Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 31 diciembre 2007
I lectura: 1Jn 2,18-21; Salmo 95; Evangelio: Jn 1,1-18.
En este día del año, en el cual según la tradición católica y cristiana la comunidad y los individuos deberían dirigirse a Dios y darle las gracias por el año transcurrido, también yo siento el deber de dar gracias al Señor a pesar de que los meses del 2007 hayan sido fatigosos, duros y llenos de sufrimiento.
El primer motivo es referente a Yari. Si no hubiese habido la intervención de Dios, hoy estaríamos todavía más tensos, preocupados y tristes de lo que estamos actualmente.
Creo que destacáis de este análisis lo que ha hecho por nosotros. Para vosotros no han sido meses tan duros, como lo han sido para nosotros, mejor dicho, para muchos de vosotros ha transcurrido un año por el cual debéis dar gracias a Dios.
De manera particular, no puedo indicarlos todos, pero me viene a la mente el incidente que tuvo Paola a continuación de una caída, el verano pasado; podía haber tenido consecuencias muy graves, porque podía haber quedado paralítica, o un resultado mortal, por lo tanto tiene motivos para dar gracias.
Los cónyuges Piccinini tienen un doble y gran motivo para dar gracias al Señor: se han casado y dentro de poco nacerá Adrián. También los demás tienen sus motivos para dar gracias a Dios.
Pero no deseo hablar todavía del 2007, porque prefiero confiarlo a la misericordia de Dios.
Quiero hablar del 2008 porque es el Año de la Esperanza y creo que nosotros, más que otros, tenemos derecho a gozar, en este año apenas iniciado, esperando que ocurra algo, para que nuestra vida se vuelva menos dramática, menos pesada y menos dura. Tenemos derecho a esperar que esto ocurra y es por esto que antes de felicitaros, y esto no es egoísmo por parte mía, me gustaría felicitarnos a nosotros dos, que más que vosotros tenemos derecho a esperar algo bueno.
Si el 2008 tuviese que terminar como el 2007 será porque Dios ha querido esto, pero para nosotros sería verdaderamente muy duro y pesado. Si es verdad que las oraciones pueden evitar las guerras o limitar los terremotos, es también verdad que, como en las bodas de Cana y en el Cenáculo, se pueden incluso anticipar las acciones y las intervenciones de Dios. Si leéis con atención las cartas de Dios de estos últimos meses o incluso años, la exhortación más frecuente que se nos hace es justamente “Rezad, rezad, rezad”, porque sólo de este modo conseguiremos llevar adelante la tarea difícil y dolorosa que Dios nos ha confiado. A veces, creedme, es fuerte la tentación de sustraerse a este peso.
Repito, muchos de vosotros tienen motivo de alegrarse y os deseo que podáis alegraros siempre y si esto de una parte es un bien, de la otra creo que os impide comprender completamente la dureza de este 2007.
Este discurso es para todos, de hecho, creo que nadie ha comprendido totalmente nuestro sufrimiento. Estoy hablando con respeto, no con sentido polémico. Vosotros venís aquí, oís algo, después volvéis a vuestras casas. Vosotros tenéis también vuestros problemas, algunos más, otros menos, pero no vivís los nuestros.
He ahí porque hoy es vuestro deber dar gracias a Dios, por vosotros y por vuestras familias, pero es vuestro deber también empezar una campaña de oración incesante por el Obispo y la Vidente, para que podamos sentirnos, de alguna manera, ayudados y sostenidos. Y ahora sumerjámonos en la comprensión de la Sagrada Escritura de hoy.
Hijos míos, estamos en la última hora, y, como habéis oído, el anticristo viene; y ahora ya han surgido muchos anticristos; por eso conocemos que es la última hora. Han surgido de entre nosotros, pero no eran de los nuestros; porque si hubieran sido de los nuestros, hubieran permanecido con nosotros; pero ha sucedido esto para que se manifieste que todos éstos no eran de los nuestros. Vosotros, sin embargo, habéis recibido la unción que viene del Santo, y todos tenéis conocimiento. No os he escrito porque no conozcáis la verdad, sino porque la conocéis y sabéis que ninguna mentira puede proceder de la verdad. (1Jn 2,18-21)
La primera lectura, sacada de la Primera Carta de San Juan, empieza así: “Estamos en la última hora”. Esta expresión se entiende como el último período de la historia, aunque será larguísimo, porque con la venida de Cristo, sabéis que han empezado los últimos tiempos. Aunque si luego se tuviera que proseguir por otros tantos siglos, lo que cuenta es el adjetivo “última”. Yo, astutamente y de manera interesada, me gustaría atribuirlo al 2007. Éste es el último año y, repito, no es un abuso decir estas cosas porque lo pide el corazón. Yo sé, y lo sabéis también vosotros, que cuando tenga que empezar a barrer y a limpiar, se experimentarán momentos difíciles y duros, justamente porque antes de llegar a la limpieza, el último coletazo del demonio producirá aquello que ha indicado Juan: los anticristos. El evangelista Juan se refería a un anticristo entendido en sentido antitético, en contraposición a Cristo en la doctrina y en la moral; nosotros hoy estamos obligados a afrontar a anticristos aún más peligrosos, porque son amantes de cargos y títulos, algunos poseen, además, la plenitud del sacerdocio a través del episcopado.
En esta realidad es mucho más difícil tenerse que levantar y combatir contra tales adversarios de Cristo, porque hay millones de personas que les siguen, inocentemente, inconscientemente, no sabiendo de quien se trata y creyéndoles diferentes de lo que realmente son, hacen de éstos un punto de referencia. Esto significa que Satanás, como ha sido dicho en Fátima, marchará a la cabeza de las primeras filas de la Iglesia; lo ha repetido Pablo VI diciendo: “El humo de Satanás ha entrado en el tempo de Dios, en la casa de Dios” y creo que nos lo ha dicho también a nosotros la Madre de la Eucaristía.
Por lo tanto, tendrá que suceder este momento de confusión. Pero ¿cómo se vencen las tinieblas? Con la luz, con los faros. Si una persona guía el coche con los faros apagados en la oscuridad va contra los obstáculos o cae en los precipicios. En este caso es suficiente encender los faros. Por lo que se refiere a nosotros, seres humanos, la luz está dentro de nosotros, en nuestra alma. Cuanta más luz tengamos en nosotros, más podremos ver, más podremos seguir adelante con tranquilidad y ver mejor la meta.
Cuando no hay luz, la meta puede estar incluso cerca pero nosotros no la vemos, nos parece lejanísima.
He ahí porque el deseo que os hago no sólo es que no podáis perder nunca la luz sino que sepáis ser lámparas vivas delante de Dios, para iluminar el camino, incluso de aquellos que a veces, sin ser plenamente conscientes, se han vuelto ciegos y privados de luz.