Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 31 Diciembre 2006
I Lectura: 1Sam 1,20-22.24-28; Salmo 83; II Lectura: 1Jn 3,1-2.21-24; Evangelio: Lc 2,41-52
La fiesta de la Sagrada Familia nos invita a reflexionar sobre la familia. La primera orden que Dios dio fue la de formar la familia: “Creced, multiplicaos y llenad la Tierra” (Gen 9,1) “Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne” (Gen 2, 24). Jesús en su evangelización y difusión de la Palabra de Dios, repitió esta enseñanza y esta invitación, con la misma solemnidad que el Padre, sin hacer ninguna alteración ni ninguna excepción.
Hoy, en el tercer milenio, se han tomado posiciones obtusas: algunos se declaran abiertos a los estímulos de la modernidad y consideran a la familia desactualizada y que la pueden modificar libremente, otros en cambio defienden todavía el modelo tradicional de la familia y se les define conservadores o tradicionalistas, porque no aceptan los impulsos de la modernidad. Pues bien, yo me pongo entre estos últimos y soy muy feliz de ser considerado conservador y tradicionalista, sería una de las pocas veces, quizás la única, porque me han considerado sin embargo abierto y moderno. Me gusta porque, de este modo, estoy en compañía de Dios, porque respeto Sus enseñanzas.
Ahora reflexionemos sobre nuestra Italia: hemos llegado a situaciones en las que verdaderamente no se entiende nada, se está preocupado de no ofender la susceptibilidad o la religiosidad de los miembros que pertenecen a otras religiones y, con tal de hacer esto, están dispuestos a quitar símbolos e himnos del cristianismo. Esto es un absurdo. Esto también indica un vacío cultural porque el mundo occidental, en su literatura, en su arte e historia, no hace otra cosa que referirse a los contenidos religiosos del cristianismo, por lo que vaciarlos o dejarlos de lado es anti histórico y anti cultural. No puedo comprender como ciertas mentes excelsas no son capaces de comprender este concepto, que es fácilmente comprensible incluso por las personas sencillas.
Si la familia hubiese sido defendida con la misma intensidad con la que en estos tiempos se quiere perturbarla y arruinarla, hoy tendríamos una situación completamente diferente. Se lamenta que hoy los jóvenes non son maduros, no crecen, no han alcanzado aquel equilibrio sicológico y moral que, en cambio, las generaciones del pasado habían alcanzado, pero ¿de quién es la responsabilidad? Cada vez que hay una separación entre los padres, independientemente del credo religioso, de las ideas políticas, de la condición social o económica ocurren tragedias para los hijos.
Preguntádselo a los sicólogos, que han ganado mucho dinero gracias a las separaciones. Por esta razón son favorables a los divorcios: nuevos clientes y mucho dinero. Pero, bromas aparte, lo que he podido constatar es que cada vez que hay una separación, cada vez que una familia se divide, los hijos han tenido reacciones negativas.
Cuando enseñaba en la escuela, en los consejos de clase, donde los profesores se reunían para decidir las votaciones, diversas veces los colegas me preguntaban cómo era que aquél muchacho o muchacha que siempre había tenido resultados brillantes, tuviera luego un rendimiento mediocre. Y todas las veces la explicación era siempre la misma: los padres se habían separado.
Así avanzamos a la modernidad. Oscurantismo de la Iglesia. Sabéis que, si se trata de evidenciar ciertos errores o de denunciar ciertos delitos cometidos por los hombres de la Iglesia, yo ocupo el primer lugar y, por esto, he pagado en persona. A mí solo me interesa lo que Dios dice y lo que Jesús ha enseñado, no me interesan las opiniones y las directivas de los hombres de la Iglesia. Esto defiendo, a costa incluso de ser golpeado, tanto por los tradicionalistas como por los que, sin embargo, afirman que pertenecen a la modernidad. Yo defiendo la verdad, no me interesa nada más. Ahora oigamos el grito de Dios: “Creced, multiplicaos y llenad la Tierra” (Gen 9,1) “Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne” (Gen 2, 24). Mirad como contra estos dos principios se han enfrentado con el aborto de una parte y el divorcio de la otra. Dios nos ha enseñado diversamente y los hombres se han opuesto a Dios. Luego se lamenta, llora y se asombra.
La familia de Nazaret tiene que ser tomada como modelo. Nuestras familias, si viven según el estilo de la familia de Nazaret, entonces se salvan de los naufragios, de las desesperaciones, de los sufrimientos, pero los abogados de divorcios podrían decir cosas más dolorosas de las que estoy diciendo yo. Las divisiones hacen nacer oposiciones, guerras, despechos, litigios y conflictos. Pero ¿tenemos que llegar a esto? ¿Por qué no escuchamos al Señor, por qué no nos dejamos impregnar de Su Palabra, por qué no nos dejamos guiar por sus enseñanzas? Mientras nuestra vida siga senderos diferentes de los indicados por Dios, estará llana de tensiones, de preocupaciones y de amarguras.
Sería tan fácil y tan hermoso vivir en una sociedad diversa. Poned atención, las sociedades que niegan los principios cristianos y los mandamientos son las que se enfrentan a su propia autodestrucción. Más que con la modernidad, más que con la apertura, tenemos que estar con Dios. Dios lleva a la unión, a la unidad y a la armonía, sin embargo su antagonista, Satanás, lleva a la división, a los conflictos y a las peleas. Y esto nos lo ha enseñado Cristo claramente: “Nadie puede servir a dos señores: o bien odiará a uno y amará al otro, o preferirá a uno y despreciará al otro: no podéis servir a Dios y al dinero”. (Mt 6, 24)
En la segunda lectura de hoy, Juan nos hace comprender una de las causas de los males de hoy: “Por eso el mundo no nos conoce: porque no le ha conocido a Él” (1Jn 3, 1), Es decir, los que no conocen a Dios, los que no conocen a Jesucristo y se oponen a Él, ni siquiera pueden conocer a sus hijos como nosotros, por eso nos ofenden y nos calumnian.
Tenemos que volver a Dios y tenemos que tener el valor de decirlo, de afirmarlo y de repetirlo, incluso si se disparan flechas contra nosotros, como la ironía, el sarcasmo y el desprecio. El que observa Sus mandamientos vive en Dios y Él en él, en cambio el que no los observa está lejos de Dios y vive de manera completamente opuesta a él.
Así pues empecemos a defender nuestras familias. Hablando hace pocos días con algunos jóvenes casados decían que sus hijos son afortunados porque tienen padres que se aman, se respetan y han puesto a Dios en el centro de su familia. Pero en parte son desafortunados porque tienen que vivir en la sociedad, en el mundo encontrando fuera de la familia modelos completamente diferentes y opuestos. Y esto se ve también en las cosas aparentemente banales, como por ejemplo el hablar, el actuar, el hacer o el obrar. ¿Nos asombramos de que los niños digan expresiones vulgares y hagan cosas que merecen reproche? Las oyen en la familia, ¿por qué nos asombramos entonces de esto? Defendamos la familia, restituyámosle la dignidad cuanto sea posible.
Muchos de vosotros pueden testificar que, si en el interior de su familia no existe una unidad de vida, de estilo y de pensamiento, la familia se resquebraja, no va bien; se necesita unidad. Entonces es justo rezar para todos los hombres, los componentes de cada familia, que sean iluminados por la luz de la Navidad. La Navidad es Dios que se vuelve hombre para elevar al hombre a la dignidad de hijo.
“Mirad qué amor más grande nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡los somos!” (1Jn 3,1). Si no tenemos Su gracia, si no participamos de Su vida divina, entonces no podemos ser Hijos de Dios y por tanto estamos en una posición antitética a la que indica Dios.
Yo celebro esta Santa Misa para vuestras familias, también por las familias formadas por vuestros hijos y por vuestras hijas, porque lo que ha sido dicho hoy viene de Dios y, deseo que pueda llegar también a su corazón, que la luz disipe las tinieblas, que la verdad triunfe sobre la mentira y el amor triunfe sobre el egoísmo.