha dicho Él y nosotros nos unimos a través de nuestras oraciones. Hay una segunda intención de la que hemos hablado durante un cierto tiempo y que después se ha puesto un poco en segundo plano y ha caído en el olvido, porque ha sido eclipsada por otras necesidades y urgencias. Me gustaría que rezaseis y encomendaseis verdaderamente a Dios a mis obispos y sacerdotes. No lo digo como forma de posesión, porque ellos son de Dios, sino que lo digo porque son obispos y sacerdotes que Dios ha querido consagrar a través del ministerio e imposición de mis manos y a través de la recitación de la fórmula sacramental que salió de mi boca y de mi corazón. Estas son las primicias de la nueva jerarquía eclesiástica que un mañana estará en la Iglesia, son las primicias de aquella promesa hecha por Dios, como también en el Antiguo Testamento, cuando dice: "Os daré pastores según mi corazón". Entonces está claro que, si son mis hermanos, son también vuestros hermanos, porque por la propiedad distributiva, lo que es mío es también vuestro y lo que es vuestro es también mío.
Y vosotros ¿qué intenciones tenéis? También vosotros tenéis muchas, así pues ¿os puedo pedir que añadáis también otras? Es importante que empecéis a rezar por vuestras familias, para que entren todas en el redil de Cristo, del que se han alejado; ellas pueden ser hijos, parientes o padres, todas ellas personas que necesitan nuestras oraciones para ser acuciados al retorno a Dios. Otra intención podría ser la de rezar por vuestras parroquias. Cada uno de vosotros pertenece a una parroquia diferente, pero conoce sus vicisitudes, su historia y su situación, aunque no sea con detalle, y no creo que sean situaciones brillantes, de las que, de ningún modo, el párroco o el vicario puedan declararse satisfechos. Otra intención podría ser la de rezar por todo lo que se refiere a la unión de las parroquias y por nuestra diócesis. Me gustaría pedir a Dios que haga caer como bolos a los que desde hace demasiados años están devastando y arruinando nuestra diócesis. Han pasado demasiados años y se ha hecho un mal enorme a la Iglesia y a la diócesis de Roma. Bastaría solamente con pensar en el hecho de que han impedido que los sacerdotes y los fieles de Roma gozasen de los dones que Dios ha hecho en este lugar, y esto es grave. Claro que Dios puede suplir todo esto, puede llegar a los hombres por otros caminos, otros atajos, pero los que han sido obstáculo a la gracia de Dios se sentirán abrumados por los ataques diabólicos, porque para estos no hay excusa o atenuante, y ni siquiera ninguna expresión de piedad o conmiseración. Esto se debe a que contra este lugar ha habido una oposición lúcida, luciferina, porque decir que no a Dios significa asumir responsabilidades graves y terribles.
Estas son las intenciones que tenía en el corazón y por las cuales os pido que recéis. Lógicamente podéis añadir las oraciones por los que sufren, por los necesitados y por los que se encuentran tan severamente atacados por las fuerzas de la naturaleza que se expresan de manera tremenda, como ha ocurrido recientemente en Bangladesh. Ya veis cuántas intenciones hay por las que rezar y de las que la Virgen habla a menudo. Las intenciones por las que tenéis que rezar son muchas y yo os he indicado algunas, después, naturalmente, añadid las que por pudor, reserva o discreción, cada uno de vosotros tiene en su corazón. Cuando levante la patena y el cáliz para ofrecer a Dios el pan y el vino que tienen que ser transformados en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Su Hijo, añadid vuestras intenciones, colocadlas idealmente sobre la patena y sigamos adelante con serena confianza, con equilibrio y con esperanza, acordándonos de que el 8 de diciembre empezará "El Año de la esperanza".