Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 31 diciembre 2008
I lectura 1Jn 2,18-21; Salmo 95; Evangelio Jn 1,1-18
Hasta hace poco no había previsto ninguna reflexión ni ningún pensamiento, porque otros pensamientos más tristes ocupaban la mente y el corazón. Os comunico sólo uno para no angustiaros. Puedo constatar que cada fiesta que hemos celebrado, desde hace algunos años a esta parte, es cada vez más triste que la anterior y nos encontramos cada vez más expuestos al cansancio, al desgaste físico y mental, nos coge tensos y amargados y, en esta atmósfera, ¿qué se puede decir? Una vez más la palabra de Dios ha proyectado su luz y se presenta de tal manera, que es imposible no tener presente lo que Dios desea hacernos saber.
Os he dicho siempre que la Palabra es tan rica que puede prestarse de manera maravillosa a ilustrar cualquier situación y es por esto que he recibido el impulso de hablaros justamente al escuchar la primera lectura: "Hijos míos, estamos en la última hora, y, como habéis oído, el anticristo viene; y ahora ya han surgido muchos anticristos; por eso conocemos que es la última hora. Han surgido de entre nosotros, pero no eran de los nuestros; porque si hubieran sido de los nuestros, hubieran permanecido con nosotros; pero ha sucedido esto para que se manifieste que todos éstos no eran de los nuestros. Vosotros, sin embargo, habéis recibido la unción que viene del Santo, y todos tenéis conocimiento. No os he escrito porque no conozcáis la verdad, sino porque la conocéis y sabéis que ninguna mentira puede proceder de la verdad"
Las primeras palabras son las más iluminadoras: ""Estamos en la última hora"; está claro que aquí Juan reflexiona sobre la venida del Mesías y, cuando esto ocurra, será el último acto de la acción de Dios. De hecho, después de este acontecimiento, habrá solamente la resurrección de la carne y el juicio universal pero ésta es una realidad escatológica . Deseo pensar, con todas mis fuerzas, que esta realidad que estamos viviendo sea realmente para nosotros la última hora de esta espera que según la lógica humana se prolonga más allá de lo inverosímil. Cuando, hace casi treinta y ocho años, fuimos llamados para empezar nuestro camino para llevar a cabo la misión, estaba lejos de pensar que la espera se prolongaría durante casi cuatro decenios. Estaba habituado a pensar que Dios en su acción sería rápido. Una espera tan larga no la había concebido y puedo decir que si me lo hubieran dicho, no habría salido de nuestro corazón aquél "Sí", sino que habríamos dicho un "No" respetuoso y sereno. Nadie puede hipotecar cuatro decenios de su vida en una espera tan larga y esto me da el derecho de proclamar que nosotros ya vivimos los últimos restos de esta espera. Repito: lo quiero esperar con todas mis fuerzas y no deseo tomar en consideración ninguna otra posibilidad.
No basta evidenciar estas primeras palabras de la carta de Juan, sino que es necesario detenerse también sobre lo que dice a continuación. Hace poco tiempo, la Virgen hizo esta afirmación: "No creáis, no habrá ningún anticristo". El sentido es que no podrá haber nadie capaz de crear en torno suyo un movimiento de oposición, de alcance universal como fue la Redención de Cristo y por tanto, ver dos antagonistas: el Redentor y un hombre que tenga una fuerza semejante para competir con él. Esto quería decir la Virgen y esto nos ayuda a entender también a Juan cuando escribe: "De hecho, ahora han aparecido muchos anticristos". Con el término anticristo se entiende a los opositores individuales, no digo los nombres, pero vosotros ya los sabéis, hay una lista larguísima; nosotros los hemos encontrado y ésta ha sido nuestra prueba, desgracia y amargura. Por desgracia, nos encontramos con muchos de ellos, porque los que niegan las obras de Dios y las combaten son auténticos anticristos. Lo absurdo es que éstos han reunido en torno suyo a un número de personas extremadamente significativo, en cambio el "dulce Cristo en la Tierra", que por aprobación de lo Alto es el que os habla, ha reunido en torno suyo un pequeño grupo de personas cansadas, enfermas y ancianas, un pequeño grupo de veinte jóvenes que son una gota en el mar del planeta juventud.
De parte nuestra está Aquél que marca la diferencia: Cristo, que estuvo activo en la vida pública durante menos de cuatro años, y algunos sostienen que han sido menos de tres años y medio. Puedo afirmar que estos últimos cuatro años de la vida de Marisa y mía son los más desastrosos de los casi treinta y ocho de nuestra historia, y también vosotros sois conscientes. Por lo que pido al Señor: "Señor, si tú has vivido cerca de cuatro, ¿por qué pretender que nosotros vayamos más allá?" Si tuviese que indicar el período preciso de la vida terrena de Cristo que coincide con el que vivimos cada día, diría: la Pasión. Nosotros vivimos el período de la Pasión y la diferencia es que la nuestra es mucho más larga; la Suya ha sido más breve, pero ciertamente más intensa en cuanto a dolor y sufrimiento. Está claro, por lo tanto, que nosotros tengamos el derecho de decir a Cristo, hoy durante la S. Misa y en la S. Comunión, cuando estemos dialogando con Él: "¡Señor ahora el tiempo ya se ha agotado!". Podría responder: "¿Quiénes sois vosotros para sugerir las fecha de Dios?". No somos nadie, pero nos has dado la inteligencia, la capacidad de leer las Escrituras, si nos has dado un corazón, está claro que nosotros en la Palabra de Dios, encontramos Tus respuestas, no las nuestras.
"Estamos en la última hora": Juan insiste y confirma este concepto. Cuando escribió esta primera carta a la iglesia de Asia, ciertamente no imaginaba que la adaptaríamos a nuestra situación, pero Aquél que lo había ordenado Obispo y lo llamó a ser Apóstol, Aquél que le había permitido que apoyara la cabeza en Su corazón, sabía que, escribiendo esto, después de casi dos mil años, habría otro Obispo ordenado por Dios, llamado como Juan a ser Apóstol, porque éstas son las palabras que me han sido dirigidas. Por tanto, hemos adaptado a esta situación lo que Juan escribió muchos siglos antes de que empezásemos a existir.
El Apóstol afirma: "Estos anticristos han surgido de entre nosotros"; yo formo parte de la jerarquía eclesiástica y puedo decir que de ella han salido muchos, no los nombro por caridad cristiana, pero sin duda vosotros los podéis indicar y determinar uno tras otro. "han surgido de entre nosotros" dice Juan y lo repito también yo "Pero no eran de los nuestros", en el sentido de que no tienen nada en común con nosotros: no había amor a la Eucaristía y a la Madre de la Eucaristía, de hecho han censurado además a Juan Pablo II en aquella sencilla invocación pronunciada al final de una catequesis: "La Madre de la Eucaristía nos proteja a todos". No aceptaron que un sacerdote fuese ordenado Obispo por Dios, no de acuerdo a palabras humanas, sino ante los 185 milagros eucarísticos. No aceptaron nada, por tanto estas personas no tienen nada en común con nosotros. "Si hubieran sido de los nuestros, hubieran permanecido con nosotros": en esta afirmación, se han de tener presente, no sólo los que han formado parte de la jerarquía eclesiástica, sino a las personas que han venido aquí, que han sido nuestros amigos y han formado parte de esta comunidad; pero ya no están con nosotros, porque si hubieran sido de los nuestros, se habrían quedado. Vosotros os habéis quedado incluso con dificultades, pagando y sufriendo porque el que ama y ve un padre y una madre que sufren, no pueden dejar de sufrir y yo tengo que dar crédito de ello. Digo, de hecho, a Cristo: "No es, Señor, solamente el sufrimiento de Marisa o el mío. Esta tarde te ofrezco también el sufrimiento de mis hijos que han hecho una valiosa contribución y por tanto, si es verdad que del sufrimiento sale la alegría y la Iglesia renace de las lágrimas y de la sangre de sus hijos, nosotros te pedimos que este Renacimiento no se retrase".
"Vosotros, sin embargo, habéis recibido la unción que viene del Santo, y todos tenéis conocimiento". La unción, ante todo, es ser partícipes de las cualidades de Cristo, de los atributos de Cristo: ser reyes, profetas y sacerdotes. Con el Sacramento del Bautismo, perfeccionado por el de la confirmación, el cristiano es aquél que defiende la verdad con la fuerza que viene solamente de Dios, que profesa la fe a pesar de todo y que se considera, y esto está en la palabra de Dios, hijo de Dios, con el que tiene una relación de profunda unión interior, no solamente de afecto exterior.
"No os he escrito porque no conozcáis la verdad, sino porque la conocéis y sabéis que ninguna mentira puede proceder de la verdad". Habéis sido educados, crecidos y formados en la Verdad y recordad que cuando Cristo, en el Evangelio de Juan, afirma "la verdad os hará libres", quiere decir que se tiene que manifestar a Dios lo que hay dentro de nosotros, a veces incluso ruidosamente. Hemos recibido incluso la aprobación por parte de Jesús cuando, después de una adoración eucarística formada por oraciones un podo fuertes, ha dicho: "Lo prefiero así porque al menos decís lo que verdaderamente pensáis". Esta mañana Marisa y yo hemos manifestado a Dios, de manera fuerte y dura, lo que pensábamos y espero que lo tenga en cuenta, no para que se enoje, sino porque un padre conoce a sus hijos. El que es padre, y lo sois casi todos, sabe que tiene que recibir de sus hijos momentos de alegría, pero también aquellos en los que les daríais una buena paliza, pero no tenéis que hacerlo.
Esto es todo lo que me ha venido en mente leyendo la palabra de Dios. Ahora os toca a vosotros interiormente, en la oración silenciosa, transformar esta reflexión en súplica y repetir a Dios: ha llegado el momento y no puedes aplazar más este "basta". Hoy he dicho a Marisa una verdad que me permito apoyar sobre el altar: "Me parece absurdo que hayas dicho sí a Dios cada vez que te ha pedido algo tremendo; yo también estoy cansado de haber asistido y participado de este sufrimiento. De todos modos has dicho siempre sí a Dios y no has pedido nunca nada para ti, pero una vez que, solicitado por mí, por la Virgen y por la abuela Yolanda, has pedido a Dios el poder ir finalmente a gozar, ¿todavía no te lo ha concedido?". Esto me preocupa, me hace estar mal, porque una persona que ha dedicado toda su existencia a Dios en el sufrimiento, en la inmolación, en la humillación y que pide solamente que pongas fin a esta agonía y que pueda ir junto a su Esposo, a su madre, a su padre, a los otros parientes, a la Virgen y a todos los santos del Paraíso, no es recompensada. Pero Dios, no puedes pedirle que se quede todavía, escúchala. Como petición y súplica, como apoyo a esta oración nuestra, yo te ofrezco en primer lugar estos treinta y ocho tremendos años de nuestra vida y te ofrezco también los años que puedan variar como número, pero espero, que no cómo intensidad, de cada uno de este grupo de jóvenes aquí presentes, que a pesar de todo, aunque han sentido fragilidad y debilidad, Dios mío, ha dado prueba de amarte, de escogerte y de estar contigo. Sea alabado Jesucristo. Siempre sea alabado.