Carta enviada por el Obispo Claudio Gatti el 31 de marzo de 2002 a todos los Cardenales extranjeros
Eminencia Reverendísima,
me siento obligado a escribir a todos los cardenales que no son italianos para solicitar vuestra autorizada intervención en defensa de la Eucaristía y de los más importantes milagros eucarísticos de la Historia de la Iglesia. Sobre este importante argumento, he escrito varias veces a Juan Pablo II, pero mis cartas no han sido nunca entregadas al Santo Padre. Ahora los colaboradores de la Curia Romana, no sólo han sustituido al Papa en el gobierno de la Iglesia, sino que han llegado a censurar actos del magisterio pontificio, como yo mismo he documentado.
Me he dirigido en sucesivas ocasiones a los cardenales residentes en Roma y en Italia, a todos los obispos italianos, a todos los sacerdotes romanos y a muchos superiores generales de congregaciones religiosas, pero ninguno, o por miedo, o por sus apreciaciones o por sus intereses, ha tomado posiciones para defender a la Eucaristía y los milagros eucarísticos.
Permítame, Eminencia, exponerles una breve cronología de los sucesos eucarísticos que tienen como testimonio al que suscribe y a centenares de personas.
Jesús y Nuestra Señora, han transportado al lugar taumatúrgico -así ha declarado Jesús a nuestra casa-, centenares de hostias consagradas o profanadas o sustraídas a la profanación o tomadas de las iglesias donde la Eucaristía no era amada ni por los sacerdotes ni por los laicos. Estas hostias, depositadas en el tabernáculo o sobre el altar de la Iglesia y sobre flores o imágenes sagradas en casa, han sido dadas en comunión a los que participaban en nuestros encuentros de oración. Todos los que las han recibido están dispuestos a testificar que, las hostias traídas por Jesús y Nuestra Señora, emanaban un perfume particular y desprendían un agradable calor, que se advertía cuando eran introducidas en la boca. Algunas de las hostias transportadas por Jesús y Nuestra Señora han sangrado en nuestra presencia. Nosotros conservamos cuatro hostias ensangrentadas que, a pesar del transcurso de varios años, están perfectamente conservadas y cuya sangre no muestra signos de descomposición. Dos de estas hostias han sangrado más veces en el transcurso de varios meses, un hecho único en la historia de la Iglesia. Por otra parte, tenemos un corporal y un cojincillo bañados por la sangre surgida de las hostias transportadas por el Sumo y Eterno Sacerdote, en nuestra capilla.
Han ocurrido también milagros eucarísticos de otro género. En presencia de muchas personas, una hostia ha surgido del costado de un crucifijo, ha pasado a través del cristal de la vitrina, colocada para proteger la imagen, y se ha depositado en las manos de Marisa Rossi.
Varias veces se ha verificado la multiplicación de la Eucaristía en mis manos; con pocas hostias, traídas por la Madre de la Eucaristía, he dado la Santa Comunión a alrededor de doscientas personas.
Cada vez que he comunicado al Vicariato de Roma los acontecimientos milagrosos, el Card. Vicario y sus colaboradores, lo han liquidado siempre, sin hacer indagaciones ni interrogatorios, como: efectos de patología religiosa, fenómenos de feria, consecuencia de intervención diabólica. Varias veces, personalmente y por escrito, he pedido al Cardenal Ruini que mandara expertos y exorcistas para valorar los milagros eucarísticos y me ha dado siempre respuestas negativas, "porque no veía la necesidad".
Yo mismo he llevado al Vicariato una hostia ensangrentada para hacerla examinar y Mons. Nosiglia me ha ordenado: "Tira aquel pedazo de pan ensangrentado", orden que no he cumplido para no ir contra mi conciencia y para no incurrir en la excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica (can. 1367 C.I.C).
El Vicariato, ante los repetidos milagros eucarístico, sin interrogar nunca a los testigos de estos milagros ni hacer indagaciones, ha reaccionado inundándome de decretos que contenían la orden de abstenerme "del cumplimiento de los actos de culto eucarístico y de culto público en general, con ocasión o a consecuencia de presuntas apariciones de hostias" y la amenaza de suspenderme a divinis, si hubiere desobedecido.
El Cardenal Ruini, a través de Mons. Nosiglia, ha formulado el famoso chantaje: "Si niegas que aquellas hostias, incluso aquella ensangrentada, sean Eucaristía, y que tu has sido engañado y has engañado, porque son obra del demonio, no te suspendemos". Era demasiado, porque si hubiera aceptado, además de incurrir en la excomunión, habría pecado contra el Espíritu Santo, por haber atribuido al demonio lo que es obra de Dios.
He respondido: "Haced lo que queráis. Prefiero ser suspendido a divinis que profanar la Eucaristía".
Jesús ha dicho que la suspensión a divinis "es ilícita, ilegítima y nula" y para demostrar que estaba perfectamente en orden ante la Iglesia y por otros motivos que son expuestos en el libro "Tu eres Obispo ordenado por Dios, Obispo de la Eucaristía", me ha otorgado la plenitud del sacerdocio.
Cuando el 20 de junio de 1999, el Señor me ordenó obispo, lloré y temblé porque estaba perfectamente consciente con que nueva y feroz persecución, por parte de los hombres de la Iglesia, me encontraría.
Yo no quería ser ordenado obispo, pero el Señor no me concedió la facultad de escoger si ser o no ser obispo ni me pidió permiso para ordenarme obispo. Cuando Jesús ordenó a Pedro y a los otros apóstoles obispos no les impuso las manos en la cabeza, no recitó ninguna fórmula de consagración, no cumplió ningún rito, sino que manifestó su voluntad y dio una orden: "Haced esto en memoria mía" (Lc. 22, 14)
También conmigo el Señor se comportó de la misma manera: "Te ordeno obispo, te doy la plenitud del sacerdocio y te doy todos los poderes", así lo dijo Jesús, mientras yo lloraba y sufría.
He dicho sí a Dios y los hombres de la Iglesia me han condenado.
Sin embargo, Jesús es el Fundador y el Cabeza de la Iglesia, es el Sumo y Eterno Sacerdote porque "posee un sacerdocio perpetuo" (Hb. 7, 24).
Jesús no es el Cabeza emérita de la Iglesia, como diversos eclesiásticos querrían, no ha abdicado en su papel de cabeza y, sin pedir permiso a nadie, puede perdonar los pecados, consagrar la Eucaristía y ordenar obispos. Dios lo puede todo, a Dios nada le es imposible. El que sostiene que Dios no puede ordenar un obispo peca gravemente y demuestra que ignora la Sagrada Escritura.
Jesús ha unido la Eucaristía y el Sacerdocio, instituyendo los dos Sacramentos en el Última Cena.
Jesús ha unido mi episcopado y los milagros eucarísticos, y ha puesto su sello sobre el uno y sobre los otros, el día 11 de junio de 2000, fiesta de Pentecostés, cuando obró el último gran milagro eucarístico, en presencia de más de cien personas.
Había apenas acabado de recitar la fórmula de consagración del pan, cuando de la hostia comenzó a surgir la sangre.
Para mi, el tiempo se detuvo. Estaba inclinado sobre la hostia que apretaba entre mis manos y estaba fijo en la sangre divina que se esparcía sobre buena parte de la superficie. Permanecí inmóvil por un tiempo, que a los presentes, les pareció interminable, porque creyeron que me encontraba mal, ya que sobre mi rostro se alternaba una palidez impresionante y una fuerte rojez.
Cuando me repuse un poco, elevé lentamente la hostia. Entre los presentes hubo mucha emoción, pero todo transcurrió en un clima de profundo recogimiento y viva emoción. Mientras bajaba mi hostia manchada de sangre, vi sobre la patena otras dos hostias grandes que, como diría más adelante la Madre de la Eucaristía, habían sido sustraídas a la profanación y llevadas al lugar taumatúrgico, porque "el Obispo, la vidente y los miembros de la comunidad aman muchísimo la Eucaristía y están dispuestos a dar la vida por defenderla".
Después de haber recitado la fórmula de consagración del vino y hecha la elevación del cáliz, tomé la patena que contenía la hostia consagrada por mi, manchada de sangre y las otras dos hostias sustraídas a la profanación y pasé a lo largo de los bancos de la iglesia, para que los fieles pudieran verlas de manera cercana, constatar la veracidad del hecho milagroso y percibir el perfume que emanaba de la hostia manchada de sangre, para testimoniar en un futuro el milagro ocurrido.
¿El Señor habría obrado un milagro eucarístico tan grande en mis manos si yo no fuera obispo y fuese un impostor?.
El Card. Ruini, incluso después del último milagro eucarístico, ocurrido durante la Santa Misa, celebrada por mi, continuó considerando la Eucaristía que sangró "un trozo de pan ensangrentado" y la salida de la sangre de la hostia consagrada por mi, como "consecuencia de una intervención diabólica".
De hecho, firmó un documento oficial de la C.E.I., fechado el 11 de enero de 2001, y por tanto, posterior al milagro eucarístico del 11 de junio de 2000, con el cual reafirmó su posición, no solo errada, sino además herética, en lo que se refiere al misterio eucarístico.
El Card. Ruini, puesto que ha profanado la Eucaristía, ha incurrido en la excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica (can. 1367 C.I.C.) y puesto que ha atribuido al demonio lo que es obra de Dios, ha pecado contra el Espíritu Santo.
Este juicio, en lo que se refiere al susodicho cardenal, ha sido dado por el Cabeza invisible de la Iglesia: Jesucristo.
Ante los graves errores del Card. Ruini, no se ha sublevado ninguna autoridad eclesiástica, sino sólo el abajo firmante, que es consciente de la propia poquedad y debilidad, pero sabe que "Dios ha escogido lo necio a los ojos del mundo para confundir a los sabios; y lo débil a los ojos del mundo para confundir a los poderosos" (I Cor. 1, 27).
El primero y, sobretodo, el segundo legítimo sucesor de Juan Pablo II, pedirá a V.E., si está todavía con vida, cuentas de su comportamiento ante la Eucaristía y a los milagros eucarístico ocurridos en el lugar taumatúrgico.
Más severo que el juicio del papa, será el juicio de Cristo. "A todo aquel que me reconozca ante los hombres, reconoceré yo también ante mi Padre que está en los cielos; y a todo aquel que rehuse reconocerme ante los hombres, me negaré a mi vez a reconocerlo ante mi Padre que está en los cielos" (Mt. 10, 32).
Reafirmo mi comunión con el Papa y con los obispos que aman, adoran y creen en la Eucaristía.
La Madre de la Eucaristía proteja a la Iglesia.
Saludos cordiales.
Claudio Gatti
Ordenado Obispo Por Dios
Roma, 31 de marzo de 2002
Domingo de Pascua